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Ninguna parte. José Luis Morante

SALÓN DE LECTURA _ José Antonio Santano



Cómo explicar lo que se siente cuando te adentras en las entrañas de un libro. Ese acto primero de asirlo entre las manos, acariciar la cubierta y leer la palabra escrita que sobre ella se muestra, embriagarse con el aroma de su piel y dejarse llevar, sin más. Sentir que los dedos se precipitan y buscan trémulos el vuelo de la voz contenida en cada letra, en cada sílaba, hasta vivir en la palabra la vida misma, otras vidas. Sucede que ese es un momento único y mágico, del que nada ni nadie puede sustraerte. Placer de dioses hallar entre las páginas de un libro la palabra capaz de hacerte vibrar, de conmoverte desde el mismo instante y hora que inicias su lectura. Cuando esa palabra se reviste del oro de la poesía, algo más intenso e inexplicable acontece.

El rumor del silencio que habita todo acto de creación se hace grandioso, único, porque en él la existencia del misterio lo amplifica en su esencia misma. En el poemario “Ninguna parte”, de José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956) hallaremos todo eso y más. Al cuidado del sello editorial “La Isla de Siltolá”, capitaneado por el también poeta Javier Sánchez Menéndez, “Ningua parte” es el resultado de más de un lustro de trabajo (2006-2013). Será la presencia del tiempo una constante en su poesía, su influencia sobre lo cotidiano y la necesaria reflexión de la realidad, algunas de las claves para comprender su obra poética, este ir y venir, tal vez, hacia “Ninguna parte”. El poemario contiene cuatro capítulos bien diferenciados: “Patologías”, “Deshielo”, “Piedra caliza” y “Y todo lo demás”. Para el poeta la experiencia de lo vivido es esencia en la herida, en el dolor o la enfermedad, como así lo refleja desde el primer poema de “Patologías”, cuando recuerda al padre: «A veces su mirada resucita. / Posiciona en un mapa / imágenes dispersas. / Su voluntad es tacto / que gira el picaporte / para abrir desde dentro / la puerta infranqueable»; el transcurrir de los años, la muerte de los ahogados o la desmemoria: «Sobrecoge que no sepas quién eres, / que olvides quiénes somos, / o que mires las cosas / con los ojos / de una memoria estéril. / Cruzas sola / el dormido país de los lotófagos. / Estás lejos de ti, / pero nos perteneces»; también el desaliento, la incertidumbre, el vacío: «Se ha instalado en mis días / una oquedad que absorbe.[…] Salgo fuera; / respiro el aire seco del vacío». La segunda parte, “Deshielo”, abre con una cita de César Vallejo (“Quisiera hoy ser feliz de buena gana…”), que Morante asume como anhelo también de presente, del hoy, en esa búsqueda incesante del amor, del yo en ti: «En este andén fugaz / desando el día / para buscarte al fondo de la noche». Y en ese continuo devenir, de estar y no estar que nos consume, el poeta ahonda en su interior hasta hallar su propia voz: «Todos estamos / bajo la tormenta[…] Nadie enciende la lámpara / porque en casa una luz / alumbra firme. / Vivo solo. Contigo». 

El poeta sabe que vivir es desentrañar el misterio, descender al infierno mismo y alzar el vuelo hacia el espacio sideral sin mirar atrás, reafirmándose en el eco de la palabra escrita sobre el albo papel; sentirse “náufrago”, verse en los “rostros de Jano” hasta alcanzar y compartir los sueños; convertir el yo en tú y el tú en nosotros al tiempo que se intenta elegir un camino, cierto o no: «No sé qué itinerario me conviene, / si el que deja constancia de huellas conocidas / o el que la traza por primera vez», porque consciente o inconscientemente sucede que «la historia se repite. / Somos polvo; la primavera pasa», en alusión al tiempo y a la vida. Morante interioriza lo vivido, hasta el punto de convertir lo sencillo en trascendental, en algo vivo, luciente, necesario. Once epitafios contienen la tercera parte, titulada “Piedra caliza”, que abre con citas de Stanislaw J. Lec y de Epicuro. La muerte y sus silencios se incrustan en el ser del poeta hasta componer una melodía armónica de esa única y absoluta verdad: «En su artesana construcción del silencio, / la muerte no reconoce / ninguna otra verdad». 


El mundo que le rodea, la rutina de los días, a veces asfixiante, deja en el poeta una sensación continua de desazón, de desamparo en este tiempo de extrañamiento: «No hay respuestas; / la pureza del aire / habita el desamparo»; la vida es un continuo abismarse en el vacío hasta formar parte de ese nada: «Ahora vivo debajo, / con vocación de sima. […] Nada sucede aquí; / nada sucede», si bien un hilo de esperanza nace siempre para reanudar de nuevo el camino: «En un reloj sin tiempo, / ensordecido / busco un lugar / para empezar de nuevo». La última y cuarta parte, de título “Y todo lo demás”, habría que añadirle “es literatura”, como reza la cita de Verlaine. La literatura es el refugio del poeta, su vida, que repasa en el poema “Balance”: «Hoy asalgo a respirar. No pido mucho: / convivir entre libros y objetos familiares…[…] con la escueta esperanza / de un porvenir que llegue / cualquier día». José Luis Morante, poeta de honda mirada y palabra diamantina.


Título: Ninguna parte
Autor: José Luis Morante
Editorial: La Isla de Siltolá (Sevilla, 2013)

Ninguna parte. José Luis Morante

SALÓN DE LECTURA _ José Antonio Santano



Cómo explicar lo que se siente cuando te adentras en las entrañas de un libro. Ese acto primero de asirlo entre las manos, acariciar la cubierta y leer la palabra escrita que sobre ella se muestra, embriagarse con el aroma de su piel y dejarse llevar, sin más. Sentir que los dedos se precipitan y buscan trémulos el vuelo de la voz contenida en cada letra, en cada sílaba, hasta vivir en la palabra la vida misma, otras vidas. Sucede que ese es un momento único y mágico, del que nada ni nadie puede sustraerte. Placer de dioses hallar entre las páginas de un libro la palabra capaz de hacerte vibrar, de conmoverte desde el mismo instante y hora que inicias su lectura. Cuando esa palabra se reviste del oro de la poesía, algo más intenso e inexplicable acontece.

