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NICOLÁS SALMERÓN Y ALONSO O EL HONOR DE LA PALABRA



La luz crepuscular dora las solariegas casas de la burguesía en la Puerta de Purchena, otrora Puerta de Pechina. Han pasado los años y este lugar, en el mismo centro de la ciudad, se ha transformado, mudado su antigua y decadente fisonomía. Un nuevo paisaje urbano frío y aséptico se nos muestra ante los ojos, indiferente, lejano. No existe arboleda alguna. Los edificios más notables, como la Casa de las Mariposas: vencida y olvidada de todos, casi en ruinas, desmembrándose poco a poco sus cornisas… Ahora, en sus entrañas, un aparcamiento. Altas e inclinadas farolas modernistas iluminan la noche, al igual que los escaparates que se ubican en su entorno. Y entre el desierto de las veteadas losas de mármol que adornan este nostálgico rincón almeriense, esculpido en bronce, don Nicolás. Don Nicolás Salmerón y Alonso, ilustre pensador, político, humanista, republicano, orador e intelectual de talla, que allá por el año de 1837 naciera en Alhama la Seca –hoy Alhama de Almería-, hijo de don Francisco Salmerón, médico, y de doña Rosalía, hija de un maestro de escuela. Brilla el bronce en la figura de don Nicolás. Brilla la tarde mientras, solo en su andadura, parece caminar junto a las gentes que pasan una y otra vez a su lado, diferentes, de colorista vestimenta en contraste con la suya, austera y broncínea. Camina con la cabeza alta y la mirada al frente, seguro de sí mismo, feliz de sentirse entre los suyos, en su tierra, dignamente vivo en el metal que lo abriga. Se adorna el rostro con una espesa y cuidada barba, viste terno, al cuello de la camisa anuda una pajarita y calza botines; en la mano izquierda, un libro; desnuda, la derecha. Brillan sus ojos cuando me acerco hasta su altura, y en ellos encuentro la expresión de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, y al mirarlo veo al niño que aprende latín en el despacho de su padre y disfruta del juego en las estrechas calles de Alhama, y crece retraído y tímido; al adolescente que camina hacia el Instituto, junto a sus compañeros González Garbín, Federico de Castro y Rafael María de Labra y Cadrana; al muchacho estudiante de Filosofía y Derecho en Granada, siempre caminante por los entresijos del arte y la cultura de su Alhambra y el Generalife, del laberinto de calles del Albaicín, tejedor de la amistad inseparable con don Francisco Giner de los Ríos, en aquellos días ya lejanos. Don Nicolás, en su bronce de vida, camina hacia el amor de Catalina, y luego hacia Madrid, y en su Ateneo y el Café Universal nace una nace a la luz el fraternal abrazo con aquellos sus entrañables Pi y Margall y Castelar.

Se suceden los años, y don Nicolás camina como siempre: la vista al frente, el cuerpo erguido, seguro, esperanzado. Y convencido, funda el Círculo o Academia de Oradores, y el Colegio El Internacional donde “no se usaban palmetas, ni otras disciplinas que las científicas, ni se injuriaba a los niños llamándoles brutos cuando no se sabían la lección, ni se les obligaba a repetir de memoria rezos, la tabla de multiplicar, los ríos de España, las capitales de Europa, la historia de los reyes Godos y las fábulas de Samaniego. Era un colegio que no hacía odioso al maestro ni cargante el estudio”.


Don Nicolás camina hacia el fondo de sí mismo, y se pregunta y se responde en esa dualidad antagónica que la vida nos enseña. Pero don Nicolás no se arredra, y vuelve el amigo que se rebela contra lo injusto, y dimite de su cátedra y es expedientado, y en los silencios de la solidaridad vive por Castelar, y, a pesar de todo, empedernido y noctámbulo soñador de un mundo mejor y más ecuánime. No huye de nada ni de nadie. Don Nicolás camina, se aferra a sus orígenes para saberse vivo, y fiel a sus ideas recorre los caminos del pensamiento y la libertad, aun siendo preso en la cárcel de Saladero.

Anochece en la Puerta de Purchena. El denso amarillo de las luminarias lo envuelve todo. Don Nicolás, en su bronce, luce cálidos destellos de paz y sabiduría. Don Nicolás camina con su soledad de bronce a su Alhama del alma, y de Alhama a Madrid, y cansado, exhausto de incomprensión y vanos enfrentamientos cruza la frontera hasta Francia, y allí, en Pau, un 20 de septiembre del año 1908, muere, lejos de su patria, de su Alhama, de Almería. En Pau se extingue el hombre, el intelectual, el más grande orador y político de su tiempo. Desaparece quien fuera Diputado, Ministro, Presidente de las Cortes y del Gobierno de la I República. Muere quien Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte. Pero, vive su obra y su recuerdo en el de todos los hombres de bien, y así lo deja escrito el poeta y republicano Antonio Machado: Recuerdo haber llorado de entusiasmo en medio de un pueblo que cantaba La Marsellesa y vitoreaba a Salmerón que volvía de Barcelona. El pueblo hablaba de una idea republicana, y esta idea era, por lo menos, una emoción, y muy noble.

Don Nicolás Salmerón y Alonso camina en su bronce de vida por la Puerta de Purchena, y el eco del tiempo nos devuelve el honor de su palabra:…Cread centros de ilustración y cultura, leed el periódico, el libro, que éste es el único medio de elaborar la civilización. Constituid centros y casinos, en los que el que sepa enseñe y el que no que aprenda.

