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Y el aire de los mapas. José Carlos Rosales


JOSÉ ANTONIO SANTANO. DIARIO DE ALMERÍA



Y EL AIRE DE LOS MAPAS

La última entrega poética de José Carlos Rosales (Granada, 1952) y publicada por la Fundación José Manuel Lara, coleccción Vandalia, lleva por título “Y el aire de los mapas”. Cierra este poemario un ciclo que comenzara con “El buzo incorregible”. Componen este libro 45 poemas, curiosamente 15 por cada una de las partes que lo componen: “El aire”, “Los mapas” “Y el aire de los mapas”. Habría que preguntarse si los mapas como frontera, límite o destino, espacio invisible y que el poeta trata como trasunto de extrañamiento, de huida o exilio, en un viaje iniciático hacia lugares desconocidos, incluido el viaje a las ideas. “Sin espacio o sin aire no hay viaje posible”, ha señalado el poeta. La importancia no estriba en los mapas, en sus señales físicas de montañas, ríos o mares, sino en el viaje en sí, la ensoñación de éste, porque al final o al principio –quién puede saberlo- las huellas, sean del tipo que sean, se desvanecen, son borradas de una u otra forma, quedando sólo la respiración, el hálito y latido de los recuerdos, de la memoria que se obstina en devolvernos lo aprehendido, lo vivido y trascendido. Por eso el poeta sabe que debe traspasar la línea fronteriza y abismarse en la infinitud de la nada, sentir el aire en la piel, en los huesos y dejarse llevar por su azulada música hasta conquistar el único universo posible: la palabra. Sentir el aire en su desnudez plena: «La tarde rutinaria acude / y el aire le murmura al aire: / nada será como pensábamos, / nadie escoge su mapa, nadie / sale del cerco donde estuvo / una vez olvidado, huido». 

El viaje presente siempre, tal vez la huida como salida hacia no se sabe dónde; caminar por senderos, navegar los mares y ríos, crear la esperanza, ese espacio invisible en los mapas: «Sólo el aire sin mapas, sólo el aire». El tiempo acude con sabor a derrota, se cuela por las rendijas del ventanal y el poeta resurge de la oscuridad para adentrarse en la luz del silencio y la palabra, su frontera: «Siempre estarás inscrito en la aduana, / de sitio en sitio sin cambiar de sitio, / la frontera te sigue, no se cansa». En la búsqueda de la verdad el poeta se abisma. Su viaje no es producto del azar, y por ello, ansía vivir, descubrir nuevos horizontes de felicidad individual y colectiva. Con este nuevo poemario “Y el aire de los mapas”, además de cerrar un ciclo poético de José Carlos Rosales viene a confirmarnos, también, la excelencia de su poesía.

Y el aire de los mapas. José Carlos Rosales


JOSÉ ANTONIO SANTANO. DIARIO DE ALMERÍA



Y EL AIRE DE LOS MAPAS

La última entrega poética de José Carlos Rosales (Granada, 1952) y publicada por la Fundación José Manuel Lara, coleccción Vandalia, lleva por título “Y el aire de los mapas”. Cierra este poemario un ciclo que comenzara con “El buzo incorregible”. Componen este libro 45 poemas, curiosamente 15 por cada una de las partes que lo componen: “El aire”, “Los mapas” “Y el aire de los mapas”. Habría que preguntarse si los mapas como frontera, límite o destino, espacio invisible y que el poeta trata como trasunto de extrañamiento, de huida o exilio, en un viaje iniciático hacia lugares desconocidos, incluido el viaje a las ideas. “Sin espacio o sin aire no hay viaje posible”, ha señalado el poeta. La importancia no estriba en los mapas, en sus señales físicas de montañas, ríos o mares, sino en el viaje en sí, la ensoñación de éste, porque al final o al principio –quién puede saberlo- las huellas, sean del tipo que sean, se desvanecen, son borradas de una u otra forma, quedando sólo la respiración, el hálito y latido de los recuerdos, de la memoria que se obstina en devolvernos lo aprehendido, lo vivido y trascendido. Por eso el poeta sabe que debe traspasar la línea fronteriza y abismarse en la infinitud de la nada, sentir el aire en la piel, en los huesos y dejarse llevar por su azulada música hasta conquistar el único universo posible: la palabra. Sentir el aire en su desnudez plena: «La tarde rutinaria acude / y el aire le murmura al aire: / nada será como pensábamos, / nadie escoge su mapa, nadie / sale del cerco donde estuvo / una vez olvidado, huido». 

El viaje presente siempre, tal vez la huida como salida hacia no se sabe dónde; caminar por senderos, navegar los mares y ríos, crear la esperanza, ese espacio invisible en los mapas: «Sólo el aire sin mapas, sólo el aire». El tiempo acude con sabor a derrota, se cuela por las rendijas del ventanal y el poeta resurge de la oscuridad para adentrarse en la luz del silencio y la palabra, su frontera: «Siempre estarás inscrito en la aduana, / de sitio en sitio sin cambiar de sitio, / la frontera te sigue, no se cansa». En la búsqueda de la verdad el poeta se abisma. Su viaje no es producto del azar, y por ello, ansía vivir, descubrir nuevos horizontes de felicidad individual y colectiva. Con este nuevo poemario “Y el aire de los mapas”, además de cerrar un ciclo poético de José Carlos Rosales viene a confirmarnos, también, la excelencia de su poesía.

