Buscar este blog

Duermevela. Eduardo García

DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

Duermevela. Eduardo García

DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

La gruta y la luz. por José Antonio Santano




















LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.


La gruta y la luz. Francisco Ruiz Noguera












LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.





La gruta y la luz. Francisco Ruiz Noguera












LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.





Haikus del Olivar. José Antonio Santano

SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


HAIKUS DEL OLIVAR

El haiku es una composición poética breve: diecisiete sílabas (5-7-5) repartidas en tres versos. Lo hallamos tradicionalmente en la poesía japonesa, si bien en los últimos años ocupa un lugar significativo en la joven poesía española. Los temas contenidos en el haiku son generalmente los relacionados con los fenómenos naturales, con la vida cotidiana de la gente o el cambio de las estaciones y su estilo está marcado por la sencillez, la sutileza. En el caso que nos ocupa, y en este libro inmenso y sencillo a la vez, el olivar es el lugar elegido, los infinitos campos de olivos del Sur, de Andalucía, y más concretamente de aquellos campos –verdes mares- latentes en la mirada del poeta: los olivares jienenses y cordobeses. Nunca un lugar más apropiado para aplicar la técnica del haiku y en ella, el valor de las cosas sencillas, de las pequeñas grandes cosas que nos rodean y no sabemos darles la importancia que merecen. 


Recorrer los senderos del olivar andaluz, mirar hacia el adentro del tronco de los olivos, mecerse en las ramas, acariciar la piel violácea de las aceitunas, adormecerse en los atardeceres contemplando el crepúsculo o abismarse en el abismo de la noche lunar que resplandece en el horizonte en hilos de plata es una experiencia inolvidable. A esa experiencia nos lleva el profesor y poeta cordobés Manuel Molina González con su libro “Haikus del olivar”. Adentrarse en este libro es como volar por el paradisíaco Sur de los infinitos campos de olivos, dejarse atrapar por el aroma de los alpechines y la luz dorada de la tarde en las almazaras. Así, sin alejarse de los postulados que hacen del haiku una bellísima y sugerente forma de expresar la emoción, Manuel Molina nos propone que nos acerquemos a los contenidos en este libro, estructura en cuatro partes, tantas como estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El poeta discurre a lo largo de todo un año en la búsqueda de esa traslación poética oriental de los campos de cerezos y arrozales, a esta del inmenso sur del olivar. Molina González se extasía con cada una de las estaciones, observa y reflexiona, con hondura hasta hallar las claves de ese tránsito del oriente al occidente, y deja ver toda la claridad que la luz del sur proclama en la infinitud de los bosques de olivos. Mas el poeta abunda en la expresión de todo lo que siente y conoce, concibiendo este libro en edición trilingüe, tres idiomas (español, inglés y japonés) se funden en uno solo, el idioma milenario del olivo, ese generoso y noble árbol, humano dios que nos da la fuerza de la solidaridad y la fraternidad humanas, tan necesarias para crear mundos nuevos y fantásticos. Con todo, el poeta devuelve la mirada a los días claros de primavera y en ellos habita, cercano al olivar que resplandece: «Geometría / con orden lineal: / viejos olivos»; vislumbra la palabra y su belleza para describir la emoción que late al ver y descubrir sobre la tierra los olivos: «Sumo el campo: / olivos tras olivos. / La inmensidad. […] Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.[…] Verdes varetas, / bajo un tronco maduro. / Así nacimos. […] Un acebuche / desconoce su nombre, / su extrañeza». Y luego el estío abrasará al poeta en la palabra, sentirá el fuego en los olivares y dejará que la luna ilumine su duermevela: « La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos. […] Con la calima / gorjea un saltamontes. / Julio despierta. […] Canto amarillo: / la chicharra monótona / aleteando». Mas la vida es movimiento y vuelo, abismo y lluvia de otoño en el olivar: «Barro reciente / horada una lombriz. / Agua y tierra. […] Alternan tierra / membrillar y olivar: / tapiz de campo. […] Secos caminos / y sedientos olivos: miran al cielo. […] Crecen las nubes, / gris callando al sol. / Llega la lluvia». El viento mece la palabra del poeta, va de un lado a otro, sube y baja, se abisma en los campos de verdes olivares, se refugia del frío y canta gozoso la vuelta del invierno y del fruto y su jugo verde de verde oliva: «La nieve dura / canta desde las copas. / Cruje al caer. […] Las aceitunas / serán verde aceite: / líquido oro. […] Encallecidas / las manos que varean, / Duro jornal. […] Ágil y armónico / El aceite escanciado / riega el pan». Como los campos de olivos, inmensa la voz del poeta Manuel Molina en esta propuesta poética contenida en “Haikus del olivar”, un libro tan sencillo y sincero como hondo.