El rumor del silencio que habita todo acto de creación se hace grandioso, único, porque en él la existencia del misterio lo amplifica en su esencia misma. En el poemario “Ninguna parte”, de José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956) hallaremos todo eso y más. Al cuidado del sello editorial “La Isla de Siltolá”, capitaneado por el también poeta Javier Sánchez Menéndez, “Ningua parte” es el resultado de más de un lustro de trabajo (2006-2013). Será la presencia del tiempo una constante en su poesía, su influencia sobre lo cotidiano y la necesaria reflexión de la realidad, algunas de las claves para comprender su obra poética, este ir y venir, tal vez, hacia “Ninguna parte”. El poemario contiene cuatro capítulos bien diferenciados: “Patologías”, “Deshielo”, “Piedra caliza” y “Y todo lo demás”. Para el poeta la experiencia de lo vivido es esencia en la herida, en el dolor o la enfermedad, como así lo refleja desde el primer poema de “Patologías”, cuando recuerda al padre: «A veces su mirada resucita. / Posiciona en un mapa / imágenes dispersas. / Su voluntad es tacto / que gira el picaporte / para abrir desde dentro / la puerta infranqueable»; el transcurrir de los años, la muerte de los ahogados o la desmemoria: «Sobrecoge que no sepas quién eres, / que olvides quiénes somos, / o que mires las cosas / con los ojos / de una memoria estéril. / Cruzas sola / el dormido país de los lotófagos. / Estás lejos de ti, / pero nos perteneces»; también el desaliento, la incertidumbre, el vacío: «Se ha instalado en mis días / una oquedad que absorbe.[…] Salgo fuera; / respiro el aire seco del vacío». La segunda parte, “Deshielo”, abre con una cita de César Vallejo (“Quisiera hoy ser feliz de buena gana…”), que Morante asume como anhelo también de presente, del hoy, en esa búsqueda incesante del amor, del yo en ti: «En este andén fugaz / desando el día / para buscarte al fondo de la noche». Y en ese continuo devenir, de estar y no estar que nos consume, el poeta ahonda en su interior hasta hallar su propia voz: «Todos estamos / bajo la tormenta[…] Nadie enciende la lámpara / porque en casa una luz / alumbra firme. / Vivo solo. Contigo». 

El poeta sabe que vivir es desentrañar el misterio, descender al infierno mismo y alzar el vuelo hacia el espacio sideral sin mirar atrás, reafirmándose en el eco de la palabra escrita sobre el albo papel; sentirse “náufrago”, verse en los “rostros de Jano” hasta alcanzar y compartir los sueños; convertir el yo en tú y el tú en nosotros al tiempo que se intenta elegir un camino, cierto o no: «No sé qué itinerario me conviene, / si el que deja constancia de huellas conocidas / o el que la traza por primera vez», porque consciente o inconscientemente sucede que «la historia se repite. / Somos polvo; la primavera pasa», en alusión al tiempo y a la vida. Morante interioriza lo vivido, hasta el punto de convertir lo sencillo en trascendental, en algo vivo, luciente, necesario. Once epitafios contienen la tercera parte, titulada “Piedra caliza”, que abre con citas de Stanislaw J. Lec y de Epicuro. La muerte y sus silencios se incrustan en el ser del poeta hasta componer una melodía armónica de esa única y absoluta verdad: «En su artesana construcción del silencio, / la muerte no reconoce / ninguna otra verdad». 


El mundo que le rodea, la rutina de los días, a veces asfixiante, deja en el poeta una sensación continua de desazón, de desamparo en este tiempo de extrañamiento: «No hay respuestas; / la pureza del aire / habita el desamparo»; la vida es un continuo abismarse en el vacío hasta formar parte de ese nada: «Ahora vivo debajo, / con vocación de sima. […] Nada sucede aquí; / nada sucede», si bien un hilo de esperanza nace siempre para reanudar de nuevo el camino: «En un reloj sin tiempo, / ensordecido / busco un lugar / para empezar de nuevo». La última y cuarta parte, de título “Y todo lo demás”, habría que añadirle “es literatura”, como reza la cita de Verlaine. La literatura es el refugio del poeta, su vida, que repasa en el poema “Balance”: «Hoy asalgo a respirar. No pido mucho: / convivir entre libros y objetos familiares…[…] con la escueta esperanza / de un porvenir que llegue / cualquier día». José Luis Morante, poeta de honda mirada y palabra diamantina.


Título: Ninguna parte
Autor: José Luis Morante
Editorial: La Isla de Siltolá (Sevilla, 2013)

LA PACIENCIA DE SÍSIFO. Salón de lectura por José Antonio Santano.


Las primeras palabras del poeta destilan ese rumor de amorosa entrega. Pretende así el poeta iniciar un viaje hacia el espacio infinito, vivir su soledad sintiéndose acompañado, esa, tal vez sea la razón por la cual Puri vive en la palabra escrita:

«A ti / estas manos se ofrecen
 / a abrir ese camino
 / que señalan tus ojos
 / para continuar andando juntos».

Son los primeros acordes de una melodía que irá componiéndose con el transcurso del tiempo, las vivencias del poeta, la cotidianidad trascendida. Jesús Aparicio (Brihuega, Guadalajara, 1961) construye un discurso poético coherente y en el cual se vislumbra la importancia del tiempo y sus silencios, la melancólica mirada hacia el pasado, pero no para exaltarlo, sino para grabarlo en la memoria como necesaria luz que ilumine el horizonte. Una cita de Albert Camus (“Uno debe imaginar feliz a Sísifo”) nos adelanta o muestra la clave de este poemario, esa felicidad imaginada en la figura de Sísifo –empujando la roca que nunca llega a la cima-, el paciente y esperanzado. Anterior a este poemario, “La paciencia de Sísifo”, Jesús Aparicio ha publicado diez libros de poesía, entre ellos: Con distinta agua, El sueño del león, Las cuartillas de un náufrago, La papelera de Pessoa y La luz sobre el almendro. Dos bloques de poemas constituyen el corpus de este libro: “Hojas de un calendario” y “La paciencia de Sísifo”, que da título al texto. El tiempo ocupa la primera parte, la fugacidad de la vida que resume en esas “Hojas de un calendario”, representativas de la observación de la realidad y que el poeta interioriza hasta conseguir la expresión exacta de lo cotidiano, sin renunciar a la natural hondura del verso. El calendario es la excusa para describir un paisaje que no oculta la esencia de la palabra, la que el poeta muestra a lo largo de los doce meses del año 2012, como si en cada uno de sus días hallara la magia y el misterio que alumbra al hombre y sus sueños. Las hojas del calendario son tal vez metáfora del otoño que vive en el poeta, de un tiempo que regresa a los días de la infancia unas veces:

«Cuando sientes que estás muy al borde de
/ que los sueños se cumplan
/ el vacío te engulle y te despiertas
 / empapado en sudor pero feliz
/ de encontrar ese lápiz
 / que ayer llenó de soles tu cuaderno
 / de parvulito»,

otras cuando se trata del acabamiento, la ida hacia la nada: «Sin pájaros cantando / sin arrullo del agua / sin hilo en la cometa / sin brisa que la mueva / sin escudo el dolor / sin sombra que te avise / sin olas en la playa / sin vino en la copa / sin arena en los pies / sin vocal en tu nombre / sin memoria / nos vamos».

