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DE LA SABIKA Y LA ALHAMBRA



La Sabika es una corona sobre la frente de Granada,
en la que querrían incrustarse los astros.
Y la Alhambra (-¡Dios vele por ella!) es un rubí en lo alto de esa corona.

Ibn Zamrak

Juego entre mis manos con su piel de seda y albas
y en el silencio de la estancia preparo vino
y rosas, elixires y aromas del oriente;
pláceme sus consejos y plática llegada
la noche, y entre la mirada fija de las estrellas
y la cálida llama de la luna en el cielo,
ebrios se adormecen los sentidos y los sueños.

Mas nada temo en tu grande altura de colina,
ni nada quiero, que entre las hojas amarillas
del otoño en tus labios y de la luz dorada
de la tarde en tus cabellos, serenas residen
las oraciones, las palabras, los gestos; sean
todos en uno la dulce voz del almuédano,
el canto del gallo cumplido el tiempo, la edad
de los abismos en el incandescente mármol
de los surtidores, en los espejos del agua
o en el silencio de la turbación y sus círculos.

En tus pechos de nieve y sol habito, en la magia
de la seda y el blanco azahar, en los jazmineros
que pueblan los jardines y la noche perfuman,
y las alcobas de palacio y las pobres casas
de los labriegos de la vega, y las estrechas
calles de la medina ensortijada de luces,
de cristales e infinitos colores, de lluvias
y asombros en las riberas de la noche y el grito.

Juego entre mis manos con el fuego de tus labios
y a ellos me encadeno libremente, eternizando
la hora en que la llama del amor en brasas besa
la túnica sedosa de tu vientre y tu costado.

En mis dedos los tuyos, la vida y sus secretos.

DE LA SABIKA Y LA ALHAMBRA



La Sabika es una corona sobre la frente de Granada,
en la que querrían incrustarse los astros.
Y la Alhambra (-¡Dios vele por ella!) es un rubí en lo alto de esa corona.

Ibn Zamrak

Juego entre mis manos con su piel de seda y albas
y en el silencio de la estancia preparo vino
y rosas, elixires y aromas del oriente;
pláceme sus consejos y plática llegada
la noche, y entre la mirada fija de las estrellas
y la cálida llama de la luna en el cielo,
ebrios se adormecen los sentidos y los sueños.

Mas nada temo en tu grande altura de colina,
ni nada quiero, que entre las hojas amarillas
del otoño en tus labios y de la luz dorada
de la tarde en tus cabellos, serenas residen
las oraciones, las palabras, los gestos; sean
todos en uno la dulce voz del almuédano,
el canto del gallo cumplido el tiempo, la edad
de los abismos en el incandescente mármol
de los surtidores, en los espejos del agua
o en el silencio de la turbación y sus círculos.

En tus pechos de nieve y sol habito, en la magia
de la seda y el blanco azahar, en los jazmineros
que pueblan los jardines y la noche perfuman,
y las alcobas de palacio y las pobres casas
de los labriegos de la vega, y las estrechas
calles de la medina ensortijada de luces,
de cristales e infinitos colores, de lluvias
y asombros en las riberas de la noche y el grito.

Juego entre mis manos con el fuego de tus labios
y a ellos me encadeno libremente, eternizando
la hora en que la llama del amor en brasas besa
la túnica sedosa de tu vientre y tu costado.

En mis dedos los tuyos, la vida y sus secretos.

LA HABITACIÓN SECRETA DE MANUEL FALCES



Declinaba la tarde en la Almedina. Lucía la calidez del crepúsculo en el laberinto de sus estrechas y solitarias calles. Ciertamente el lugar y la hora eran idóneos para un hombre, Manuel Falces, cuya pasión ha sido, es y será siempre la fotografía. En un par de ocasiones había tenido el placer de conversar con él, no mucho, es verdad, pero sustancioso en todas. Ahora era distinto, y hablaríamos de lo humano y divino, sin prisas, como al propio Falces le gusta decir, igual que la serena lentitud de sus pasos sobre el asfalto o las aceras, como si en cada uno de esos pasos le fuera la vida misma. Como “un tío muy raro” prefiere definirse al tiempo que ríe a carcajadas, y acto seguido sentencia, ampliándose en su autodefinición, como “una sombra, un espectro divino, no lo sé. Un pretérito indefinido, alguien que se está encontrando a sí mismo en cada esquina, en cada momento. Manuel Falces es, un sujeto que nació en Almería un 14 de mayo de 1952, hijo de María y de Manuel, en la calle José María de Acosta, al lado del cine Moderno…calle de personajes muy ilustres como David Bisbal (carcajea), su abuelo, Juan Asensio, la familia Beltrán,…cerca del jefe de falange, de un concejal del Partido Andalucista; es decir, Manuel Falces es absolutamente un potaje de personajes, que parecen haber salido todos de la caldera de Astérix”.


