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LA PROSTITUTA


Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Ella, Nadia –y el nombre importa poco-, se había levantado a la misma hora de todos los días, casi a la hora del almuerzo, pues como todos los días, llegaba a casa no antes de las cinco de la madrugada, después de atender a los clientes que frecuentan el Club de alterne donde ella trabajaba cada día, desde que llegó de Rusia, su país de nacimiento.
Nadia, luego de darse una ducha de agua fría –era costumbre en ella desde que llegó a estas tierras-, vistió su hermosísima desnudez con un albornoz de color rosa que le había regalado unos meses atrás Antonio, su amante y proxeneta. Después de abrir la puerta del baño para que el vaho del espejo desapareciera, quedó inmóvil frente a su propio rostro. Se miró intensamente a los ojos, como si fuera la primera vez que se veía a sí misma frente a un espejo, como si no se reconociera en aquellos rasgos de su cara, de sus áureos cabellos, de sus carnosos y pálidos labios, de sus pronunciados pómulos, de su tersa piel, de sus largas pestañas…Pero Nadia estaba allí, mirándose en el espejo, como una tonta, como si al hacerlo de aquella forma una paz extraña se apoderara de ella. Pero Nadia, un día más, se hallaba sola. Sólo ella y sus sueños, y sus fantasmas, y el miedo.
Nadia, entonces, como una autómata se maquilló rápidamente: un poco de crema en la cara, el rimel para las pestañas, el lápiz negro para el borde de los párpados y un ligero cogido para el pelo. Ya en la habitación, Nadia escogería el conjunto de lencería más sexy, una minifalda y una camiseta escotada; comería junto a otras compañeras de oficio en el bar de la esquina y de nuevo, a la misma hora de todos los días, al Club, a esperar, como siempre, que llegue la noche y con ella sus vampiros. Y ella, Nadia, se acomodará al placer de los hombres, hasta la extenuación.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadie volvió a su casa acompañada de Antonio, y sin saber por qué, tras pasar la Puerta ocho de la Primera planta del Edificio A, el cuchillo jamonero que escondía entre su ropa su amante y proxeneta, le atravesó el corazón, como un poseso el cuchillo entró y salió del cuerpo de Nadia hasta diez veces. Nadia cayó al suelo y llevándose las manos al pecho sintió que la sangre le quemaba las manos, la vida entera. Luego, un gran silencio, la nada.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadia volvió definitivamente a casa, para siempre, para siempre.

LA PROSTITUTA


Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Ella, Nadia –y el nombre importa poco-, se había levantado a la misma hora de todos los días, casi a la hora del almuerzo, pues como todos los días, llegaba a casa no antes de las cinco de la madrugada, después de atender a los clientes que frecuentan el Club de alterne donde ella trabajaba cada día, desde que llegó de Rusia, su país de nacimiento.
Nadia, luego de darse una ducha de agua fría –era costumbre en ella desde que llegó a estas tierras-, vistió su hermosísima desnudez con un albornoz de color rosa que le había regalado unos meses atrás Antonio, su amante y proxeneta. Después de abrir la puerta del baño para que el vaho del espejo desapareciera, quedó inmóvil frente a su propio rostro. Se miró intensamente a los ojos, como si fuera la primera vez que se veía a sí misma frente a un espejo, como si no se reconociera en aquellos rasgos de su cara, de sus áureos cabellos, de sus carnosos y pálidos labios, de sus pronunciados pómulos, de su tersa piel, de sus largas pestañas…Pero Nadia estaba allí, mirándose en el espejo, como una tonta, como si al hacerlo de aquella forma una paz extraña se apoderara de ella. Pero Nadia, un día más, se hallaba sola. Sólo ella y sus sueños, y sus fantasmas, y el miedo.
Nadia, entonces, como una autómata se maquilló rápidamente: un poco de crema en la cara, el rimel para las pestañas, el lápiz negro para el borde de los párpados y un ligero cogido para el pelo. Ya en la habitación, Nadia escogería el conjunto de lencería más sexy, una minifalda y una camiseta escotada; comería junto a otras compañeras de oficio en el bar de la esquina y de nuevo, a la misma hora de todos los días, al Club, a esperar, como siempre, que llegue la noche y con ella sus vampiros. Y ella, Nadia, se acomodará al placer de los hombres, hasta la extenuación.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadie volvió a su casa acompañada de Antonio, y sin saber por qué, tras pasar la Puerta ocho de la Primera planta del Edificio A, el cuchillo jamonero que escondía entre su ropa su amante y proxeneta, le atravesó el corazón, como un poseso el cuchillo entró y salió del cuerpo de Nadia hasta diez veces. Nadia cayó al suelo y llevándose las manos al pecho sintió que la sangre le quemaba las manos, la vida entera. Luego, un gran silencio, la nada.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadia volvió definitivamente a casa, para siempre, para siempre.

LA CARA Y LA CRUZ (Human. Palestina y Afganistán)

A veces, tanto la realidad como la más pura fantasía, nos despiertan de un ya duradero e incomprensible letargo. Aquella tarde llevaba un buen rato de un lado para otro, sin rumbo fijo, recorriendo sin prisa las callejas del barrio antiguo de la ciudad, impregnándose de la luz y los aromas marinos. Así, cuando la luz azafranada del crepúsculo comenzaba a retirarse del edificio del antiguo Liceo, sin saber cómo ni por qué, ya había traspasado sus puertas de cristal.