Y el aire de los mapas. Salón de lectura





Y EL AIRE DE LOS MAPAS

La última entrega poética de José Carlos Rosales (Granada, 1952) y publicada por la Fundación José Manuel Lara, coleccción Vandalia, lleva por título “Y el aire de los mapas”. Cierra este poemario un ciclo que comenzara con “El buzo incorregible”. Componen este libro 45 poemas, curiosamente 15 por cada una de las partes que lo componen: “El aire”, “Los mapas” “Y el aire de los mapas”. Habría que preguntarse si los mapas como frontera, límite o destino, espacio invisible y que el poeta trata como trasunto de extrañamiento, de huida o exilio, en un viaje iniciático hacia lugares desconocidos, incluido el viaje a las ideas. “Sin espacio o sin aire no hay viaje posible”, ha señalado el poeta. La importancia no estriba en los mapas, en sus señales físicas de montañas, ríos o mares, sino en el viaje en sí, la ensoñación de éste, porque al final o al principio –quién puede saberlo- las huellas, sean del tipo que sean, se desvanecen, son borradas de una u otra forma, quedando sólo la respiración, el hálito y latido de los recuerdos, de la memoria que se obstina en devolvernos lo aprehendido, lo vivido y trascendido. Por eso el poeta sabe que debe traspasar la línea fronteriza y abismarse en la infinitud de la nada, sentir el aire en la piel, en los huesos y dejarse llevar por su azulada música hasta conquistar el único universo posible: la palabra. Sentir el aire en su desnudez plena: «La tarde rutinaria acude / y el aire le murmura al aire: / nada será como pensábamos, / nadie escoge su mapa, nadie / sale del cerco donde estuvo / una vez olvidado, huido». 

El viaje presente siempre, tal vez la huida como salida hacia no se sabe dónde; caminar por senderos, navegar los mares y ríos, crear la esperanza, ese espacio invisible en los mapas: «Sólo el aire sin mapas, sólo el aire». El tiempo acude con sabor a derrota, se cuela por las rendijas del ventanal y el poeta resurge de la oscuridad para adentrarse en la luz del silencio y la palabra, su frontera: «Siempre estarás inscrito en la aduana, / de sitio en sitio sin cambiar de sitio, / la frontera te sigue, no se cansa». En la búsqueda de la verdad el poeta se abisma. Su viaje no es producto del azar, y por ello, ansía vivir, descubrir nuevos horizontes de felicidad individual y colectiva. Con este nuevo poemario “Y el aire de los mapas”, además de cerrar un ciclo poético de José Carlos Rosales viene a confirmarnos, también, la excelencia de su poesía.

Y el aire de los mapas. Salón de lectura





Y EL AIRE DE LOS MAPAS

La última entrega poética de José Carlos Rosales (Granada, 1952) y publicada por la Fundación José Manuel Lara, coleccción Vandalia, lleva por título “Y el aire de los mapas”. Cierra este poemario un ciclo que comenzara con “El buzo incorregible”. Componen este libro 45 poemas, curiosamente 15 por cada una de las partes que lo componen: “El aire”, “Los mapas” “Y el aire de los mapas”. Habría que preguntarse si los mapas como frontera, límite o destino, espacio invisible y que el poeta trata como trasunto de extrañamiento, de huida o exilio, en un viaje iniciático hacia lugares desconocidos, incluido el viaje a las ideas. “Sin espacio o sin aire no hay viaje posible”, ha señalado el poeta. La importancia no estriba en los mapas, en sus señales físicas de montañas, ríos o mares, sino en el viaje en sí, la ensoñación de éste, porque al final o al principio –quién puede saberlo- las huellas, sean del tipo que sean, se desvanecen, son borradas de una u otra forma, quedando sólo la respiración, el hálito y latido de los recuerdos, de la memoria que se obstina en devolvernos lo aprehendido, lo vivido y trascendido. Por eso el poeta sabe que debe traspasar la línea fronteriza y abismarse en la infinitud de la nada, sentir el aire en la piel, en los huesos y dejarse llevar por su azulada música hasta conquistar el único universo posible: la palabra. Sentir el aire en su desnudez plena: «La tarde rutinaria acude / y el aire le murmura al aire: / nada será como pensábamos, / nadie escoge su mapa, nadie / sale del cerco donde estuvo / una vez olvidado, huido». 

