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70 MENOS UNO. ANTOLOGÍA EMOCIONAL DE POETAS ANDALUCES




70 MENOS UNO

ANTOLOGÍA EMOCIONAL DE POETAS ANDALUCES



Es cierto que la poesía no goza del beneplácito mayoritario de los lectores, que prefieren la novela o el relato. Esa misma mayoría de lectores achaca su desinterés a la dificultad para comprender los textos poéticos, con el consiguiente esfuerzo caso de aproximarse a ella. Si tenemos en cuenta que en la sociedad actual el esfuerzo ha sido suprimido de la formación integral del individuo y sustituido por una constante servidumbre a lo frívolo y anodino. Sin embargo, y a pesar de todas estas circunstancias, la poesía está ahí, fervientemente viva, gracias a la resistencia impagable y la férrea voluntad de sus creadores, también de sus valedores, como en el caso que nos ocupa del antólogo, poeta, escritor y ensayista occitano Antonio Enrique que, junto a los poetas también Rafael Ballesteros y Juan Ceyles, han hecho posible la edición de este hermoso volumen, “70 menos uno. Antología emocional de poetas andaluces”, que viene a ocupar un lugar destacado en el conjunto de las antologías de poetas andaluces publicadas hasta la fecha. Y viene a ocupar ese lugar preferente porque se trata de un «original proyecto literario que tiene en cuenta un texto poético dentro de su contexto personal». Encomiable trabajo este que agrupa a 70 poetas (69 vivos y uno fallecido durante el tiempo de elaboración de esta antología: el poeta y profesor Rafael de Cózar). Esta es una antología de poesía emocional, en la que se dan cita las más variadas voces poéticas de Andalucía: cuatro nacidos en los años 20, diez en los 30, dieciséis en los 40, veinticinco en los 50, diez en los 60 y cinco en los 70. La respuesta de una buena parte de los poetas andaluces está contenida en este libro, cuya razón de ser es la “emoción” como particular reclamo, y así se entiende cuando se afirma: «la emoción transforma; es el motor de todo acceso placentero, de toda catarsis y plenitud sensorial». Conviene resaltar y así lo afirma el antólogo que: «Los poeta aquí encartados son de todos los caracteres y temperamentos, ideologías y corrientes estéticas…Diferencia y Experiencia ya no se enrocan en posiciones inamovibles, sino que se observa lo que ha de ser: el juego en el tablero, el intercambio de piezas, el trueque de posiciones; y es esto beneficioso para la salud de la literatura». 

Dada la imposibilidad técnica (falta de espacio) para reproducir todos los poemas contenidos en esta antología, transcribiremos sólo algunos fragmentos del mayor número de poetas participantes, a manera de muestra representativa. De los poetas nacidos en los años 20 reproducimos este del cordobés José de Miguel: El libro esculpe, fija, proclama y eterniza / la cálida palabra, / la fecunda palabra, / la creadora palabra, / la Palabra, / quizá el mayor presente / que a los hombres los dioses concedieron. / Al principio fue el verbo», o, este otro del poeta almeriense Julio Alfredo Egea: « No encontrarán los seres / camino de regreso, / ni ya nunca será posible el pájaro, / ni la mano desnuda sobre la mano herida, / ni agarrarse a una rama de paraíso / cuando el Ordenador tenga voz propia, / salga de la oficina y del laboratorio / a decretar la Muerte… / Y Dios… ¿se hará el distraído?; de los nacidos en los años 30 nos quedamos en este del poeta granadino Rafael Guillén: «He venido sin flores y sin luto. / He venido a fumarme este cigarro / delante de tu muerte; / solamente un cigarro, por aquello / que fue una gran borrasca de ternura»; pertenecientes a los años 40 señalamos al poeta gaditano Antonio Hernández: «He entendido por fin / que escribir es amar / sin amor que te bese. / Comprendo que la luz / solamente se enciende / cuando se va apagando»; para los años 50 la voz del poeta malagueño Francisco Ruiz Noguera: «Con tan breve equipaje / trabaja la memoria, / maestra en levantar / -a base de un desorden de retazos- / un retablo de humo / sobre el fondo de sombras / que dominan las piezas del olvido», o, este otro del poeta Rafael de Cózar (Tetuán 1951-2015): «Qué puedo decir de ti si ya no queda / ni un mínimo rescoldo en la penumbra / del fondo acristalado de mi copa…»; de los nacidos en los años 60 destacamos al poeta onubense Manuel Moya: «y saber que la vida, toda vida, cabe en esto, / en una mujer desnuda escribiendo un poema, / en unos dedos que nunca se cansan de ser dedos, / en la harina de estas letras torpes / manchadas de dedos y de vida», y, para cerrar esta muestra, perteneciente a los años 70, estos versos del poeta Vicente Luis Mora: «Arrójate al vacío, crea mundos, / convierte en ser la nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía, / así debiera ser / el último poema: / hacia delante, nada: todo en blanco». Una antología que nos permitirá conocer la poesía emocional de “70 menos uno” poetas andaluces de hoy. 
 