Título: Haikus del olivar
Autor: Manuel Molina González

Edita: Carena (Barcelona, 2014)  

Haikus del Olivar. José Antonio Santano

SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


HAIKUS DEL OLIVAR

El haiku es una composición poética breve: diecisiete sílabas (5-7-5) repartidas en tres versos. Lo hallamos tradicionalmente en la poesía japonesa, si bien en los últimos años ocupa un lugar significativo en la joven poesía española. Los temas contenidos en el haiku son generalmente los relacionados con los fenómenos naturales, con la vida cotidiana de la gente o el cambio de las estaciones y su estilo está marcado por la sencillez, la sutileza. En el caso que nos ocupa, y en este libro inmenso y sencillo a la vez, el olivar es el lugar elegido, los infinitos campos de olivos del Sur, de Andalucía, y más concretamente de aquellos campos –verdes mares- latentes en la mirada del poeta: los olivares jienenses y cordobeses. Nunca un lugar más apropiado para aplicar la técnica del haiku y en ella, el valor de las cosas sencillas, de las pequeñas grandes cosas que nos rodean y no sabemos darles la importancia que merecen. 


Recorrer los senderos del olivar andaluz, mirar hacia el adentro del tronco de los olivos, mecerse en las ramas, acariciar la piel violácea de las aceitunas, adormecerse en los atardeceres contemplando el crepúsculo o abismarse en el abismo de la noche lunar que resplandece en el horizonte en hilos de plata es una experiencia inolvidable. A esa experiencia nos lleva el profesor y poeta cordobés Manuel Molina González con su libro “Haikus del olivar”. Adentrarse en este libro es como volar por el paradisíaco Sur de los infinitos campos de olivos, dejarse atrapar por el aroma de los alpechines y la luz dorada de la tarde en las almazaras. Así, sin alejarse de los postulados que hacen del haiku una bellísima y sugerente forma de expresar la emoción, Manuel Molina nos propone que nos acerquemos a los contenidos en este libro, estructura en cuatro partes, tantas como estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El poeta discurre a lo largo de todo un año en la búsqueda de esa traslación poética oriental de los campos de cerezos y arrozales, a esta del inmenso sur del olivar. Molina González se extasía con cada una de las estaciones, observa y reflexiona, con hondura hasta hallar las claves de ese tránsito del oriente al occidente, y deja ver toda la claridad que la luz del sur proclama en la infinitud de los bosques de olivos. Mas el poeta abunda en la expresión de todo lo que siente y conoce, concibiendo este libro en edición trilingüe, tres idiomas (español, inglés y japonés) se funden en uno solo, el idioma milenario del olivo, ese generoso y noble árbol, humano dios que nos da la fuerza de la solidaridad y la fraternidad humanas, tan necesarias para crear mundos nuevos y fantásticos. Con todo, el poeta devuelve la mirada a los días claros de primavera y en ellos habita, cercano al olivar que resplandece: «Geometría / con orden lineal: / viejos olivos»; vislumbra la palabra y su belleza para describir la emoción que late al ver y descubrir sobre la tierra los olivos: «Sumo el campo: / olivos tras olivos. / La inmensidad. […] Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.[…] Verdes varetas, / bajo un tronco maduro. / Así nacimos. […] Un acebuche / desconoce su nombre, / su extrañeza». Y luego el estío abrasará al poeta en la palabra, sentirá el fuego en los olivares y dejará que la luna ilumine su duermevela: « La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos. […] Con la calima / gorjea un saltamontes. / Julio despierta. […] Canto amarillo: / la chicharra monótona / aleteando». Mas la vida es movimiento y vuelo, abismo y lluvia de otoño en el olivar: «Barro reciente / horada una lombriz. / Agua y tierra. […] Alternan tierra / membrillar y olivar: / tapiz de campo. […] Secos caminos / y sedientos olivos: miran al cielo. […] Crecen las nubes, / gris callando al sol. / Llega la lluvia». El viento mece la palabra del poeta, va de un lado a otro, sube y baja, se abisma en los campos de verdes olivares, se refugia del frío y canta gozoso la vuelta del invierno y del fruto y su jugo verde de verde oliva: «La nieve dura / canta desde las copas. / Cruje al caer. […] Las aceitunas / serán verde aceite: / líquido oro. […] Encallecidas / las manos que varean, / Duro jornal. […] Ágil y armónico / El aceite escanciado / riega el pan». Como los campos de olivos, inmensa la voz del poeta Manuel Molina en esta propuesta poética contenida en “Haikus del olivar”, un libro tan sencillo y sincero como hondo.

