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SALÓN DE LECTURA. JOSÉ ANTONIO SANTANO, IDEAL 07/12/2020 |
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Estanterías vacías
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Nunca el
verbo se hizo tan carne, carne herida y sangrante. Carne de otra carne
dolorida, carne hermana, carne gemela, esa que solo la palabra puede explicar
en sí misma, porque grande y generosa son las huellas dejada en ella, la carne,
señales y cicatrices que solo el verbo es capaz de mostrar en su rotundo
esplendor de cenizas o de luz. Horadada la carne se halla el verso más limpio y
puro, como si te hubieran abierto las entrañas y notaras fluir toda su esencia,
desnuda y libre, cuando el tiempo cae sobre el mundo como una gigantesca losa
que acalla todos sonidos del silencio. La carne y el verbo, la palabra renacida
una vez y otra, hasta la extenuación. Nunca el verbo se hizo tan carne como
ahora, nunca. Y digo esto por aquello de que la “literatura es artificio”, que
queda bien para la abstracción teórica, pero no para el poeta, sobre todo, que
es un ser ungido por la revelación, el conocimiento y la emoción. El poeta,
desde su experiencia no puede ni debe dejar de expresar lo que adentro lleva,
lo que es carne y alma al mismo tiempo. No puede abstraerse de lo que es, de su
humanidad como tal, de su lugar en el mundo, de la emoción que contiene todo lo
creado y sobrevenido a su mirada, a su verdadera concepción vital. Porque la
poesía es vida, y la vida, todos lo sabemos, nos sitúa en realidades que no se
pueden abordar exclusivamente desde el artificio, sino también y acompañándose
de la emoción al sentirlas, al vivirlas. Esta es la cuestión de fondo. La
poesía que se escribe desde el mestizaje de lo uno y lo otro, es decir, desde
el conocimiento y la emoción, trasciende, llega al lector con una gran dosis de
humanidad, que no puede ser talada de un hachazo por la simpleza de una
modernidad falsa y una mirada corta, sin horizonte alguno. El poeta verdadero
bebe de una y otra fuente, y esa es la diferencia entre una poesía clónica,
plana, amorfa y otra, personalísima, clara, culta y viva. Y en esta estamos
cuando hablamos de un libro, una obra singular, diría que maestra, de la poesía
española actual, cual es Estanterías
vacías, del gran poeta valenciano Ricardo Bellveser, y publicada por la
destacada editorial OléLibros. No es Estanterías
vacías un libro más que viene a engrosar la lista del gran número de
títulos que se vienen publicando en nuestro país, todo lo contrario es “el
libro” que uno querría haber escrito o el que siempre se deseó leer. Es un
libro, que si se me permite, diría que tensa, que identifica, que marca un
camino y una esperanza, a pesar de su dramatismo argumental, que no deja
indiferente al lector que se acerca a sus páginas, que desde la primera lo
mantiene imantado a ellas. Los anteriores libros de Bellveser cumplieron
sobradamente su propósito, y en su buen hacer nadie duda, pero estas Estanterías vacías son, por decirlo de
una manera gráfica, la guinda del pastel. Sabiduría y emoción son su esencia, y
ambas, al unísono, se reparten el protagonismo, sin duda, pero si tuviéramos
que delimitar alguna, diría que la emoción potencia a la otra. El yo lírico de
Bellveser en este libro es de tal calibre que deja al lector perplejo, por
serlo en su grandeza y generosidad poética. Es el mejor, que ya lo era, de
todos los Bellveser anteriores, el Bellveser definitivo, el más puro
poéticamente hablando, el poeta de raza, que ha sabido, nunca mejor dicho,
trascender lo aprehendido al verso, a la palabra, que fue siempre el más
sobresaliente de sus dones, y Estanterías
vacías, lo contiene:
Desde su alto,
ya no llueven palabras
ni se
enredan los espesos nubarrones
entre mis libros.
Mi biblioteca viva,
tenía su voz y sus truenos, ahora
el silencio se ha ido adueñando
de los
estantes, y apenas percibo
su jadeo, como el de quien retrepa
el empinado
barranco de la melancolía.
