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Los signos del derrumbe.



LOS SIGNOS DEL DERRUMBE, por José Antonio Santano

El poeta no tiene más que las palabras: las palabras que justifican, a veces, una vida”, escribe Pedro Orgambideen la introducción al libro “Mario Benedetti. Antología poética”. Y así es. El poeta enfrentado a la pantalla del ordenador o al folio en blanco no posee sino las palabras, y con ellas pretende alcanzar sus sueños, contagiarnos de su alegría o sufrimiento. Muy adentro laten las palabras que poco a poco se precipitan al vacío del papel hasta conformar un universo tan complejo como mágico. En ese espacio de los silencios y signos, brota la voz del poeta. Nada comparable al acto de la creación, ese instante por el cual el poeta se transforma, se hace a sí mismo y para el mundo un nuevo ser, una nueva alma.

Las palabras ocupan el tiempo del poeta, la vida entera. Un claro ejemplo de lo que decimos es este nuevo libro “Los signos del derrumbe”, de Antonio Rodríguez Jiménez(Albacete, 1978), con el que obtuvo el XVIII Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”.Ya desde el título se nos advierte de la necesidad de cambiar, de rebelarnos, traspasar la frontera del miedo para recuperar la verdadera razón del ser, para restituirnos tras la pérdida de los valores intrínsecos al hombre. Nos advierte el poeta –digo- de la fragilidad y la inconsistencia de este tiempo que vivimos al comprobar múltiples “signos del derrumbe”, y donde la lúcida palabra sirve de acicate ante la individualidad y la codicia, el abuso de poder, etc., etc. Antonio Rodríguez apela al lenguaje poético para alertarnos del peligro de este tiempo, y lo hace desde la elocuencia y la serenidad, con la palabra exacta en cada momento. Tres partes fundamentales, además de un poema preludio componen “Los signos del derrumbe”, un poemario coherente, obra de un verdadero poeta, que no se contenta con el testimonio solo, sino que se adentra en la oscuridad para luego remontar hasta la luz y habitar, perpetuarse en ella. En “Descenso” Rodríguez Jiménez nos advierte en su primer poema de esos “signos del derrumbe”:

«No intentéis explicarle los signos del derrumbe.
La libertad prefiere ungir solo a unos pocos
príncipes de los márgenes.
Solo los despojados y los dueños de todo
han probado las mieles del desprecio absoluto». 
 

También nos habla de esos rostros inexpresivos que habitan cada día la pobreza, del descenso al centro de las ruinas: «Mira cómo se extiende: / Es el silencio azul de la pobreza», de la tristeza en la mirada de los vencidos y marginados, de su visión de la gran ciudad, en la cual el hombre no es nadie ni nada. El poeta siempre alcanza el otro lado del horizonte, mostrándonos un espacio narrativo poético que mira más adentro, como en el caso del poema “Modelos publicitarias”: «Sonriéndole al tráfico desde las marquesinas, / felices, detenidas en la luz de un instante, / más allá de esta ropa, / venden una ilusión, venden deseo, / la placidez de un mundo diseñado a medida / como sus propios cuerpos de fingida belleza». Marcada rebeldía de la palabra que no quiere volver a la oscuridad del pasado, a la ciega ignorancia que nos abisma de nuevo a las cavernas: «En Camerún están matando a un hombre / por declararse a otro en un mensaje». El odio y la sinrazón regresan y el poeta no puede sino proclamarse en el amor: «El odio es el refugio de los desamparados, / y en las estrechas celdas de la fe y la barbarie / amar alarma siempre mucho más que un cadáver». Observa el poeta el decurso de la vida, el tiempo se detiene en sus pupilas, el tiempo en una “Mañana de domingo”: «El niño de la silla, inmóvil, sonriente; / la mujer encorvada que busca en la basura / y el sol imperturbable lamiendo los cristales / de la digna miseria. Perro mundo». En la segunda parte del libro “El signo insuficiente”el poeta se enfrenta al acto mismo de la escritura, poeta y poema frente a frente, la metapoesía como meta y objetivo último, el poema como sujeto. La trascendencia de lo primigenio, de la creación en sí misma: «Sueño con un mensaje que transcienda los límites / y sea futura luz, reflejo cierto / para quienes esperan».

 El poema “Resistencia” nos recuerda a Valente cuando dice que la poesía es “antes que nada y por encima de todo conocimientos, y más concretamente conocimiento “haciéndose”, coincidente con esta concepción poemática: «así el poema / se resiste en la página, / sube y baja en la barra del procesador, / deshaciéndose, haciéndose / de nuevo». En la tercera y última de las partes que contiene este libro “Si algo queda”, el poeta se decanta por el amor fraterno y filial, el amor a la vida por encima de todas las cosas y que concreta en Vega, su hija: «Pero la vida tiene lugares más funestos, / y en sus aguas violentas encontrarás dragones. Entonces ten en cuenta cómo fuiste engendrada, / cómo entre los primeros temblores de tus células / ya habitaba el amor. Nunca lo olvides».

Título: Los signos del derrumbe
Autores: Antonio Rodríguez Jiménez
Editorial: Hiperión (Madrid, 2014)

Los signos del derrumbe. Antonio Rodríguez Jiménez



LOS SIGNOS DEL DERRUMBE, por José Antonio Santano

El poeta no tiene más que las palabras: las palabras que justifican, a veces, una vida”, escribe Pedro Orgambideen la introducción al libro “Mario Benedetti. Antología poética”. Y así es. El poeta enfrentado a la pantalla del ordenador o al folio en blanco no posee sino las palabras, y con ellas pretende alcanzar sus sueños, contagiarnos de su alegría o sufrimiento. Muy adentro laten las palabras que poco a poco se precipitan al vacío del papel hasta conformar un universo tan complejo como mágico. En ese espacio de los silencios y signos, brota la voz del poeta. Nada comparable al acto de la creación, ese instante por el cual el poeta se transforma, se hace a sí mismo y para el mundo un nuevo ser, una nueva alma.

