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Ahora que amaneces. José Antonio Santano




SALÓN DE LECTURA_
Por José Antonio Santano


AHORA QUE AMANECES

Busca el hombre, el poeta, ese espacio colmado de ensoñaciones, donde la realidad y la ficción se mezclan y alteran en un baile de percepciones enfrentadas unas veces y armoniosas otras. En esa búsqueda por lo desconocido y el misterio, la palabra es lucerna que ilumina el universo, voz primigenia que habita la tierra y los mares, los ríos y las montañas en perfecta simbiosis. Desde sus inicios hasta este último poemario “Ahora que amaneces”, el poeta jienense, con residencia en Castelldefels, Felipe Sérvulo, propone una viaje hacia el verdadero cosmos de la poesía, esa que se incrusta en la piel primero para luego adentrarse en la sangre –embeleso de forma y fondo- hasta hallar el preciado amanecer del amor. De amor, sin más, trata este poemario, y desde su título nos lo anuncia ( Ahora que amaneces). Sí, el amor, pero entendido en su más excelso significado, ese que renuncia al “yo” para convertirse en “tú”. De amanecida el poeta renueva su deseo de conocer, de descubrir el amor en lo oculto, cuando despierta el día y está a solas con el aún somnoliento rostro de la amada: «Lo sé, no te gusta que escudriñe tu rostro / mientras duermes. Puedo explicarlo: / no es sensato perder la ocasión / de amarte un poco más, mirar calladamente, sí, / y ver la pequeña cicatriz que ocultas con maquillaje». Felipe Sérvulo conoce bien el sabor de la nostalgia, ese hálito de melancolía que fluye en sus versos como necesaria luz: «Hoy el vuelto a mi barrio. / No lo recuerdo con tanto silencio. / ¿Dónde están las rayuelas, / los balcones tallados de perfume? / Los terrados que eran horizonte, / las palabras de amor de Lucía, / o las risas de Juanito, / (se nos fue con casi nueve)». Y a pesar de todo, de lo vivido, del tiempo transcurrido el poeta sigue escribiendo cartas de amor, : «Porque, después de todo, me gusta escribirte / sólo cartas de amor». El amor como principio y fin, motor de vida, pues Sérvulo sabe bien de su existencia; su romanticismo bebe de la más profunda tradición literaria, esa que nace de un hondo sentimiento de idealización de la realidad misma, de cuanto rodea al poeta, pero sin renunciar a lo vivido, a la melancólica mirada de amante. Y por ello proclamará una vez y otra al otro, al “yo” trascendido en el “tú”, para escribir: «Amar, si duda. / Y mi lengua sin discurso. / Pero sé tus labios, / melodías que llegan lejanas […] Cuántos enigmas tiene tu cuerpo. / Cuántos solsticios, savia, pasión / y caribes alojas…/ Ocurre que esparces el día / y deslumbras. […] Cuando te nombro, / parece que está todo escrito.[…] Cuando no estás, / falta el sutil lenguaje de las flores, / los días sin horas, / la avidez indómita de la carne / que sólo sacias tú». Mas el poeta nos muestra la más cruda realidad, mira a su derredor y como un notario da fe de cuanto ve, y así nos dice: «Te hablo de trabajos basura, / de cuestiones perentorias, / asfixiantes y odiosas / que nos impone / el Banco Central Europeo». Es el día a día, la esencia de lo cotidiano, el pálpito de la ciudad y sus barrios, de las estaciones de metro, las calles, pero siempre consecuencia del reclamo amoroso: «Luego, me sumerjo / en Las Ramblas, los turistas / inventan letras para nombrarte / y casi siempre hace buen tiempo. […] Iré donde estés: / Horta, La Pau, San Adrià, Palau Reial o Gavarra; qué sería un metro sin tus hellas. […] Se adormece Barcelona / y la plaza ya es invierno, / hay un paisaje para un poema, / brisa que pasa y ya no vuelve. […] Pero buscaremos habitación / para pasar el destierro, / sincronizar latidos / y al amanecer, / cuando escampe la lluvia, / abriremos las calles / para volver a oír t’estimo / en las esquinas del Raval». La importancia del lenguaje poético en los nombres, simbolizados en Antonio y Ana, Federico, Salinas…: «Esta mañana, antes de la vuelta, / dejé flores y poemas con tu nombre, / en la tumba de Antonio y Ana. […] Qué consuelo sería, al menos, / escuchar la voz de Federico, que dicen está perdida. […] Y en la provincia más remota, volvería a llamarte Ángeles o Silvia o Llüisa. / Tal vez, Carmen, Elena, Montse…, / que es como llamarte y nombrar / a todas las mujeres del mundo»; también de los verbos: retorno, escudriño, descubro, laten en ese amoroso juego de la poesía de Sérvulo, que en el transcurrir de un día nos acerca al hecho amatorio con fruición. El amor al fin, como única verdad: «Cuando apagues la luz de la mesilla, / sabrás que no soy yo quien te vela, / sino la ciudad que guarda / tantos secretos. […] Cerré la puerta y olí tu madrugada».
Título: Ahora que amaneces
Autor: Felipe Sérvulo
Edita: La Playa de Ákaba (Madrid, 2013)