NICOLÁS SALMERÓN Y ALONSO O EL HONOR DE LA PALABRA



La luz crepuscular dora las solariegas casas de la burguesía en la Puerta de Purchena, otrora Puerta de Pechina. Han pasado los años y este lugar, en el mismo centro de la ciudad, se ha transformado, mudado su antigua y decadente fisonomía. Un nuevo paisaje urbano frío y aséptico se nos muestra ante los ojos, indiferente, lejano. No existe arboleda alguna. Los edificios más notables, como la Casa de las Mariposas: vencida y olvidada de todos, casi en ruinas, desmembrándose poco a poco sus cornisas… Ahora, en sus entrañas, un aparcamiento. Altas e inclinadas farolas modernistas iluminan la noche, al igual que los escaparates que se ubican en su entorno. Y entre el desierto de las veteadas losas de mármol que adornan este nostálgico rincón almeriense, esculpido en bronce, don Nicolás. Don Nicolás Salmerón y Alonso, ilustre pensador, político, humanista, republicano, orador e intelectual de talla, que allá por el año de 1837 naciera en Alhama la Seca –hoy Alhama de Almería-, hijo de don Francisco Salmerón, médico, y de doña Rosalía, hija de un maestro de escuela. Brilla el bronce en la figura de don Nicolás. Brilla la tarde mientras, solo en su andadura, parece caminar junto a las gentes que pasan una y otra vez a su lado, diferentes, de colorista vestimenta en contraste con la suya, austera y broncínea. Camina con la cabeza alta y la mirada al frente, seguro de sí mismo, feliz de sentirse entre los suyos, en su tierra, dignamente vivo en el metal que lo abriga. Se adorna el rostro con una espesa y cuidada barba, viste terno, al cuello de la camisa anuda una pajarita y calza botines; en la mano izquierda, un libro; desnuda, la derecha. Brillan sus ojos cuando me acerco hasta su altura, y en ellos encuentro la expresión de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, y al mirarlo veo al niño que aprende latín en el despacho de su padre y disfruta del juego en las estrechas calles de Alhama, y crece retraído y tímido; al adolescente que camina hacia el Instituto, junto a sus compañeros González Garbín, Federico de Castro y Rafael María de Labra y Cadrana; al muchacho estudiante de Filosofía y Derecho en Granada, siempre caminante por los entresijos del arte y la cultura de su Alhambra y el Generalife, del laberinto de calles del Albaicín, tejedor de la amistad inseparable con don Francisco Giner de los Ríos, en aquellos días ya lejanos. Don Nicolás, en su bronce de vida, camina hacia el amor de Catalina, y luego hacia Madrid, y en su Ateneo y el Café Universal nace una nace a la luz el fraternal abrazo con aquellos sus entrañables Pi y Margall y Castelar.

Se suceden los años, y don Nicolás camina como siempre: la vista al frente, el cuerpo erguido, seguro, esperanzado. Y convencido, funda el Círculo o Academia de Oradores, y el Colegio El Internacional donde “no se usaban palmetas, ni otras disciplinas que las científicas, ni se injuriaba a los niños llamándoles brutos cuando no se sabían la lección, ni se les obligaba a repetir de memoria rezos, la tabla de multiplicar, los ríos de España, las capitales de Europa, la historia de los reyes Godos y las fábulas de Samaniego. Era un colegio que no hacía odioso al maestro ni cargante el estudio”.


Don Nicolás camina hacia el fondo de sí mismo, y se pregunta y se responde en esa dualidad antagónica que la vida nos enseña. Pero don Nicolás no se arredra, y vuelve el amigo que se rebela contra lo injusto, y dimite de su cátedra y es expedientado, y en los silencios de la solidaridad vive por Castelar, y, a pesar de todo, empedernido y noctámbulo soñador de un mundo mejor y más ecuánime. No huye de nada ni de nadie. Don Nicolás camina, se aferra a sus orígenes para saberse vivo, y fiel a sus ideas recorre los caminos del pensamiento y la libertad, aun siendo preso en la cárcel de Saladero.

Anochece en la Puerta de Purchena. El denso amarillo de las luminarias lo envuelve todo. Don Nicolás, en su bronce, luce cálidos destellos de paz y sabiduría. Don Nicolás camina con su soledad de bronce a su Alhama del alma, y de Alhama a Madrid, y cansado, exhausto de incomprensión y vanos enfrentamientos cruza la frontera hasta Francia, y allí, en Pau, un 20 de septiembre del año 1908, muere, lejos de su patria, de su Alhama, de Almería. En Pau se extingue el hombre, el intelectual, el más grande orador y político de su tiempo. Desaparece quien fuera Diputado, Ministro, Presidente de las Cortes y del Gobierno de la I República. Muere quien Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte. Pero, vive su obra y su recuerdo en el de todos los hombres de bien, y así lo deja escrito el poeta y republicano Antonio Machado: Recuerdo haber llorado de entusiasmo en medio de un pueblo que cantaba La Marsellesa y vitoreaba a Salmerón que volvía de Barcelona. El pueblo hablaba de una idea republicana, y esta idea era, por lo menos, una emoción, y muy noble.

Don Nicolás Salmerón y Alonso camina en su bronce de vida por la Puerta de Purchena, y el eco del tiempo nos devuelve el honor de su palabra:…Cread centros de ilustración y cultura, leed el periódico, el libro, que éste es el único medio de elaborar la civilización. Constituid centros y casinos, en los que el que sepa enseñe y el que no que aprenda.