Ante mí, el hombre, el fotógrafo, el amigo, muchas vidas en una, pero en todas el mismo ser vital, enigmático a veces, silencioso otras, profundo y reflexivo, tolerante, claro y apasionado siempre. Por ello, cuando le nombras La habitación secreta (título de uno de sus trabajos fotográficos), él nos habla de ella, que dice ser aquella que todos poseemos, en la que nos refugiamos y en la que habitan todos los fantasmas, los ángeles y demonios, los poetas, el cielo, los actores, el cine, nuestras televisiones particulares, nuestra casa de muñecas, nuestros juegos de niños, nuestras noches de Reyes, donde habita absolutamente todo, todo, todo. Por ella (la habitación secreta) han pasado todos los duendes y todas las hadas, toda la memoria, y ha pasado la mitad de nuestra historia.


Manuel Falces sabe de la soledad del creador, en la que cree y se reconoce. “Los creadores son gente muy solitaria –sentencia-; siempre habita un lobo estepario en una persona que crea. Pero la soledad es algo entrañable también. Hay una soledad sonora, una soledad que grita a voces, que grita por las esquinas, grita calle a calle y verso a verso…La soledad es algo bellísimo... Esta historia de los comités, de las agrupaciones no se ha inventado para una persona que crea, no, yo creo todavía en el lobo estepario…”. Afirma Falces haber llegado a la fotografía “de la mano de su madre… la cámara oscura, sales de plata, las emulsiones, las sombras primero y luego las figuras; y ahora un mundo de píxeles, un universo absolutamente digitalizado, pero donde puede ocurrir de todo, donde puede pasar cualquier cosa y en cualquier lugar; la fotografía, ese instrumento mágico. Porque, el secreto de una buena fotografía está en los ojos, en la cabeza y en el corazón, sin eso la historia no funciona, y luego, la cocinilla –ríe-, el asunto dermatológico, la olla y lo demás de la cocina, el laboratorio, la alquimia…”. Enlaza esta palabra con el recuerdo hacia el que fue sin duda un verdadero alquimista, un mago, el fotógrafo Ruíz Marín. Como abogado, Manuel Falces lució la toga en infinidad de ocasiones, hecho que lleva a honra y a gala, aunque según él, la palabra parezca un poco goyesca-borbónica, la verdad es que no renuncia a ello. Durante muchos años los Aranzadi, los Boletines Oficiales y los ácaros del polvo de los legajos le pertenecieron también.


Y es que Manuel Falces es sobre todo un soñador, y como tal, allá por los años setenta inicia, junto a otros fotógrafos europeos e ilustres personajes (William Klein, Cartier-Bresson, Linda McCartney, Bryan Griffith, Sebastiao Salgado, Cristina García Rodero, entre otros) el proyecto IMAGINA, germen de lo que luego sería el Centro Andaluz de la Fotografía y del que fue director durante 17 años. Además de los ya nombrados, recuerda también a quienes, desde la sombra, le echaron una mano: José Ángel Valente, Juan Goytisolo; muchos sin duda, a la postre, un equipo absolutamente loco. No cabe duda que durante la etapa de director del CAF, Manuel Falces optó por una divulgación muy democrática de la imagen, llámese Talleres gratuitos, autores y obras de la alfa a la omega: “de cubrir –comenta- todo el abanico, todo el alfabeto de los mil nombres que tiene la fotografía”. Respecto a la nueva sede del CAF se siente satisfecho, porque con ella, dice, “Almería va a ser un referente de la imagen, y creo que es de justicia que esté aquí, y va a estar aquí, aunque ha costado mucho trabajo, ¡nadie puede imaginarlo! ¿Que yo no estoy? No pasa nada. Siempre tuve la certeza que en un sillón se está accidentalmente, que es lo contrario de lo que piensan muchísima gente que se dedica al noble oficio de la Administración Pública”.