Título:70 menos uno
Antólogo: Antonio Enrique
Autor: VV.AA
Edita: El toro celeste y Fundación Unicaja (Málaga, 2016)

70 MENOS UNO. ANTOLOGÍA EMOCIONAL DE POETAS ANDALUCES




70 MENOS UNO

ANTOLOGÍA EMOCIONAL DE POETAS ANDALUCES



Es cierto que la poesía no goza del beneplácito mayoritario de los lectores, que prefieren la novela o el relato. Esa misma mayoría de lectores achaca su desinterés a la dificultad para comprender los textos poéticos, con el consiguiente esfuerzo caso de aproximarse a ella. Si tenemos en cuenta que en la sociedad actual el esfuerzo ha sido suprimido de la formación integral del individuo y sustituido por una constante servidumbre a lo frívolo y anodino. Sin embargo, y a pesar de todas estas circunstancias, la poesía está ahí, fervientemente viva, gracias a la resistencia impagable y la férrea voluntad de sus creadores, también de sus valedores, como en el caso que nos ocupa del antólogo, poeta, escritor y ensayista occitano Antonio Enrique que, junto a los poetas también Rafael Ballesteros y Juan Ceyles, han hecho posible la edición de este hermoso volumen, “70 menos uno. Antología emocional de poetas andaluces”, que viene a ocupar un lugar destacado en el conjunto de las antologías de poetas andaluces publicadas hasta la fecha. Y viene a ocupar ese lugar preferente porque se trata de un «original proyecto literario que tiene en cuenta un texto poético dentro de su contexto personal». Encomiable trabajo este que agrupa a 70 poetas (69 vivos y uno fallecido durante el tiempo de elaboración de esta antología: el poeta y profesor Rafael de Cózar). Esta es una antología de poesía emocional, en la que se dan cita las más variadas voces poéticas de Andalucía: cuatro nacidos en los años 20, diez en los 30, dieciséis en los 40, veinticinco en los 50, diez en los 60 y cinco en los 70. La respuesta de una buena parte de los poetas andaluces está contenida en este libro, cuya razón de ser es la “emoción” como particular reclamo, y así se entiende cuando se afirma: «la emoción transforma; es el motor de todo acceso placentero, de toda catarsis y plenitud sensorial». Conviene resaltar y así lo afirma el antólogo que: «Los poeta aquí encartados son de todos los caracteres y temperamentos, ideologías y corrientes estéticas…Diferencia y Experiencia ya no se enrocan en posiciones inamovibles, sino que se observa lo que ha de ser: el juego en el tablero, el intercambio de piezas, el trueque de posiciones; y es esto beneficioso para la salud de la literatura». 