Ahora que amaneces. José Antonio Santano




SALÓN DE LECTURA_
Por José Antonio Santano


AHORA QUE AMANECES

Busca el hombre, el poeta, ese espacio colmado de ensoñaciones, donde la realidad y la ficción se mezclan y alteran en un baile de percepciones enfrentadas unas veces y armoniosas otras. En esa búsqueda por lo desconocido y el misterio, la palabra es lucerna que ilumina el universo, voz primigenia que habita la tierra y los mares, los ríos y las montañas en perfecta simbiosis. Desde sus inicios hasta este último poemario “Ahora que amaneces”, el poeta jienense, con residencia en Castelldefels, Felipe Sérvulo, propone una viaje hacia el verdadero cosmos de la poesía, esa que se incrusta en la piel primero para luego adentrarse en la sangre –embeleso de forma y fondo- hasta hallar el preciado amanecer del amor. De amor, sin más, trata este poemario, y desde su título nos lo anuncia ( Ahora que amaneces). Sí, el amor, pero entendido en su más excelso significado, ese que renuncia al “yo” para convertirse en “tú”. De amanecida el poeta renueva su deseo de conocer, de descubrir el amor en lo oculto, cuando despierta el día y está a solas con el aún somnoliento rostro de la amada: «Lo sé, no te gusta que escudriñe tu rostro / mientras duermes. Puedo explicarlo: / no es sensato perder la ocasión / de amarte un poco más, mirar calladamente, sí, / y ver la pequeña cicatriz que ocultas con maquillaje». Felipe Sérvulo conoce bien el sabor de la nostalgia, ese hálito de melancolía que fluye en sus versos como necesaria luz: «Hoy el vuelto a mi barrio. / No lo recuerdo con tanto silencio. / ¿Dónde están las rayuelas, / los balcones tallados de perfume? / Los terrados que eran horizonte, / las palabras de amor de Lucía, / o las risas de Juanito, / (se nos fue con casi nueve)». Y a pesar de todo, de lo vivido, del tiempo transcurrido el poeta sigue escribiendo cartas de amor, : «Porque, después de todo, me gusta escribirte / sólo cartas de amor». El amor como principio y fin, motor de vida, pues Sérvulo sabe bien de su existencia; su romanticismo bebe de la más profunda tradición literaria, esa que nace de un hondo sentimiento de idealización de la realidad misma, de cuanto rodea al poeta, pero sin renunciar a lo vivido, a la melancólica mirada de amante. Y por ello proclamará una vez y otra al otro, al “yo” trascendido en el “tú”, para escribir: «Amar, si duda. / Y mi lengua sin discurso. / Pero sé tus labios, / melodías que llegan lejanas […] Cuántos enigmas tiene tu cuerpo. / Cuántos solsticios, savia, pasión / y caribes alojas…/ Ocurre que esparces el día / y deslumbras. […] Cuando te nombro, / parece que está todo escrito.[…] Cuando no estás, / falta el sutil lenguaje de las flores, / los días sin horas, / la avidez indómita de la carne / que sólo sacias tú». Mas el poeta nos muestra la más cruda realidad, mira a su derredor y como un notario da fe de cuanto ve, y así nos dice: «Te hablo de trabajos basura, / de cuestiones perentorias, / asfixiantes y odiosas / que nos impone / el Banco Central Europeo». Es el día a día, la esencia de lo cotidiano, el pálpito de la ciudad y sus barrios, de las estaciones de metro, las calles, pero siempre consecuencia del reclamo amoroso: «Luego, me sumerjo / en Las Ramblas, los turistas / inventan letras para nombrarte / y casi siempre hace buen tiempo. […] Iré donde estés: / Horta, La Pau, San Adrià, Palau Reial o Gavarra; qué sería un metro sin tus hellas. […] Se adormece Barcelona / y la plaza ya es invierno, / hay un paisaje para un poema, / brisa que pasa y ya no vuelve. […] Pero buscaremos habitación / para pasar el destierro, / sincronizar latidos / y al amanecer, / cuando escampe la lluvia, / abriremos las calles / para volver a oír t’estimo / en las esquinas del Raval». La importancia del lenguaje poético en los nombres, simbolizados en Antonio y Ana, Federico, Salinas…: «Esta mañana, antes de la vuelta, / dejé flores y poemas con tu nombre, / en la tumba de Antonio y Ana. […] Qué consuelo sería, al menos, / escuchar la voz de Federico, que dicen está perdida. […] Y en la provincia más remota, volvería a llamarte Ángeles o Silvia o Llüisa. / Tal vez, Carmen, Elena, Montse…, / que es como llamarte y nombrar / a todas las mujeres del mundo»; también de los verbos: retorno, escudriño, descubro, laten en ese amoroso juego de la poesía de Sérvulo, que en el transcurrir de un día nos acerca al hecho amatorio con fruición. El amor al fin, como única verdad: «Cuando apagues la luz de la mesilla, / sabrás que no soy yo quien te vela, / sino la ciudad que guarda / tantos secretos. […] Cerré la puerta y olí tu madrugada».
Título: Ahora que amaneces
Autor: Felipe Sérvulo
Edita: La Playa de Ákaba (Madrid, 2013)