Cuando hace una fotografía Manuel Falces dice ver un día entre los días, lo que te pasa por los ojos, la vida, también ese teatro, en cierta medida, porque no deja de ser literatura y la literatura tiene su dosis de poesía, de historia, de precisión, de matemática de los puntos y las comas; o sea, que tiene mil cosas. Al hacer una fotografía lo único que busco, posiblemente, es el enigma, el misterio, y sobre todo, la belleza, que es la única lucha que merece la pena.
El hombre está solo y vencido. Ya nadie recuerda su nombre, pero su nombre vive en los labios de quienes le amaron siempre, en sus imágenes en blanco y negro o de tenues colores. Su nombre está en las paredes de la habitación secreta, donde sólo los sueños cohabitan con los días y las noches, con las palabras que nombran lo innombrable y toman las aceras, y las calles, y las avenidas y plazas de la ciudad, su ciudad. Su nombre está grabado en la memoria de la historia, de la historia que se escribe día a día, en la soledad de una estancia cualquiera.


El hombre está solo en su impredecible ciudad, en el mar y los desiertos, buscando el cielo en el techo de su habitación secreta. Su nombre, Manuel Falces.

(Ilustraciones: Manuel Falces)

LA HABITACIÓN SECRETA DE MANUEL FALCES



Declinaba la tarde en la Almedina. Lucía la calidez del crepúsculo en el laberinto de sus estrechas y solitarias calles. Ciertamente el lugar y la hora eran idóneos para un hombre, Manuel Falces, cuya pasión ha sido, es y será siempre la fotografía. En un par de ocasiones había tenido el placer de conversar con él, no mucho, es verdad, pero sustancioso en todas. Ahora era distinto, y hablaríamos de lo humano y divino, sin prisas, como al propio Falces le gusta decir, igual que la serena lentitud de sus pasos sobre el asfalto o las aceras, como si en cada uno de esos pasos le fuera la vida misma. Como “un tío muy raro” prefiere definirse al tiempo que ríe a carcajadas, y acto seguido sentencia, ampliándose en su autodefinición, como “una sombra, un espectro divino, no lo sé. Un pretérito indefinido, alguien que se está encontrando a sí mismo en cada esquina, en cada momento. Manuel Falces es, un sujeto que nació en Almería un 14 de mayo de 1952, hijo de María y de Manuel, en la calle José María de Acosta, al lado del cine Moderno…calle de personajes muy ilustres como David Bisbal (carcajea), su abuelo, Juan Asensio, la familia Beltrán,…cerca del jefe de falange, de un concejal del Partido Andalucista; es decir, Manuel Falces es absolutamente un potaje de personajes, que parecen haber salido todos de la caldera de Astérix”.


Ante mí, el hombre, el fotógrafo, el amigo, muchas vidas en una, pero en todas el mismo ser vital, enigmático a veces, silencioso otras, profundo y reflexivo, tolerante, claro y apasionado siempre. Por ello, cuando le nombras La habitación secreta (título de uno de sus trabajos fotográficos), él nos habla de ella, que dice ser aquella que todos poseemos, en la que nos refugiamos y en la que habitan todos los fantasmas, los ángeles y demonios, los poetas, el cielo, los actores, el cine, nuestras televisiones particulares, nuestra casa de muñecas, nuestros juegos de niños, nuestras noches de Reyes, donde habita absolutamente todo, todo, todo. Por ella (la habitación secreta) han pasado todos los duendes y todas las hadas, toda la memoria, y ha pasado la mitad de nuestra historia.