ÚLTIMAS EPÍSTOLAS DE KALINKA


Retomo para esta ocasión aquel verso de Rafael Alberti que decía “Nunca fui a Granada”. Hoy, lamentablemente, yo también escribo: “Nunca fui a Toulouse”. Nunca estuve en la Rue General Faidherbe de Toulouse, donde vivió Kalinka Pradal. Sin embargo, desde que inicié mi relación epistolar con ella y en muchos momentos, me he imaginado cómo sería su calle, su casa y, cómo no, cómo sería realmente esta mujer almeriense, víctima de un tiempo incivil que la llevó, siendo una niña, al más cruel de los exilios.
A veces, en la vida, un cúmulo de circunstancias por impensables y extrañas nos acercan a la vida y obra de otros seres. Es mi caso. Allá por el año 98 llegaba a este paraíso de mar, desierto y cine. Al poco tiempo descubrí a uno de los personajes almerienses más interesantes y extraordinarios –también más desconocidos para sus propios paisanos- de la historia reciente de Almería: Gabriel Pradal. En los libros que leí: Gabriel Pradal o el honor político, con prólogo de Felipe González y de autores varios; Gabriel Pradal (1891-1965), de Gemma Pradal Ballester y Comentarios de Pericles García, por Gabriel Pradal, en sus ediciones de Toulouse 1967 y Almería 1991, hallé la honestidad política, el humanismo y la generosidad de un ser extraordinariamente comprometido con su tiempo y sus principios. La lección aprendida por aquellos días fue la verdadera lección de una vida entregada al conocimiento, la libertad y a los desheredados del mundo.


Tuve entonces la sensación, y aún hoy la tengo, que estaría unido a los Pradal el resto de mis días. Luego conocí a Gemma Pradal. Muchas fueron las horas y los días que tuve la oportunidad de hablar con ella de su tío-abuelo Gabriel Pradal. Gemma hablaba y hablaba con pasión de la vida y obra de Gabriel. Yo, que sólo había sido un ferviente lector, reconocía en su voz, quizá también en sus gestos y expresiones, al político honesto, al intelectual, al escritor, pero sobre todo, al hombre en su más extenso y valioso significado. En todas esas ocasiones veía al hombre que de pie, sereno y atento, con cabello cano, gafas de concha, traje negro y a rayas, lee un periódico que sostiene en su antebrazo izquierdo y en la mano un sombrero de fieltro, mientras que los dedos de la mano derecha acarician levemente el bigote y la barbilla. Creo que fue por aquellos días cuando decidí escribir sobre su vida. Durante algún tiempo estuve dándole vueltas y vueltas a esta idea. Un capítulo del libro de Gemma titulado “Salida de España” y concretamente este pasaje: “…el día 23 del pasado trasladamos la Comandancia de Obras Militares desde Barcelona a un pueblecito cercano a Figueras, llamado Villanant. Fue un día de preocupación. Al anochecer salí en el coche con los niños” (refiriéndose a sus dos hijos mayores, Gabriel y Mercedes), fue el detonante. A partir de entonces el nombre de Mercedes ocupó los días y las noches, las horas y los minutos que dedicaba al noble arte de la escritura. No había otra salida, tenía que contactar con Mercedes Pradal, aquella niña que en aquel frío día de febrero de 1939 cruzó la frontera francesa camino del exilio. Y así fue como comencé mi relación epistolar con Mercedes Pradal, desde entonces Kalinka. En la primera carta le hablaba de mi interés por conocer detalles de la vida de su padre, Gabriel Pradal, de cómo fue el exilio, de sus sentimientos, de sus deseos, en definitiva, de todo aquello que afectó a su vida. Kalinka me acusó recibo a los pocos días. Yo estaba entusiasmado y agradecido a su pronta respuesta. Luego volví a escribirle, le insistía para que me abasteciera del material necesario para iniciar la narración. Recuerdo que en aquella carta le envié, también, un poema dedicado a ella:
COMO TUS OJOSYo quiero ser la voz tan alta que mereces,
definitivamente.
Arturo Serrano Plaja


a Kalinka Pradal, hija de la guerra y el exilio.

En sus ojos de oscuras soledades
los tuyos reclamaban la luz, vuelos
de mariposas tiñendo los días
de esta triste y extraña primavera.
En sus labios de encajes y silencios
los tuyos emergían como un trueno
de límpida mirada que recorre
la tierra cincelada de cenizas.
En sus manos de mármol veteado
las tuyas derramadas en latidos
de agrestes despertares y de asedios
clavándose en la carne como un llanto.
En sus pechos de ninfa vegetal
los tuyos abiertos en honda herida
rebelándose tras saberse noche
de aquel tiempo incivil y tenebroso.
En la memoria, lejanos los días,
el viento acuna voces de una infancia
cualquiera, como luces emergentes,
como azules desbordando el ocaso.

Estallan los silencios esta noche.

De nuevo el invierno en las calles, su luz
cegadora, su plateadas manos


sobre la estatua marmórea del parque,
sobre la mar, el aire, los cantiles.
Esta noche, estallidos de silencios
en la estancia, golpes de frío y lluvias
galopan sobre la mesa y los dedos,
amargos, como nunca antes lo fueran.

Estallan esta noche los silencios,
el universo entero en mis pupilas,
la doliente presencia de la espera
junto al triste ciprés de los vencidos.

Estallan los silencios esta noche...

Han pasado los años y aún te veo
clavar los ojos en la noche negra
de aquel febrero negro que imponía
el horror de la sangre y las trincheras.
Aún te veo, con el cuerpo entumecido
de miedo y soledades, recorrer
el silencioso túnel del espanto
en el trémulo asiento de la huida.
Te veo tras los cristales de un viejo tren
en la gélida estación de Cerbère;
veo la triste y desolada mirada
de un hombre abismándose en el fracaso.
Veo el dolor del exilio en la Bretaña
marina y distante de los sin patria
y unas cartas de amor que llegan siempre
al mismo destino y destinatario.

Te veo en las índigas y claras aguas
del Mediterráneo, ahora que la luz
del día comienza a lucir el ímpetu
vivo y ardiente de tu voz en las olas.

