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La insistencia del daño. Fernando Valverde



LA INSISTENCIA DEL DAÑO



Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma. Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el cual se había convertido en los últimos años, fría como un témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida, rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado. Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive, separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea, sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte): «Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él, / fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»; poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”, el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia” (incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”), sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades. Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones / pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana” destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos: «Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo / como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino Fernando Valverde.





Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Editorial: Visor (Madrid, 2014)



La insistencia del daño. Fernando Valverde



LA INSISTENCIA DEL DAÑO



Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma. Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el cual se había convertido en los últimos años, fría como un témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida, rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado. Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive, separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea, sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte): «Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él, / fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»; poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”, el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia” (incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”), sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades. Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones / pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana” destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos: «Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo / como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino Fernando Valverde.





Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Editorial: Visor (Madrid, 2014)



La insistencia del daño. Fernando Valverde


LA INSISTENCIA DEL DAÑO



Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma. Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el cual se había convertido en los últimos años, fría como un témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida, rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado. Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive, separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea, sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte): «Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él, / fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»; poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”, el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia” (incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”), sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades. Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones / pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana” destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos: «Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo / como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino Fernando Valverde.
Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Editorial: Visor (Madrid, 2014)



La insistencia del daño. Fernando Valverde


LA INSISTENCIA DEL DAÑO



Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma. Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el cual se había convertido en los últimos años, fría como un témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida, rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado. Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive, separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea, sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte): «Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él, / fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»; poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”, el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia” (incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”), sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades. Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones / pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana” destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos: «Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo / como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino Fernando Valverde.
Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Editorial: Visor (Madrid, 2014)



José Antonio Santano. Eduardo García.

 SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

José Antonio Santano. Eduardo García.

 SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

Duermevela. Eduardo García

DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

Duermevela. Eduardo García

DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986