Las palabras ocupan el tiempo del poeta, la vida entera. Un claro ejemplo de lo que decimos es este nuevo libro “Los signos del derrumbe”, de Antonio Rodríguez Jiménez(Albacete, 1978), con el que obtuvo el XVIII Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”.Ya desde el título se nos advierte de la necesidad de cambiar, de rebelarnos, traspasar la frontera del miedo para recuperar la verdadera razón del ser, para restituirnos tras la pérdida de los valores intrínsecos al hombre. Nos advierte el poeta –digo- de la fragilidad y la inconsistencia de este tiempo que vivimos al comprobar múltiples “signos del derrumbe”, y donde la lúcida palabra sirve de acicate ante la individualidad y la codicia, el abuso de poder, etc., etc. Antonio Rodríguez apela al lenguaje poético para alertarnos del peligro de este tiempo, y lo hace desde la elocuencia y la serenidad, con la palabra exacta en cada momento. Tres partes fundamentales, además de un poema preludio componen “Los signos del derrumbe”, un poemario coherente, obra de un verdadero poeta, que no se contenta con el testimonio solo, sino que se adentra en la oscuridad para luego remontar hasta la luz y habitar, perpetuarse en ella. En “Descenso” Rodríguez Jiménez nos advierte en su primer poema de esos “signos del derrumbe”:

«No intentéis explicarle los signos del derrumbe.
La libertad prefiere ungir solo a unos pocos
príncipes de los márgenes.
Solo los despojados y los dueños de todo
han probado las mieles del desprecio absoluto». 
 

También nos habla de esos rostros inexpresivos que habitan cada día la pobreza, del descenso al centro de las ruinas: «Mira cómo se extiende: / Es el silencio azul de la pobreza», de la tristeza en la mirada de los vencidos y marginados, de su visión de la gran ciudad, en la cual el hombre no es nadie ni nada. El poeta siempre alcanza el otro lado del horizonte, mostrándonos un espacio narrativo poético que mira más adentro, como en el caso del poema “Modelos publicitarias”: «Sonriéndole al tráfico desde las marquesinas, / felices, detenidas en la luz de un instante, / más allá de esta ropa, / venden una ilusión, venden deseo, / la placidez de un mundo diseñado a medida / como sus propios cuerpos de fingida belleza». Marcada rebeldía de la palabra que no quiere volver a la oscuridad del pasado, a la ciega ignorancia que nos abisma de nuevo a las cavernas: «En Camerún están matando a un hombre / por declararse a otro en un mensaje». El odio y la sinrazón regresan y el poeta no puede sino proclamarse en el amor: «El odio es el refugio de los desamparados, / y en las estrechas celdas de la fe y la barbarie / amar alarma siempre mucho más que un cadáver». Observa el poeta el decurso de la vida, el tiempo se detiene en sus pupilas, el tiempo en una “Mañana de domingo”: «El niño de la silla, inmóvil, sonriente; / la mujer encorvada que busca en la basura / y el sol imperturbable lamiendo los cristales / de la digna miseria. Perro mundo». En la segunda parte del libro “El signo insuficiente”el poeta se enfrenta al acto mismo de la escritura, poeta y poema frente a frente, la metapoesía como meta y objetivo último, el poema como sujeto. La trascendencia de lo primigenio, de la creación en sí misma: «Sueño con un mensaje que transcienda los límites / y sea futura luz, reflejo cierto / para quienes esperan».

 El poema “Resistencia” nos recuerda a Valente cuando dice que la poesía es “antes que nada y por encima de todo conocimientos, y más concretamente conocimiento “haciéndose”, coincidente con esta concepción poemática: «así el poema / se resiste en la página, / sube y baja en la barra del procesador, / deshaciéndose, haciéndose / de nuevo». En la tercera y última de las partes que contiene este libro “Si algo queda”, el poeta se decanta por el amor fraterno y filial, el amor a la vida por encima de todas las cosas y que concreta en Vega, su hija: «Pero la vida tiene lugares más funestos, / y en sus aguas violentas encontrarás dragones. Entonces ten en cuenta cómo fuiste engendrada, / cómo entre los primeros temblores de tus células / ya habitaba el amor. Nunca lo olvides».

Título: Los signos del derrumbe
Autores: Antonio Rodríguez Jiménez
Editorial: Hiperión (Madrid, 2014)

Los signos del derrumbe. Antonio Rodríguez Jiménez



LOS SIGNOS DEL DERRUMBE, por José Antonio Santano

El poeta no tiene más que las palabras: las palabras que justifican, a veces, una vida”, escribe Pedro Orgambide en la introducción al libro “Mario Benedetti. Antología poética”. Y así es. El poeta enfrentado a la pantalla del ordenador o al folio en blanco no posee sino las palabras, y con ellas pretende alcanzar sus sueños, contagiarnos de su alegría o sufrimiento. Muy adentro laten las palabras que poco a poco se precipitan al vacío del papel hasta conformar un universo tan complejo como mágico. En ese espacio de los silencios y signos, brota la voz del poeta. Nada comparable al acto de la creación, ese instante por el cual el poeta se transforma, se hace a sí mismo y para el mundo un nuevo ser, una nueva alma.