Pero el hombre y el poeta, al unísono, sienten que el tiempo se escapa entre los dedos, que la vida es un segundo y hay que apurarla hasta desfallecer, porque las hojas van cayendo, una a una en su vuelo de soledad infinita, en el tiempo que marca un simple calendario:




 «He acumulado tanto papel para quemar
 / que hasta el viento asombrado
 / sopla y los salva de la llama
/ sopla y les premia con la dispersión
/ por si alguien rescata algún fragmento
 / del olvido».

En la segunda parte, “La paciencia de Sísifo”, la mirada se adentra en los entresijos de los espejos para calar en hondura y sentimiento cuanto acontece y fluye en derredor, al encuentro de la luz que vive en el interior -la poesía- («El duende es caprichoso y nos exige / trabajar la mirada / para dar con la luz. / En poesía no / todo vale y nada / es lo mismo», en lo más profundo de la condición humana, y así, casi sin darnos cuenta, volvemos a la raíz, a los orígenes del ser. Aparicio González nos invita a pasear por los jardines de la memoria y en ella se sumerge, con lentitud novicia hasta hallar el camino o la senda de los sueños: «Voy cambiando de sueños, de razones, / pues quien me mira desde el espejo / aún no soy yo». Así nos devuelve a la vida, a sus eternos silencios y alborozos. El poeta se identifica con el mito de Sísifo, metáfora del hombre que siente la inutilidad del esfuerzo, en su infructuoso lucha por la inmortalidad y representado fielmente en el poema que da título al libro “La paciencia de Sísifo”:

«La inmortalidad en el horizonte, 
/ en la cima la esencia de esa flor 
/ con que te engaña el ser mutado en roca. 
/ Subir con ella fue vivir / aunque te pese 
/ y caer 
/ y levantarse
 / y ascender 
/ y arrastrarse 
/ y caer
 / y en cada intento 

/ la piedra se desprende de palabras 

/ y al final, / sin vano equipaje,
 / te abrazas al silencio 
/ en un sueño vacío
 / inmortal».

 Mas Jesús Aparicio sabe que la palabra es fuego y semilla, mágico vuelo de cometa: «Sueltas hilo / y te abrazas al viento, / subes a donde nadie espera, / vas dejando atrás polvo y raíces. / Todo humano hacer es intuición y juego». Sin duda que el buen hacer poético de Jesús Aparicio queda paciente y sobradamente demostrado en este poemario.

 
Título: La paciencia de Sísifo
Autor: Jesús Aparicio González
Edita: Libros del aire (Madrid, 2014)

LA PACIENCIA DE SÍSIFO. Salón de lectura por José Antonio Santano.


Las primeras palabras del poeta destilan ese rumor de amorosa entrega. Pretende así el poeta iniciar un viaje hacia el espacio infinito, vivir su soledad sintiéndose acompañado, esa, tal vez sea la razón por la cual Puri vive en la palabra escrita:

«A ti / estas manos se ofrecen
 / a abrir ese camino
 / que señalan tus ojos
 / para continuar andando juntos».

Son los primeros acordes de una melodía que irá componiéndose con el transcurso del tiempo, las vivencias del poeta, la cotidianidad trascendida. Jesús Aparicio (Brihuega, Guadalajara, 1961) construye un discurso poético coherente y en el cual se vislumbra la importancia del tiempo y sus silencios, la melancólica mirada hacia el pasado, pero no para exaltarlo, sino para grabarlo en la memoria como necesaria luz que ilumine el horizonte. Una cita de Albert Camus (“Uno debe imaginar feliz a Sísifo”) nos adelanta o muestra la clave de este poemario, esa felicidad imaginada en la figura de Sísifo –empujando la roca que nunca llega a la cima-, el paciente y esperanzado. Anterior a este poemario, “La paciencia de Sísifo”, Jesús Aparicio ha publicado diez libros de poesía, entre ellos: Con distinta agua, El sueño del león, Las cuartillas de un náufrago, La papelera de Pessoa y La luz sobre el almendro. Dos bloques de poemas constituyen el corpus de este libro: “Hojas de un calendario” y “La paciencia de Sísifo”, que da título al texto. El tiempo ocupa la primera parte, la fugacidad de la vida que resume en esas “Hojas de un calendario”, representativas de la observación de la realidad y que el poeta interioriza hasta conseguir la expresión exacta de lo cotidiano, sin renunciar a la natural hondura del verso. El calendario es la excusa para describir un paisaje que no oculta la esencia de la palabra, la que el poeta muestra a lo largo de los doce meses del año 2012, como si en cada uno de sus días hallara la magia y el misterio que alumbra al hombre y sus sueños. Las hojas del calendario son tal vez metáfora del otoño que vive en el poeta, de un tiempo que regresa a los días de la infancia unas veces:

«Cuando sientes que estás muy al borde de
/ que los sueños se cumplan
/ el vacío te engulle y te despiertas
 / empapado en sudor pero feliz
/ de encontrar ese lápiz
 / que ayer llenó de soles tu cuaderno
 / de parvulito»,

otras cuando se trata del acabamiento, la ida hacia la nada: «Sin pájaros cantando / sin arrullo del agua / sin hilo en la cometa / sin brisa que la mueva / sin escudo el dolor / sin sombra que te avise / sin olas en la playa / sin vino en la copa / sin arena en los pies / sin vocal en tu nombre / sin memoria / nos vamos».

Pero el hombre y el poeta, al unísono, sienten que el tiempo se escapa entre los dedos, que la vida es un segundo y hay que apurarla hasta desfallecer, porque las hojas van cayendo, una a una en su vuelo de soledad infinita, en el tiempo que marca un simple calendario:




 «He acumulado tanto papel para quemar
 / que hasta el viento asombrado
 / sopla y los salva de la llama
/ sopla y les premia con la dispersión
/ por si alguien rescata algún fragmento
 / del olvido».