Manuel Falces sabe de la soledad del creador, en la que cree y se reconoce. “Los creadores son gente muy solitaria –sentencia-; siempre habita un lobo estepario en una persona que crea. Pero la soledad es algo entrañable también. Hay una soledad sonora, una soledad que grita a voces, que grita por las esquinas, grita calle a calle y verso a verso…La soledad es algo bellísimo... Esta historia de los comités, de las agrupaciones no se ha inventado para una persona que crea, no, yo creo todavía en el lobo estepario…”. Afirma Falces haber llegado a la fotografía “de la mano de su madre… la cámara oscura, sales de plata, las emulsiones, las sombras primero y luego las figuras; y ahora un mundo de píxeles, un universo absolutamente digitalizado, pero donde puede ocurrir de todo, donde puede pasar cualquier cosa y en cualquier lugar; la fotografía, ese instrumento mágico. Porque, el secreto de una buena fotografía está en los ojos, en la cabeza y en el corazón, sin eso la historia no funciona, y luego, la cocinilla –ríe-, el asunto dermatológico, la olla y lo demás de la cocina, el laboratorio, la alquimia…”. Enlaza esta palabra con el recuerdo hacia el que fue sin duda un verdadero alquimista, un mago, el fotógrafo Ruíz Marín. Como abogado, Manuel Falces lució la toga en infinidad de ocasiones, hecho que lleva a honra y a gala, aunque según él, la palabra parezca un poco goyesca-borbónica, la verdad es que no renuncia a ello. Durante muchos años los Aranzadi, los Boletines Oficiales y los ácaros del polvo de los legajos le pertenecieron también.


Y es que Manuel Falces es sobre todo un soñador, y como tal, allá por los años setenta inicia, junto a otros fotógrafos europeos e ilustres personajes (William Klein, Cartier-Bresson, Linda McCartney, Bryan Griffith, Sebastiao Salgado, Cristina García Rodero, entre otros) el proyecto IMAGINA, germen de lo que luego sería el Centro Andaluz de la Fotografía y del que fue director durante 17 años. Además de los ya nombrados, recuerda también a quienes, desde la sombra, le echaron una mano: José Ángel Valente, Juan Goytisolo; muchos sin duda, a la postre, un equipo absolutamente loco. No cabe duda que durante la etapa de director del CAF, Manuel Falces optó por una divulgación muy democrática de la imagen, llámese Talleres gratuitos, autores y obras de la alfa a la omega: “de cubrir –comenta- todo el abanico, todo el alfabeto de los mil nombres que tiene la fotografía”. Respecto a la nueva sede del CAF se siente satisfecho, porque con ella, dice, “Almería va a ser un referente de la imagen, y creo que es de justicia que esté aquí, y va a estar aquí, aunque ha costado mucho trabajo, ¡nadie puede imaginarlo! ¿Que yo no estoy? No pasa nada. Siempre tuve la certeza que en un sillón se está accidentalmente, que es lo contrario de lo que piensan muchísima gente que se dedica al noble oficio de la Administración Pública”.


Cuando hace una fotografía Manuel Falces dice ver un día entre los días, lo que te pasa por los ojos, la vida, también ese teatro, en cierta medida, porque no deja de ser literatura y la literatura tiene su dosis de poesía, de historia, de precisión, de matemática de los puntos y las comas; o sea, que tiene mil cosas. Al hacer una fotografía lo único que busco, posiblemente, es el enigma, el misterio, y sobre todo, la belleza, que es la única lucha que merece la pena.
El hombre está solo y vencido. Ya nadie recuerda su nombre, pero su nombre vive en los labios de quienes le amaron siempre, en sus imágenes en blanco y negro o de tenues colores. Su nombre está en las paredes de la habitación secreta, donde sólo los sueños cohabitan con los días y las noches, con las palabras que nombran lo innombrable y toman las aceras, y las calles, y las avenidas y plazas de la ciudad, su ciudad. Su nombre está grabado en la memoria de la historia, de la historia que se escribe día a día, en la soledad de una estancia cualquiera.


El hombre está solo en su impredecible ciudad, en el mar y los desiertos, buscando el cielo en el techo de su habitación secreta. Su nombre, Manuel Falces.

(Ilustraciones: Manuel Falces)

CAMPANAS DE BAEZA


II

Lo he visto en la puerta
de su casa, estaba quedo,
con la mirada en lontananza,
vigilante, en la cima del sueño,
esperanzado en conquistar la luz
de la palabra.

Lo he visto caminar
por las calles de siempre,
lenta y serenamente,
abstraído y libre.

Todos olvidaron su nombre,
y por si acaso, alguna librería
lo tomó como seguro reclamo,
pero no nos engañemos
sólo luce como símbolo
y al cambio en euros se convierte.
Hoy lo he visto como siempre,
serio y enlutado,
cubriéndose la cabeza
con el sombrero de fieltro;
solemnemente agarrado
a su inseparable paraguas.
Lo he visto y me he jurado
seguirlo hasta más allá
de los cerros de Úbeda,
ignorando al tiempo y sus silencios,
creyéndome el único vigía,
su única y certera sombra.