Kalinka tardó en contestarme, pero su carta fechada el 8 de julio de 2002 en Toulouse, me llegó unos días después. En ella me pedía disculpas por la tardanza en contestar debido a su mal estado de salud: “El corazón acusa, a mi edad, los sufrimientos de toda una vida, que no fue particularmente dichosa” –decía-, y continuaba agradeciéndome el poema dedicado “que me emociona y me sorprende. No sé por qué mis ojos. Usted no me conoce, ni sé cómo puede evocar ciertos recuerdos que están en el fondo de mi alma. El horror de la guerra, ese tren oscuro en Cerbère, la Bretaña…”. Concluía su carta Kalinka con una invitación para que visitara Toulouse. Volví a escribirle para darle las gracias por sus cálidas palabras, por su comprensión y generosidad. Kalinka respondía de nuevo con una postal fechada el 3 de agosto de 2002 desde un lugar llamado La Franqui, donde veraneaba aquellos días: ”Mis hermanos y mi padre escogimos este lugar pues, contrariamente al resto de Francia, que es un país verde y risueño, esta región, que es árida y seca, nos recordaba a nuestra Andalucía y a Aguadulce, donde pasábamos los veranos en nuestra infancia. A mí me apasiona este “Mare Nostrum” que es toda nuestra cultura”.
Después de aquella bella postal, que ciertamente recuerda las playas de Aguadulce, paraje conocido en vida de su padre como “El barranco de las adelfas”, no recibí carta alguna. Pasaron los meses. Alguna vez en encuentros casuales con Gemma pregunté por ella, pero ya su estado de salud empeoraba aceleradamente. Hasta hace unos días, que al leer el periódico, me encontré con la triste noticia de su muerte. De inmediato llamé por teléfono a Gemma para darle el pésame, y volvimos a hablar de Kalinka con el corazón estremecido. Gemma, con un hilo de voz emocionada, caminaba de la mano de Kalinka por las calles de Almería, observando el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos y escuchando los versos de Federico García Lorca en la voz de Kalinka; luego ha viajado con ella hasta Collioure para homenajear a Antonio Machado y a la rue del Toro, en Toulouse, donde se reunían los socialistas españoles exiliados.
Ahora sé y lo sabré siempre que Kalinka vive y vivará eternamente entre nosotros. Que vive como viven sus ojos en mi memoria.

ÚLTIMAS EPÍSTOLAS DE KALINKA


Retomo para esta ocasión aquel verso de Rafael Alberti que decía “Nunca fui a Granada”. Hoy, lamentablemente, yo también escribo: “Nunca fui a Toulouse”. Nunca estuve en la Rue General Faidherbe de Toulouse, donde vivió Kalinka Pradal. Sin embargo, desde que inicié mi relación epistolar con ella y en muchos momentos, me he imaginado cómo sería su calle, su casa y, cómo no, cómo sería realmente esta mujer almeriense, víctima de un tiempo incivil que la llevó, siendo una niña, al más cruel de los exilios.
A veces, en la vida, un cúmulo de circunstancias por impensables y extrañas nos acercan a la vida y obra de otros seres. Es mi caso. Allá por el año 98 llegaba a este paraíso de mar, desierto y cine. Al poco tiempo descubrí a uno de los personajes almerienses más interesantes y extraordinarios –también más desconocidos para sus propios paisanos- de la historia reciente de Almería: Gabriel Pradal. En los libros que leí: Gabriel Pradal o el honor político, con prólogo de Felipe González y de autores varios; Gabriel Pradal (1891-1965), de Gemma Pradal Ballester y Comentarios de Pericles García, por Gabriel Pradal, en sus ediciones de Toulouse 1967 y Almería 1991, hallé la honestidad política, el humanismo y la generosidad de un ser extraordinariamente comprometido con su tiempo y sus principios. La lección aprendida por aquellos días fue la verdadera lección de una vida entregada al conocimiento, la libertad y a los desheredados del mundo.


Tuve entonces la sensación, y aún hoy la tengo, que estaría unido a los Pradal el resto de mis días. Luego conocí a Gemma Pradal. Muchas fueron las horas y los días que tuve la oportunidad de hablar con ella de su tío-abuelo Gabriel Pradal. Gemma hablaba y hablaba con pasión de la vida y obra de Gabriel. Yo, que sólo había sido un ferviente lector, reconocía en su voz, quizá también en sus gestos y expresiones, al político honesto, al intelectual, al escritor, pero sobre todo, al hombre en su más extenso y valioso significado. En todas esas ocasiones veía al hombre que de pie, sereno y atento, con cabello cano, gafas de concha, traje negro y a rayas, lee un periódico que sostiene en su antebrazo izquierdo y en la mano un sombrero de fieltro, mientras que los dedos de la mano derecha acarician levemente el bigote y la barbilla. Creo que fue por aquellos días cuando decidí escribir sobre su vida. Durante algún tiempo estuve dándole vueltas y vueltas a esta idea. Un capítulo del libro de Gemma titulado “Salida de España” y concretamente este pasaje: “…el día 23 del pasado trasladamos la Comandancia de Obras Militares desde Barcelona a un pueblecito cercano a Figueras, llamado Villanant. Fue un día de preocupación. Al anochecer salí en el coche con los niños” (refiriéndose a sus dos hijos mayores, Gabriel y Mercedes), fue el detonante. A partir de entonces el nombre de Mercedes ocupó los días y las noches, las horas y los minutos que dedicaba al noble arte de la escritura. No había otra salida, tenía que contactar con Mercedes Pradal, aquella niña que en aquel frío día de febrero de 1939 cruzó la frontera francesa camino del exilio. Y así fue como comencé mi relación epistolar con Mercedes Pradal, desde entonces Kalinka. En la primera carta le hablaba de mi interés por conocer detalles de la vida de su padre, Gabriel Pradal, de cómo fue el exilio, de sus sentimientos, de sus deseos, en definitiva, de todo aquello que afectó a su vida. Kalinka me acusó recibo a los pocos días. Yo estaba entusiasmado y agradecido a su pronta respuesta. Luego volví a escribirle, le insistía para que me abasteciera del material necesario para iniciar la narración. Recuerdo que en aquella carta le envié, también, un poema dedicado a ella:
COMO TUS OJOSYo quiero ser la voz tan alta que mereces,
definitivamente.
Arturo Serrano Plaja


a Kalinka Pradal, hija de la guerra y el exilio.