En la segunda parte, “La paciencia de Sísifo”, la mirada se adentra en los entresijos de los espejos para calar en hondura y sentimiento cuanto acontece y fluye en derredor, al encuentro de la luz que vive en el interior -la poesía- («El duende es caprichoso y nos exige / trabajar la mirada / para dar con la luz. / En poesía no / todo vale y nada / es lo mismo», en lo más profundo de la condición humana, y así, casi sin darnos cuenta, volvemos a la raíz, a los orígenes del ser. Aparicio González nos invita a pasear por los jardines de la memoria y en ella se sumerge, con lentitud novicia hasta hallar el camino o la senda de los sueños: «Voy cambiando de sueños, de razones, / pues quien me mira desde el espejo / aún no soy yo». Así nos devuelve a la vida, a sus eternos silencios y alborozos. El poeta se identifica con el mito de Sísifo, metáfora del hombre que siente la inutilidad del esfuerzo, en su infructuoso lucha por la inmortalidad y representado fielmente en el poema que da título al libro “La paciencia de Sísifo”:

«La inmortalidad en el horizonte, 
/ en la cima la esencia de esa flor 
/ con que te engaña el ser mutado en roca. 
/ Subir con ella fue vivir / aunque te pese 
/ y caer 
/ y levantarse
 / y ascender 
/ y arrastrarse 
/ y caer
 / y en cada intento 

/ la piedra se desprende de palabras 

/ y al final, / sin vano equipaje,
 / te abrazas al silencio 
/ en un sueño vacío
 / inmortal».

 Mas Jesús Aparicio sabe que la palabra es fuego y semilla, mágico vuelo de cometa: «Sueltas hilo / y te abrazas al viento, / subes a donde nadie espera, / vas dejando atrás polvo y raíces. / Todo humano hacer es intuición y juego». Sin duda que el buen hacer poético de Jesús Aparicio queda paciente y sobradamente demostrado en este poemario.

 
Título: La paciencia de Sísifo
Autor: Jesús Aparicio González
Edita: Libros del aire (Madrid, 2014)

La paciencia de Sísifo. Jesús Aparicio

LA PACIENCIA DE SÍSIFO. 

Salón de lectura por José Antonio Santano.

Las primeras palabras del poeta destilan ese rumor de amorosa entrega. Pretende así el poeta iniciar un viaje hacia el espacio infinito, vivir su soledad sintiéndose acompañado, esa, tal vez sea la razón por la cual Puri vive en la palabra escrita:

«A ti / estas manos se ofrecen
 / a abrir ese camino
 / que señalan tus ojos
 / para continuar andando juntos».

Son los primeros acordes de una melodía que irá componiéndose con el transcurso del tiempo, las vivencias del poeta, la cotidianidad trascendida. Jesús Aparicio (Brihuega, Guadalajara, 1961) construye un discurso poético coherente y en el cual se vislumbra la importancia del tiempo y sus silencios, la melancólica mirada hacia el pasado, pero no para exaltarlo, sino para grabarlo en la memoria como necesaria luz que ilumine el horizonte. Una cita de Albert Camus (“Uno debe imaginar feliz a Sísifo”) nos adelanta o muestra la clave de este poemario, esa felicidad imaginada en la figura de Sísifo –empujando la roca que nunca llega a la cima-, el paciente y esperanzado. Anterior a este poemario, “La paciencia de Sísifo”, Jesús Aparicio ha publicado diez libros de poesía, entre ellos: Con distinta agua, El sueño del león, Las cuartillas de un náufrago, La papelera de Pessoa y La luz sobre el almendro. Dos bloques de poemas constituyen el corpus de este libro: “Hojas de un calendario” y “La paciencia de Sísifo”, que da título al texto. El tiempo ocupa la primera parte, la fugacidad de la vida que resume en esas “Hojas de un calendario”, representativas de la observación de la realidad y que el poeta interioriza hasta conseguir la expresión exacta de lo cotidiano, sin renunciar a la natural hondura del verso. El calendario es la excusa para describir un paisaje que no oculta la esencia de la palabra, la que el poeta muestra a lo largo de los doce meses del año 2012, como si en cada uno de sus días hallara la magia y el misterio que alumbra al hombre y sus sueños. Las hojas del calendario son tal vez metáfora del otoño que vive en el poeta, de un tiempo que regresa a los días de la infancia unas veces:

«Cuando sientes que estás muy al borde de
/ que los sueños se cumplan
/ el vacío te engulle y te despiertas
 / empapado en sudor pero feliz
/ de encontrar ese lápiz
 / que ayer llenó de soles tu cuaderno
 / de parvulito»,

otras cuando se trata del acabamiento, la ida hacia la nada: «Sin pájaros cantando / sin arrullo del agua / sin hilo en la cometa / sin brisa que la mueva / sin escudo el dolor / sin sombra que te avise / sin olas en la playa / sin vino en la copa / sin arena en los pies / sin vocal en tu nombre / sin memoria / nos vamos».

Pero el hombre y el poeta, al unísono, sienten que el tiempo se escapa entre los dedos, que la vida es un segundo y hay que apurarla hasta desfallecer, porque las hojas van cayendo, una a una en su vuelo de soledad infinita, en el tiempo que marca un simple calendario:




 «He acumulado tanto papel para quemar
 / que hasta el viento asombrado
 / sopla y los salva de la llama
/ sopla y les premia con la dispersión
/ por si alguien rescata algún fragmento
 / del olvido».

En la segunda parte, “La paciencia de Sísifo”, la mirada se adentra en los entresijos de los espejos para calar en hondura y sentimiento cuanto acontece y fluye en derredor, al encuentro de la luz que vive en el interior -la poesía- («El duende es caprichoso y nos exige / trabajar la mirada / para dar con la luz. / En poesía no / todo vale y nada / es lo mismo», en lo más profundo de la condición humana, y así, casi sin darnos cuenta, volvemos a la raíz, a los orígenes del ser. Aparicio González nos invita a pasear por los jardines de la memoria y en ella se sumerge, con lentitud novicia hasta hallar el camino o la senda de los sueños: «Voy cambiando de sueños, de razones, / pues quien me mira desde el espejo / aún no soy yo». Así nos devuelve a la vida, a sus eternos silencios y alborozos. El poeta se identifica con el mito de Sísifo, metáfora del hombre que siente la inutilidad del esfuerzo, en su infructuoso lucha por la inmortalidad y representado fielmente en el poema que da título al libro “La paciencia de Sísifo”:

«La inmortalidad en el horizonte, 
/ en la cima la esencia de esa flor 
/ con que te engaña el ser mutado en roca. 
/ Subir con ella fue vivir / aunque te pese 
/ y caer 
/ y levantarse
 / y ascender 
/ y arrastrarse 
/ y caer
 / y en cada intento 

/ la piedra se desprende de palabras 

/ y al final, / sin vano equipaje,
 / te abrazas al silencio 
/ en un sueño vacío
 / inmortal».

 Mas Jesús Aparicio sabe que la palabra es fuego y semilla, mágico vuelo de cometa: «Sueltas hilo / y te abrazas al viento, / subes a donde nadie espera, / vas dejando atrás polvo y raíces. / Todo humano hacer es intuición y juego». Sin duda que el buen hacer poético de Jesús Aparicio queda paciente y sobradamente demostrado en este poemario.