Título: Haikus del olivar
Autor: Manuel Molina González

Edita: Carena (Barcelona, 2014)  

Haikus del olivar. Manuel Molina González

SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


HAIKUS DEL OLIVAR

El haiku es una composición poética breve: diecisiete sílabas (5-7-5) repartidas en tres versos. Lo hallamos tradicionalmente en la poesía japonesa, si bien en los últimos años ocupa un lugar significativo en la joven poesía española. Los temas contenidos en el haiku son generalmente los relacionados con los fenómenos naturales, con la vida cotidiana de la gente o el cambio de las estaciones y su estilo está marcado por la sencillez, la sutileza. En el caso que nos ocupa, y en este libro inmenso y sencillo a la vez, el olivar es el lugar elegido, los infinitos campos de olivos del Sur, de Andalucía, y más concretamente de aquellos campos –verdes mares- latentes en la mirada del poeta: los olivares jienenses y cordobeses. Nunca un lugar más apropiado para aplicar la técnica del haiku y en ella, el valor de las cosas sencillas, de las pequeñas grandes cosas que nos rodean y no sabemos darles la importancia que merecen. 


Recorrer los senderos del olivar andaluz, mirar hacia el adentro del tronco de los olivos, mecerse en las ramas, acariciar la piel violácea de las aceitunas, adormecerse en los atardeceres contemplando el crepúsculo o abismarse en el abismo de la noche lunar que resplandece en el horizonte en hilos de plata es una experiencia inolvidable. A esa experiencia nos lleva el profesor y poeta cordobés Manuel Molina González con su libro “Haikus del olivar”. Adentrarse en este libro es como volar por el paradisíaco Sur de los infinitos campos de olivos, dejarse atrapar por el aroma de los alpechines y la luz dorada de la tarde en las almazaras. Así, sin alejarse de los postulados que hacen del haiku una bellísima y sugerente forma de expresar la emoción, Manuel Molina nos propone que nos acerquemos a los contenidos en este libro, estructura en cuatro partes, tantas como estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El poeta discurre a lo largo de todo un año en la búsqueda de esa traslación poética oriental de los campos de cerezos y arrozales, a esta del inmenso sur del olivar. Molina González se extasía con cada una de las estaciones, observa y reflexiona, con hondura hasta hallar las claves de ese tránsito del oriente al occidente, y deja ver toda la claridad que la luz del sur proclama en la infinitud de los bosques de olivos. Mas el poeta abunda en la expresión de todo lo que siente y conoce, concibiendo este libro en edición trilingüe, tres idiomas (español, inglés y japonés) se funden en uno solo, el idioma milenario del olivo, ese generoso y noble árbol, humano dios que nos da la fuerza de la solidaridad y la fraternidad humanas, tan necesarias para crear mundos nuevos y fantásticos. Con todo, el poeta devuelve la mirada a los días claros de primavera y en ellos habita, cercano al olivar que resplandece: «Geometría / con orden lineal: / viejos olivos»; vislumbra la palabra y su belleza para describir la emoción que late al ver y descubrir sobre la tierra los olivos: «Sumo el campo: / olivos tras olivos. / La inmensidad. […] Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.[…] Verdes varetas, / bajo un tronco maduro. / Así nacimos. […] Un acebuche / desconoce su nombre, / su extrañeza». Y luego el estío abrasará al poeta en la palabra, sentirá el fuego en los olivares y dejará que la luna ilumine su duermevela: « La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos. […] Con la calima / gorjea un saltamontes. / Julio despierta. […] Canto amarillo: / la chicharra monótona / aleteando». Mas la vida es movimiento y vuelo, abismo y lluvia de otoño en el olivar: «Barro reciente / horada una lombriz. / Agua y tierra. […] Alternan tierra / membrillar y olivar: / tapiz de campo. […] Secos caminos / y sedientos olivos: miran al cielo. […] Crecen las nubes, / gris callando al sol. / Llega la lluvia». El viento mece la palabra del poeta, va de un lado a otro, sube y baja, se abisma en los campos de verdes olivares, se refugia del frío y canta gozoso la vuelta del invierno y del fruto y su jugo verde de verde oliva: «La nieve dura / canta desde las copas. / Cruje al caer. […] Las aceitunas / serán verde aceite: / líquido oro. […] Encallecidas / las manos que varean, / Duro jornal. […] Ágil y armónico / El aceite escanciado / riega el pan». Como los campos de olivos, inmensa la voz del poeta Manuel Molina en esta propuesta poética contenida en “Haikus del olivar”, un libro tan sencillo y sincero como hondo.