Las palabras ocupan el tiempo del poeta, la vida entera. Un claro ejemplo de lo que decimos es este nuevo libro “Los signos del derrumbe”, de Antonio Rodríguez Jiménez (Albacete, 1978), con el que obtuvo el XVIII Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”. Ya desde el título se nos advierte de la necesidad de cambiar, de rebelarnos, traspasar la frontera del miedo para recuperar la verdadera razón del ser, para restituirnos tras la pérdida de los valores intrínsecos al hombre. Nos advierte el poeta –digo- de la fragilidad y la inconsistencia de este tiempo que vivimos al comprobar múltiples “signos del derrumbe”, y donde la lúcida palabra sirve de acicate ante la individualidad y la codicia, el abuso de poder, etc., etc. Antonio Rodríguez apela al lenguaje poético para alertarnos del peligro de este tiempo, y lo hace desde la elocuencia y la serenidad, con la palabra exacta en cada momento. Tres partes fundamentales, además de un poema preludio componen “Los signos del derrumbe”, un poemario coherente, obra de un verdadero poeta, que no se contenta con el testimonio solo, sino que se adentra en la oscuridad para luego remontar hasta la luz y habitar, perpetuarse en ella. En “Descenso” Rodríguez Jiménez nos advierte en su primer poema de esos “signos del derrumbe”:

«No intentéis explicarle los signos del derrumbe.
La libertad prefiere ungir solo a unos pocos
príncipes de los márgenes.
Solo los despojados y los dueños de todo
han probado las mieles del desprecio absoluto». 
 

También nos habla de esos rostros inexpresivos que habitan cada día la pobreza, del descenso al centro de las ruinas: «Mira cómo se extiende: / Es el silencio azul de la pobreza», de la tristeza en la mirada de los vencidos y marginados, de su visión de la gran ciudad, en la cual el hombre no es nadie ni nada. El poeta siempre alcanza el otro lado del horizonte, mostrándonos un espacio narrativo poético que mira más adentro, como en el caso del poema “Modelos publicitarias”: «Sonriéndole al tráfico desde las marquesinas, / felices, detenidas en la luz de un instante, / más allá de esta ropa, / venden una ilusión, venden deseo, / la placidez de un mundo diseñado a medida / como sus propios cuerpos de fingida belleza». Marcada rebeldía de la palabra que no quiere volver a la oscuridad del pasado, a la ciega ignorancia que nos abisma de nuevo a las cavernas: «En Camerún están matando a un hombre / por declararse a otro en un mensaje». El odio y la sinrazón regresan y el poeta no puede sino proclamarse en el amor: «El odio es el refugio de los desamparados, / y en las estrechas celdas de la fe y la barbarie / amar alarma siempre mucho más que un cadáver». Observa el poeta el decurso de la vida, el tiempo se detiene en sus pupilas, el tiempo en una “Mañana de domingo”: «El niño de la silla, inmóvil, sonriente; / la mujer encorvada que busca en la basura / y el sol imperturbable lamiendo los cristales / de la digna miseria. Perro mundo». En la segunda parte del libro “El signo insuficiente” el poeta se enfrenta al acto mismo de la escritura, poeta y poema frente a frente, la metapoesía como meta y objetivo último, el poema como sujeto. La trascendencia de lo primigenio, de la creación en sí misma: «Sueño con un mensaje que transcienda los límites / y sea futura luz, reflejo cierto / para quienes esperan».

 El poema “Resistencia” nos recuerda a Valente cuando dice que la poesía es “antes que nada y por encima de todo conocimientos, y más concretamente conocimiento “haciéndose”, coincidente con esta concepción poemática: «así el poema / se resiste en la página, / sube y baja en la barra del procesador, / deshaciéndose, haciéndose / de nuevo». En la tercera y última de las partes que contiene este libro “Si algo queda”, el poeta se decanta por el amor fraterno y filial, el amor a la vida por encima de todas las cosas y que concreta en Vega, su hija: «Pero la vida tiene lugares más funestos, / y en sus aguas violentas encontrarás dragones. Entonces ten en cuenta cómo fuiste engendrada, / cómo entre los primeros temblores de tus células / ya habitaba el amor. Nunca lo olvides».

Título: Los signos del derrumbe
Autores: Antonio Rodríguez Jiménez
Editorial: Hiperión (Madrid, 2014)

Los ángulos del cielo. Alejandro López Andrada


LOS ÁNGULOS DEL CIELO

Al buen poeta –la buena poesía- se distingue por un continuo desangrarse en la palabra, su aroma impregna los sentidos hasta hacernos desfallecer de alegría o de tristeza, da lo mismo. Lo importante es ese instante mágico en el que nos adentramos en un bosque desconocido donde poco a poco el asombro surge de la palabra, de las palabras que flotan en el aire y surcan el espacio una y mil veces mil, hasta construir con ellas nuestro propio abismo o paraíso, la vida en su más pura esencia. La poesía es en sí misma deslumbramiento, misterio, vértigo, dolor, explosión de colores y risas. Es la poesía como un eco ensordecedor que se repite incansablemente. Por eso el poeta vuelve casi siempre a los orígenes, al principio de todo, porque ese es su territorio natural, y en sus brazos se refugia hasta adormecerse muy lentamente. Poesía y conocimiento para indagar en la condición humana, en la naturaleza brío de lo soñado. Solo el poeta ante la nada, hundiendo la mirada en el abismo del silencio para descubrir la ardentía de la palabra, su fuego eterno. La poesía como un eco atronador que se repite hasta la saciedad, compulsivo y tembloroso, arañando el tiempo en el espacio añil del cielo, en sus numinosos ángulos. Hasta ellos, "Los ángulos del cielo", remonta el vuelo el gran poeta corodobés Alejandro López Andrada (Villanueva de Córdoba, 1957).