 
Título: La paciencia de Sísifo
Autor: Jesús Aparicio González
Edita: Libros del aire (Madrid, 2014)

La paciencia de Sísifo. Jesús Aparicio

LA PACIENCIA DE SÍSIFO. 

Salón de lectura por José Antonio Santano.

Las primeras palabras del poeta destilan ese rumor de amorosa entrega. Pretende así el poeta iniciar un viaje hacia el espacio infinito, vivir su soledad sintiéndose acompañado, esa, tal vez sea la razón por la cual Puri vive en la palabra escrita:

«A ti / estas manos se ofrecen
 / a abrir ese camino
 / que señalan tus ojos
 / para continuar andando juntos».

Son los primeros acordes de una melodía que irá componiéndose con el transcurso del tiempo, las vivencias del poeta, la cotidianidad trascendida. Jesús Aparicio (Brihuega, Guadalajara, 1961) construye un discurso poético coherente y en el cual se vislumbra la importancia del tiempo y sus silencios, la melancólica mirada hacia el pasado, pero no para exaltarlo, sino para grabarlo en la memoria como necesaria luz que ilumine el horizonte. Una cita de Albert Camus (“Uno debe imaginar feliz a Sísifo”) nos adelanta o muestra la clave de este poemario, esa felicidad imaginada en la figura de Sísifo –empujando la roca que nunca llega a la cima-, el paciente y esperanzado. Anterior a este poemario, “La paciencia de Sísifo”, Jesús Aparicio ha publicado diez libros de poesía, entre ellos: Con distinta agua, El sueño del león, Las cuartillas de un náufrago, La papelera de Pessoa y La luz sobre el almendro. Dos bloques de poemas constituyen el corpus de este libro: “Hojas de un calendario” y “La paciencia de Sísifo”, que da título al texto. El tiempo ocupa la primera parte, la fugacidad de la vida que resume en esas “Hojas de un calendario”, representativas de la observación de la realidad y que el poeta interioriza hasta conseguir la expresión exacta de lo cotidiano, sin renunciar a la natural hondura del verso. El calendario es la excusa para describir un paisaje que no oculta la esencia de la palabra, la que el poeta muestra a lo largo de los doce meses del año 2012, como si en cada uno de sus días hallara la magia y el misterio que alumbra al hombre y sus sueños. Las hojas del calendario son tal vez metáfora del otoño que vive en el poeta, de un tiempo que regresa a los días de la infancia unas veces:

«Cuando sientes que estás muy al borde de
/ que los sueños se cumplan
/ el vacío te engulle y te despiertas
 / empapado en sudor pero feliz
/ de encontrar ese lápiz
 / que ayer llenó de soles tu cuaderno
 / de parvulito»,

otras cuando se trata del acabamiento, la ida hacia la nada: «Sin pájaros cantando / sin arrullo del agua / sin hilo en la cometa / sin brisa que la mueva / sin escudo el dolor / sin sombra que te avise / sin olas en la playa / sin vino en la copa / sin arena en los pies / sin vocal en tu nombre / sin memoria / nos vamos».

Pero el hombre y el poeta, al unísono, sienten que el tiempo se escapa entre los dedos, que la vida es un segundo y hay que apurarla hasta desfallecer, porque las hojas van cayendo, una a una en su vuelo de soledad infinita, en el tiempo que marca un simple calendario:




 «He acumulado tanto papel para quemar
 / que hasta el viento asombrado
 / sopla y los salva de la llama
/ sopla y les premia con la dispersión
/ por si alguien rescata algún fragmento
 / del olvido».

En la segunda parte, “La paciencia de Sísifo”, la mirada se adentra en los entresijos de los espejos para calar en hondura y sentimiento cuanto acontece y fluye en derredor, al encuentro de la luz que vive en el interior -la poesía- («El duende es caprichoso y nos exige / trabajar la mirada / para dar con la luz. / En poesía no / todo vale y nada / es lo mismo», en lo más profundo de la condición humana, y así, casi sin darnos cuenta, volvemos a la raíz, a los orígenes del ser. Aparicio González nos invita a pasear por los jardines de la memoria y en ella se sumerge, con lentitud novicia hasta hallar el camino o la senda de los sueños: «Voy cambiando de sueños, de razones, / pues quien me mira desde el espejo / aún no soy yo». Así nos devuelve a la vida, a sus eternos silencios y alborozos. El poeta se identifica con el mito de Sísifo, metáfora del hombre que siente la inutilidad del esfuerzo, en su infructuoso lucha por la inmortalidad y representado fielmente en el poema que da título al libro “La paciencia de Sísifo”:

«La inmortalidad en el horizonte, 
/ en la cima la esencia de esa flor 
/ con que te engaña el ser mutado en roca. 
/ Subir con ella fue vivir / aunque te pese 
/ y caer 
/ y levantarse
 / y ascender 
/ y arrastrarse 
/ y caer
 / y en cada intento 

/ la piedra se desprende de palabras 

/ y al final, / sin vano equipaje,
 / te abrazas al silencio 
/ en un sueño vacío
 / inmortal».

 Mas Jesús Aparicio sabe que la palabra es fuego y semilla, mágico vuelo de cometa: «Sueltas hilo / y te abrazas al viento, / subes a donde nadie espera, / vas dejando atrás polvo y raíces. / Todo humano hacer es intuición y juego». Sin duda que el buen hacer poético de Jesús Aparicio queda paciente y sobradamente demostrado en este poemario.

 
Título: La paciencia de Sísifo
Autor: Jesús Aparicio González
Edita: Libros del aire (Madrid, 2014)

Luminaria. José Antonio Santano comenta a Ana María Romero Yebra


LUMINARIA



Desde la década de los años 80 del pasado siglo, que la mujer irrumpe en el panorama de la poesía española, hasta hoy han transcurrido casi treinta y cinco años -2015 acaba de nacer-, y es curioso comprobar cómo aún algunas de esas voces siguen aportando a la poesía conocimiento, emoción y experiencia, alma. Una de estas voces singulares es la de Ana María Romero Yebra, madrileña de nacimiento pero con residencia en Almería desde el año 1981. “Luminaria” es la última entrega poética de Romero Yebra, en la colección “La noctámbula”, del sello editorial Torremozas. Con esta misma editorial publicaría otro extraordinario poemario: “El llanto de Penélope”. Aunque mucho es el tiempo transcurrido desde que viera la luz el que podríamos considerar su primer libro de poesía “La isla de Brétema”, de tema fundamentalmente amoroso, hasta el que ahora nos ocupa, esencialmente elegíaco, Ana María Romero ha mantenido un discurso poético coherente tanto desde el punto de vista de la forma como del fondo. En su voz hallamos esa magia de la palabra, la luz de los silencios y el estertor de la vida, el fuego que abrasa a los amantes y el dolor por la pérdida, incluso una forma muy personal de erotismo.