El viaje presente siempre, tal vez la huida como salida hacia no se sabe dónde; caminar por senderos, navegar los mares y ríos, crear la esperanza, ese espacio invisible en los mapas: «Sólo el aire sin mapas, sólo el aire». El tiempo acude con sabor a derrota, se cuela por las rendijas del ventanal y el poeta resurge de la oscuridad para adentrarse en la luz del silencio y la palabra, su frontera: «Siempre estarás inscrito en la aduana, / de sitio en sitio sin cambiar de sitio, / la frontera te sigue, no se cansa». En la búsqueda de la verdad el poeta se abisma. Su viaje no es producto del azar, y por ello, ansía vivir, descubrir nuevos horizontes de felicidad individual y colectiva. Con este nuevo poemario “Y el aire de los mapas”, además de cerrar un ciclo poético de José Carlos Rosales viene a confirmarnos, también, la excelencia de su poesía.

Un fragmento de eternidad. José Antonio Santano para Diario de Almería.



UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

Una vez más, y en la historia de la poesía han sido muchas las ocasiones, el hombre proyecta hacia afuera al poeta que nunca dejó de habitarle. En esa extraña y mágica comunión y, valiéndose de la palabra, como esencia misma en el decurso de la vida, el poeta proclama su reino, su infierno y paraíso. Nada se escapa a la honda mirada del poeta, y aunque la temática se repita de unos a otros vates, siempre existe la posibilidad de hallar otros mundos y universos, si no desconocidos, sí disímiles. La nómina de poetas que han tratado la fugacidad del tiempo, la naturaleza o la muerte sería extensa, pero no cabe duda alguna que cada uno de ellos nos ha dejado su impronta, proyectado su visión del mundo. Por qué, habría que preguntarse, esa necesidad inherente al poeta de refugiarse en la soledad en su búsqueda por la luz de la palabra, el pensamiento, la filosofía en sí misma, la existencia. En los matices está tal vez la clave, en la capacidad para observar y transferir luego lo aprehendido. “Un fragmento de eternidad”, segundo libro de poesía de Muelas, es un canto a la vida, a sus luces y sombras, esas que nos habitan a todos los seres humanos, nos alegran o entristecen, pero que aquí el poeta nos revela con su esencial y honda mirada al mundo que le rodea. El tiempo, la música y la naturaleza son los temas que, fundamentalmente, aborda Muelas Bermúdez en este poemario, abrigado por la presencia del metro endecasíllabo (sonetos), el heptasílabo, de más clara tradición clásica, aunque también, de un acertado versolibrismo. Esos tres bloques temáticos se concretan, a su vez, en cuatro apartados: “Aurora y agonía”, “Música en la oscuridad”, “El peso de los días” y “Apuntes de paisaje”, a los que hay que añadir el preludio y coda final. El preludio es ya una reafirmación del poeta en la esencialidad de la existencia, “carpe diem”, de la necesidad de vivir intensamente cada segundo de vida, al concebir el instante, el tiempo, la nada casi, en “un fragmento de eternidad”, pero es también un grito ante la indiferencia: «Nada / me hiere más que una mirada indolente, / que un silencio, que un adiós». El posicionamiento del poeta es claro desde la primera página, y así lo continúa en “Aurora y agonía”, en alusión a la nada y el todo, alfa y omega vivencial, a ese existencialismo contenido en los sonetos “Génesis” y “Luzbel”, representación de la luz edénica, lo demonial, de la felicidad y el sueño contrapuesto al dolor y la amargura. “Música en la oscuridad”, es trasunto del tiempo, de la vida que aflora con intensidad en la voz del poeta, en la armonía de una sinfonía versal que va "in crescendo": «El hombre gira y gira / hasta que la música se consume. / En calma, exaltado, escucha el silencio», en esa búsqueda interior que lo serene. Comienza la tercera parte con "El peso de los días" y una cita de Paul Celan referida al tiempo: "Tiempo es que sea tiempo". Es en esta dimensión donde el sujeto poético se transforma, abraza la otredad como signo inequívoco de fraterna solidaridad: «Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida».
En este camino nos encontramos con la voz del poeta Gregorio Muelas (Sagunto, Valencia, 1977), con su existencialismo vivaz, definidor de su poética, enriquecido por el lenguaje y el ritmo melódico, musical de la palabra trascendida.
El hombre y el poeta frente a frente, en la soledad del silencio que grita el desconsuelo del mundo, del desvalimiento en un tiempo oscuro e incierto. El tiempo como discurso poético capaz de ser haz de esperanza, amor y entrega, de mostrar la luz al final del camino, tal vez leve, pero precisa, rotunda. Nada se opone ni obstaculiza al poeta en su objetivo, en su desvelo por mostrarnos la gran diversidad de paisajes, esenciales todos y que el poeta rescata de la memoria hasta insertarlos en su ser como propios. La escritura como salvación y la naturaleza como tránsito hacia la luz que resplandece en comunión perfecta con los sentidos y los sentires. La primavera como símbolo de un tiempo nuevo cargado de sueños y horizontes, de libertad plena: «Gritemos libertad / para que el día de mañana / el silencio no sea. / Para que en el más crudo invierno / pueda brotar / una primavera perpetua». Pone punto y final a este libro la coda, con el poema “Nada”, que el poeta dedica a otro poeta, Antonio Praena, y con el que nos recuerda esos otros versos de José Hierro, cuando dice: “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”. “Un fragmento de eternidad”, de Gregorio Muelas, nos sitúa en el camino hacia la verdadera luz de la poesía.