En su interior un patio rectangular rodeado de pórticos formados por arcos y columnas. En unos segundos y de forma incomprensible su mundo se había dividido, separado o convertido, llámese como se quiera, en dos mundos opuestos, antagónicos. En un abrir y cerrar de ojos había quedado atrapado en un callejón de figuras y colores nunca visto hasta entonces. Las paredes se habían convertido en espacios fotográficos surrealistas, donde el color y el pensamiento se mezclaban en una extraña pero sugestiva alquimia. Luego, todo comenzó a ser delirio de anónimas miradas. Los cuerpos, en su propio abandono, se encuentran o se inventan a sí mismos en un juego de color y abstracción única; se visten y se desnudan. Las imágenes se rebelan contra todo y todos, incluido su autor. Miran desde su espacio cautivo, provocadoras, creando un cosmos de fantasía ilimitada, una sinfonía colorista y alegre que lo traspasa todo. La realidad distorsionada o disfrazada, quizá una nueva dramaturgia, un nuevo concepto de las formas, la luz y el color, la vida. Human.



Pero si a un lado del patio halló la fantasía y la recreación más sugestiva, al otro, la realidad de un tiempo y un espacio en el que la muerte y el sufrimiento humanos gritan a través de la mirada.
Donde toda la negritud del universo espejea en la pálida desnudez de unos rostros de mujer, en la terrible soledad de los ancianos, en los muros de cemento levantados, en los fusiles kalashnikov, en las ondas lanzadas por adolescentes, en los entierros de hombres, en el estertor del grito, en las inmolaciones… Allí donde la piedra, otras vidas resurgen de las cenizas y el fuego; la mirada de un niño ante el Corán, la flagelación de la Ashura, las cárceles, azules ríos de burkas, el doloroso clamor de los silencios anidando en las esquinas o en los templos…Palestina y Afganistán vestidas de luto. 


Y así, sin darse cuenta, se vio a sí mismo traspasar de nuevo las puertas de cristal del antiguo Liceo. De nuevo, la vida y la muerte, la cara y la cruz de una misma moneda.

LA CARA Y LA CRUZ (Human. Palestina y Afganistán)

A veces, tanto la realidad como la más pura fantasía, nos despiertan de un ya duradero e incomprensible letargo. Aquella tarde llevaba un buen rato de un lado para otro, sin rumbo fijo, recorriendo sin prisa las callejas del barrio antiguo de la ciudad, impregnándose de la luz y los aromas marinos. Así, cuando la luz azafranada del crepúsculo comenzaba a retirarse del edificio del antiguo Liceo, sin saber cómo ni por qué, ya había traspasado sus puertas de cristal.


En su interior un patio rectangular rodeado de pórticos formados por arcos y columnas. En unos segundos y de forma incomprensible su mundo se había dividido, separado o convertido, llámese como se quiera, en dos mundos opuestos, antagónicos. En un abrir y cerrar de ojos había quedado atrapado en un callejón de figuras y colores nunca visto hasta entonces. Las paredes se habían convertido en espacios fotográficos surrealistas, donde el color y el pensamiento se mezclaban en una extraña pero sugestiva alquimia. Luego, todo comenzó a ser delirio de anónimas miradas. Los cuerpos, en su propio abandono, se encuentran o se inventan a sí mismos en un juego de color y abstracción única; se visten y se desnudan. Las imágenes se rebelan contra todo y todos, incluido su autor. Miran desde su espacio cautivo, provocadoras, creando un cosmos de fantasía ilimitada, una sinfonía colorista y alegre que lo traspasa todo. La realidad distorsionada o disfrazada, quizá una nueva dramaturgia, un nuevo concepto de las formas, la luz y el color, la vida. Human.



Pero si a un lado del patio halló la fantasía y la recreación más sugestiva, al otro, la realidad de un tiempo y un espacio en el que la muerte y el sufrimiento humanos gritan a través de la mirada.
Donde toda la negritud del universo espejea en la pálida desnudez de unos rostros de mujer, en la terrible soledad de los ancianos, en los muros de cemento levantados, en los fusiles kalashnikov, en las ondas lanzadas por adolescentes, en los entierros de hombres, en el estertor del grito, en las inmolaciones… Allí donde la piedra, otras vidas resurgen de las cenizas y el fuego; la mirada de un niño ante el Corán, la flagelación de la Ashura, las cárceles, azules ríos de burkas, el doloroso clamor de los silencios anidando en las esquinas o en los templos…Palestina y Afganistán vestidas de luto. 


Y así, sin darse cuenta, se vio a sí mismo traspasar de nuevo las puertas de cristal del antiguo Liceo. De nuevo, la vida y la muerte, la cara y la cruz de una misma moneda.