No hay en Ana María Romero Yebra medias tintas, y así lo podemos comprobar en este último poemario. “Luminaria” es el homenaje que la poeta dedica a su madre tras su muerte, y al igual que Jorge Manrique escribió aquellas famosas coplas a la muerte de su padre, Romero Yebra nos deja la palabra dolorida por la nostalgia de lo vivido y sentido, por ese vacío que experimenta con la definitiva ausencia de su madre, Elvira Yebra. El poemario se divide en dos partes: “Curriculum vitae” y “Versos de otoño”. En la primera parte, como su propio nombre indica, la autora ha querido mostrar los momentos más importantes, o al menos los que la memoria recupera, la secuencia vital de su madre, desde su nacimiento en Salas de los Barrios (Ponferrada): «Naciste en una aldea / de la España rural y oscurecida», hasta los días vividos en Almería:«Te miro en el jardín, entre las plantas / y pienso que eres, madre, igual que un árbol viejo y armonioso / que marchitó en los brotes su belleza / conservandoo la fuerza en las raíces». Sin embargo, entre esos dos momentos delimitadores, existen otros que van modelando la figura materna, etopeya exacta. La madre es principio y fin de sus recuerdos, y por ello va encajando una a una cada, como si se tratara de un rompecabezas, sus etapas vitales, sus sueños. La muerte de la madre es una herida abierta aún, que el tiempo no ha podido cerrar, pero que Romero Yebra atempera con el bálsamo de la poesía. Es la palabra su refugio, la única razón de su existencia, el mejor emplasto para sanar del dolor y la tristeza por la más grande ausencia. La poeta desea vivir en ella, la madre, en sus recuerdos: «…como si adivinara / que su tiempo de Escuela / iba a ser muy escaso / para aprenderlo todo / antes de abandonarla y de tener la vida / por única maestra», la primera renuncia, o del trabajo de pastora: «Por trochas y veredas / iban tus pocos años como guía / de un centenar de ovejas y corderos…», también de su huida hacia el futuro (¿?): «Madrid se te ofreció, desde tu entrada, / como una ciudad abierta a la conquista», el hallazgo del amor en el desorden: «Era el amor, sin duda, que venía / envuelto en el desorden de la guerra / poco antes iniciada», y los desastres de la guerra: «Todo se había agotado en el asedio / y Madrid era entonces / una ciudad hambrienta y desgarrada» y la desoladora presencia de la muerte: «Te quedaste tan rota, tan ausente, / que ya no fuiste tú. Que ya no eras. / Aquella horrible tarde de verano / te asfixiaba el presente y el futuro». En la segunda parte, “Versos de otoño”, Romero Yebra presiente el acabamiento, el final del viaje, el otoño último. Evocará la poeta los días junto a la madre enferma:«Porque Dios nos ayuda / y tu cuerpo gastado se renueva / y estrenas con el alba, la sonrisa, / no me importan las noches / al lado de tu cama / viendo alargarse el tiempo de lo oscuro, / para pasar densas las horas, / esperando el regalo de tenerte / conmigo todavía», y sentirá hendirse en su corazón la fatal premonición, la hora definitiva, de manera que poco le importará el otoño «que enriquece las hojas de los sauces con ramalazos de oro encendido», porque solo piensa en ella, por eso cree que es pronto aún, y escribe: «Hoy no puedes marcharte. / El corazón me dice que es muy pronto. / Que no me dejarás. Que guarda el tiempo / muchos dulces otoños todavía… / ¿Vas a perderte, madre , los que quedan?». Ha compuesto Romero Yebra una elegía rotunda y certera a la muerte de su madre, y en ella y después de la muerte, siempre la esperanza, la vida: «Hay madres que están vivas porque, aunque ya murieron, / rebrotan en nosotros como árboles tenaces». También la poesía auténtica renace cada día, como en este hondo y bello libro, “Luminaria”, de Ana María Romero Yebra.

Título: Luminaria
Autor: Ana Mª Romero Yebra
Edita: Torremozas (Madrid, 2014)

Luminaria. José Antonio Santano comenta a Ana María Romero Yebra


LUMINARIA



Desde la década de los años 80 del pasado siglo, que la mujer irrumpe en el panorama de la poesía española, hasta hoy han transcurrido casi treinta y cinco años -2015 acaba de nacer-, y es curioso comprobar cómo aún algunas de esas voces siguen aportando a la poesía conocimiento, emoción y experiencia, alma. Una de estas voces singulares es la de Ana María Romero Yebra, madrileña de nacimiento pero con residencia en Almería desde el año 1981. “Luminaria” es la última entrega poética de Romero Yebra, en la colección “La noctámbula”, del sello editorial Torremozas. Con esta misma editorial publicaría otro extraordinario poemario: “El llanto de Penélope”. Aunque mucho es el tiempo transcurrido desde que viera la luz el que podríamos considerar su primer libro de poesía “La isla de Brétema”, de tema fundamentalmente amoroso, hasta el que ahora nos ocupa, esencialmente elegíaco, Ana María Romero ha mantenido un discurso poético coherente tanto desde el punto de vista de la forma como del fondo. En su voz hallamos esa magia de la palabra, la luz de los silencios y el estertor de la vida, el fuego que abrasa a los amantes y el dolor por la pérdida, incluso una forma muy personal de erotismo.