Ahora que amaneces. Felipe Sérvulo




SALÓN DE LECTURA_
Por José Antonio Santano


AHORA QUE AMANECES

Busca el hombre, el poeta, ese espacio colmado de ensoñaciones, donde la realidad y la ficción se mezclan y alteran en un baile de percepciones enfrentadas unas veces y armoniosas otras. En esa búsqueda por lo desconocido y el misterio, la palabra es lucerna que ilumina el universo, voz primigenia que habita la tierra y los mares, los ríos y las montañas en perfecta simbiosis. Desde sus inicios hasta este último poemario “Ahora que amaneces”, el poeta jienense, con residencia en Castelldefels, Felipe Sérvulo, propone una viaje hacia el verdadero cosmos de la poesía, esa que se incrusta en la piel primero para luego adentrarse en la sangre –embeleso de forma y fondo- hasta hallar el preciado amanecer del amor. De amor, sin más, trata este poemario, y desde su título nos lo anuncia ( Ahora que amaneces). Sí, el amor, pero entendido en su más excelso significado, ese que renuncia al “yo” para convertirse en “tú”. De amanecida el poeta renueva su deseo de conocer, de descubrir el amor en lo oculto, cuando despierta el día y está a solas con el aún somnoliento rostro de la amada: «Lo sé, no te gusta que escudriñe tu rostro / mientras duermes. Puedo explicarlo: / no es sensato perder la ocasión / de amarte un poco más, mirar calladamente, sí, / y ver la pequeña cicatriz que ocultas con maquillaje». Felipe Sérvulo conoce bien el sabor de la nostalgia, ese hálito de melancolía que fluye en sus versos como necesaria luz: «Hoy el vuelto a mi barrio. / No lo recuerdo con tanto silencio. / ¿Dónde están las rayuelas, / los balcones tallados de perfume? / Los terrados que eran horizonte, / las palabras de amor de Lucía, / o las risas de Juanito, / (se nos fue con casi nueve)». Y a pesar de todo, de lo vivido, del tiempo transcurrido el poeta sigue escribiendo cartas de amor, : «Porque, después de todo, me gusta escribirte / sólo cartas de amor». El amor como principio y fin, motor de vida, pues Sérvulo sabe bien de su existencia; su romanticismo bebe de la más profunda tradición literaria, esa que nace de un hondo sentimiento de idealización de la realidad misma, de cuanto rodea al poeta, pero sin renunciar a lo vivido, a la melancólica mirada de amante. Y por ello proclamará una vez y otra al otro, al “yo” trascendido en el “tú”, para escribir: «Amar, si duda. / Y mi lengua sin discurso. / Pero sé tus labios, / melodías que llegan lejanas […] Cuántos enigmas tiene tu cuerpo. / Cuántos solsticios, savia, pasión / y caribes alojas…/ Ocurre que esparces el día / y deslumbras. […] Cuando te nombro, / parece que está todo escrito.[…] Cuando no estás, / falta el sutil lenguaje de las flores, / los días sin horas, / la avidez indómita de la carne / que sólo sacias tú». Mas el poeta nos muestra la más cruda realidad, mira a su derredor y como un notario da fe de cuanto ve, y así nos dice: «Te hablo de trabajos basura, / de cuestiones perentorias, / asfixiantes y odiosas / que nos impone / el Banco Central Europeo». Es el día a día, la esencia de lo cotidiano, el pálpito de la ciudad y sus barrios, de las estaciones de metro, las calles, pero siempre consecuencia del reclamo amoroso: «Luego, me sumerjo / en Las Ramblas, los turistas / inventan letras para nombrarte / y casi siempre hace buen tiempo. […] Iré donde estés: / Horta, La Pau, San Adrià, Palau Reial o Gavarra; qué sería un metro sin tus hellas. […] Se adormece Barcelona / y la plaza ya es invierno, / hay un paisaje para un poema, / brisa que pasa y ya no vuelve. […] Pero buscaremos habitación / para pasar el destierro, / sincronizar latidos / y al amanecer, / cuando escampe la lluvia, / abriremos las calles / para volver a oír t’estimo / en las esquinas del Raval». La importancia del lenguaje poético en los nombres, simbolizados en Antonio y Ana, Federico, Salinas…: «Esta mañana, antes de la vuelta, / dejé flores y poemas con tu nombre, / en la tumba de Antonio y Ana. […] Qué consuelo sería, al menos, / escuchar la voz de Federico, que dicen está perdida. […] Y en la provincia más remota, volvería a llamarte Ángeles o Silvia o Llüisa. / Tal vez, Carmen, Elena, Montse…, / que es como llamarte y nombrar / a todas las mujeres del mundo»; también de los verbos: retorno, escudriño, descubro, laten en ese amoroso juego de la poesía de Sérvulo, que en el transcurrir de un día nos acerca al hecho amatorio con fruición. El amor al fin, como única verdad: «Cuando apagues la luz de la mesilla, / sabrás que no soy yo quien te vela, / sino la ciudad que guarda / tantos secretos. […] Cerré la puerta y olí tu madrugada».
Título: Ahora que amaneces
Autor: Felipe Sérvulo
Edita: La Playa de Ákaba (Madrid, 2013)