ANTONIO SERRANO: ALMA Y LUZ DEL TEATRO CLÁSICO EN ALMERÍA


Sean bienvenidas vuesas mercedes y a buena hora hállense en este corral de comedias donde la realidad y los sueños se entrecruzan, se amalgaman y funden como si de una sola cosa se tratare. Tomen ansí asiento que en siendo a poco comenzare el espectáculo, pues a fe que en estando con los ojos bien abiertos y bien francos los oídos no lamentaren nunca aqueste instante, que en viniendo como ansí fuere, mente y cuerpo disfrutaren de lo que en tan grande escenario representar quisieren los hombres y mujeres que por oficio y vida tuvieren el más noble de cuantos fueren y que al nombre de actores unas veces responden y otras por comediantes se conocieren.

Sean vuesas mercedes muchas y una, y miren y escuchen con atención cuanto en la tarima desde agora y hasta en llegando el fin se diga, pues fuere el caso de una grande burla o por el contrario el de un terrible drama, a fe que de entrambos casos enseñanza sacaren, que en siendo el teatro simulación o fingimiento, representación, farsa o cuento, de la mesma vida espejo fuere, al fin y al cabo, de la realidad se tomaren y en el proscenio vida los actores dieren.



En estando la mar tan serena y el desierto alegre, como el oro reluciere aquesta villa de Marina en llegando las Jornadas y en viniendo como vienen caravanas de cómicos, comediantes, actores, farándula toda a dar vida a nobles señores, monjes, mendigos, trajinantes, putas y mesoneros, a fe que del todo y la nada la culpa alguien tuviere y aqueste por decir verdad y agora al nombre de Antonio de Serrano respondiere, pues que en siendo 25 luengos años son ya los que aquesta villa gozare de aquestas y tan magnas Jornadas de Teatro del Siglo de Oro.

¡Ábrase el telón!, y, ¡Cúmplanse siempre los sueños de vuesas mercedes!

ANTONIO SERRANO: ALMA Y LUZ DEL TEATRO CLÁSICO EN ALMERÍA


Sean bienvenidas vuesas mercedes y a buena hora hállense en este corral de comedias donde la realidad y los sueños se entrecruzan, se amalgaman y funden como si de una sola cosa se tratare. Tomen ansí asiento que en siendo a poco comenzare el espectáculo, pues a fe que en estando con los ojos bien abiertos y bien francos los oídos no lamentaren nunca aqueste instante, que en viniendo como ansí fuere, mente y cuerpo disfrutaren de lo que en tan grande escenario representar quisieren los hombres y mujeres que por oficio y vida tuvieren el más noble de cuantos fueren y que al nombre de actores unas veces responden y otras por comediantes se conocieren.

Sean vuesas mercedes muchas y una, y miren y escuchen con atención cuanto en la tarima desde agora y hasta en llegando el fin se diga, pues fuere el caso de una grande burla o por el contrario el de un terrible drama, a fe que de entrambos casos enseñanza sacaren, que en siendo el teatro simulación o fingimiento, representación, farsa o cuento, de la mesma vida espejo fuere, al fin y al cabo, de la realidad se tomaren y en el proscenio vida los actores dieren.



En estando la mar tan serena y el desierto alegre, como el oro reluciere aquesta villa de Marina en llegando las Jornadas y en viniendo como vienen caravanas de cómicos, comediantes, actores, farándula toda a dar vida a nobles señores, monjes, mendigos, trajinantes, putas y mesoneros, a fe que del todo y la nada la culpa alguien tuviere y aqueste por decir verdad y agora al nombre de Antonio de Serrano respondiere, pues que en siendo 25 luengos años son ya los que aquesta villa gozare de aquestas y tan magnas Jornadas de Teatro del Siglo de Oro.

¡Ábrase el telón!, y, ¡Cúmplanse siempre los sueños de vuesas mercedes!

NICOLÁS SALMERÓN Y ALONSO O EL HONOR DE LA PALABRA



La luz crepuscular dora las solariegas casas de la burguesía en la Puerta de Purchena, otrora Puerta de Pechina. Han pasado los años y este lugar, en el mismo centro de la ciudad, se ha transformado, mudado su antigua y decadente fisonomía. Un nuevo paisaje urbano frío y aséptico se nos muestra ante los ojos, indiferente, lejano. No existe arboleda alguna. Los edificios más notables, como la Casa de las Mariposas: vencida y olvidada de todos, casi en ruinas, desmembrándose poco a poco sus cornisas… Ahora, en sus entrañas, un aparcamiento. Altas e inclinadas farolas modernistas iluminan la noche, al igual que los escaparates que se ubican en su entorno. Y entre el desierto de las veteadas losas de mármol que adornan este nostálgico rincón almeriense, esculpido en bronce, don Nicolás. Don Nicolás Salmerón y Alonso, ilustre pensador, político, humanista, republicano, orador e intelectual de talla, que allá por el año de 1837 naciera en Alhama la Seca –hoy Alhama de Almería-, hijo de don Francisco Salmerón, médico, y de doña Rosalía, hija de un maestro de escuela. Brilla el bronce en la figura de don Nicolás. Brilla la tarde mientras, solo en su andadura, parece caminar junto a las gentes que pasan una y otra vez a su lado, diferentes, de colorista vestimenta en contraste con la suya, austera y broncínea. Camina con la cabeza alta y la mirada al frente, seguro de sí mismo, feliz de sentirse entre los suyos, en su tierra, dignamente vivo en el metal que lo abriga. Se adorna el rostro con una espesa y cuidada barba, viste terno, al cuello de la camisa anuda una pajarita y calza botines; en la mano izquierda, un libro; desnuda, la derecha. Brillan sus ojos cuando me acerco hasta su altura, y en ellos encuentro la expresión de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, y al mirarlo veo al niño que aprende latín en el despacho de su padre y disfruta del juego en las estrechas calles de Alhama, y crece retraído y tímido; al adolescente que camina hacia el Instituto, junto a sus compañeros González Garbín, Federico de Castro y Rafael María de Labra y Cadrana; al muchacho estudiante de Filosofía y Derecho en Granada, siempre caminante por los entresijos del arte y la cultura de su Alhambra y el Generalife, del laberinto de calles del Albaicín, tejedor de la amistad inseparable con don Francisco Giner de los Ríos, en aquellos días ya lejanos. Don Nicolás, en su bronce de vida, camina hacia el amor de Catalina, y luego hacia Madrid, y en su Ateneo y el Café Universal nace una nace a la luz el fraternal abrazo con aquellos sus entrañables Pi y Margall y Castelar.