Título: Un fragmento de eternidad
Autores: Gregorio Muelas Bermúdez
Editorial: Germanía (Valencia, 2014)

Un fragmento de eternidad. José Antonio Santano para Diario de Almería.



UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

Una vez más, y en la historia de la poesía han sido muchas las ocasiones, el hombre proyecta hacia afuera al poeta que nunca dejó de habitarle. En esa extraña y mágica comunión y, valiéndose de la palabra, como esencia misma en el decurso de la vida, el poeta proclama su reino, su infierno y paraíso. Nada se escapa a la honda mirada del poeta, y aunque la temática se repita de unos a otros vates, siempre existe la posibilidad de hallar otros mundos y universos, si no desconocidos, sí disímiles. La nómina de poetas que han tratado la fugacidad del tiempo, la naturaleza o la muerte sería extensa, pero no cabe duda alguna que cada uno de ellos nos ha dejado su impronta, proyectado su visión del mundo. Por qué, habría que preguntarse, esa necesidad inherente al poeta de refugiarse en la soledad en su búsqueda por la luz de la palabra, el pensamiento, la filosofía en sí misma, la existencia. En los matices está tal vez la clave, en la capacidad para observar y transferir luego lo aprehendido. “Un fragmento de eternidad”, segundo libro de poesía de Muelas, es un canto a la vida, a sus luces y sombras, esas que nos habitan a todos los seres humanos, nos alegran o entristecen, pero que aquí el poeta nos revela con su esencial y honda mirada al mundo que le rodea. El tiempo, la música y la naturaleza son los temas que, fundamentalmente, aborda Muelas Bermúdez en este poemario, abrigado por la presencia del metro endecasíllabo (sonetos), el heptasílabo, de más clara tradición clásica, aunque también, de un acertado versolibrismo. Esos tres bloques temáticos se concretan, a su vez, en cuatro apartados: “Aurora y agonía”, “Música en la oscuridad”, “El peso de los días” y “Apuntes de paisaje”, a los que hay que añadir el preludio y coda final. El preludio es ya una reafirmación del poeta en la esencialidad de la existencia, “carpe diem”, de la necesidad de vivir intensamente cada segundo de vida, al concebir el instante, el tiempo, la nada casi, en “un fragmento de eternidad”, pero es también un grito ante la indiferencia: «Nada / me hiere más que una mirada indolente, / que un silencio, que un adiós». El posicionamiento del poeta es claro desde la primera página, y así lo continúa en “Aurora y agonía”, en alusión a la nada y el todo, alfa y omega vivencial, a ese existencialismo contenido en los sonetos “Génesis” y “Luzbel”, representación de la luz edénica, lo demonial, de la felicidad y el sueño contrapuesto al dolor y la amargura. “Música en la oscuridad”, es trasunto del tiempo, de la vida que aflora con intensidad en la voz del poeta, en la armonía de una sinfonía versal que va "in crescendo": «El hombre gira y gira / hasta que la música se consume. / En calma, exaltado, escucha el silencio», en esa búsqueda interior que lo serene. Comienza la tercera parte con "El peso de los días" y una cita de Paul Celan referida al tiempo: "Tiempo es que sea tiempo". Es en esta dimensión donde el sujeto poético se transforma, abraza la otredad como signo inequívoco de fraterna solidaridad: «Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida».
En este camino nos encontramos con la voz del poeta Gregorio Muelas (Sagunto, Valencia, 1977), con su existencialismo vivaz, definidor de su poética, enriquecido por el lenguaje y el ritmo melódico, musical de la palabra trascendida.
El hombre y el poeta frente a frente, en la soledad del silencio que grita el desconsuelo del mundo, del desvalimiento en un tiempo oscuro e incierto. El tiempo como discurso poético capaz de ser haz de esperanza, amor y entrega, de mostrar la luz al final del camino, tal vez leve, pero precisa, rotunda. Nada se opone ni obstaculiza al poeta en su objetivo, en su desvelo por mostrarnos la gran diversidad de paisajes, esenciales todos y que el poeta rescata de la memoria hasta insertarlos en su ser como propios. La escritura como salvación y la naturaleza como tránsito hacia la luz que resplandece en comunión perfecta con los sentidos y los sentires. La primavera como símbolo de un tiempo nuevo cargado de sueños y horizontes, de libertad plena: «Gritemos libertad / para que el día de mañana / el silencio no sea. / Para que en el más crudo invierno / pueda brotar / una primavera perpetua». Pone punto y final a este libro la coda, con el poema “Nada”, que el poeta dedica a otro poeta, Antonio Praena, y con el que nos recuerda esos otros versos de José Hierro, cuando dice: “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”. “Un fragmento de eternidad”, de Gregorio Muelas, nos sitúa en el camino hacia la verdadera luz de la poesía.