Hoy lo he visto
y he creído en sus versos,
y en su tristeza, de tal manera que,
         nada existe ya sin su presencia.

CAMPANAS DE BAEZA


II

Lo he visto en la puerta
de su casa, estaba quedo,
con la mirada en lontananza,
vigilante, en la cima del sueño,
esperanzado en conquistar la luz
de la palabra.

Lo he visto caminar
por las calles de siempre,
lenta y serenamente,
abstraído y libre.

Todos olvidaron su nombre,
y por si acaso, alguna librería
lo tomó como seguro reclamo,
pero no nos engañemos
sólo luce como símbolo
y al cambio en euros se convierte.
Hoy lo he visto como siempre,
serio y enlutado,
cubriéndose la cabeza
con el sombrero de fieltro;
solemnemente agarrado
a su inseparable paraguas.
Lo he visto y me he jurado
seguirlo hasta más allá
de los cerros de Úbeda,
ignorando al tiempo y sus silencios,
creyéndome el único vigía,
su única y certera sombra.

Hoy lo he visto
y he creído en sus versos,
y en su tristeza, de tal manera que,
         nada existe ya sin su presencia.

CAMPANAS DE BAEZA



I

A su voz
otra voz tañe el aire
de broncíneas campanas
y un cielo gris antiguo
abre sus entrañas de olvido
a la razón de otro tiempo
y otra vida en soledades ebria
por campos de olivos y aceitunas.

Nadie sabe ahora,
en el silencio de esta noche
de luminarias y piedra
dónde y cuándo apareciste
por vez primera
en estas calles y plazas
abiertas al aire y los crepúsculos.

De nuevo las campanas
-las campanas de Baeza-
y tu nombre golpeándome
las sienes, la memoria;
la voz del poeta
abriéndose como una flor,
como una sola campanada
en la cima de la magna torre
desde donde hoy revivo,
al caer la tarde,
la tristeza de otro tiempo
y otras ciudades.

Al día de hoy
sólo poseo la nostalgia
de unos pasos en la noche
solitaria, y un lejano sonido
de campanas –las campanas de Baeza-
derramando sus dolores
en mi estancia, de madrugada.

CAMPANAS DE BAEZA



I

A su voz
otra voz tañe el aire
de broncíneas campanas
y un cielo gris antiguo
abre sus entrañas de olvido
a la razón de otro tiempo
y otra vida en soledades ebria
por campos de olivos y aceitunas.

Nadie sabe ahora,
en el silencio de esta noche
de luminarias y piedra
dónde y cuándo apareciste
por vez primera
en estas calles y plazas
abiertas al aire y los crepúsculos.

De nuevo las campanas
-las campanas de Baeza-
y tu nombre golpeándome
las sienes, la memoria;
la voz del poeta
abriéndose como una flor,
como una sola campanada
en la cima de la magna torre
desde donde hoy revivo,
al caer la tarde,
la tristeza de otro tiempo
y otras ciudades.

Al día de hoy
sólo poseo la nostalgia
de unos pasos en la noche
solitaria, y un lejano sonido
de campanas –las campanas de Baeza-
derramando sus dolores
en mi estancia, de madrugada.