Se suceden los años, y don Nicolás camina como siempre: la vista al frente, el cuerpo erguido, seguro, esperanzado. Y convencido, funda el Círculo o Academia de Oradores, y el Colegio El Internacional donde “no se usaban palmetas, ni otras disciplinas que las científicas, ni se injuriaba a los niños llamándoles brutos cuando no se sabían la lección, ni se les obligaba a repetir de memoria rezos, la tabla de multiplicar, los ríos de España, las capitales de Europa, la historia de los reyes Godos y las fábulas de Samaniego. Era un colegio que no hacía odioso al maestro ni cargante el estudio”.


Don Nicolás camina hacia el fondo de sí mismo, y se pregunta y se responde en esa dualidad antagónica que la vida nos enseña. Pero don Nicolás no se arredra, y vuelve el amigo que se rebela contra lo injusto, y dimite de su cátedra y es expedientado, y en los silencios de la solidaridad vive por Castelar, y, a pesar de todo, empedernido y noctámbulo soñador de un mundo mejor y más ecuánime. No huye de nada ni de nadie. Don Nicolás camina, se aferra a sus orígenes para saberse vivo, y fiel a sus ideas recorre los caminos del pensamiento y la libertad, aun siendo preso en la cárcel de Saladero.

Anochece en la Puerta de Purchena. El denso amarillo de las luminarias lo envuelve todo. Don Nicolás, en su bronce, luce cálidos destellos de paz y sabiduría. Don Nicolás camina con su soledad de bronce a su Alhama del alma, y de Alhama a Madrid, y cansado, exhausto de incomprensión y vanos enfrentamientos cruza la frontera hasta Francia, y allí, en Pau, un 20 de septiembre del año 1908, muere, lejos de su patria, de su Alhama, de Almería. En Pau se extingue el hombre, el intelectual, el más grande orador y político de su tiempo. Desaparece quien fuera Diputado, Ministro, Presidente de las Cortes y del Gobierno de la I República. Muere quien Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte. Pero, vive su obra y su recuerdo en el de todos los hombres de bien, y así lo deja escrito el poeta y republicano Antonio Machado: Recuerdo haber llorado de entusiasmo en medio de un pueblo que cantaba La Marsellesa y vitoreaba a Salmerón que volvía de Barcelona. El pueblo hablaba de una idea republicana, y esta idea era, por lo menos, una emoción, y muy noble.

Don Nicolás Salmerón y Alonso camina en su bronce de vida por la Puerta de Purchena, y el eco del tiempo nos devuelve el honor de su palabra:…Cread centros de ilustración y cultura, leed el periódico, el libro, que éste es el único medio de elaborar la civilización. Constituid centros y casinos, en los que el que sepa enseñe y el que no que aprenda.

NICOLÁS SALMERÓN Y ALONSO O EL HONOR DE LA PALABRA



La luz crepuscular dora las solariegas casas de la burguesía en la Puerta de Purchena, otrora Puerta de Pechina. Han pasado los años y este lugar, en el mismo centro de la ciudad, se ha transformado, mudado su antigua y decadente fisonomía. Un nuevo paisaje urbano frío y aséptico se nos muestra ante los ojos, indiferente, lejano. No existe arboleda alguna. Los edificios más notables, como la Casa de las Mariposas: vencida y olvidada de todos, casi en ruinas, desmembrándose poco a poco sus cornisas… Ahora, en sus entrañas, un aparcamiento. Altas e inclinadas farolas modernistas iluminan la noche, al igual que los escaparates que se ubican en su entorno. Y entre el desierto de las veteadas losas de mármol que adornan este nostálgico rincón almeriense, esculpido en bronce, don Nicolás. Don Nicolás Salmerón y Alonso, ilustre pensador, político, humanista, republicano, orador e intelectual de talla, que allá por el año de 1837 naciera en Alhama la Seca –hoy Alhama de Almería-, hijo de don Francisco Salmerón, médico, y de doña Rosalía, hija de un maestro de escuela. Brilla el bronce en la figura de don Nicolás. Brilla la tarde mientras, solo en su andadura, parece caminar junto a las gentes que pasan una y otra vez a su lado, diferentes, de colorista vestimenta en contraste con la suya, austera y broncínea. Camina con la cabeza alta y la mirada al frente, seguro de sí mismo, feliz de sentirse entre los suyos, en su tierra, dignamente vivo en el metal que lo abriga. Se adorna el rostro con una espesa y cuidada barba, viste terno, al cuello de la camisa anuda una pajarita y calza botines; en la mano izquierda, un libro; desnuda, la derecha. Brillan sus ojos cuando me acerco hasta su altura, y en ellos encuentro la expresión de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, y al mirarlo veo al niño que aprende latín en el despacho de su padre y disfruta del juego en las estrechas calles de Alhama, y crece retraído y tímido; al adolescente que camina hacia el Instituto, junto a sus compañeros González Garbín, Federico de Castro y Rafael María de Labra y Cadrana; al muchacho estudiante de Filosofía y Derecho en Granada, siempre caminante por los entresijos del arte y la cultura de su Alhambra y el Generalife, del laberinto de calles del Albaicín, tejedor de la amistad inseparable con don Francisco Giner de los Ríos, en aquellos días ya lejanos. Don Nicolás, en su bronce de vida, camina hacia el amor de Catalina, y luego hacia Madrid, y en su Ateneo y el Café Universal nace una nace a la luz el fraternal abrazo con aquellos sus entrañables Pi y Margall y Castelar.