Título: Un fragmento de eternidad
Autores: Gregorio Muelas Bermúdez
Editorial: Germanía (Valencia, 2014)

Un fragmento de eternidad.



UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

Una vez más, y en la historia de la poesía han sido muchas las ocasiones, el hombre proyecta hacia afuera al poeta que nunca dejó de habitarle. En esa extraña y mágica comunión y, valiéndose de la palabra, como esencia misma en el decurso de la vida, el poeta proclama su reino, su infierno y paraíso. Nada se escapa a la honda mirada del poeta, y aunque la temática se repita de unos a otros vates, siempre existe la posibilidad de hallar otros mundos y universos, si no desconocidos, sí disímiles. La nómina de poetas que han tratado la fugacidad del tiempo, la naturaleza o la muerte sería extensa, pero no cabe duda alguna que cada uno de ellos nos ha dejado su impronta, proyectado su visión del mundo. Por qué, habría que preguntarse, esa necesidad inherente al poeta de refugiarse en la soledad en su búsqueda por la luz de la palabra, el pensamiento, la filosofía en sí misma, la existencia. En los matices está tal vez la clave, en la capacidad para observar y transferir luego lo aprehendido. “Un fragmento de eternidad”, segundo libro de poesía de Muelas, es un canto a la vida, a sus luces y sombras, esas que nos habitan a todos los seres humanos, nos alegran o entristecen, pero que aquí el poeta nos revela con su esencial y honda mirada al mundo que le rodea. El tiempo, la música y la naturaleza son los temas que, fundamentalmente, aborda Muelas Bermúdez en este poemario, abrigado por la presencia del metro endecasíllabo (sonetos), el heptasílabo, de más clara tradición clásica, aunque también, de un acertado versolibrismo. Esos tres bloques temáticos se concretan, a su vez, en cuatro apartados: “Aurora y agonía”, “Música en la oscuridad”, “El peso de los días” y “Apuntes de paisaje”, a los que hay que añadir el preludio y coda final. El preludio es ya una reafirmación del poeta en la esencialidad de la existencia, “carpe diem”, de la necesidad de vivir intensamente cada segundo de vida, al concebir el instante, el tiempo, la nada casi, en “un fragmento de eternidad”, pero es también un grito ante la indiferencia: «Nada / me hiere más que una mirada indolente, / que un silencio, que un adiós». El posicionamiento del poeta es claro desde la primera página, y así lo continúa en “Aurora y agonía”, en alusión a la nada y el todo, alfa y omega vivencial, a ese existencialismo contenido en los sonetos “Génesis” y “Luzbel”, representación de la luz edénica, lo demonial, de la felicidad y el sueño contrapuesto al dolor y la amargura. “Música en la oscuridad”, es trasunto del tiempo, de la vida que aflora con intensidad en la voz del poeta, en la armonía de una sinfonía versal que va "in crescendo": «El hombre gira y gira / hasta que la música se consume. / En calma, exaltado, escucha el silencio», en esa búsqueda interior que lo serene. Comienza la tercera parte con "El peso de los días" y una cita de Paul Celan referida al tiempo: "Tiempo es que sea tiempo". Es en esta dimensión donde el sujeto poético se transforma, abraza la otredad como signo inequívoco de fraterna solidaridad: «Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida».
En este camino nos encontramos con la voz del poeta Gregorio Muelas (Sagunto, Valencia, 1977), con su existencialismo vivaz, definidor de su poética, enriquecido por el lenguaje y el ritmo melódico, musical de la palabra trascendida.
El hombre y el poeta frente a frente, en la soledad del silencio que grita el desconsuelo del mundo, del desvalimiento en un tiempo oscuro e incierto. El tiempo como discurso poético capaz de ser haz de esperanza, amor y entrega, de mostrar la luz al final del camino, tal vez leve, pero precisa, rotunda. Nada se opone ni obstaculiza al poeta en su objetivo, en su desvelo por mostrarnos la gran diversidad de paisajes, esenciales todos y que el poeta rescata de la memoria hasta insertarlos en su ser como propios. La escritura como salvación y la naturaleza como tránsito hacia la luz que resplandece en comunión perfecta con los sentidos y los sentires. La primavera como símbolo de un tiempo nuevo cargado de sueños y horizontes, de libertad plena: «Gritemos libertad / para que el día de mañana / el silencio no sea. / Para que en el más crudo invierno / pueda brotar / una primavera perpetua». Pone punto y final a este libro la coda, con el poema “Nada”, que el poeta dedica a otro poeta, Antonio Praena, y con el que nos recuerda esos otros versos de José Hierro, cuando dice: “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”. “Un fragmento de eternidad”, de Gregorio Muelas, nos sitúa en el camino hacia la verdadera luz de la poesía.

Título: Un fragmento de eternidad
Autores: Gregorio Muelas Bermúdez
Editorial: Germanía (Valencia, 2014)

Un fragmento de eternidad.



UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

Una vez más, y en la historia de la poesía han sido muchas las ocasiones, el hombre proyecta hacia afuera al poeta que nunca dejó de habitarle. En esa extraña y mágica comunión y, valiéndose de la palabra, como esencia misma en el decurso de la vida, el poeta proclama su reino, su infierno y paraíso. Nada se escapa a la honda mirada del poeta, y aunque la temática se repita de unos a otros vates, siempre existe la posibilidad de hallar otros mundos y universos, si no desconocidos, sí disímiles. La nómina de poetas que han tratado la fugacidad del tiempo, la naturaleza o la muerte sería extensa, pero no cabe duda alguna que cada uno de ellos nos ha dejado su impronta, proyectado su visión del mundo. Por qué, habría que preguntarse, esa necesidad inherente al poeta de refugiarse en la soledad en su búsqueda por la luz de la palabra, el pensamiento, la filosofía en sí misma, la existencia. En los matices está tal vez la clave, en la capacidad para observar y transferir luego lo aprehendido. “Un fragmento de eternidad”, segundo libro de poesía de Muelas, es un canto a la vida, a sus luces y sombras, esas que nos habitan a todos los seres humanos, nos alegran o entristecen, pero que aquí el poeta nos revela con su esencial y honda mirada al mundo que le rodea. El tiempo, la música y la naturaleza son los temas que, fundamentalmente, aborda Muelas Bermúdez en este poemario, abrigado por la presencia del metro endecasíllabo (sonetos), el heptasílabo, de más clara tradición clásica, aunque también, de un acertado versolibrismo. Esos tres bloques temáticos se concretan, a su vez, en cuatro apartados: “Aurora y agonía”, “Música en la oscuridad”, “El peso de los días” y “Apuntes de paisaje”, a los que hay que añadir el preludio y coda final. El preludio es ya una reafirmación del poeta en la esencialidad de la existencia, “carpe diem”, de la necesidad de vivir intensamente cada segundo de vida, al concebir el instante, el tiempo, la nada casi, en “un fragmento de eternidad”, pero es también un grito ante la indiferencia: «Nada / me hiere más que una mirada indolente, / que un silencio, que un adiós». El posicionamiento del poeta es claro desde la primera página, y así lo continúa en “Aurora y agonía”, en alusión a la nada y el todo, alfa y omega vivencial, a ese existencialismo contenido en los sonetos “Génesis” y “Luzbel”, representación de la luz edénica, lo demonial, de la felicidad y el sueño contrapuesto al dolor y la amargura. “Música en la oscuridad”, es trasunto del tiempo, de la vida que aflora con intensidad en la voz del poeta, en la armonía de una sinfonía versal que va "in crescendo": «El hombre gira y gira / hasta que la música se consume. / En calma, exaltado, escucha el silencio», en esa búsqueda interior que lo serene. Comienza la tercera parte con "El peso de los días" y una cita de Paul Celan referida al tiempo: "Tiempo es que sea tiempo". Es en esta dimensión donde el sujeto poético se transforma, abraza la otredad como signo inequívoco de fraterna solidaridad: «Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida».
En este camino nos encontramos con la voz del poeta Gregorio Muelas (Sagunto, Valencia, 1977), con su existencialismo vivaz, definidor de su poética, enriquecido por el lenguaje y el ritmo melódico, musical de la palabra trascendida.
El hombre y el poeta frente a frente, en la soledad del silencio que grita el desconsuelo del mundo, del desvalimiento en un tiempo oscuro e incierto. El tiempo como discurso poético capaz de ser haz de esperanza, amor y entrega, de mostrar la luz al final del camino, tal vez leve, pero precisa, rotunda. Nada se opone ni obstaculiza al poeta en su objetivo, en su desvelo por mostrarnos la gran diversidad de paisajes, esenciales todos y que el poeta rescata de la memoria hasta insertarlos en su ser como propios. La escritura como salvación y la naturaleza como tránsito hacia la luz que resplandece en comunión perfecta con los sentidos y los sentires. La primavera como símbolo de un tiempo nuevo cargado de sueños y horizontes, de libertad plena: «Gritemos libertad / para que el día de mañana / el silencio no sea. / Para que en el más crudo invierno / pueda brotar / una primavera perpetua». Pone punto y final a este libro la coda, con el poema “Nada”, que el poeta dedica a otro poeta, Antonio Praena, y con el que nos recuerda esos otros versos de José Hierro, cuando dice: “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”. “Un fragmento de eternidad”, de Gregorio Muelas, nos sitúa en el camino hacia la verdadera luz de la poesía.

Título: Un fragmento de eternidad
Autores: Gregorio Muelas Bermúdez
Editorial: Germanía (Valencia, 2014)

Los signos del derrumbe.