Título: Haikus del olivar
Autor: Manuel Molina González

Edita: Carena (Barcelona, 2014)  

Haikus del olivar. Manuel Molina González

SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


HAIKUS DEL OLIVAR

El haiku es una composición poética breve: diecisiete sílabas (5-7-5) repartidas en tres versos. Lo hallamos tradicionalmente en la poesía japonesa, si bien en los últimos años ocupa un lugar significativo en la joven poesía española. Los temas contenidos en el haiku son generalmente los relacionados con los fenómenos naturales, con la vida cotidiana de la gente o el cambio de las estaciones y su estilo está marcado por la sencillez, la sutileza. En el caso que nos ocupa, y en este libro inmenso y sencillo a la vez, el olivar es el lugar elegido, los infinitos campos de olivos del Sur, de Andalucía, y más concretamente de aquellos campos –verdes mares- latentes en la mirada del poeta: los olivares jienenses y cordobeses. Nunca un lugar más apropiado para aplicar la técnica del haiku y en ella, el valor de las cosas sencillas, de las pequeñas grandes cosas que nos rodean y no sabemos darles la importancia que merecen. 


Recorrer los senderos del olivar andaluz, mirar hacia el adentro del tronco de los olivos, mecerse en las ramas, acariciar la piel violácea de las aceitunas, adormecerse en los atardeceres contemplando el crepúsculo o abismarse en el abismo de la noche lunar que resplandece en el horizonte en hilos de plata es una experiencia inolvidable. A esa experiencia nos lleva el profesor y poeta cordobés Manuel Molina González con su libro “Haikus del olivar”. Adentrarse en este libro es como volar por el paradisíaco Sur de los infinitos campos de olivos, dejarse atrapar por el aroma de los alpechines y la luz dorada de la tarde en las almazaras. Así, sin alejarse de los postulados que hacen del haiku una bellísima y sugerente forma de expresar la emoción, Manuel Molina nos propone que nos acerquemos a los contenidos en este libro, estructura en cuatro partes, tantas como estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El poeta discurre a lo largo de todo un año en la búsqueda de esa traslación poética oriental de los campos de cerezos y arrozales, a esta del inmenso sur del olivar. Molina González se extasía con cada una de las estaciones, observa y reflexiona, con hondura hasta hallar las claves de ese tránsito del oriente al occidente, y deja ver toda la claridad que la luz del sur proclama en la infinitud de los bosques de olivos. Mas el poeta abunda en la expresión de todo lo que siente y conoce, concibiendo este libro en edición trilingüe, tres idiomas (español, inglés y japonés) se funden en uno solo, el idioma milenario del olivo, ese generoso y noble árbol, humano dios que nos da la fuerza de la solidaridad y la fraternidad humanas, tan necesarias para crear mundos nuevos y fantásticos. Con todo, el poeta devuelve la mirada a los días claros de primavera y en ellos habita, cercano al olivar que resplandece: «Geometría / con orden lineal: / viejos olivos»; vislumbra la palabra y su belleza para describir la emoción que late al ver y descubrir sobre la tierra los olivos: «Sumo el campo: / olivos tras olivos. / La inmensidad. […] Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.[…] Verdes varetas, / bajo un tronco maduro. / Así nacimos. […] Un acebuche / desconoce su nombre, / su extrañeza». Y luego el estío abrasará al poeta en la palabra, sentirá el fuego en los olivares y dejará que la luna ilumine su duermevela: « La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos. […] Con la calima / gorjea un saltamontes. / Julio despierta. […] Canto amarillo: / la chicharra monótona / aleteando». Mas la vida es movimiento y vuelo, abismo y lluvia de otoño en el olivar: «Barro reciente / horada una lombriz. / Agua y tierra. […] Alternan tierra / membrillar y olivar: / tapiz de campo. […] Secos caminos / y sedientos olivos: miran al cielo. […] Crecen las nubes, / gris callando al sol. / Llega la lluvia». El viento mece la palabra del poeta, va de un lado a otro, sube y baja, se abisma en los campos de verdes olivares, se refugia del frío y canta gozoso la vuelta del invierno y del fruto y su jugo verde de verde oliva: «La nieve dura / canta desde las copas. / Cruje al caer. […] Las aceitunas / serán verde aceite: / líquido oro. […] Encallecidas / las manos que varean, / Duro jornal. […] Ágil y armónico / El aceite escanciado / riega el pan». Como los campos de olivos, inmensa la voz del poeta Manuel Molina en esta propuesta poética contenida en “Haikus del olivar”, un libro tan sencillo y sincero como hondo.