Se suceden los años, y don Nicolás camina como siempre: la vista al frente, el cuerpo erguido, seguro, esperanzado. Y convencido, funda el Círculo o Academia de Oradores, y el Colegio El Internacional donde “no se usaban palmetas, ni otras disciplinas que las científicas, ni se injuriaba a los niños llamándoles brutos cuando no se sabían la lección, ni se les obligaba a repetir de memoria rezos, la tabla de multiplicar, los ríos de España, las capitales de Europa, la historia de los reyes Godos y las fábulas de Samaniego. Era un colegio que no hacía odioso al maestro ni cargante el estudio”.


Don Nicolás camina hacia el fondo de sí mismo, y se pregunta y se responde en esa dualidad antagónica que la vida nos enseña. Pero don Nicolás no se arredra, y vuelve el amigo que se rebela contra lo injusto, y dimite de su cátedra y es expedientado, y en los silencios de la solidaridad vive por Castelar, y, a pesar de todo, empedernido y noctámbulo soñador de un mundo mejor y más ecuánime. No huye de nada ni de nadie. Don Nicolás camina, se aferra a sus orígenes para saberse vivo, y fiel a sus ideas recorre los caminos del pensamiento y la libertad, aun siendo preso en la cárcel de Saladero.

Anochece en la Puerta de Purchena. El denso amarillo de las luminarias lo envuelve todo. Don Nicolás, en su bronce, luce cálidos destellos de paz y sabiduría. Don Nicolás camina con su soledad de bronce a su Alhama del alma, y de Alhama a Madrid, y cansado, exhausto de incomprensión y vanos enfrentamientos cruza la frontera hasta Francia, y allí, en Pau, un 20 de septiembre del año 1908, muere, lejos de su patria, de su Alhama, de Almería. En Pau se extingue el hombre, el intelectual, el más grande orador y político de su tiempo. Desaparece quien fuera Diputado, Ministro, Presidente de las Cortes y del Gobierno de la I República. Muere quien Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte. Pero, vive su obra y su recuerdo en el de todos los hombres de bien, y así lo deja escrito el poeta y republicano Antonio Machado: Recuerdo haber llorado de entusiasmo en medio de un pueblo que cantaba La Marsellesa y vitoreaba a Salmerón que volvía de Barcelona. El pueblo hablaba de una idea republicana, y esta idea era, por lo menos, una emoción, y muy noble.

Don Nicolás Salmerón y Alonso camina en su bronce de vida por la Puerta de Purchena, y el eco del tiempo nos devuelve el honor de su palabra:…Cread centros de ilustración y cultura, leed el periódico, el libro, que éste es el único medio de elaborar la civilización. Constituid centros y casinos, en los que el que sepa enseñe y el que no que aprenda.

ÚLTIMAS EPÍSTOLAS DE KALINKA


Retomo para esta ocasión aquel verso de Rafael Alberti que decía “Nunca fui a Granada”. Hoy, lamentablemente, yo también escribo: “Nunca fui a Toulouse”. Nunca estuve en la Rue General Faidherbe de Toulouse, donde vivió Kalinka Pradal. Sin embargo, desde que inicié mi relación epistolar con ella y en muchos momentos, me he imaginado cómo sería su calle, su casa y, cómo no, cómo sería realmente esta mujer almeriense, víctima de un tiempo incivil que la llevó, siendo una niña, al más cruel de los exilios.
A veces, en la vida, un cúmulo de circunstancias por impensables y extrañas nos acercan a la vida y obra de otros seres. Es mi caso. Allá por el año 98 llegaba a este paraíso de mar, desierto y cine. Al poco tiempo descubrí a uno de los personajes almerienses más interesantes y extraordinarios –también más desconocidos para sus propios paisanos- de la historia reciente de Almería: Gabriel Pradal. En los libros que leí: Gabriel Pradal o el honor político, con prólogo de Felipe González y de autores varios; Gabriel Pradal (1891-1965), de Gemma Pradal Ballester y Comentarios de Pericles García, por Gabriel Pradal, en sus ediciones de Toulouse 1967 y Almería 1991, hallé la honestidad política, el humanismo y la generosidad de un ser extraordinariamente comprometido con su tiempo y sus principios. La lección aprendida por aquellos días fue la verdadera lección de una vida entregada al conocimiento, la libertad y a los desheredados del mundo.