En sus ojos de oscuras soledades
los tuyos reclamaban la luz, vuelos
de mariposas tiñendo los días
de esta triste y extraña primavera.
En sus labios de encajes y silencios
los tuyos emergían como un trueno
de límpida mirada que recorre
la tierra cincelada de cenizas.
En sus manos de mármol veteado
las tuyas derramadas en latidos
de agrestes despertares y de asedios
clavándose en la carne como un llanto.
En sus pechos de ninfa vegetal
los tuyos abiertos en honda herida
rebelándose tras saberse noche
de aquel tiempo incivil y tenebroso.
En la memoria, lejanos los días,
el viento acuna voces de una infancia
cualquiera, como luces emergentes,
como azules desbordando el ocaso.

Estallan los silencios esta noche.

De nuevo el invierno en las calles, su luz
cegadora, su plateadas manos


sobre la estatua marmórea del parque,
sobre la mar, el aire, los cantiles.
Esta noche, estallidos de silencios
en la estancia, golpes de frío y lluvias
galopan sobre la mesa y los dedos,
amargos, como nunca antes lo fueran.

Estallan esta noche los silencios,
el universo entero en mis pupilas,
la doliente presencia de la espera
junto al triste ciprés de los vencidos.

Estallan los silencios esta noche...

Han pasado los años y aún te veo
clavar los ojos en la noche negra
de aquel febrero negro que imponía
el horror de la sangre y las trincheras.
Aún te veo, con el cuerpo entumecido
de miedo y soledades, recorrer
el silencioso túnel del espanto
en el trémulo asiento de la huida.
Te veo tras los cristales de un viejo tren
en la gélida estación de Cerbère;
veo la triste y desolada mirada
de un hombre abismándose en el fracaso.
Veo el dolor del exilio en la Bretaña
marina y distante de los sin patria
y unas cartas de amor que llegan siempre
al mismo destino y destinatario.

Te veo en las índigas y claras aguas
del Mediterráneo, ahora que la luz
del día comienza a lucir el ímpetu
vivo y ardiente de tu voz en las olas.

Kalinka tardó en contestarme, pero su carta fechada el 8 de julio de 2002 en Toulouse, me llegó unos días después. En ella me pedía disculpas por la tardanza en contestar debido a su mal estado de salud: “El corazón acusa, a mi edad, los sufrimientos de toda una vida, que no fue particularmente dichosa” –decía-, y continuaba agradeciéndome el poema dedicado “que me emociona y me sorprende. No sé por qué mis ojos. Usted no me conoce, ni sé cómo puede evocar ciertos recuerdos que están en el fondo de mi alma. El horror de la guerra, ese tren oscuro en Cerbère, la Bretaña…”. Concluía su carta Kalinka con una invitación para que visitara Toulouse. Volví a escribirle para darle las gracias por sus cálidas palabras, por su comprensión y generosidad. Kalinka respondía de nuevo con una postal fechada el 3 de agosto de 2002 desde un lugar llamado La Franqui, donde veraneaba aquellos días: ”Mis hermanos y mi padre escogimos este lugar pues, contrariamente al resto de Francia, que es un país verde y risueño, esta región, que es árida y seca, nos recordaba a nuestra Andalucía y a Aguadulce, donde pasábamos los veranos en nuestra infancia. A mí me apasiona este “Mare Nostrum” que es toda nuestra cultura”.
Después de aquella bella postal, que ciertamente recuerda las playas de Aguadulce, paraje conocido en vida de su padre como “El barranco de las adelfas”, no recibí carta alguna. Pasaron los meses. Alguna vez en encuentros casuales con Gemma pregunté por ella, pero ya su estado de salud empeoraba aceleradamente. Hasta hace unos días, que al leer el periódico, me encontré con la triste noticia de su muerte. De inmediato llamé por teléfono a Gemma para darle el pésame, y volvimos a hablar de Kalinka con el corazón estremecido. Gemma, con un hilo de voz emocionada, caminaba de la mano de Kalinka por las calles de Almería, observando el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos y escuchando los versos de Federico García Lorca en la voz de Kalinka; luego ha viajado con ella hasta Collioure para homenajear a Antonio Machado y a la rue del Toro, en Toulouse, donde se reunían los socialistas españoles exiliados.
Ahora sé y lo sabré siempre que Kalinka vive y vivará eternamente entre nosotros. Que vive como viven sus ojos en mi memoria.

LA FUERZA DE EXISTIR (I)


No tengo nada contra nadie. Más bien, compadezco a todas esas marionetas sobre un escenario demasiado grande para sus pequeños destinos. Pobres diablos, víctimas convertidas en verdugos en su intento de no creerse juguetes del destino. El orfanato, bien lo sé, mató a algunos que nunca pudieron recuperarse, degradados, quebrados, destruidos… También fabricó engranajes dóciles para la maquinaria social, buenos maridos, buenos padres, buenos trabajadores, buenos ciudadanos y, tal vez, buenos creyentes…
Para no morir a causa de los hombres y su negatividad, para mí existieron los libros, luego la música, en una palabra, el arte, y sobre todo, la filosofía. La escritura le puso el broche de oro a ese conjunto.