SALA DE ESPERA


Sucedió todo muy deprisa. Fue como si de pronto el día se convirtiera en noche, una noche espesa, abisal. Ellos se miraron fijamente a los ojos, sin entender nada. La niña, sobre el sillón del salón, estaba pálida, triste, sin ganas de nada, como si un extraño ser se hubiera apoderado de ella y no supiera responder a ningún estímulo, a las carantoñas o a los disparates gesticulares de sus progenitores. Una sensación de vacío se apoderó de la casa y una tormenta de angustia creció y creció hasta inundarlo todo. A veces, la vida nos depara momentos dramáticos, de verdadera locura, en los que el camino se hace interminable, infinito, y en los que no sabemos cómo actuar, si lanzarnos al vacío o luchar con todas las fuerzas para salvar lo que amamos.
Cuando toda la luz del día se transforma en una densa nube negra, como si una lluvia de gritos estuviera a punto de estallar sobre la faz de la tierra, una absurda música se instala en los tímpanos y los hace sangrar para siempre. Quizá, ellos, incomprensiblemente, vencidos por el dolor de la herida, no supieron sino abrasarse en el fuego de los ojos y ocupar el espacio de los besos con el agrio silencio de un cuerpo de niña en los brazos.
Un solo gesto bastó, una sola mirada, para que el llanto rompiera dentro, en las profundas aguas, en el cálido vientre del alba, en los alrededores de la calle, en los acantilados, en un mar de caricias y labios.
Todo ha cambiado, así, en un segundo. Ellos, que sintieron en sus dedos la luz de los amaneceres y el silencio de las noches de otoño, nada pudieron contra la oscuridad de la tarde. Y huyeron, hacia otra ciudad. A la ciudad de los sueños –sus sueños-, al jardín de la infancia que ella, ahora, en su regazo arropa.
El tiempo fue un cuchillo afilado. Transcurrieron los días, y en las paredes de aquella estancia blanca y fría quedaron las huellas de unas manos de niña. Acecharon las sombras que en la noche se ocultan y nada fue ya lo mismo. Fue cayendo la lluvia en los tejados del alma, y entre tanto, sus dedos de niña a los silencios se enredan.
La soledad sitia la blanca espera. Y ellos, desde la nada, la vida entera abarcan. Mediaron madrugadas y silencios en aquella sala de espera que anhelaba la vida. Temblaron las baldosas cuando, la niña, abriendo los ojos, el corazón y el alma, de nuevo vida fuera.
Sucedió todo muy deprisa, al filo del alba. El tiempo despierta con la sonrisa encendida por el claro rumor de las aguas, de la vida, los sueños, la esperanza.

SÓLO OLVIDO


Aquella mañana María no supo bien dónde se encontraba. Miró a su alrededor y todo le parecía extraño, ajeno, desconocido. Se levantó y fue al baño. Quedó inmóvil frente al espejo, mirándose a sí misma, sin reconocerse siquiera. El rostro de mujer que veía frente a ella no le decía nada. Era como si el tiempo lo hubiera transformado todo. Aquellos ojos claros, los pronunciados pómulos, la nariz perfilada, los carnosos labios, las arrugas de la cara, los dorados cabellos.

No escuchó las campanas de la iglesia, ni los pasos de Juan, su marido, que la seguía de cerca, observándola preocupado, porque algo no iba bien. Lo sabía, ya había ocurrido otras veces. Pero él no quiso preocuparla. Lo supo entonces y antes que María comenzara a abismarse en un mundo desconocido para ambos. Mas Juan, que siempre estuvo a su lado, ahora no podía abandonarla. Ni siquiera se le había pasado por la imaginación. Toda una vida juntos y así seguiría hasta la extenuación. Juan sabía, había escuchado a otros jubilados como él que quienes caían en el precipicio del olvido, difícilmente se recuperaban. Aun así, él no quería hacerles caso. Seguramente estarían equivocados. Los viejos pierden pronto el sentido de la realidad, chochean con frecuencia –se decía a sí mismo. Y eso no le iba a pasar a María, su esposa, no estaba dispuesto a que ocurriera.

Y luchó con todas sus fuerzas por que así no fuera. Y a su lado estuvo mientras pudo. Observando cómo recorría lentamente el pasillo de la casa, cómo se paraba frente a él y le preguntaba, mirándole a los ojos: ¿papá, qué haces ahí quieto como un poste? ¡Anda, vamos a tu cuarto, que tienes que descansar! Y lo cogía de la mano, y él, Juan, su marido, se dejaba llevar hasta el dormitorio, y se echaba boca arriba sobre la cama, y ella, sentada a su lado, recordaba cosas que sólo ella había vivido y que para Juan, su marido, no existieron nunca. Pero Juan hizo del silencio su vida, y nunca la contrarió, nunca le dijo nada que pudiera molestarla, y ella, María, siempre en la casa, de aquí para allá, una vez y otra, incansable. Hablando para sí. Y Juan siempre tras ella. Cuidando de ella, protegiéndola, para que no se hiciera daño con nada. Juan siempre ahí, a su lado.


Pero un día, María se abismó definitivamente en su extraño mundo de fantasmas y sombras. Y calló. Aquel día, María se detuvo delante de la ventana del dormitorio, fijó la mirada en el infinito de la nada, y sollozó sin saberlo. Juan, su marido, tras ella, observándola desde la puerta, silencioso, vencido.

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

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José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

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JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

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Marparaíso.2019

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Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986