 Esta nueva entrega poética de López Andrada viene a confirmar su apego a la tierra, al hogar primigenio en contacto siempre con la Naturaleza -, alejado de las grandes urbes, aunque sean ambos territorios escrutados por la mirada del poeta. El también poeta cordobés Juan Antonio Bernier -sobrino del que fuera fundador del grupo Cántico, Juan Bernier- tituló uno de sus poemas "La naturaleza es el país de la lengua", aserto de la trascendencia referencial de la Naturaleza en la poética de López Andrada, como así lo confirma también en el prólogo José Manuel Caballero Bonald, cuando dice: "La identificación de Alejandro López Andrada con la naturaleza determina una vertiente significativa de su obra general, por no decir la que más propiamente la enmarca y define". 

Y así es, la Naturaleza en estado puro, el hecho diferencial y al mismo tiempo convergente de su razón poética, de su mirada serena, el aval, la garantía cuando surgen como truenos las palabras, las que poco a poco se quedan, y anidan en el albo papel, alumbrando oscuridades o precipitándose al vacío, la cara y la cruz, el latir de la vida al desnudo. "Los ángulos del cielo" es un libro de madurez, equilibrado en su construcción, acertado en la forma y el fondo, que huele a hierba fresca y sabe a vino de bodega, explosión de los sentidos, también un viaje al corazón de la naturaleza humana, un canto grito que despierta del letargo en que vivimos, tan ajenos y lejanos. Con "Lejanías", precisamente, se inicia este periplo de idas y venidas, aglutinador de percepciones y visiones en un tiempo gris que gravita en el aire y el asfalto de las ciudades, en las cuales el hombre una sombra, un vencido más: «Ahora ya formo parte del dolor, / de la desolación / de una ciudad / que grita insomne en medio de los parques, / donde no anidan ya las golondrinas». En “Claridades”, el poeta mira hacia adentro, al fondo de sí mismo, en esa búsqueda inagotable del amor: «Dentro de mí, / el silencio escribe, a solas, / la lenta claridad de una mujer: / la única luz / que me hace amar el mundo», y en ese errar por el mundo halla una luz que le devuelve a la nostalgia, a la emoción de lo vivido, como es el caso del poema “Parque del retiro”: «…en ese azul dorado, / coloquial, de un parque de Madrid, / siento la vida, / la lejanía exacta de aquel cielo / que sólo vi en los días de mi infancia / y ahora regresa limpio…», correspondiente a la tercera parte del libro “Huecos del cielo”. Mas el poeta escribe desde su soledad de hombre y pájaro que asciende hasta las nubes, y desciende luego de descubrir de nuevo esos “Horizontes” ocultos tras la niebla de los días, en el óxido de las vías de una estación cualquiera: «Llevo en mis pies / sin rumbo el lento óxido / de los ferrocarriles, / la tristeza / del que no tiene un sitio para huir / y avanza solo y ciego en el crepúsculo». El poeta ante sí, desde “Interiores, proclama su singular concepción de lo divino, para concluir con la mirada fija en “Los ángulos del cielo”, que cierra el libro, en un prodigioso “Contraluz” que devuelve al poeta a los orígenes, a la tierra madre:«Al contraluz del cielo, veo los chopos […] mi tierra, mi memoria, esa orfandad / de espacio / donde escribo lo que soy, / lo que seré mañana y lo que he sido». Este libro, de bella y cuidada edición, viene a confirmar, una vez más, la excelencia lírica de Alejandro López Andrada, su sólida trayectoria, situándolo en un lugar destacado del panorama poético español.


Título: Los ángulos del cielo
Autores: Alejandro López Andrada
Editorial: Valparaíso (Granada, 2014)

Los ángulos del cielo. Alejandro López Andrada


LOS ÁNGULOS DEL CIELO

Al buen poeta –la buena poesía- se distingue por un continuo desangrarse en la palabra, su aroma impregna los sentidos hasta hacernos desfallecer de alegría o de tristeza, da lo mismo. Lo importante es ese instante mágico en el que nos adentramos en un bosque desconocido donde poco a poco el asombro surge de la palabra, de las palabras que flotan en el aire y surcan el espacio una y mil veces mil, hasta construir con ellas nuestro propio abismo o paraíso, la vida en su más pura esencia. La poesía es en sí misma deslumbramiento, misterio, vértigo, dolor, explosión de colores y risas. Es la poesía como un eco ensordecedor que se repite incansablemente. Por eso el poeta vuelve casi siempre a los orígenes, al principio de todo, porque ese es su territorio natural, y en sus brazos se refugia hasta adormecerse muy lentamente. Poesía y conocimiento para indagar en la condición humana, en la naturaleza brío de lo soñado. Solo el poeta ante la nada, hundiendo la mirada en el abismo del silencio para descubrir la ardentía de la palabra, su fuego eterno. La poesía como un eco atronador que se repite hasta la saciedad, compulsivo y tembloroso, arañando el tiempo en el espacio añil del cielo, en sus numinosos ángulos. Hasta ellos, "Los ángulos del cielo", remonta el vuelo el gran poeta corodobés Alejandro López Andrada (Villanueva de Córdoba, 1957).

 Esta nueva entrega poética de López Andrada viene a confirmar su apego a la tierra, al hogar primigenio en contacto siempre con la Naturaleza -, alejado de las grandes urbes, aunque sean ambos territorios escrutados por la mirada del poeta. El también poeta cordobés Juan Antonio Bernier -sobrino del que fuera fundador del grupo Cántico, Juan Bernier- tituló uno de sus poemas "La naturaleza es el país de la lengua", aserto de la trascendencia referencial de la Naturaleza en la poética de López Andrada, como así lo confirma también en el prólogo José Manuel Caballero Bonald, cuando dice: "La identificación de Alejandro López Andrada con la naturaleza determina una vertiente significativa de su obra general, por no decir la que más propiamente la enmarca y define". 