Selecciono estos párrafos del prefacio del libro La fuerza de existir, de Michel Onfray. Son estas primeras páginas del libro un recorrido agrio por los recuerdos del niño que fue Onfray. En ellas descubrimos la vida del orfanato en el que estuvo interno durante cuatro años. Periodo que marcará la vida posterior de Onfray. El orfanato, regido por los padres salesianos, no es sino un patético lugar en el que la violencia, los abusos sexuales, el miedo y las humillaciones, estuvieron a la orden del día. Cualquier momento era idóneo para practicar tan improcedentes conductas.

 El orfanato deja en Onfray una huella imborrable. La experiencia vivida será determinante, y en ese juego de las luces y las sombras, crecerá día a día, sabiendo que en la observación y el análisis de cuanto sucede a su alrededor estará, en buena medida, el futuro. En el orfanato y con los padres salesianos aprendió el verdadero significado del placer, aunque fuera por omisión u ocultamiento. Era tal -es tal aún- la ceguera de los padres salesianos que, nadie está a salvo de sus particulares sistemas inquisitoriales. El miedo, como garante de la buena educación, ha sido y es su baluarte más preciado, la doctrina más eficaz y la contundente razón para condenar a los débiles a vivir discriminados y al margen de todo.


Dice Michel Onfray en el prefacio de este libro que A los catorce años, tengo mil años…y la eternidad a mis espaldas. Sólo el arte codificado de esa “fuerza de existir” cura los dolores pasados, presentes y por venir.Comprobémoslo en la lectura de los siguientes capítulos que conforman este interesante ensayo filosófico.

LA FUERZA DE EXISTIR (I)


No tengo nada contra nadie. Más bien, compadezco a todas esas marionetas sobre un escenario demasiado grande para sus pequeños destinos. Pobres diablos, víctimas convertidas en verdugos en su intento de no creerse juguetes del destino. El orfanato, bien lo sé, mató a algunos que nunca pudieron recuperarse, degradados, quebrados, destruidos… También fabricó engranajes dóciles para la maquinaria social, buenos maridos, buenos padres, buenos trabajadores, buenos ciudadanos y, tal vez, buenos creyentes…
Para no morir a causa de los hombres y su negatividad, para mí existieron los libros, luego la música, en una palabra, el arte, y sobre todo, la filosofía. La escritura le puso el broche de oro a ese conjunto.


Selecciono estos párrafos del prefacio del libro La fuerza de existir, de Michel Onfray. Son estas primeras páginas del libro un recorrido agrio por los recuerdos del niño que fue Onfray. En ellas descubrimos la vida del orfanato en el que estuvo interno durante cuatro años. Periodo que marcará la vida posterior de Onfray. El orfanato, regido por los padres salesianos, no es sino un patético lugar en el que la violencia, los abusos sexuales, el miedo y las humillaciones, estuvieron a la orden del día. Cualquier momento era idóneo para practicar tan improcedentes conductas.

 El orfanato deja en Onfray una huella imborrable. La experiencia vivida será determinante, y en ese juego de las luces y las sombras, crecerá día a día, sabiendo que en la observación y el análisis de cuanto sucede a su alrededor estará, en buena medida, el futuro. En el orfanato y con los padres salesianos aprendió el verdadero significado del placer, aunque fuera por omisión u ocultamiento. Era tal -es tal aún- la ceguera de los padres salesianos que, nadie está a salvo de sus particulares sistemas inquisitoriales. El miedo, como garante de la buena educación, ha sido y es su baluarte más preciado, la doctrina más eficaz y la contundente razón para condenar a los débiles a vivir discriminados y al margen de todo.


Dice Michel Onfray en el prefacio de este libro que A los catorce años, tengo mil años…y la eternidad a mis espaldas. Sólo el arte codificado de esa “fuerza de existir” cura los dolores pasados, presentes y por venir.Comprobémoslo en la lectura de los siguientes capítulos que conforman este interesante ensayo filosófico.

LA FUERZA CROMÁTICA DE ÁNGEL F. SAURA


Acercarnos a la obra de Ángel F. Saura (Murcia, 1953) supone descubrir la verdadera imagen de una realidad existente y que su autor ha querido fragmentar. Y es precisamente esa acotación consciente la que enriquece su obra hasta límites insospechados. Ángel F. Saura se convierte así en un creador de lo creado, transformando los principios que originan las imágenes en su génesis y elevando a categoría de arte cuantos elementos cotidianos intervienen en su posterior desarrollo creativo. Utilizando la tecnología digital nos seduce con claros estallidos de luz y color. Cada parte es un todo. Sus fotografías son un tratado de la cotidianidad, de lo cercano no aprehendido, del pensamiento y la reflexión serena. Todo un compendio de sabiduría y oficio.

En cada obra nos descubre su propia complicidad con la vida, con las cosas pequeñas, con los detalles nimios pero impactantes. Nos sugiere nuevas formas de mirar y aprender. Su mirada es la nuestra, pero desde el otro lado. Él está en la otra orilla viviendo y desviviéndose por todo lo que le rodea. Componiendo, a partir de las miles o millones de partículas que conforman el cosmos, un nuevo cosmos, un planeta distinto, más humano.

Las texturas, el color o la luz, los diferentes matices que encierran cada una de sus fotografías sacuden al espectador con una fuerza indescriptible. Quien haya tenido la oportunidad de acercarse a la obra de Ángel F. Saura podrá comprobar y constatar el creciente aleteo de las formas y de sus elementos cromáticos. Nadie queda impasible. Es como mirar al mar que sutilmente ondula sus aguas hasta devolvernos la calma deseada.