No hay en Ana María Romero Yebra medias tintas, y así lo podemos comprobar en este último poemario. “Luminaria” es el homenaje que la poeta dedica a su madre tras su muerte, y al igual que Jorge Manrique escribió aquellas famosas coplas a la muerte de su padre, Romero Yebra nos deja la palabra dolorida por la nostalgia de lo vivido y sentido, por ese vacío que experimenta con la definitiva ausencia de su madre, Elvira Yebra. El poemario se divide en dos partes: “Curriculum vitae” y “Versos de otoño”. En la primera parte, como su propio nombre indica, la autora ha querido mostrar los momentos más importantes, o al menos los que la memoria recupera, la secuencia vital de su madre, desde su nacimiento en Salas de los Barrios (Ponferrada): «Naciste en una aldea / de la España rural y oscurecida», hasta los días vividos en Almería:«Te miro en el jardín, entre las plantas / y pienso que eres, madre, igual que un árbol viejo y armonioso / que marchitó en los brotes su belleza / conservandoo la fuerza en las raíces». Sin embargo, entre esos dos momentos delimitadores, existen otros que van modelando la figura materna, etopeya exacta. La madre es principio y fin de sus recuerdos, y por ello va encajando una a una cada, como si se tratara de un rompecabezas, sus etapas vitales, sus sueños. La muerte de la madre es una herida abierta aún, que el tiempo no ha podido cerrar, pero que Romero Yebra atempera con el bálsamo de la poesía. Es la palabra su refugio, la única razón de su existencia, el mejor emplasto para sanar del dolor y la tristeza por la más grande ausencia. La poeta desea vivir en ella, la madre, en sus recuerdos: «…como si adivinara / que su tiempo de Escuela / iba a ser muy escaso / para aprenderlo todo / antes de abandonarla y de tener la vida / por única maestra», la primera renuncia, o del trabajo de pastora: «Por trochas y veredas / iban tus pocos años como guía / de un centenar de ovejas y corderos…», también de su huida hacia el futuro (¿?): «Madrid se te ofreció, desde tu entrada, / como una ciudad abierta a la conquista», el hallazgo del amor en el desorden: «Era el amor, sin duda, que venía / envuelto en el desorden de la guerra / poco antes iniciada», y los desastres de la guerra: «Todo se había agotado en el asedio / y Madrid era entonces / una ciudad hambrienta y desgarrada» y la desoladora presencia de la muerte: «Te quedaste tan rota, tan ausente, / que ya no fuiste tú. Que ya no eras. / Aquella horrible tarde de verano / te asfixiaba el presente y el futuro». En la segunda parte, “Versos de otoño”, Romero Yebra presiente el acabamiento, el final del viaje, el otoño último. Evocará la poeta los días junto a la madre enferma:«Porque Dios nos ayuda / y tu cuerpo gastado se renueva / y estrenas con el alba, la sonrisa, / no me importan las noches / al lado de tu cama / viendo alargarse el tiempo de lo oscuro, / para pasar densas las horas, / esperando el regalo de tenerte / conmigo todavía», y sentirá hendirse en su corazón la fatal premonición, la hora definitiva, de manera que poco le importará el otoño «que enriquece las hojas de los sauces con ramalazos de oro encendido», porque solo piensa en ella, por eso cree que es pronto aún, y escribe: «Hoy no puedes marcharte. / El corazón me dice que es muy pronto. / Que no me dejarás. Que guarda el tiempo / muchos dulces otoños todavía… / ¿Vas a perderte, madre , los que quedan?». Ha compuesto Romero Yebra una elegía rotunda y certera a la muerte de su madre, y en ella y después de la muerte, siempre la esperanza, la vida: «Hay madres que están vivas porque, aunque ya murieron, / rebrotan en nosotros como árboles tenaces». También la poesía auténtica renace cada día, como en este hondo y bello libro, “Luminaria”, de Ana María Romero Yebra.

Título: Luminaria
Autor: Ana Mª Romero Yebra
Edita: Torremozas (Madrid, 2014)

Luminaria, de Ana María Romero Yebra, por José Antonio Santano


LUMINARIA



Desde la década de los años 80 del pasado siglo, que la mujer irrumpe en el panorama de la poesía española, hasta hoy han transcurrido casi treinta y cinco años -2015 acaba de nacer-, y es curioso comprobar cómo aún algunas de esas voces siguen aportando a la poesía conocimiento, emoción y experiencia, alma. Una de estas voces singulares es la de Ana María Romero Yebra, madrileña de nacimiento pero con residencia en Almería desde el año 1981. “Luminaria” es la última entrega poética de Romero Yebra, en la colección “La noctámbula”, del sello editorial Torremozas. Con esta misma editorial publicaría otro extraordinario poemario: “El llanto de Penélope”. Aunque mucho es el tiempo transcurrido desde que viera la luz el que podríamos considerar su primer libro de poesía “La isla de Brétema”, de tema fundamentalmente amoroso, hasta el que ahora nos ocupa, esencialmente elegíaco, Ana María Romero ha mantenido un discurso poético coherente tanto desde el punto de vista de la forma como del fondo. En su voz hallamos esa magia de la palabra, la luz de los silencios y el estertor de la vida, el fuego que abrasa a los amantes y el dolor por la pérdida, incluso una forma muy personal de erotismo.

No hay en Ana María Romero Yebra medias tintas, y así lo podemos comprobar en este último poemario. “Luminaria” es el homenaje que la poeta dedica a su madre tras su muerte, y al igual que Jorge Manrique escribió aquellas famosas coplas a la muerte de su padre, Romero Yebra nos deja la palabra dolorida por la nostalgia de lo vivido y sentido, por ese vacío que experimenta con la definitiva ausencia de su madre, Elvira Yebra. El poemario se divide en dos partes: “Curriculum vitae” y “Versos de otoño”. En la primera parte, como su propio nombre indica, la autora ha querido mostrar los momentos más importantes, o al menos los que la memoria recupera, la secuencia vital de su madre, desde su nacimiento en Salas de los Barrios (Ponferrada): «Naciste en una aldea / de la España rural y oscurecida», hasta los días vividos en Almería:«Te miro en el jardín, entre las plantas / y pienso que eres, madre, igual que un árbol viejo y armonioso / que marchitó en los brotes su belleza / conservandoo la fuerza en las raíces». Sin embargo, entre esos dos momentos delimitadores, existen otros que van modelando la figura materna, etopeya exacta. La madre es principio y fin de sus recuerdos, y por ello va encajando una a una cada, como si se tratara de un rompecabezas, sus etapas vitales, sus sueños. La muerte de la madre es una herida abierta aún, que el tiempo no ha podido cerrar, pero que Romero Yebra atempera con el bálsamo de la poesía. Es la palabra su refugio, la única razón de su existencia, el mejor emplasto para sanar del dolor y la tristeza por la más grande ausencia. La poeta desea vivir en ella, la madre, en sus recuerdos: «…como si adivinara / que su tiempo de Escuela / iba a ser muy escaso / para aprenderlo todo / antes de abandonarla y de tener la vida / por única maestra», la primera renuncia, o del trabajo de pastora: «Por trochas y veredas / iban tus pocos años como guía / de un centenar de ovejas y corderos…», también de su huida hacia el futuro (¿?): «Madrid se te ofreció, desde tu entrada, / como una ciudad abierta a la conquista», el hallazgo del amor en el desorden: «Era el amor, sin duda, que venía / envuelto en el desorden de la guerra / poco antes iniciada», y los desastres de la guerra: «Todo se había agotado en el asedio / y Madrid era entonces / una ciudad hambrienta y desgarrada» y la desoladora presencia de la muerte: «Te quedaste tan rota, tan ausente, / que ya no fuiste tú. Que ya no eras. / Aquella horrible tarde de verano / te asfixiaba el presente y el futuro». En la segunda parte, “Versos de otoño”, Romero Yebra presiente el acabamiento, el final del viaje, el otoño último. Evocará la poeta los días junto a la madre enferma:«Porque Dios nos ayuda / y tu cuerpo gastado se renueva / y estrenas con el alba, la sonrisa, / no me importan las noches / al lado de tu cama / viendo alargarse el tiempo de lo oscuro, / para pasar densas las horas, / esperando el regalo de tenerte / conmigo todavía», y sentirá hendirse en su corazón la fatal premonición, la hora definitiva, de manera que poco le importará el otoño «que enriquece las hojas de los sauces con ramalazos de oro encendido», porque solo piensa en ella, por eso cree que es pronto aún, y escribe: «Hoy no puedes marcharte. / El corazón me dice que es muy pronto. / Que no me dejarás. Que guarda el tiempo / muchos dulces otoños todavía… / ¿Vas a perderte, madre , los que quedan?». Ha compuesto Romero Yebra una elegía rotunda y certera a la muerte de su madre, y en ella y después de la muerte, siempre la esperanza, la vida: «Hay madres que están vivas porque, aunque ya murieron, / rebrotan en nosotros como árboles tenaces». También la poesía auténtica renace cada día, como en este hondo y bello libro, “Luminaria”, de Ana María Romero Yebra.