Y así es, la Naturaleza en estado puro, el hecho diferencial y al mismo tiempo convergente de su razón poética, de su mirada serena, el aval, la garantía cuando surgen como truenos las palabras, las que poco a poco se quedan, y anidan en el albo papel, alumbrando oscuridades o precipitándose al vacío, la cara y la cruz, el latir de la vida al desnudo. "Los ángulos del cielo" es un libro de madurez, equilibrado en su construcción, acertado en la forma y el fondo, que huele a hierba fresca y sabe a vino de bodega, explosión de los sentidos, también un viaje al corazón de la naturaleza humana, un canto grito que despierta del letargo en que vivimos, tan ajenos y lejanos. Con "Lejanías", precisamente, se inicia este periplo de idas y venidas, aglutinador de percepciones y visiones en un tiempo gris que gravita en el aire y el asfalto de las ciudades, en las cuales el hombre una sombra, un vencido más: «Ahora ya formo parte del dolor, / de la desolación / de una ciudad / que grita insomne en medio de los parques, / donde no anidan ya las golondrinas». En “Claridades”, el poeta mira hacia adentro, al fondo de sí mismo, en esa búsqueda inagotable del amor: «Dentro de mí, / el silencio escribe, a solas, / la lenta claridad de una mujer: / la única luz / que me hace amar el mundo», y en ese errar por el mundo halla una luz que le devuelve a la nostalgia, a la emoción de lo vivido, como es el caso del poema “Parque del retiro”: «…en ese azul dorado, / coloquial, de un parque de Madrid, / siento la vida, / la lejanía exacta de aquel cielo / que sólo vi en los días de mi infancia / y ahora regresa limpio…», correspondiente a la tercera parte del libro “Huecos del cielo”. Mas el poeta escribe desde su soledad de hombre y pájaro que asciende hasta las nubes, y desciende luego de descubrir de nuevo esos “Horizontes” ocultos tras la niebla de los días, en el óxido de las vías de una estación cualquiera: «Llevo en mis pies / sin rumbo el lento óxido / de los ferrocarriles, / la tristeza / del que no tiene un sitio para huir / y avanza solo y ciego en el crepúsculo». El poeta ante sí, desde “Interiores, proclama su singular concepción de lo divino, para concluir con la mirada fija en “Los ángulos del cielo”, que cierra el libro, en un prodigioso “Contraluz” que devuelve al poeta a los orígenes, a la tierra madre:«Al contraluz del cielo, veo los chopos […] mi tierra, mi memoria, esa orfandad / de espacio / donde escribo lo que soy, / lo que seré mañana y lo que he sido». Este libro, de bella y cuidada edición, viene a confirmar, una vez más, la excelencia lírica de Alejandro López Andrada, su sólida trayectoria, situándolo en un lugar destacado del panorama poético español.


Título: Los ángulos del cielo
Autores: Alejandro López Andrada
Editorial: Valparaíso (Granada, 2014)

Anibal García Rodríguez. Pequeños desnudos.





Con esta cita: «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde», de uno de los grandes poetas de la Generación del 50, Jaime Gil de Biedma, se sirve el poeta almeriense Aníbal García para mostrarnos sus “Pequeños desnudos”, el libro que mereció ser Premio Andaluz “Villa de Peligros”, en su edición de 2013. Y de la vida trata este poemario, tal vez de esas pequeñas cosas, pero que no por ello dejan de ser importantes. La vida se nos escapa casi sin darnos cuenta, por eso el poeta siempre está vigilante, fija su mirada en lo profundo, en la hondura del tiempo para arrancarle la esencia misma del ser, como si se tratara de vivir intensa y dignamente hasta el último segundo. Está compuesto el libro por un total de dieciocho poemas de temática variada y en los cuales hallamos la influencia de otros poetas, como es el caso de Luis García Montero, Claudio Rodríguez, Joan Margarit o Ángel González, entre otros. Quizá la más predominante sea la de Luis García Montero, del que toma unos versos para iniciar el primero de los poemas que contiene el libro, de título “Que la vida te trate dignamente” y del que extraemos algunos versos: «Por si ya no nos vemos / que la vida te trate dignamente.  / Que un mar sin nombre bañe tus pupilas / en las noches de luna / y que todos los sueños, / uno a uno, / se te vayan cumpliendo». Es el deseo de vivir cada segundo como si fuera el último. Así nos recuerda ese instante del adiós definitivo al padre, en su particular elegía “Despedida”, que dedica a sus hermanos, donde puede vislumbrarse el fuego de la casa y los enseres que son recuerdos de lo vivido en la imagen del padre perpetuándose en los objetos, en las paredes, en todas y cada una de cosas que fueron un día parte de la vida: «Las paredes se quitan a jirones / la pintura marrón / para mostrar el blanco de su alma / y el verde de sus orlas / a los cinco herederos / que han llegado con él a mediodía / para decir adiós y recoger / las pertenencias últimas». Lo vivido como reclamo de la luz, de la verdad poética, las secuencias progresivas que la contienen, al igual que sucede con los fotogramas de las películas en color o en blanco y negro, y en la cual las descripciones conforman un submundo en la voz del poeta, como ocurre con el poema “1978”, que rememora los primeros días de la transición política española, vista con los ojos de la infancia: «Aquel año murieron / Blas de Otero y Santiago Bernabeu / y fue ratificada nuestra Constitución. / El miedo era un cuchillo que segaba las calles / detrás de las banderas, / pero soñaba el sol una luz diminuta / en los barrios obreros». En ella, la infancia, otra tierra, Cataluña, una madre que minaba sus ojos remendando trajes de payeses o un padre que transportaba turistas; la infancia en blanco y negro.
Pero también existe en el poeta un cierto, cabría decir, voyerismo poético, cuando quiere ver a través de las paredes cuanto sucede en otros hogares, o al menos, imaginarlo, en los vecinos del quinto piso,  del tercero o del ático, hasta despertar por los gritos de la mujer del cuarto: «Algunos han notado el terremoto / que hubo a las cuatro y media de la noche / y todos despertaron con los gritos / de la mujer del cuarto / después de recibir otra paliza. / Las calles, a pesar de su silencio, / lo saben hace años: / detrás de las paredes / las historias son siempre más reales». En “Pequeños desnudos” el poeta retrata la vida misma, lo cotidiano es expresión de la realidad trascendida, caso del poema “Soledad”: «Debo reconocer / que me gusta estar solo / en la quietud ardida de mi casa. […] Me gusta disfrutar la soledad.  / Porque la soledad lleva en su sombra / la desnudez del cuerpo que nos vive / sin aristas, / sin esquinas, / sin tiniebla, y nos ofrece la oportunidad /de conocernos a nosotros mismos». De la experiencia el poeta recibe el don de la palabra y con ella vuela hacia lugares emblemáticos, míticos, a ciudades que se exponen a ser diseccionadas en su semblanza tal es Granada, así el verso fluye por las calles del Albaicín o el Generalife, la Alhambra o el Paseo de los Tristes. La mirada del poeta se transforma entonces para mostrarnos la urbe y sus habitantes, a esos “pequeños desnudos” de la vida diaria que nos hacen, quizá, más humanos y solidarios, y en ese tránsito hacia las esencias se escribe el último poema “Diciembre”: «…quizá el próximo año / diciembre duela menos, / quizá nosotros, hijos de las luces, / nos sintamos distintos, quizá otro año diciembre amanezca con nieve / en todas las ciudades». Ánibal García ha mezclado en su alambique conocimiento, palabra y emoción, tres ingredientes imprescindibles para alcanzar esa pócima o brebaje mágico llamado poesía.    