Ahora que amaneces. Felipe Sérvulo




SALÓN DE LECTURA_
Por José Antonio Santano


AHORA QUE AMANECES

Busca el hombre, el poeta, ese espacio colmado de ensoñaciones, donde la realidad y la ficción se mezclan y alteran en un baile de percepciones enfrentadas unas veces y armoniosas otras. En esa búsqueda por lo desconocido y el misterio, la palabra es lucerna que ilumina el universo, voz primigenia que habita la tierra y los mares, los ríos y las montañas en perfecta simbiosis. Desde sus inicios hasta este último poemario “Ahora que amaneces”, el poeta jienense, con residencia en Castelldefels, Felipe Sérvulo, propone una viaje hacia el verdadero cosmos de la poesía, esa que se incrusta en la piel primero para luego adentrarse en la sangre –embeleso de forma y fondo- hasta hallar el preciado amanecer del amor. De amor, sin más, trata este poemario, y desde su título nos lo anuncia ( Ahora que amaneces). Sí, el amor, pero entendido en su más excelso significado, ese que renuncia al “yo” para convertirse en “tú”. De amanecida el poeta renueva su deseo de conocer, de descubrir el amor en lo oculto, cuando despierta el día y está a solas con el aún somnoliento rostro de la amada: «Lo sé, no te gusta que escudriñe tu rostro / mientras duermes. Puedo explicarlo: / no es sensato perder la ocasión / de amarte un poco más, mirar calladamente, sí, / y ver la pequeña cicatriz que ocultas con maquillaje». Felipe Sérvulo conoce bien el sabor de la nostalgia, ese hálito de melancolía que fluye en sus versos como necesaria luz: «Hoy el vuelto a mi barrio. / No lo recuerdo con tanto silencio. / ¿Dónde están las rayuelas, / los balcones tallados de perfume? / Los terrados que eran horizonte, / las palabras de amor de Lucía, / o las risas de Juanito, / (se nos fue con casi nueve)». Y a pesar de todo, de lo vivido, del tiempo transcurrido el poeta sigue escribiendo cartas de amor, : «Porque, después de todo, me gusta escribirte / sólo cartas de amor». El amor como principio y fin, motor de vida, pues Sérvulo sabe bien de su existencia; su romanticismo bebe de la más profunda tradición literaria, esa que nace de un hondo sentimiento de idealización de la realidad misma, de cuanto rodea al poeta, pero sin renunciar a lo vivido, a la melancólica mirada de amante. Y por ello proclamará una vez y otra al otro, al “yo” trascendido en el “tú”, para escribir: «Amar, si duda. / Y mi lengua sin discurso. / Pero sé tus labios, / melodías que llegan lejanas […] Cuántos enigmas tiene tu cuerpo. / Cuántos solsticios, savia, pasión / y caribes alojas…/ Ocurre que esparces el día / y deslumbras. […] Cuando te nombro, / parece que está todo escrito.