LA FUERZA CROMÁTICA DE ÁNGEL F. SAURA


Acercarnos a la obra de Ángel F. Saura (Murcia, 1953) supone descubrir la verdadera imagen de una realidad existente y que su autor ha querido fragmentar. Y es precisamente esa acotación consciente la que enriquece su obra hasta límites insospechados. Ángel F. Saura se convierte así en un creador de lo creado, transformando los principios que originan las imágenes en su génesis y elevando a categoría de arte cuantos elementos cotidianos intervienen en su posterior desarrollo creativo. Utilizando la tecnología digital nos seduce con claros estallidos de luz y color. Cada parte es un todo. Sus fotografías son un tratado de la cotidianidad, de lo cercano no aprehendido, del pensamiento y la reflexión serena. Todo un compendio de sabiduría y oficio.

En cada obra nos descubre su propia complicidad con la vida, con las cosas pequeñas, con los detalles nimios pero impactantes. Nos sugiere nuevas formas de mirar y aprender. Su mirada es la nuestra, pero desde el otro lado. Él está en la otra orilla viviendo y desviviéndose por todo lo que le rodea. Componiendo, a partir de las miles o millones de partículas que conforman el cosmos, un nuevo cosmos, un planeta distinto, más humano.

Las texturas, el color o la luz, los diferentes matices que encierran cada una de sus fotografías sacuden al espectador con una fuerza indescriptible. Quien haya tenido la oportunidad de acercarse a la obra de Ángel F. Saura podrá comprobar y constatar el creciente aleteo de las formas y de sus elementos cromáticos. Nadie queda impasible. Es como mirar al mar que sutilmente ondula sus aguas hasta devolvernos la calma deseada.

CELIA VIÑAS, ECO DE VOCES SINFÓNICAS




Es invierno, ¿tal vez una premonición? Las calles, húmedas por la lluvia caída, parecen centelleantes espejos. Los escaparates comienzan a iluminarse y un bullicio de gentes recorre el Paseo arriba y abajo, una y otra vez. Atardece en la ciudad, que se viste con sedas de anaranjados colores. No es la primera vez que, sin querer, uno se siente atrapado por un tiempo huido, que ya no pertenece a este tiempo, que dejó de ser, pero que la nostalgia y la tristeza del invierno nos devuelve de nuevo, en este instante.

La ciudad, vigilada por su altanera Alcazaba, muestra al visitante sus recoletas calles, sus solariegas casas en ruinas, los nuevos e impersonales edificios de la Rambla, su remozada plaza de la Catedral, la casa del Obispo, el laberinto de la Almedina, el cúbico caserío de La Chanca y todo parece detenido en el tiempo. Y con esta sensación el viajero camina lentamente, sin prisas, y en silencio observa su entorno como si de una pintura se tratara, de tal manera que todo parece sobredimensionarse, sin más.


La ciudad no ha cambiado mucho de aquella que describiera con elegancia la pluma de la escritora catalana –almeriense de adopción-, cuando dejó escrito: una ciudad abúlica y tediosa… de actividad muerta…que media la moral con una vara de tendero y la especifica con un bando municipal. Era la sociedad almeriense de los años cuarenta tal la describe Celia Viñas Olivella, joven profesora nacida en Lérida y que el Instituto de Enseñanza Media tuvo el honor de tener como Catedrática de Lengua y Literatura desde el 1 de marzo de 1943 hasta su muerte allá por junio del año 1954.


Hoy, la Plaza de Bendicho, muestra su busto en un decadente jardín. En lugar tan solitario, el busto broncíneo de Celia Viñas es como un eco de voces sinfónicas, un oasis en el desierto, la luz que encandila los deseos o un creciente rumor de olas en los acantilados. Celia está ahí, dejándose mirar por los escasos paseantes que frecuentan este solar de soledades. En su mirada, el milagro de la vida. Celia esta ahí, sobre un pedestal de cal y silencios, esperando volver al paraíso de sus aulas y alumnos; esperando reescribir Viento Levante y Tierra del Sur, con las mismas y abrasadoras palabras de siempre. Está ahí, sí, como si nunca se hubiese ido, esperando el reencuentro con todos y todo.


Celia entre nosotros, con su eterna sonrisa, con su cabello recogido en un moño bajo, con su rebeca abierta y cruzada al pecho por franjas de color indeterminado, con sus brazos en jarra, con su falda clara y su camisa con cuello de picos vueltos, de perfil, mirando al infinito del misterio y la fantasía. Celia viva, como la mar y las montañas.


Quienes la conocieron y aún viven, con ella y en ella viven. La huella de Celia es como una llama, como los manantiales o los astros. En ellos, Gabriel, Julia, Rafaela, Tadea, Eugenio y tantos otros que tuvieron la suerte de ser sus queridos discípulos y amigos, siempre Celia, con la palabra encendida, el verbo ágil y certero.

Celia de los silencios que sólo la mirada delata, pues la pobreza cultural, la represión y la censura campan a sus anchas por todos lados. Celia la creadora de mitos y cotidianos paisajes. Celia la viajera, la que vive intensamente cada minuto, cada segundo de vida, al límite siempre de la pasión y el sentimiento.
Hoy, en la Plaza de Bendicho, extramuros de la catedral: <>, Celia se cobija al abrigo de la arboleda de palmeras y acacias; se abraza a los edificios cercanos de la oficina municipal de Medio Ambiente, Casa de la Música, sede del Patronato de Turismo; Casa de los Puche o el Centro de Arte MECA, y parece que volviera a darse un chapuzón lejos de la orilla, en su mar, a caminar descalza por la playa o a pasear en bicicleta. Ahora, en esta plaza, junto a su busto en bronce, Celia vive en el recuerdo, y en la memoria vive su devoción por la naturaleza, por el azul del cielo, por las tardes en el campo, el deleite de los días de lluvia escondida entre las sábanas o su apasionada curiosidad de coleccionista.