Título: Luminaria
Autor: Ana Mª Romero Yebra
Edita: Torremozas (Madrid, 2014)

Luminaria, de Ana María Romero Yebra, por José Antonio Santano


LUMINARIA



Desde la década de los años 80 del pasado siglo, que la mujer irrumpe en el panorama de la poesía española, hasta hoy han transcurrido casi treinta y cinco años -2015 acaba de nacer-, y es curioso comprobar cómo aún algunas de esas voces siguen aportando a la poesía conocimiento, emoción y experiencia, alma. Una de estas voces singulares es la de Ana María Romero Yebra, madrileña de nacimiento pero con residencia en Almería desde el año 1981. “Luminaria” es la última entrega poética de Romero Yebra, en la colección “La noctámbula”, del sello editorial Torremozas. Con esta misma editorial publicaría otro extraordinario poemario: “El llanto de Penélope”. Aunque mucho es el tiempo transcurrido desde que viera la luz el que podríamos considerar su primer libro de poesía “La isla de Brétema”, de tema fundamentalmente amoroso, hasta el que ahora nos ocupa, esencialmente elegíaco, Ana María Romero ha mantenido un discurso poético coherente tanto desde el punto de vista de la forma como del fondo. En su voz hallamos esa magia de la palabra, la luz de los silencios y el estertor de la vida, el fuego que abrasa a los amantes y el dolor por la pérdida, incluso una forma muy personal de erotismo.

No hay en Ana María Romero Yebra medias tintas, y así lo podemos comprobar en este último poemario. “Luminaria” es el homenaje que la poeta dedica a su madre tras su muerte, y al igual que Jorge Manrique escribió aquellas famosas coplas a la muerte de su padre, Romero Yebra nos deja la palabra dolorida por la nostalgia de lo vivido y sentido, por ese vacío que experimenta con la definitiva ausencia de su madre, Elvira Yebra. El poemario se divide en dos partes: “Curriculum vitae” y “Versos de otoño”. En la primera parte, como su propio nombre indica, la autora ha querido mostrar los momentos más importantes, o al menos los que la memoria recupera, la secuencia vital de su madre, desde su nacimiento en Salas de los Barrios (Ponferrada): «Naciste en una aldea / de la España rural y oscurecida», hasta los días vividos en Almería:«Te miro en el jardín, entre las plantas / y pienso que eres, madre, igual que un árbol viejo y armonioso / que marchitó en los brotes su belleza / conservandoo la fuerza en las raíces». Sin embargo, entre esos dos momentos delimitadores, existen otros que van modelando la figura materna, etopeya exacta. La madre es principio y fin de sus recuerdos, y por ello va encajando una a una cada, como si se tratara de un rompecabezas, sus etapas vitales, sus sueños. La muerte de la madre es una herida abierta aún, que el tiempo no ha podido cerrar, pero que Romero Yebra atempera con el bálsamo de la poesía. Es la palabra su refugio, la única razón de su existencia, el mejor emplasto para sanar del dolor y la tristeza por la más grande ausencia. La poeta desea vivir en ella, la madre, en sus recuerdos: «…como si adivinara / que su tiempo de Escuela / iba a ser muy escaso / para aprenderlo todo / antes de abandonarla y de tener la vida / por única maestra», la primera renuncia, o del trabajo de pastora: «Por trochas y veredas / iban tus pocos años como guía / de un centenar de ovejas y corderos…», también de su huida hacia el futuro (¿?): «Madrid se te ofreció, desde tu entrada, / como una ciudad abierta a la conquista», el hallazgo del amor en el desorden: «Era el amor, sin duda, que venía / envuelto en el desorden de la guerra / poco antes iniciada», y los desastres de la guerra: «Todo se había agotado en el asedio / y Madrid era entonces / una ciudad hambrienta y desgarrada» y la desoladora presencia de la muerte: «Te quedaste tan rota, tan ausente, / que ya no fuiste tú. Que ya no eras. / Aquella horrible tarde de verano / te asfixiaba el presente y el futuro». En la segunda parte, “Versos de otoño”, Romero Yebra presiente el acabamiento, el final del viaje, el otoño último. Evocará la poeta los días junto a la madre enferma:«Porque Dios nos ayuda / y tu cuerpo gastado se renueva / y estrenas con el alba, la sonrisa, / no me importan las noches / al lado de tu cama / viendo alargarse el tiempo de lo oscuro, / para pasar densas las horas, / esperando el regalo de tenerte / conmigo todavía», y sentirá hendirse en su corazón la fatal premonición, la hora definitiva, de manera que poco le importará el otoño «que enriquece las hojas de los sauces con ramalazos de oro encendido», porque solo piensa en ella, por eso cree que es pronto aún, y escribe: «Hoy no puedes marcharte. / El corazón me dice que es muy pronto. / Que no me dejarás. Que guarda el tiempo / muchos dulces otoños todavía… / ¿Vas a perderte, madre , los que quedan?». Ha compuesto Romero Yebra una elegía rotunda y certera a la muerte de su madre, y en ella y después de la muerte, siempre la esperanza, la vida: «Hay madres que están vivas porque, aunque ya murieron, / rebrotan en nosotros como árboles tenaces». También la poesía auténtica renace cada día, como en este hondo y bello libro, “Luminaria”, de Ana María Romero Yebra.

Título: Luminaria
Autor: Ana Mª Romero Yebra
Edita: Torremozas (Madrid, 2014)

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986