Título: Pequeños desnudos
Autores: Aníbal García Rodríguez
            Editorial: Diputación de Granada (Granada, 2014)

Anibal García Rodríguez. Pequeños desnudos.





Con esta cita: «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde», de uno de los grandes poetas de la Generación del 50, Jaime Gil de Biedma, se sirve el poeta almeriense Aníbal García para mostrarnos sus “Pequeños desnudos”, el libro que mereció ser Premio Andaluz “Villa de Peligros”, en su edición de 2013. Y de la vida trata este poemario, tal vez de esas pequeñas cosas, pero que no por ello dejan de ser importantes. La vida se nos escapa casi sin darnos cuenta, por eso el poeta siempre está vigilante, fija su mirada en lo profundo, en la hondura del tiempo para arrancarle la esencia misma del ser, como si se tratara de vivir intensa y dignamente hasta el último segundo. Está compuesto el libro por un total de dieciocho poemas de temática variada y en los cuales hallamos la influencia de otros poetas, como es el caso de Luis García Montero, Claudio Rodríguez, Joan Margarit o Ángel González, entre otros. Quizá la más predominante sea la de Luis García Montero, del que toma unos versos para iniciar el primero de los poemas que contiene el libro, de título “Que la vida te trate dignamente” y del que extraemos algunos versos: «Por si ya no nos vemos / que la vida te trate dignamente.  / Que un mar sin nombre bañe tus pupilas / en las noches de luna / y que todos los sueños, / uno a uno, / se te vayan cumpliendo». Es el deseo de vivir cada segundo como si fuera el último. Así nos recuerda ese instante del adiós definitivo al padre, en su particular elegía “Despedida”, que dedica a sus hermanos, donde puede vislumbrarse el fuego de la casa y los enseres que son recuerdos de lo vivido en la imagen del padre perpetuándose en los objetos, en las paredes, en todas y cada una de cosas que fueron un día parte de la vida: «Las paredes se quitan a jirones / la pintura marrón / para mostrar el blanco de su alma / y el verde de sus orlas / a los cinco herederos / que han llegado con él a mediodía / para decir adiós y recoger / las pertenencias últimas». Lo vivido como reclamo de la luz, de la verdad poética, las secuencias progresivas que la contienen, al igual que sucede con los fotogramas de las películas en color o en blanco y negro, y en la cual las descripciones conforman un submundo en la voz del poeta, como ocurre con el poema “1978”, que rememora los primeros días de la transición política española, vista con los ojos de la infancia: «Aquel año murieron / Blas de Otero y Santiago Bernabeu / y fue ratificada nuestra Constitución. / El miedo era un cuchillo que segaba las calles / detrás de las banderas, / pero soñaba el sol una luz diminuta / en los barrios obreros». En ella, la infancia, otra tierra, Cataluña, una madre que minaba sus ojos remendando trajes de payeses o un padre que transportaba turistas; la infancia en blanco y negro.
Pero también existe en el poeta un cierto, cabría decir, voyerismo poético, cuando quiere ver a través de las paredes cuanto sucede en otros hogares, o al menos, imaginarlo, en los vecinos del quinto piso,  del tercero o del ático, hasta despertar por los gritos de la mujer del cuarto: «Algunos han notado el terremoto / que hubo a las cuatro y media de la noche / y todos despertaron con los gritos / de la mujer del cuarto / después de recibir otra paliza. / Las calles, a pesar de su silencio, / lo saben hace años: / detrás de las paredes / las historias son siempre más reales». En “Pequeños desnudos” el poeta retrata la vida misma, lo cotidiano es expresión de la realidad trascendida, caso del poema “Soledad”: «Debo reconocer / que me gusta estar solo / en la quietud ardida de mi casa. […] Me gusta disfrutar la soledad.  / Porque la soledad lleva en su sombra / la desnudez del cuerpo que nos vive / sin aristas, / sin esquinas, / sin tiniebla, y nos ofrece la oportunidad /de conocernos a nosotros mismos». De la experiencia el poeta recibe el don de la palabra y con ella vuela hacia lugares emblemáticos, míticos, a ciudades que se exponen a ser diseccionadas en su semblanza tal es Granada, así el verso fluye por las calles del Albaicín o el Generalife, la Alhambra o el Paseo de los Tristes. La mirada del poeta se transforma entonces para mostrarnos la urbe y sus habitantes, a esos “pequeños desnudos” de la vida diaria que nos hacen, quizá, más humanos y solidarios, y en ese tránsito hacia las esencias se escribe el último poema “Diciembre”: «…quizá el próximo año / diciembre duela menos, / quizá nosotros, hijos de las luces, / nos sintamos distintos, quizá otro año diciembre amanezca con nieve / en todas las ciudades». Ánibal García ha mezclado en su alambique conocimiento, palabra y emoción, tres ingredientes imprescindibles para alcanzar esa pócima o brebaje mágico llamado poesía.    