Tuve entonces la sensación, y aún hoy la tengo, que estaría unido a los Pradal el resto de mis días. Luego conocí a Gemma Pradal. Muchas fueron las horas y los días que tuve la oportunidad de hablar con ella de su tío-abuelo Gabriel Pradal. Gemma hablaba y hablaba con pasión de la vida y obra de Gabriel. Yo, que sólo había sido un ferviente lector, reconocía en su voz, quizá también en sus gestos y expresiones, al político honesto, al intelectual, al escritor, pero sobre todo, al hombre en su más extenso y valioso significado. En todas esas ocasiones veía al hombre que de pie, sereno y atento, con cabello cano, gafas de concha, traje negro y a rayas, lee un periódico que sostiene en su antebrazo izquierdo y en la mano un sombrero de fieltro, mientras que los dedos de la mano derecha acarician levemente el bigote y la barbilla. Creo que fue por aquellos días cuando decidí escribir sobre su vida. Durante algún tiempo estuve dándole vueltas y vueltas a esta idea. Un capítulo del libro de Gemma titulado “Salida de España” y concretamente este pasaje: “…el día 23 del pasado trasladamos la Comandancia de Obras Militares desde Barcelona a un pueblecito cercano a Figueras, llamado Villanant. Fue un día de preocupación. Al anochecer salí en el coche con los niños” (refiriéndose a sus dos hijos mayores, Gabriel y Mercedes), fue el detonante. A partir de entonces el nombre de Mercedes ocupó los días y las noches, las horas y los minutos que dedicaba al noble arte de la escritura. No había otra salida, tenía que contactar con Mercedes Pradal, aquella niña que en aquel frío día de febrero de 1939 cruzó la frontera francesa camino del exilio. Y así fue como comencé mi relación epistolar con Mercedes Pradal, desde entonces Kalinka. En la primera carta le hablaba de mi interés por conocer detalles de la vida de su padre, Gabriel Pradal, de cómo fue el exilio, de sus sentimientos, de sus deseos, en definitiva, de todo aquello que afectó a su vida. Kalinka me acusó recibo a los pocos días. Yo estaba entusiasmado y agradecido a su pronta respuesta. Luego volví a escribirle, le insistía para que me abasteciera del material necesario para iniciar la narración. Recuerdo que en aquella carta le envié, también, un poema dedicado a ella:
COMO TUS OJOSYo quiero ser la voz tan alta que mereces,
definitivamente.
Arturo Serrano Plaja


a Kalinka Pradal, hija de la guerra y el exilio.

En sus ojos de oscuras soledades
los tuyos reclamaban la luz, vuelos
de mariposas tiñendo los días
de esta triste y extraña primavera.
En sus labios de encajes y silencios
los tuyos emergían como un trueno
de límpida mirada que recorre
la tierra cincelada de cenizas.
En sus manos de mármol veteado
las tuyas derramadas en latidos
de agrestes despertares y de asedios
clavándose en la carne como un llanto.
En sus pechos de ninfa vegetal
los tuyos abiertos en honda herida
rebelándose tras saberse noche
de aquel tiempo incivil y tenebroso.
En la memoria, lejanos los días,
el viento acuna voces de una infancia
cualquiera, como luces emergentes,
como azules desbordando el ocaso.

Estallan los silencios esta noche.

De nuevo el invierno en las calles, su luz
cegadora, su plateadas manos


sobre la estatua marmórea del parque,
sobre la mar, el aire, los cantiles.
Esta noche, estallidos de silencios
en la estancia, golpes de frío y lluvias
galopan sobre la mesa y los dedos,
amargos, como nunca antes lo fueran.

Estallan esta noche los silencios,
el universo entero en mis pupilas,
la doliente presencia de la espera
junto al triste ciprés de los vencidos.

Estallan los silencios esta noche...

Han pasado los años y aún te veo
clavar los ojos en la noche negra
de aquel febrero negro que imponía
el horror de la sangre y las trincheras.
Aún te veo, con el cuerpo entumecido
de miedo y soledades, recorrer
el silencioso túnel del espanto
en el trémulo asiento de la huida.
Te veo tras los cristales de un viejo tren
en la gélida estación de Cerbère;
veo la triste y desolada mirada
de un hombre abismándose en el fracaso.
Veo el dolor del exilio en la Bretaña
marina y distante de los sin patria
y unas cartas de amor que llegan siempre
al mismo destino y destinatario.

Te veo en las índigas y claras aguas
del Mediterráneo, ahora que la luz
del día comienza a lucir el ímpetu
vivo y ardiente de tu voz en las olas.