LOS SIGNOS DEL DERRUMBE, por José Antonio Santano

El poeta no tiene más que las palabras: las palabras que justifican, a veces, una vida”, escribe Pedro Orgambideen la introducción al libro “Mario Benedetti. Antología poética”. Y así es. El poeta enfrentado a la pantalla del ordenador o al folio en blanco no posee sino las palabras, y con ellas pretende alcanzar sus sueños, contagiarnos de su alegría o sufrimiento. Muy adentro laten las palabras que poco a poco se precipitan al vacío del papel hasta conformar un universo tan complejo como mágico. En ese espacio de los silencios y signos, brota la voz del poeta. Nada comparable al acto de la creación, ese instante por el cual el poeta se transforma, se hace a sí mismo y para el mundo un nuevo ser, una nueva alma.

Las palabras ocupan el tiempo del poeta, la vida entera. Un claro ejemplo de lo que decimos es este nuevo libro “Los signos del derrumbe”, de Antonio Rodríguez Jiménez(Albacete, 1978), con el que obtuvo el XVIII Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”.Ya desde el título se nos advierte de la necesidad de cambiar, de rebelarnos, traspasar la frontera del miedo para recuperar la verdadera razón del ser, para restituirnos tras la pérdida de los valores intrínsecos al hombre. Nos advierte el poeta –digo- de la fragilidad y la inconsistencia de este tiempo que vivimos al comprobar múltiples “signos del derrumbe”, y donde la lúcida palabra sirve de acicate ante la individualidad y la codicia, el abuso de poder, etc., etc. Antonio Rodríguez apela al lenguaje poético para alertarnos del peligro de este tiempo, y lo hace desde la elocuencia y la serenidad, con la palabra exacta en cada momento. Tres partes fundamentales, además de un poema preludio componen “Los signos del derrumbe”, un poemario coherente, obra de un verdadero poeta, que no se contenta con el testimonio solo, sino que se adentra en la oscuridad para luego remontar hasta la luz y habitar, perpetuarse en ella. En “Descenso” Rodríguez Jiménez nos advierte en su primer poema de esos “signos del derrumbe”:

«No intentéis explicarle los signos del derrumbe.
La libertad prefiere ungir solo a unos pocos
príncipes de los márgenes.
Solo los despojados y los dueños de todo
han probado las mieles del desprecio absoluto». 
 

También nos habla de esos rostros inexpresivos que habitan cada día la pobreza, del descenso al centro de las ruinas: «Mira cómo se extiende: / Es el silencio azul de la pobreza», de la tristeza en la mirada de los vencidos y marginados, de su visión de la gran ciudad, en la cual el hombre no es nadie ni nada. El poeta siempre alcanza el otro lado del horizonte, mostrándonos un espacio narrativo poético que mira más adentro, como en el caso del poema “Modelos publicitarias”: «Sonriéndole al tráfico desde las marquesinas, / felices, detenidas en la luz de un instante, / más allá de esta ropa, / venden una ilusión, venden deseo, / la placidez de un mundo diseñado a medida / como sus propios cuerpos de fingida belleza». Marcada rebeldía de la palabra que no quiere volver a la oscuridad del pasado, a la ciega ignorancia que nos abisma de nuevo a las cavernas: «En Camerún están matando a un hombre / por declararse a otro en un mensaje». El odio y la sinrazón regresan y el poeta no puede sino proclamarse en el amor: «El odio es el refugio de los desamparados, / y en las estrechas celdas de la fe y la barbarie / amar alarma siempre mucho más que un cadáver». Observa el poeta el decurso de la vida, el tiempo se detiene en sus pupilas, el tiempo en una “Mañana de domingo”: «El niño de la silla, inmóvil, sonriente; / la mujer encorvada que busca en la basura / y el sol imperturbable lamiendo los cristales / de la digna miseria. Perro mundo». En la segunda parte del libro “El signo insuficiente”el poeta se enfrenta al acto mismo de la escritura, poeta y poema frente a frente, la metapoesía como meta y objetivo último, el poema como sujeto. La trascendencia de lo primigenio, de la creación en sí misma: «Sueño con un mensaje que transcienda los límites / y sea futura luz, reflejo cierto / para quienes esperan».

 El poema “Resistencia” nos recuerda a Valente cuando dice que la poesía es “antes que nada y por encima de todo conocimientos, y más concretamente conocimiento “haciéndose”, coincidente con esta concepción poemática: «así el poema / se resiste en la página, / sube y baja en la barra del procesador, / deshaciéndose, haciéndose / de nuevo». En la tercera y última de las partes que contiene este libro “Si algo queda”, el poeta se decanta por el amor fraterno y filial, el amor a la vida por encima de todas las cosas y que concreta en Vega, su hija: «Pero la vida tiene lugares más funestos, / y en sus aguas violentas encontrarás dragones. Entonces ten en cuenta cómo fuiste engendrada, / cómo entre los primeros temblores de tus células / ya habitaba el amor. Nunca lo olvides».

Título: Los signos del derrumbe
Autores: Antonio Rodríguez Jiménez
Editorial: Hiperión (Madrid, 2014)

Los signos del derrumbe.