Título: Pequeños desnudos
Autores: Aníbal García Rodríguez
            Editorial: Diputación de Granada (Granada, 2014)

Pequeños desnudos. Aníbal García Rodríguez





Con esta cita: «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde», de uno de los grandes poetas de la Generación del 50, Jaime Gil de Biedma, se sirve el poeta almeriense Aníbal García para mostrarnos sus “Pequeños desnudos”, el libro que mereció ser Premio Andaluz “Villa de Peligros”, en su edición de 2013. Y de la vida trata este poemario, tal vez de esas pequeñas cosas, pero que no por ello dejan de ser importantes. La vida se nos escapa casi sin darnos cuenta, por eso el poeta siempre está vigilante, fija su mirada en lo profundo, en la hondura del tiempo para arrancarle la esencia misma del ser, como si se tratara de vivir intensa y dignamente hasta el último segundo. Está compuesto el libro por un total de dieciocho poemas de temática variada y en los cuales hallamos la influencia de otros poetas, como es el caso de Luis García Montero, Claudio Rodríguez, Joan Margarit o Ángel González, entre otros. Quizá la más predominante sea la de Luis García Montero, del que toma unos versos para iniciar el primero de los poemas que contiene el libro, de título “Que la vida te trate dignamente” y del que extraemos algunos versos: «Por si ya no nos vemos / que la vida te trate dignamente.  / Que un mar sin nombre bañe tus pupilas / en las noches de luna / y que todos los sueños, / uno a uno, / se te vayan cumpliendo». Es el deseo de vivir cada segundo como si fuera el último. Así nos recuerda ese instante del adiós definitivo al padre, en su particular elegía “Despedida”, que dedica a sus hermanos, donde puede vislumbrarse el fuego de la casa y los enseres que son recuerdos de lo vivido en la imagen del padre perpetuándose en los objetos, en las paredes, en todas y cada una de cosas que fueron un día parte de la vida: «Las paredes se quitan a jirones / la pintura marrón / para mostrar el blanco de su alma / y el verde de sus orlas / a los cinco herederos / que han llegado con él a mediodía / para decir adiós y recoger / las pertenencias últimas». Lo vivido como reclamo de la luz, de la verdad poética, las secuencias progresivas que la contienen, al igual que sucede con los fotogramas de las películas en color o en blanco y negro, y en la cual las descripciones conforman un submundo en la voz del poeta, como ocurre con el poema “1978”, que rememora los primeros días de la transición política española, vista con los ojos de la infancia: «Aquel año murieron / Blas de Otero y Santiago Bernabeu / y fue ratificada nuestra Constitución. / El miedo era un cuchillo que segaba las calles / detrás de las banderas, / pero soñaba el sol una luz diminuta / en los barrios obreros». En ella, la infancia, otra tierra, Cataluña, una madre que minaba sus ojos remendando trajes de payeses o un padre que transportaba turistas; la infancia en blanco y negro. Pero también existe en el poeta un cierto, cabría decir, voyerismo poético, cuando quiere ver a través de las paredes cuanto sucede en otros hogares, o al menos, imaginarlo, en los vecinos del quinto piso,  del tercero o del ático, hasta despertar por los gritos de la mujer del cuarto: «Algunos han notado el terremoto / que hubo a las cuatro y media de la noche / y todos despertaron con los gritos / de la mujer del cuarto / después de recibir otra paliza. / Las calles, a pesar de su silencio, / lo saben hace años: / detrás de las paredes / las historias son siempre más reales». En “Pequeños desnudos” el poeta retrata la vida misma, lo cotidiano es expresión de la realidad trascendida, caso del poema “Soledad”: «Debo reconocer / que me gusta estar solo / en la quietud ardida de mi casa. […] Me gusta disfrutar la soledad.  / Porque la soledad lleva en su sombra / la desnudez del cuerpo que nos vive / sin aristas, / sin esquinas, / sin tiniebla, y nos ofrece la oportunidad /de conocernos a nosotros mismos». De la experiencia el poeta recibe el don de la palabra y con ella vuela hacia lugares emblemáticos, míticos, a ciudades que se exponen a ser diseccionadas en su semblanza tal es Granada, así el verso fluye por las calles del Albaicín o el Generalife, la Alhambra o el Paseo de los Tristes.
La mirada del poeta se transforma entonces para mostrarnos la urbe y sus habitantes, a esos “pequeños desnudos” de la vida diaria que nos hacen, quizá, más humanos y solidarios, y en ese tránsito hacia las esencias se escribe el último poema “Diciembre”: «…quizá el próximo año / diciembre duela menos, / quizá nosotros, hijos de las luces, / nos sintamos distintos, quizá otro año diciembre amanezca con nieve / en todas las ciudades». Ánibal García ha mezclado en su alambique conocimiento, palabra y emoción, tres ingredientes imprescindibles para alcanzar esa pócima o brebaje mágico llamado poesía.    