Kalinka tardó en contestarme, pero su carta fechada el 8 de julio de 2002 en Toulouse, me llegó unos días después. En ella me pedía disculpas por la tardanza en contestar debido a su mal estado de salud: “El corazón acusa, a mi edad, los sufrimientos de toda una vida, que no fue particularmente dichosa” –decía-, y continuaba agradeciéndome el poema dedicado “que me emociona y me sorprende. No sé por qué mis ojos. Usted no me conoce, ni sé cómo puede evocar ciertos recuerdos que están en el fondo de mi alma. El horror de la guerra, ese tren oscuro en Cerbère, la Bretaña…”. Concluía su carta Kalinka con una invitación para que visitara Toulouse. Volví a escribirle para darle las gracias por sus cálidas palabras, por su comprensión y generosidad. Kalinka respondía de nuevo con una postal fechada el 3 de agosto de 2002 desde un lugar llamado La Franqui, donde veraneaba aquellos días: ”Mis hermanos y mi padre escogimos este lugar pues, contrariamente al resto de Francia, que es un país verde y risueño, esta región, que es árida y seca, nos recordaba a nuestra Andalucía y a Aguadulce, donde pasábamos los veranos en nuestra infancia. A mí me apasiona este “Mare Nostrum” que es toda nuestra cultura”.
Después de aquella bella postal, que ciertamente recuerda las playas de Aguadulce, paraje conocido en vida de su padre como “El barranco de las adelfas”, no recibí carta alguna. Pasaron los meses. Alguna vez en encuentros casuales con Gemma pregunté por ella, pero ya su estado de salud empeoraba aceleradamente. Hasta hace unos días, que al leer el periódico, me encontré con la triste noticia de su muerte. De inmediato llamé por teléfono a Gemma para darle el pésame, y volvimos a hablar de Kalinka con el corazón estremecido. Gemma, con un hilo de voz emocionada, caminaba de la mano de Kalinka por las calles de Almería, observando el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos y escuchando los versos de Federico García Lorca en la voz de Kalinka; luego ha viajado con ella hasta Collioure para homenajear a Antonio Machado y a la rue del Toro, en Toulouse, donde se reunían los socialistas españoles exiliados.
Ahora sé y lo sabré siempre que Kalinka vive y vivará eternamente entre nosotros. Que vive como viven sus ojos en mi memoria.

ÚLTIMAS EPÍSTOLAS DE KALINKA


Retomo para esta ocasión aquel verso de Rafael Alberti que decía “Nunca fui a Granada”. Hoy, lamentablemente, yo también escribo: “Nunca fui a Toulouse”. Nunca estuve en la Rue General Faidherbe de Toulouse, donde vivió Kalinka Pradal. Sin embargo, desde que inicié mi relación epistolar con ella y en muchos momentos, me he imaginado cómo sería su calle, su casa y, cómo no, cómo sería realmente esta mujer almeriense, víctima de un tiempo incivil que la llevó, siendo una niña, al más cruel de los exilios.
A veces, en la vida, un cúmulo de circunstancias por impensables y extrañas nos acercan a la vida y obra de otros seres. Es mi caso. Allá por el año 98 llegaba a este paraíso de mar, desierto y cine. Al poco tiempo descubrí a uno de los personajes almerienses más interesantes y extraordinarios –también más desconocidos para sus propios paisanos- de la historia reciente de Almería: Gabriel Pradal. En los libros que leí: Gabriel Pradal o el honor político, con prólogo de Felipe González y de autores varios; Gabriel Pradal (1891-1965), de Gemma Pradal Ballester y Comentarios de Pericles García, por Gabriel Pradal, en sus ediciones de Toulouse 1967 y Almería 1991, hallé la honestidad política, el humanismo y la generosidad de un ser extraordinariamente comprometido con su tiempo y sus principios. La lección aprendida por aquellos días fue la verdadera lección de una vida entregada al conocimiento, la libertad y a los desheredados del mundo.


Tuve entonces la sensación, y aún hoy la tengo, que estaría unido a los Pradal el resto de mis días. Luego conocí a Gemma Pradal. Muchas fueron las horas y los días que tuve la oportunidad de hablar con ella de su tío-abuelo Gabriel Pradal. Gemma hablaba y hablaba con pasión de la vida y obra de Gabriel. Yo, que sólo había sido un ferviente lector, reconocía en su voz, quizá también en sus gestos y expresiones, al político honesto, al intelectual, al escritor, pero sobre todo, al hombre en su más extenso y valioso significado. En todas esas ocasiones veía al hombre que de pie, sereno y atento, con cabello cano, gafas de concha, traje negro y a rayas, lee un periódico que sostiene en su antebrazo izquierdo y en la mano un sombrero de fieltro, mientras que los dedos de la mano derecha acarician levemente el bigote y la barbilla. Creo que fue por aquellos días cuando decidí escribir sobre su vida. Durante algún tiempo estuve dándole vueltas y vueltas a esta idea. Un capítulo del libro de Gemma titulado “Salida de España” y concretamente este pasaje: “…el día 23 del pasado trasladamos la Comandancia de Obras Militares desde Barcelona a un pueblecito cercano a Figueras, llamado Villanant. Fue un día de preocupación. Al anochecer salí en el coche con los niños” (refiriéndose a sus dos hijos mayores, Gabriel y Mercedes), fue el detonante. A partir de entonces el nombre de Mercedes ocupó los días y las noches, las horas y los minutos que dedicaba al noble arte de la escritura. No había otra salida, tenía que contactar con Mercedes Pradal, aquella niña que en aquel frío día de febrero de 1939 cruzó la frontera francesa camino del exilio. Y así fue como comencé mi relación epistolar con Mercedes Pradal, desde entonces Kalinka. En la primera carta le hablaba de mi interés por conocer detalles de la vida de su padre, Gabriel Pradal, de cómo fue el exilio, de sus sentimientos, de sus deseos, en definitiva, de todo aquello que afectó a su vida. Kalinka me acusó recibo a los pocos días. Yo estaba entusiasmado y agradecido a su pronta respuesta. Luego volví a escribirle, le insistía para que me abasteciera del material necesario para iniciar la narración. Recuerdo que en aquella carta le envié, también, un poema dedicado a ella:
COMO TUS OJOSYo quiero ser la voz tan alta que mereces,
definitivamente.
Arturo Serrano Plaja


