Poemas del libro El sol y la carne, Ediciones Torremozas, Madrid, España
Calvario
La res se tiende sobre la hierba y espera la herida
la luz del cuchillo;
ese segundo de olvido que conduce a lo otro.
Para evitar el hambre
la madre sumerge el rostro de su hijo
en las entrañas tibias de la res;
ese universo de carne y vísceras.
En los ojos abiertos de la res muerta
el niño se contempla un instante
y comprende sus propios ojos,
su voz sorda
deformada por su aliento
y por el aliento último de todo lo que existe.
Anatema
Flotaban en el río
los cadáveres de varias vacas jóvenes.
Tras unos arbustos
y estremecido por el agua
que en medio de la muerte se movía
un becerro apareció.
Gemía y corría tras la corriente
para alcanzar el fango
que ya vencía los cuerpos.
Desesperado
sin entender los caprichos de Dios
y el tajo de desdicha
que le había tocado
a la tarde bramaba
y a su paso
un hilo brillante de sangre iba dejando.
Corría entre las ramas
herido y triste.
Lejos, en la sabana,
aun el galope de los caballos
fustigados por el grito de los asesinos
rondaba las montañas;
eco de batalla que se sostuvo toda la noche
aunque ya no hubiese
hombres ni vacas
con quienes festejar esta matanza.
Magdalena
De una vieja ceiba
tres soldados cuelgana un perro de manchas cafés.
Como repitiendo los gestos de un espíritu cruel
intentan desprender la cabeza del animal
intentan separarla de su cuerpo.
Por turnos estiran la cadena
que une al perro con el árbol
fuman,
ríen
toman aguardiente
en improvisadas copas hechas de totumo.
Matan el tiempo entre la selva,
se divierten cuando el perro aúlla
y su llanto animal se extiende tremendo
hasta que al fin la cabeza
del cuerpo se separa.
Entonces toman sus fusiles en silencio
y vuelven por la espesa selva
tranquilos
a sus rondas nocturnas.
La luz se agota de perpetuo brillo
mientras cae en el vértigo del aire,
el aire es un objeto que tiembla sobre el júbilo de
[lo que será.
Todo es lo que no existe
mientras se excava con palabras
y se construye la imagen de las cosas:
una piedra, una mujer, un ahogado.
Las palabras regresan siempre a su inútil menester.
No hay nada,
las palabras borran el mundo
que construyen cada instante.
La araña solo existe cuando camina ciega
hacia la mosca y su hambre calma.
Una lámpara en medio de un trigal
que cae y cae cada tarde.
Lejos las estrellas, polvo sobre polvo que brilla
como las palabras en la hoja,
polvo
que se hace tiempo y forma.
Entre la red el pez aguarda,
estaca la red que impide su huir.
Agua y pez socavan el hueco del tejido
en un bello intento de fuga.
Perpetuidad su vuelo entre la nube de mar que lo
[consume.
El pez reconoce pronto en la entraña del agua
el espejo que lo reclama;
bebe su instante de verdad
sin alegría.
Vuelve del otro lado de la red cocido.
Igual los hombres acá,
regresan del otro de la calle
cocidos, su hambre intacta.
Bojayá
Les trozaron las manos
y en el pellejo de otros muertos, los labios les
[hundieron.
Para comer
después de tres días
les llevaron las tripas de sus perros.
Detrás de los árboles
unos cerdos esperaba las sobras
las falanges
los tendones quemados
que aún temblaban
pues las balas
dentro de estos pedazos de cuerpo,
de mundo,
seguían calientes y sacudían la piel partida
por el plomo final.
El Aro
Rodaban por la montaña
eran un solo río
que atrás dejaba
la carne flagelada de sus padres.
Como un río eran una sola herida
que vagaría por las ciudades
hasta la época de la ceniza.
Un río que florecía como un largo puñal eran.
Traían en las manos
amados
afilados huesos
armas o amuletos
tallados con el brillo de los dientes
por si la sombra los volvía a encontrar
ahora huérfanos,
curtidos.
No hay fruto en la palabra flor,
solo adentro
en el tremendo
temblor que es el poema
que destila la muerte o el amor
lo simple se hace ser.
La lengua es una oruga que bordea el urgente tiempo;
la página posible de realidad.
La palabra temperamental que concibe la palabra flor
como si la belleza fuera el objeto y no su deseo,
su consumación.
Adentro crece la imagen de lo permito
y en un doble acto de renuncia, lo permitido perece;
gana su unidad y estalla mientras la vislumbra.
Solo adentro el fruto es comestible;
los demás,
veneno.
Poema retórico sobre Spinoza
Desterrado de la sinagoga
Spinoza avanza por la calle
de gabardina rasgada por el puñal del asesino.
Ya sabía que acá la muerte
es flecha de luz
y apacible destino.
Sabía que decir persona es como decir rincón de nada,
y sabía que solo hay colisiones, choques,
que definir cualquier cosa es definir sus relaciones;
decir que un pez es pez, es entrar en una relación,
no hay pez puro,
su sustancia es artificio de otra cosa sin realidad ni
[tiempo.
Pulir lentes como renuncia definitiva,
se necesita de este oficio para hallar la hondura;
la renuncia también es una potencia
no el fracaso.
Así que sobre el mundo, Dios,
en relación a sí mismo
es el rostro de la descomposición
oposición a la vida en su más cierto quehacer
la vida, ese caer de moscas
sobre el sueño de la tierra,
ofuscación de dientes que sostienen su flujo,
Bacon que desgarra los objetos.