Título: Pequeños desnudos
Autores: Aníbal García Rodríguez
            Editorial: Diputación de Granada (Granada, 2014) 
           

  

Pequeños desnudos. Aníbal García Rodríguez





Con esta cita: «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde», de uno de los grandes poetas de la Generación del 50, Jaime Gil de Biedma, se sirve el poeta almeriense Aníbal García para mostrarnos sus “Pequeños desnudos”, el libro que mereció ser Premio Andaluz “Villa de Peligros”, en su edición de 2013. Y de la vida trata este poemario, tal vez de esas pequeñas cosas, pero que no por ello dejan de ser importantes. La vida se nos escapa casi sin darnos cuenta, por eso el poeta siempre está vigilante, fija su mirada en lo profundo, en la hondura del tiempo para arrancarle la esencia misma del ser, como si se tratara de vivir intensa y dignamente hasta el último segundo. Está compuesto el libro por un total de dieciocho poemas de temática variada y en los cuales hallamos la influencia de otros poetas, como es el caso de Luis García Montero, Claudio Rodríguez, Joan Margarit o Ángel González, entre otros. Quizá la más predominante sea la de Luis García Montero, del que toma unos versos para iniciar el primero de los poemas que contiene el libro, de título “Que la vida te trate dignamente” y del que extraemos algunos versos: «Por si ya no nos vemos / que la vida te trate dignamente.  / Que un mar sin nombre bañe tus pupilas / en las noches de luna / y que todos los sueños, / uno a uno, / se te vayan cumpliendo». Es el deseo de vivir cada segundo como si fuera el último. Así nos recuerda ese instante del adiós definitivo al padre, en su particular elegía “Despedida”, que dedica a sus hermanos, donde puede vislumbrarse el fuego de la casa y los enseres que son recuerdos de lo vivido en la imagen del padre perpetuándose en los objetos, en las paredes, en todas y cada una de cosas que fueron un día parte de la vida: «Las paredes se quitan a jirones / la pintura marrón / para mostrar el blanco de su alma / y el verde de sus orlas / a los cinco herederos / que han llegado con él a mediodía / para decir adiós y recoger / las pertenencias últimas». Lo vivido como reclamo de la luz, de la verdad poética, las secuencias progresivas que la contienen, al igual que sucede con los fotogramas de las películas en color o en blanco y negro, y en la cual las descripciones conforman un submundo en la voz del poeta, como ocurre con el poema “1978”, que rememora los primeros días de la transición política española, vista con los ojos de la infancia: «Aquel año murieron / Blas de Otero y Santiago Bernabeu / y fue ratificada nuestra Constitución. / El miedo era un cuchillo que segaba las calles / detrás de las banderas, / pero soñaba el sol una luz diminuta / en los barrios obreros». En ella, la infancia, otra tierra, Cataluña, una madre que minaba sus ojos remendando trajes de payeses o un padre que transportaba turistas; la infancia en blanco y negro. Pero también existe en el poeta un cierto, cabría decir, voyerismo poético, cuando quiere ver a través de las paredes cuanto sucede en otros hogares, o al menos, imaginarlo, en los vecinos del quinto piso,  del tercero o del ático, hasta despertar por los gritos de la mujer del cuarto: «Algunos han notado el terremoto / que hubo a las cuatro y media de la noche / y todos despertaron con los gritos / de la mujer del cuarto / después de recibir otra paliza. / Las calles, a pesar de su silencio, / lo saben hace años: / detrás de las paredes / las historias son siempre más reales». En “Pequeños desnudos” el poeta retrata la vida misma, lo cotidiano es expresión de la realidad trascendida, caso del poema “Soledad”: «Debo reconocer / que me gusta estar solo / en la quietud ardida de mi casa. […] Me gusta disfrutar la soledad.  / Porque la soledad lleva en su sombra / la desnudez del cuerpo que nos vive / sin aristas, / sin esquinas, / sin tiniebla, y nos ofrece la oportunidad /de conocernos a nosotros mismos». De la experiencia el poeta recibe el don de la palabra y con ella vuela hacia lugares emblemáticos, míticos, a ciudades que se exponen a ser diseccionadas en su semblanza tal es Granada, así el verso fluye por las calles del Albaicín o el Generalife, la Alhambra o el Paseo de los Tristes.
La mirada del poeta se transforma entonces para mostrarnos la urbe y sus habitantes, a esos “pequeños desnudos” de la vida diaria que nos hacen, quizá, más humanos y solidarios, y en ese tránsito hacia las esencias se escribe el último poema “Diciembre”: «…quizá el próximo año / diciembre duela menos, / quizá nosotros, hijos de las luces, / nos sintamos distintos, quizá otro año diciembre amanezca con nieve / en todas las ciudades». Ánibal García ha mezclado en su alambique conocimiento, palabra y emoción, tres ingredientes imprescindibles para alcanzar esa pócima o brebaje mágico llamado poesía.    

Título: Pequeños desnudos
Autores: Aníbal García Rodríguez
            Editorial: Diputación de Granada (Granada, 2014) 
           

  

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986