Dada la imposibilidad técnica (falta de espacio) para reproducir todos los poemas contenidos en esta antología, transcribiremos sólo algunos fragmentos del mayor número de poetas participantes, a manera de muestra representativa. De los poetas nacidos en los años 20 reproducimos este del cordobés José de Miguel: El libro esculpe, fija, proclama y eterniza / la cálida palabra, / la fecunda palabra, / la creadora palabra, / la Palabra, / quizá el mayor presente / que a los hombres los dioses concedieron. / Al principio fue el verbo», o, este otro del poeta almeriense Julio Alfredo Egea: « No encontrarán los seres / camino de regreso, / ni ya nunca será posible el pájaro, / ni la mano desnuda sobre la mano herida, / ni agarrarse a una rama de paraíso / cuando el Ordenador tenga voz propia, / salga de la oficina y del laboratorio / a decretar la Muerte… / Y Dios… ¿se hará el distraído?; de los nacidos en los años 30 nos quedamos en este del poeta granadino Rafael Guillén: «He venido sin flores y sin luto. / He venido a fumarme este cigarro / delante de tu muerte; / solamente un cigarro, por aquello / que fue una gran borrasca de ternura»; pertenecientes a los años 40 señalamos al poeta gaditano Antonio Hernández: «He entendido por fin / que escribir es amar / sin amor que te bese. / Comprendo que la luz / solamente se enciende / cuando se va apagando»; para los años 50 la voz del poeta malagueño Francisco Ruiz Noguera: «Con tan breve equipaje / trabaja la memoria, / maestra en levantar / -a base de un desorden de retazos- / un retablo de humo / sobre el fondo de sombras / que dominan las piezas del olvido», o, este otro del poeta Rafael de Cózar (Tetuán 1951-2015): «Qué puedo decir de ti si ya no queda / ni un mínimo rescoldo en la penumbra / del fondo acristalado de mi copa…»; de los nacidos en los años 60 destacamos al poeta onubense Manuel Moya: «y saber que la vida, toda vida, cabe en esto, / en una mujer desnuda escribiendo un poema, / en unos dedos que nunca se cansan de ser dedos, / en la harina de estas letras torpes / manchadas de dedos y de vida», y, para cerrar esta muestra, perteneciente a los años 70, estos versos del poeta Vicente Luis Mora: «Arrójate al vacío, crea mundos, / convierte en ser la nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía, / así debiera ser / el último poema: / hacia delante, nada: todo en blanco». Una antología que nos permitirá conocer la poesía emocional de “70 menos uno” poetas andaluces de hoy. 
 

Título: 70 menos uno
Antólogo: Antonio Enrique
Autor: VV.AA
Edita: El toro celeste y Fundación Unicaja (Málaga, 2016)

La insistencia del daño. Fernando Valverde



LA INSISTENCIA DEL DAÑO



Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma. Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el cual se había convertido en los últimos años, fría como un témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida, rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado. Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive, separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea, sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte): «Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él, / fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»; poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”, el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia” (incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”), sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades. Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones / pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana” destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos: «Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo / como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino Fernando Valverde.





Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Editorial: Visor (Madrid, 2014)



La insistencia del daño. Fernando Valverde



LA INSISTENCIA DEL DAÑO



Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma. Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el cual se había convertido en los últimos años, fría como un témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida, rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado. Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive, separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea, sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte): «Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él, / fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»; poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”, el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia” (incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”), sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades. Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones / pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana” destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos: «Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo / como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino Fernando Valverde.





Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Editorial: Visor (Madrid, 2014)



Duermevela. Eduardo García

DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

Duermevela. Eduardo García

DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

La gruta y la luz. Francisco Ruiz Noguera












LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.





La gruta y la luz. Francisco Ruiz Noguera












LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.