Título: Haikus del olivar
Autor: Manuel Molina González

Edita: Carena (Barcelona, 2014)  

Tiempo gris de cosmos. Fernando de Villena.

Literatura y Ensayo. Wadi-as Información

por Fernando de Villena


Sacudido por una gran emoción, he finalizado ahora mismo la lectura del libro “Tiempo gris de cosmos”, de José Antonio Santano. Yo conocía toda su obra anterior y había escrito sobre algunos de sus títulos.

“La piedra escrita” me pareció un libro estremecedor presidido por el tema de la muerte; “Suerte de alquimia” fue un buen poemario de amor y pasión... Por aquellos días ya señalé que en la poesía de José Antonio Santano venían a confluir la mediterraneidad del litoral almeriense donde vive desde hace bastantes años con el telurismo y la estirpe senequista de los autores cordobeses, desde Cántico hasta Vicente Núñez. Y también afirmé que José Antonio era un poeta vitalista y que su mismo tono elegíaco empleado a veces nacía de ese fuertísimo amor a la vida y a sus dones.
“Tiempo gris de cosmos”, su poemario recién publicado en la granadina editorial “Nazarí”, es un libro marcado por el dolor, un gran lamento, pero, de igual modo que sus anteriores títulos, nacido del gran amor a la vida que siente el poeta y de su rabia y angustia ante este tiempo gris en el que la existencia de los seres humanos no merece ningún respeto y es mancillada cada día de muchas maneras.

Tras el ombliguismo y la frivolidad de gran parte de la poesía española de las últimas décadas (sobre todo de la poesía de la Experiencia), al presente se percibe una rehumanización, una vuelta del yo al nosotros. Y así, en “Tiempo gris de cosmos” leemos versos referidos a los mendigos y los desfavorecidos tan significativos como éstos: “Con ellos comparto hoy mi vida sino suya y entera para siempre” O como estos otros: “... nada me queda sino acopiar todo el llanto humano y hacerlo mío, sólo mío.” Encontramos, pues, aquí a José Antonio Santano tan dueño de ese ritmo, de esa musicalidad del verso, de esas grandes y continuas metáforas, como en sus entregas anteriores, pero su poesía ha ganado en hondura, en tensión emocional, en lo que él y otros autores nombran “humanismo solidario”. En la primera parte del libro existe ya como una premonición dolorosa y cierto tono existencial hasta el punto de llevarnos a preguntarnos qué lugar queda para la esperanza. Y entonces nos llega la segunda parte del poemario formada por un solo poema dividido en diez secuencias, un poema que constituye un monólogo del escritor que contesta a la pregunta que se nos hace al entrar en facebook: “¿Qué estás pensando?” Ese extenso poema donde el autor toma partido por los desfavorecidos, los enfermos, los miserables, los mendigos, los niños hambrientos..., representa un feroz alegato contra este tiempo de impostura e injusticia, un alegato escrito con una fuerza withmaniana. Aunque al final, José Antonio Santano nos viene a decir que sólo el Hombre que oficia de Hombre alcanza su sentido en este naufragio. Debo añadir que el libro incluye también un brillante estudio sobre la poética de Santano firmado por el también poeta José Cabrera Martos.

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986