En ellas no hay susurros como antes
los había,
ni eco de voces que retruenen
por las paredes del desfiladero
que se
inventaban las portadas alineadas
como abedules en los rusos bosques,
cuyas
hojas el otoño ha enrojecido.
No existe lugar donde protegerme
de los
vendavales de las ideas.
Aquel griterío, se ha transformado
en silencio y
ausencia de las cosas.
La decisión de donar sus libros determina el hecho
poético de este libro. Esa vaciedad de las estanterías, para el hombre que
siempre anduvo pegado a ellos, viviendo en ellos, provoca una terrible tormenta interior, pero aún así, se sabe
recompensado. Es esa soledad contemplativa del vacío la que conduce a la revelación,
al origen de lo creado para vivirla en primera persona, y crear él un mundo
nuevo donde el dolor de esa soledad y la esperanza de lo por venir adquieran el
valor de la emoción, que traslada magistralmente al verso:
Con ello me voy
despidiendo
de los amigos que han viajado
conmigo tantos años y recuerdos
tras la colosal ruido que allí había,
los ensayos, las epopeyas, las
historias
inventadas contadas como verdades,
mis libros amados, compañeros,
reos.
El tiempo ha podido con todo,
y podrá hacerme olvidar
aquel que fui
cuando no sea.
Esta es la poesía tonificadora, expresión máxima de un sentir
que deviene en magisterio y en creación intachable. Es el verbo hecho carne que
decía al inicio del texto. La carne y el alma consumidas. Esta es la verdad
poética de Ricardo Bellveser, indiscutible, trascendente, sin artificio, pero
con el magisterio que los libros y la cotidianidad de lo vivido han hecho de él
un gran ser humano y un gran poeta. En su poética se advierte lo diferente, que
no es sino lo íntimo, el yo poético llevado hasta sus últimas consecuencias, y
en esa diferencia estriba la riqueza respecto al otro, y respecto a sí mismo.
La pluralidad de lo diferente es la grandeza de lo particular, de lo individual
frente a una misma realidad externa. Esa es, quizá, la principal enseñanza de
estas Estanterías vacías, el hallazgo
más sobrecogedor de este libro que nace para perpetuarse en quienes aman la
poesía y la vida. No hay más magia que la de la propia palabra, la inspiración
sustentada en lo vivido y sentido, como el río que nunca se detiene y en su
soledad desemboca en una otra más inmensa tal es la mar:
Las estanterías
vacías.
El péndulo del reloj, detenido.
El viento en calma chicha.
El sol
abrasador, la brisa muda.
Un alacrán camina mi conciencia,
mientras una
mosca se ha enredado
en la tela de araña, y sus alas se ha pegado
a la
viscosa red casi transparente,
en la que la agonía va tomando forma.
Todo
anuncia el fin y el fin adviene.
He aquí la esencia poética de Ricardo
Bellveser, en un solo poema, el primero de la serie que compone este libro, y
en el que solo he querido detenerme expresamente por entender que en él
confluye todo en un tiempo único. El resto de poemas lo complementan y lo engrandecen
también, pero he querido, conscientemente, dejarlo para los lectores que se
acerquen a él, con la convicción que seguirán deleitándose con su lectura, pero
a veces, un solo poema condensa y perpetua toda una obra. Resumo este
comentario, que no ha sido sino un aleccionador viaje a la médula de la poesía, en este caso a la esencialidad de una de las
voces más sobresalientes del panorama actual de la poesía española, la del
valenciano Ricardo Bellveser, con los versos que cierran esta apasionada
aventura poética:
No es necesario coincidir en el tiempo,
basta con hacerlo
en la emoción
y el tiempo desaparece al abreviarse.
Yo ya no estaré cuando
leas esto,
mas mi voz pensada, en ti se preserva.
Poesía a borbotones,
diferente, en la que el verbo se hace carne, pura emoción y esencia.
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Ricardo Bellveser |
Título: Estanterías vacías
Autor: Ricardo Bellveser
Editorial:
OléLibros (Valencia, 2020)