Ahora que amaneces. Felipe Sérvulo




SALÓN DE LECTURA_
Por José Antonio Santano


AHORA QUE AMANECES

Busca el hombre, el poeta, ese espacio colmado de ensoñaciones, donde la realidad y la ficción se mezclan y alteran en un baile de percepciones enfrentadas unas veces y armoniosas otras. En esa búsqueda por lo desconocido y el misterio, la palabra es lucerna que ilumina el universo, voz primigenia que habita la tierra y los mares, los ríos y las montañas en perfecta simbiosis. Desde sus inicios hasta este último poemario “Ahora que amaneces”, el poeta jienense, con residencia en Castelldefels, Felipe Sérvulo, propone una viaje hacia el verdadero cosmos de la poesía, esa que se incrusta en la piel primero para luego adentrarse en la sangre –embeleso de forma y fondo- hasta hallar el preciado amanecer del amor. De amor, sin más, trata este poemario, y desde su título nos lo anuncia ( Ahora que amaneces). Sí, el amor, pero entendido en su más excelso significado, ese que renuncia al “yo” para convertirse en “tú”. De amanecida el poeta renueva su deseo de conocer, de descubrir el amor en lo oculto, cuando despierta el día y está a solas con el aún somnoliento rostro de la amada: «Lo sé, no te gusta que escudriñe tu rostro / mientras duermes. Puedo explicarlo: / no es sensato perder la ocasión / de amarte un poco más, mirar calladamente, sí, / y ver la pequeña cicatriz que ocultas con maquillaje». Felipe Sérvulo conoce bien el sabor de la nostalgia, ese hálito de melancolía que fluye en sus versos como necesaria luz: «Hoy el vuelto a mi barrio. / No lo recuerdo con tanto silencio. / ¿Dónde están las rayuelas, / los balcones tallados de perfume? / Los terrados que eran horizonte, / las palabras de amor de Lucía, / o las risas de Juanito, / (se nos fue con casi nueve)». Y a pesar de todo, de lo vivido, del tiempo transcurrido el poeta sigue escribiendo cartas de amor, : «Porque, después de todo, me gusta escribirte / sólo cartas de amor». El amor como principio y fin, motor de vida, pues Sérvulo sabe bien de su existencia; su romanticismo bebe de la más profunda tradición literaria, esa que nace de un hondo sentimiento de idealización de la realidad misma, de cuanto rodea al poeta, pero sin renunciar a lo vivido, a la melancólica mirada de amante. Y por ello proclamará una vez y otra al otro, al “yo” trascendido en el “tú”, para escribir: «Amar, si duda. / Y mi lengua sin discurso. / Pero sé tus labios, / melodías que llegan lejanas […] Cuántos enigmas tiene tu cuerpo. / Cuántos solsticios, savia, pasión / y caribes alojas…/ Ocurre que esparces el día / y deslumbras. […] Cuando te nombro, / parece que está todo escrito.[…] Cuando no estás, / falta el sutil lenguaje de las flores, / los días sin horas, / la avidez indómita de la carne / que sólo sacias tú». Mas el poeta nos muestra la más cruda realidad, mira a su derredor y como un notario da fe de cuanto ve, y así nos dice: «Te hablo de trabajos basura, / de cuestiones perentorias, / asfixiantes y odiosas / que nos impone / el Banco Central Europeo». Es el día a día, la esencia de lo cotidiano, el pálpito de la ciudad y sus barrios, de las estaciones de metro, las calles, pero siempre consecuencia del reclamo amoroso: «Luego, me sumerjo / en Las Ramblas, los turistas / inventan letras para nombrarte / y casi siempre hace buen tiempo. […] Iré donde estés: / Horta, La Pau, San Adrià, Palau Reial o Gavarra; qué sería un metro sin tus hellas. […] Se adormece Barcelona / y la plaza ya es invierno, / hay un paisaje para un poema, / brisa que pasa y ya no vuelve. […] Pero buscaremos habitación / para pasar el destierro, / sincronizar latidos / y al amanecer, / cuando escampe la lluvia, / abriremos las calles / para volver a oír t’estimo / en las esquinas del Raval». La importancia del lenguaje poético en los nombres, simbolizados en Antonio y Ana, Federico, Salinas…: «Esta mañana, antes de la vuelta, / dejé flores y poemas con tu nombre, / en la tumba de Antonio y Ana. […] Qué consuelo sería, al menos, / escuchar la voz de Federico, que dicen está perdida. […] Y en la provincia más remota, volvería a llamarte Ángeles o Silvia o Llüisa. / Tal vez, Carmen, Elena, Montse…, / que es como llamarte y nombrar / a todas las mujeres del mundo»; también de los verbos: retorno, escudriño, descubro, laten en ese amoroso juego de la poesía de Sérvulo, que en el transcurrir de un día nos acerca al hecho amatorio con fruición. El amor al fin, como única verdad: «Cuando apagues la luz de la mesilla, / sabrás que no soy yo quien te vela, / sino la ciudad que guarda / tantos secretos. […] Cerré la puerta y olí tu madrugada».
Título: Ahora que amaneces
Autor: Felipe Sérvulo
Edita: La Playa de Ákaba (Madrid, 2013)