a Kalinka Pradal, hija de la guerra y el exilio.

En sus ojos de oscuras soledades
los tuyos reclamaban la luz, vuelos
de mariposas tiñendo los días
de esta triste y extraña primavera.
En sus labios de encajes y silencios
los tuyos emergían como un trueno
de límpida mirada que recorre
la tierra cincelada de cenizas.
En sus manos de mármol veteado
las tuyas derramadas en latidos
de agrestes despertares y de asedios
clavándose en la carne como un llanto.
En sus pechos de ninfa vegetal
los tuyos abiertos en honda herida
rebelándose tras saberse noche
de aquel tiempo incivil y tenebroso.
En la memoria, lejanos los días,
el viento acuna voces de una infancia
cualquiera, como luces emergentes,
como azules desbordando el ocaso.

Estallan los silencios esta noche.

De nuevo el invierno en las calles, su luz
cegadora, su plateadas manos


sobre la estatua marmórea del parque,
sobre la mar, el aire, los cantiles.
Esta noche, estallidos de silencios
en la estancia, golpes de frío y lluvias
galopan sobre la mesa y los dedos,
amargos, como nunca antes lo fueran.

Estallan esta noche los silencios,
el universo entero en mis pupilas,
la doliente presencia de la espera
junto al triste ciprés de los vencidos.

Estallan los silencios esta noche...

Han pasado los años y aún te veo
clavar los ojos en la noche negra
de aquel febrero negro que imponía
el horror de la sangre y las trincheras.
Aún te veo, con el cuerpo entumecido
de miedo y soledades, recorrer
el silencioso túnel del espanto
en el trémulo asiento de la huida.
Te veo tras los cristales de un viejo tren
en la gélida estación de Cerbère;
veo la triste y desolada mirada
de un hombre abismándose en el fracaso.
Veo el dolor del exilio en la Bretaña
marina y distante de los sin patria
y unas cartas de amor que llegan siempre
al mismo destino y destinatario.

Te veo en las índigas y claras aguas
del Mediterráneo, ahora que la luz
del día comienza a lucir el ímpetu
vivo y ardiente de tu voz en las olas.

Kalinka tardó en contestarme, pero su carta fechada el 8 de julio de 2002 en Toulouse, me llegó unos días después. En ella me pedía disculpas por la tardanza en contestar debido a su mal estado de salud: “El corazón acusa, a mi edad, los sufrimientos de toda una vida, que no fue particularmente dichosa” –decía-, y continuaba agradeciéndome el poema dedicado “que me emociona y me sorprende. No sé por qué mis ojos. Usted no me conoce, ni sé cómo puede evocar ciertos recuerdos que están en el fondo de mi alma. El horror de la guerra, ese tren oscuro en Cerbère, la Bretaña…”. Concluía su carta Kalinka con una invitación para que visitara Toulouse. Volví a escribirle para darle las gracias por sus cálidas palabras, por su comprensión y generosidad. Kalinka respondía de nuevo con una postal fechada el 3 de agosto de 2002 desde un lugar llamado La Franqui, donde veraneaba aquellos días: ”Mis hermanos y mi padre escogimos este lugar pues, contrariamente al resto de Francia, que es un país verde y risueño, esta región, que es árida y seca, nos recordaba a nuestra Andalucía y a Aguadulce, donde pasábamos los veranos en nuestra infancia. A mí me apasiona este “Mare Nostrum” que es toda nuestra cultura”.
Después de aquella bella postal, que ciertamente recuerda las playas de Aguadulce, paraje conocido en vida de su padre como “El barranco de las adelfas”, no recibí carta alguna. Pasaron los meses. Alguna vez en encuentros casuales con Gemma pregunté por ella, pero ya su estado de salud empeoraba aceleradamente. Hasta hace unos días, que al leer el periódico, me encontré con la triste noticia de su muerte. De inmediato llamé por teléfono a Gemma para darle el pésame, y volvimos a hablar de Kalinka con el corazón estremecido. Gemma, con un hilo de voz emocionada, caminaba de la mano de Kalinka por las calles de Almería, observando el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos y escuchando los versos de Federico García Lorca en la voz de Kalinka; luego ha viajado con ella hasta Collioure para homenajear a Antonio Machado y a la rue del Toro, en Toulouse, donde se reunían los socialistas españoles exiliados.
Ahora sé y lo sabré siempre que Kalinka vive y vivará eternamente entre nosotros. Que vive como viven sus ojos en mi memoria.

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

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Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986