Solo se gana el cielo si se ha sido un buen esclavo;
en el reino animal
morir es un privilegio
los animales siguen su relación con la muerte
sin holocausto, sin esclavitud,
no hay obrero que viva sobre el abismo
sin la muerte en las entrañas,
animal extraviado de la manada
reconoce su estado y calla.
Auto reguladora, la naturaleza se crea y se destruye;
el castor hace presas y el hombre caos.
Del libro Otros ojos, El ángel editor, Ecuador
6.
Olas sobre el ojo abierto de la gaviota abatida
en la arena de la playa.
Difícil saber cuál murió primero.
La ola en la costa que revienta y se divide perdiendo la unidad;
la gaviota muerta en cuyos ojos de agua
se fragmenta el mar.
11.
Una mosca zumba en la claraboya
impertinente se lanza a su cacería ciega.
Desprecio su tonto divagar entre la mesa
la ventana y la tarde;
su vida
tan similar a la mía.
12.
Respira hondo el toro herido
y su hocico dilatado es como la noche.
Todo es sed en él
su bramido
su pesado paso entre fantasmas
sus brillantes ojos
calcinados por el aire que sale de su boca.
Como la noche
su hocico sangra sobre la verde hierba.
14.
Sin órganos calientes
la araña
come sobre hilos brillantes
la carcasa de la mariposa.
Sin embargo todo sigue siendo la vida
bajo la lengua fría del hambre.
20.
Se abre la tarde; un río.
En su hondura vacilan mis ojos
que temen la entraña de la tierra
su lengua que lamerá mi vientre
y me vaciará de memoria.
38.
Todavía el hueso sostiene la mejilla caliente del animal,
la crispación de la carne sostiene
la desgarradura y el tajo abierto que libera otra extraña desnudez.
Arden junto al fuego el cuchillo, la lámpara que inició el calor
y algunas de las sílabas que la noche luego del rito devora.
Sobre la mesa los libros derraman hojas secas
que el viento arranca y lleva y eleva
como un carnaval de fantasmas enardecidos.
El hueso arde y se cuartea
la carne, los tendones silban y todo huele a pan.
Tras el cristal de la ventana danzan libres
sobre la cuerda tendida en algún remoto patio
una falda húmeda, un pantalón y unos calzones
que luchan contra la ingravidez;
presencias de lo humano, de la carne que se persigue y se olvida.
Con una cuchara se revuelven las cenizas
y se disponen como frescas legumbres en los platos junto al pan,
el espejo refleja un reloj de pared
que avisa como siempre que la mesa está servida
no hay mantel
en su lugar una sábana cubre la madera y un cuchillo
corta la lengua para que haya silencio
y brille solo entre el fuego
el animal desterrado
que cubre todos nuestros huesos.
36.
Murió, la semana pasada, mi perro.
Lo simple reconoce en el espíritu su morada.
Pasan los días y sus noches, le oigo aullar desde su paz.
Desde mis manos, la ausencia de su hocico
cubre el sitio donde durmió.
Bajo la lluvia todo parece menos cierto
y a veces un temblor en mi puerta
me obliga a creer que me sigue
que olfatea mi tristeza y busca mi mano
para lamerla otra vez.
Eso quiero creer
porque la bondad del mundo no puede ser tan poca
porque reconozco su vida, la que fue
como una señal cierta y firme
de una voluntad que acerca, definitivamente,
lo poco del mundo que de verdad nos premia.
46.
Antes era buena
y me desvestía húmeda y feliz.
Pero aparecieron el tiempo
las mordazas y el veloz segundo
en que el espacio que quedaba
entre mi cuerpo y yo
sólo fue el hastío del deseo,
ya no el pavor de tus labios
que brillaban sobre mi abismo
como una lágrima.
Del libro El día de hoy
Somos los desterrados
los que se miran
desde la desdicha que habita
todos los finales.
Somos los que rasguñan la entraña de esa fiera
que llaman Dios
para que sangre y llore
porque no podemos retener el tiempo
y su vértigo
en mitad del cuerpo.
La palabra ha muerto,
sin ella
¿Cómo nombrar a Dios?
En el silencio,
en la ausencia de palabra
el mundo flota como una idea
ensombrecida, virtuosa
y también Dios,
su lenguaje hecho de capricho humano
de humana incertidumbre.
Ahora, cuando no hay palabra
cuando el lenguaje abandona
su servidumbre,
su súplica, aún digo:
–Dios, sálvame de tu furia, dame luz y sed
protégeme de mí misma,
aunque sea haz que en mí las palabras digan algo
traigan algo
revelen alguna verdad
si es que acaso existes–.
El perro muestra frenético sus dientes
y corre con su presa entre la boca
llanura adentro;
ha sido largo el suspiro exhalado
por el que ahora es un cadáver
banquete que entre mordiscos el hambre y el instinto riñen.
El perro cruza luego la noche,
la tiniebla que para él resulta el mundo humano.
Jadea, lame las magulladuras de sus días
sabe, entiende
qué son la soledad y el destierro,
pero desconoce la función del tiempo,
su impostergable cometido;
envejecerlo todo, acabarlo todo.
Como el perro
mis labios riñen con la vida y tragan luz,
jamás sacian su hambre,
ya adentro la luz es un rayo
y se extiende por las entrañas del cuerpo
que también cruza la noche
magullado, solitario,
consciente de que será cadáver,
banquete del tiempo;
ese otro perro
que llanura adentro, noche adentro, todo lo devora.
desde la desgarradura de la tarde
cuando el último pájaro
trina en una rama
mientras lo imagino.