Hoy, también, Celia Viñas Olivella, en la poesía de siempre, la que se escribe con el entendimiento y el corazón, la que aún puede leerse en esta ajardinada plazuela de Bendicho, la de los versos de fuego y aire, la que siempre vive y vivirá entre nosotros:

Te cantaré, Señor, alegremente
en la paz serenísima del alma
llena de frutas, islas y guirnaldas
por el pan que me ganan estas manos
amasando la arcilla de tus niños,
haciéndote muñecos porque quieres

pastorcillos de barro en tus belenes
y me has hecho artesana en tus escuelas
donde el polvo es más noble que el artista.
1952


Hoy, Celia Viñas, en la calles y plazuelas de Almería, en los fondos marinos o en la playa, en las montañas, el desierto y los ríos, siempre eterna junto al olivo de la paz y la luz que crece lentamente a su lado en esta plaza.



Aguadulce, 28.11.2007


 

CELIA VIÑAS, ECO DE VOCES SINFÓNICAS




Es invierno, ¿tal vez una premonición? Las calles, húmedas por la lluvia caída, parecen centelleantes espejos. Los escaparates comienzan a iluminarse y un bullicio de gentes recorre el Paseo arriba y abajo, una y otra vez. Atardece en la ciudad, que se viste con sedas de anaranjados colores. No es la primera vez que, sin querer, uno se siente atrapado por un tiempo huido, que ya no pertenece a este tiempo, que dejó de ser, pero que la nostalgia y la tristeza del invierno nos devuelve de nuevo, en este instante.

La ciudad, vigilada por su altanera Alcazaba, muestra al visitante sus recoletas calles, sus solariegas casas en ruinas, los nuevos e impersonales edificios de la Rambla, su remozada plaza de la Catedral, la casa del Obispo, el laberinto de la Almedina, el cúbico caserío de La Chanca y todo parece detenido en el tiempo. Y con esta sensación el viajero camina lentamente, sin prisas, y en silencio observa su entorno como si de una pintura se tratara, de tal manera que todo parece sobredimensionarse, sin más.


La ciudad no ha cambiado mucho de aquella que describiera con elegancia la pluma de la escritora catalana –almeriense de adopción-, cuando dejó escrito: una ciudad abúlica y tediosa… de actividad muerta…que media la moral con una vara de tendero y la especifica con un bando municipal. Era la sociedad almeriense de los años cuarenta tal la describe Celia Viñas Olivella, joven profesora nacida en Lérida y que el Instituto de Enseñanza Media tuvo el honor de tener como Catedrática de Lengua y Literatura desde el 1 de marzo de 1943 hasta su muerte allá por junio del año 1954.


Hoy, la Plaza de Bendicho, muestra su busto en un decadente jardín. En lugar tan solitario, el busto broncíneo de Celia Viñas es como un eco de voces sinfónicas, un oasis en el desierto, la luz que encandila los deseos o un creciente rumor de olas en los acantilados. Celia está ahí, dejándose mirar por los escasos paseantes que frecuentan este solar de soledades. En su mirada, el milagro de la vida. Celia esta ahí, sobre un pedestal de cal y silencios, esperando volver al paraíso de sus aulas y alumnos; esperando reescribir Viento Levante y Tierra del Sur, con las mismas y abrasadoras palabras de siempre. Está ahí, sí, como si nunca se hubiese ido, esperando el reencuentro con todos y todo.


Celia entre nosotros, con su eterna sonrisa, con su cabello recogido en un moño bajo, con su rebeca abierta y cruzada al pecho por franjas de color indeterminado, con sus brazos en jarra, con su falda clara y su camisa con cuello de picos vueltos, de perfil, mirando al infinito del misterio y la fantasía. Celia viva, como la mar y las montañas.


Quienes la conocieron y aún viven, con ella y en ella viven. La huella de Celia es como una llama, como los manantiales o los astros. En ellos, Gabriel, Julia, Rafaela, Tadea, Eugenio y tantos otros que tuvieron la suerte de ser sus queridos discípulos y amigos, siempre Celia, con la palabra encendida, el verbo ágil y certero.

Celia de los silencios que sólo la mirada delata, pues la pobreza cultural, la represión y la censura campan a sus anchas por todos lados. Celia la creadora de mitos y cotidianos paisajes. Celia la viajera, la que vive intensamente cada minuto, cada segundo de vida, al límite siempre de la pasión y el sentimiento.
Hoy, en la Plaza de Bendicho, extramuros de la catedral: <>, Celia se cobija al abrigo de la arboleda de palmeras y acacias; se abraza a los edificios cercanos de la oficina municipal de Medio Ambiente, Casa de la Música, sede del Patronato de Turismo; Casa de los Puche o el Centro de Arte MECA, y parece que volviera a darse un chapuzón lejos de la orilla, en su mar, a caminar descalza por la playa o a pasear en bicicleta. Ahora, en esta plaza, junto a su busto en bronce, Celia vive en el recuerdo, y en la memoria vive su devoción por la naturaleza, por el azul del cielo, por las tardes en el campo, el deleite de los días de lluvia escondida entre las sábanas o su apasionada curiosidad de coleccionista.

Hoy, también, Celia Viñas Olivella, en la poesía de siempre, la que se escribe con el entendimiento y el corazón, la que aún puede leerse en esta ajardinada plazuela de Bendicho, la de los versos de fuego y aire, la que siempre vive y vivirá entre nosotros:

Te cantaré, Señor, alegremente
en la paz serenísima del alma
llena de frutas, islas y guirnaldas
por el pan que me ganan estas manos
amasando la arcilla de tus niños,
haciéndote muñecos porque quieres

pastorcillos de barro en tus belenes
y me has hecho artesana en tus escuelas
donde el polvo es más noble que el artista.
1952


Hoy, Celia Viñas, en la calles y plazuelas de Almería, en los fondos marinos o en la playa, en las montañas, el desierto y los ríos, siempre eterna junto al olivo de la paz y la luz que crece lentamente a su lado en esta plaza.



Aguadulce, 28.11.2007


 

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986