[…] Cuando no estás, / falta el sutil lenguaje de las flores, / los días sin horas, / la avidez indómita de la carne / que sólo sacias tú». Mas el poeta nos muestra la más cruda realidad, mira a su derredor y como un notario da fe de cuanto ve, y así nos dice: «Te hablo de trabajos basura, / de cuestiones perentorias, / asfixiantes y odiosas / que nos impone / el Banco Central Europeo». Es el día a día, la esencia de lo cotidiano, el pálpito de la ciudad y sus barrios, de las estaciones de metro, las calles, pero siempre consecuencia del reclamo amoroso: «Luego, me sumerjo / en Las Ramblas, los turistas / inventan letras para nombrarte / y casi siempre hace buen tiempo. […] Iré donde estés: / Horta, La Pau, San Adrià, Palau Reial o Gavarra; qué sería un metro sin tus hellas. […] Se adormece Barcelona / y la plaza ya es invierno, / hay un paisaje para un poema, / brisa que pasa y ya no vuelve. […] Pero buscaremos habitación / para pasar el destierro, / sincronizar latidos / y al amanecer, / cuando escampe la lluvia, / abriremos las calles / para volver a oír t’estimo / en las esquinas del Raval». La importancia del lenguaje poético en los nombres, simbolizados en Antonio y Ana, Federico, Salinas…: «Esta mañana, antes de la vuelta, / dejé flores y poemas con tu nombre, / en la tumba de Antonio y Ana. […] Qué consuelo sería, al menos, / escuchar la voz de Federico, que dicen está perdida. […] Y en la provincia más remota, volvería a llamarte Ángeles o Silvia o Llüisa. / Tal vez, Carmen, Elena, Montse…, / que es como llamarte y nombrar / a todas las mujeres del mundo»; también de los verbos: retorno, escudriño, descubro, laten en ese amoroso juego de la poesía de Sérvulo, que en el transcurrir de un día nos acerca al hecho amatorio con fruición. El amor al fin, como única verdad: «Cuando apagues la luz de la mesilla, / sabrás que no soy yo quien te vela, / sino la ciudad que guarda / tantos secretos. […] Cerré la puerta y olí tu madrugada».
Título: Ahora que amaneces
Autor: Felipe Sérvulo
Edita: La Playa de Ákaba (Madrid, 2013)

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986