Ahora que amaneces. Felipe Sérvulo




SALÓN DE LECTURA_
Por José Antonio Santano


AHORA QUE AMANECES

Busca el hombre, el poeta, ese espacio colmado de ensoñaciones, donde la realidad y la ficción se mezclan y alteran en un baile de percepciones enfrentadas unas veces y armoniosas otras. En esa búsqueda por lo desconocido y el misterio, la palabra es lucerna que ilumina el universo, voz primigenia que habita la tierra y los mares, los ríos y las montañas en perfecta simbiosis. Desde sus inicios hasta este último poemario “Ahora que amaneces”, el poeta jienense, con residencia en Castelldefels, Felipe Sérvulo, propone una viaje hacia el verdadero cosmos de la poesía, esa que se incrusta en la piel primero para luego adentrarse en la sangre –embeleso de forma y fondo- hasta hallar el preciado amanecer del amor. De amor, sin más, trata este poemario, y desde su título nos lo anuncia ( Ahora que amaneces). Sí, el amor, pero entendido en su más excelso significado, ese que renuncia al “yo” para convertirse en “tú”. De amanecida el poeta renueva su deseo de conocer, de descubrir el amor en lo oculto, cuando despierta el día y está a solas con el aún somnoliento rostro de la amada: «Lo sé, no te gusta que escudriñe tu rostro / mientras duermes. Puedo explicarlo: / no es sensato perder la ocasión / de amarte un poco más, mirar calladamente, sí, / y ver la pequeña cicatriz que ocultas con maquillaje». Felipe Sérvulo conoce bien el sabor de la nostalgia, ese hálito de melancolía que fluye en sus versos como necesaria luz: «Hoy el vuelto a mi barrio. / No lo recuerdo con tanto silencio. / ¿Dónde están las rayuelas, / los balcones tallados de perfume? / Los terrados que eran horizonte, / las palabras de amor de Lucía, / o las risas de Juanito, / (se nos fue con casi nueve)». Y a pesar de todo, de lo vivido, del tiempo transcurrido el poeta sigue escribiendo cartas de amor, : «Porque, después de todo, me gusta escribirte / sólo cartas de amor». El amor como principio y fin, motor de vida, pues Sérvulo sabe bien de su existencia; su romanticismo bebe de la más profunda tradición literaria, esa que nace de un hondo sentimiento de idealización de la realidad misma, de cuanto rodea al poeta, pero sin renunciar a lo vivido, a la melancólica mirada de amante. Y por ello proclamará una vez y otra al otro, al “yo” trascendido en el “tú”, para escribir: «Amar, si duda. / Y mi lengua sin discurso. / Pero sé tus labios, / melodías que llegan lejanas […] Cuántos enigmas tiene tu cuerpo. / Cuántos solsticios, savia, pasión / y caribes alojas…/ Ocurre que esparces el día / y deslumbras. […] Cuando te nombro, / parece que está todo escrito.[…] Cuando no estás, / falta el sutil lenguaje de las flores, / los días sin horas, / la avidez indómita de la carne / que sólo sacias tú». Mas el poeta nos muestra la más cruda realidad, mira a su derredor y como un notario da fe de cuanto ve, y así nos dice: «Te hablo de trabajos basura, / de cuestiones perentorias, / asfixiantes y odiosas / que nos impone / el Banco Central Europeo». Es el día a día, la esencia de lo cotidiano, el pálpito de la ciudad y sus barrios, de las estaciones de metro, las calles, pero siempre consecuencia del reclamo amoroso: «Luego, me sumerjo / en Las Ramblas, los turistas / inventan letras para nombrarte / y casi siempre hace buen tiempo. […] Iré donde estés: / Horta, La Pau, San Adrià, Palau Reial o Gavarra; qué sería un metro sin tus hellas. […] Se adormece Barcelona / y la plaza ya es invierno, / hay un paisaje para un poema, / brisa que pasa y ya no vuelve. […] Pero buscaremos habitación / para pasar el destierro, / sincronizar latidos / y al amanecer, / cuando escampe la lluvia, / abriremos las calles / para volver a oír t’estimo / en las esquinas del Raval». La importancia del lenguaje poético en los nombres, simbolizados en Antonio y Ana, Federico, Salinas…: «Esta mañana, antes de la vuelta, / dejé flores y poemas con tu nombre, / en la tumba de Antonio y Ana. […] Qué consuelo sería, al menos, / escuchar la voz de Federico, que dicen está perdida. […] Y en la provincia más remota, volvería a llamarte Ángeles o Silvia o Llüisa. / Tal vez, Carmen, Elena, Montse…, / que es como llamarte y nombrar / a todas las mujeres del mundo»; también de los verbos: retorno, escudriño, descubro, laten en ese amoroso juego de la poesía de Sérvulo, que en el transcurrir de un día nos acerca al hecho amatorio con fruición. El amor al fin, como única verdad: «Cuando apagues la luz de la mesilla, / sabrás que no soy yo quien te vela, / sino la ciudad que guarda / tantos secretos. […] Cerré la puerta y olí tu madrugada».
Título: Ahora que amaneces
Autor: Felipe Sérvulo
Edita: La Playa de Ákaba (Madrid, 2013)

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986