LOS SIGNOS DEL DERRUMBE, por José Antonio Santano

El poeta no tiene más que las palabras: las palabras que justifican, a veces, una vida”, escribe Pedro Orgambideen la introducción al libro “Mario Benedetti. Antología poética”. Y así es. El poeta enfrentado a la pantalla del ordenador o al folio en blanco no posee sino las palabras, y con ellas pretende alcanzar sus sueños, contagiarnos de su alegría o sufrimiento. Muy adentro laten las palabras que poco a poco se precipitan al vacío del papel hasta conformar un universo tan complejo como mágico. En ese espacio de los silencios y signos, brota la voz del poeta. Nada comparable al acto de la creación, ese instante por el cual el poeta se transforma, se hace a sí mismo y para el mundo un nuevo ser, una nueva alma.

Las palabras ocupan el tiempo del poeta, la vida entera. Un claro ejemplo de lo que decimos es este nuevo libro “Los signos del derrumbe”, de Antonio Rodríguez Jiménez(Albacete, 1978), con el que obtuvo el XVIII Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”.Ya desde el título se nos advierte de la necesidad de cambiar, de rebelarnos, traspasar la frontera del miedo para recuperar la verdadera razón del ser, para restituirnos tras la pérdida de los valores intrínsecos al hombre. Nos advierte el poeta –digo- de la fragilidad y la inconsistencia de este tiempo que vivimos al comprobar múltiples “signos del derrumbe”, y donde la lúcida palabra sirve de acicate ante la individualidad y la codicia, el abuso de poder, etc., etc. Antonio Rodríguez apela al lenguaje poético para alertarnos del peligro de este tiempo, y lo hace desde la elocuencia y la serenidad, con la palabra exacta en cada momento. Tres partes fundamentales, además de un poema preludio componen “Los signos del derrumbe”, un poemario coherente, obra de un verdadero poeta, que no se contenta con el testimonio solo, sino que se adentra en la oscuridad para luego remontar hasta la luz y habitar, perpetuarse en ella. En “Descenso” Rodríguez Jiménez nos advierte en su primer poema de esos “signos del derrumbe”:

«No intentéis explicarle los signos del derrumbe.
La libertad prefiere ungir solo a unos pocos
príncipes de los márgenes.
Solo los despojados y los dueños de todo
han probado las mieles del desprecio absoluto». 
 

También nos habla de esos rostros inexpresivos que habitan cada día la pobreza, del descenso al centro de las ruinas: «Mira cómo se extiende: / Es el silencio azul de la pobreza», de la tristeza en la mirada de los vencidos y marginados, de su visión de la gran ciudad, en la cual el hombre no es nadie ni nada. El poeta siempre alcanza el otro lado del horizonte, mostrándonos un espacio narrativo poético que mira más adentro, como en el caso del poema “Modelos publicitarias”: «Sonriéndole al tráfico desde las marquesinas, / felices, detenidas en la luz de un instante, / más allá de esta ropa, / venden una ilusión, venden deseo, / la placidez de un mundo diseñado a medida / como sus propios cuerpos de fingida belleza». Marcada rebeldía de la palabra que no quiere volver a la oscuridad del pasado, a la ciega ignorancia que nos abisma de nuevo a las cavernas: «En Camerún están matando a un hombre / por declararse a otro en un mensaje». El odio y la sinrazón regresan y el poeta no puede sino proclamarse en el amor: «El odio es el refugio de los desamparados, / y en las estrechas celdas de la fe y la barbarie / amar alarma siempre mucho más que un cadáver». Observa el poeta el decurso de la vida, el tiempo se detiene en sus pupilas, el tiempo en una “Mañana de domingo”: «El niño de la silla, inmóvil, sonriente; / la mujer encorvada que busca en la basura / y el sol imperturbable lamiendo los cristales / de la digna miseria. Perro mundo». En la segunda parte del libro “El signo insuficiente”el poeta se enfrenta al acto mismo de la escritura, poeta y poema frente a frente, la metapoesía como meta y objetivo último, el poema como sujeto. La trascendencia de lo primigenio, de la creación en sí misma: «Sueño con un mensaje que transcienda los límites / y sea futura luz, reflejo cierto / para quienes esperan».

 El poema “Resistencia” nos recuerda a Valente cuando dice que la poesía es “antes que nada y por encima de todo conocimientos, y más concretamente conocimiento “haciéndose”, coincidente con esta concepción poemática: «así el poema / se resiste en la página, / sube y baja en la barra del procesador, / deshaciéndose, haciéndose / de nuevo». En la tercera y última de las partes que contiene este libro “Si algo queda”, el poeta se decanta por el amor fraterno y filial, el amor a la vida por encima de todas las cosas y que concreta en Vega, su hija: «Pero la vida tiene lugares más funestos, / y en sus aguas violentas encontrarás dragones. Entonces ten en cuenta cómo fuiste engendrada, / cómo entre los primeros temblores de tus células / ya habitaba el amor. Nunca lo olvides».

Título: Los signos del derrumbe
Autores: Antonio Rodríguez Jiménez
Editorial: Hiperión (Madrid, 2014)

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986