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174517 [EL CORAZÓN DEL PÁJARO]



Cada tiempo es único. A veces pasamos por la vida sin más recuerdo que un vacío terrible arañando nuestra piel y nuestra alma. De ese tiempo, el olvido es la peor de las muertes, como dijo el filósofo. “Cuando un pueblo olvida su historia -se dice-, está condenado a repetirla”. Y si esto no es así exactamente en todos los casos, digamos que hay un alto porcentaje de probabilidades de que lo sea. Con asombro y estupefacción miramos en determinadas ocasiones a nuestro alrededor, al mundo que habitamos para hallar hechos, lugares, situaciones que el hombre, por desmedida ambición, ha convertido en verdadero infierno, en holocausto innecesario. El libro que proponemos en esta sección tiene algo que ver con lo dicho en líneas anteriores. La poesía, una vez más, sirve como elemento dinamizador de la conciencia colectiva. El poeta y el hombre responden al unísono al horror y la ignominia, a los crímenes contra la humanidad que se sucedieron durante el holocausto nazi.

 El libro en cuestión, “174517 [El corazón del pájaro]”, de Tomás Hernández Molina (Alcalá la Real, Jaén, 1946), constituye en sí mismo un grito, una llamada de atención ante los hechos que se vienen sucediendo en nuestra Europa actual, donde el crecimiento de la extrema derecha y su concepción del mundo puede hacer que se repita la historia. Quizá la poesía, y por ende, el poeta consciente del peligro de esa posible realidad haya querido ser como la luz en la oscuridad, como el oasis en el desierto. Desde la coherencia, la racionalidad y el compromiso ético, el poeta bucea en la historia del holocausto nazi trascendido a esencia poética. Bástese el poeta con la palabra, con su diamantina luz para desempolvar del olvido, para recuperar la dignidad de miles o millones de seres humanos enterrados en fosas, gaseados o simplemente fusilados en nombre de una raza única y un desmesurado odio. El número que da título a este poemario no es otro que el que tatuaron en la piel de Primo Levi, escritor de origen judío sefardí y superviviente del holocausto. Es “174517” un canto a la libertad, una llamada a la sensatez y la concordia humanas: «Soy un Häftling, una forma infrahumana, / me llamo 174517 / y la ignominia de este nombre de res / vivirá con vosotros tatuado en mi brazo». Luego de este habrá más números y el horror, instalado en los campos de concentración, irá creciendo día a día; ni siquiera Dios es capaz de detener esta locura: «¿Dónde miraba Dios cuando los niños / entraban divertidos en las cámaras?». El poemario de Tomás Hernández se estructura en cuatro partes: “174517”, “Abraham”, “Sara” y “Oratorio”, y en todas y cada una de ellas se describe el dolor humano. Así nada escapa a la mirada del poeta. Abraham: «Fui profesor en Dresde y hablaba a mis alumnos / del Siglo de las Luces, de Voltaire, de su Tratado / sobre la tolerancia. […] Conozco a mucha gente en la ciudad / y a todos en el pueblo donde tengo mi casa. / Son pocos los que ahora me saludan, / han prohibido venir a visitarme, / la estrella de seis puntas amarilla / advierte del contacto del judío», representa a todos los hombres judíos, y Sara: «Entraron en el Gertner, en Varsovia. / Buscaban las mujeres en la calle, / polacas o judías. De rodillas, / arrastradas al centro de la sala, / allí sin desnudarse entre las mesas, / sin mirarlas siquiera con deseo, / fregaron las baldosas con sus ropas / más íntimas. De nuevo las vistieron / y humilladas volvieron a sus casas / con los ojos clavados en el suelo» a todas las mujeres. La contención en el verso de Hernández Molina determina el oficio del buen poeta que es, que toma de la tradición lo mejor y de la realidad y la experiencia propias los recursos necesarios para construir un discurso poético riguroso, coherente y sensorial. Es incomprensible que este libro no haya tenido un recorrido más largo, que haya sido silenciado durante tanto tiempo aún después de que obtuviera en su día el X Premio Internacional de Poesía Ciudad de Pamplona. Por esta y otras razones era de justicia traer a este escaparate y a este “Salón de Lectura” un libro de tan grande hechura. Finalmente, en “Oratorio”, los versos, breves y espaciados a manera de pausa, como golpes secos van creando la atmósfera idónea del horror vivido a causa del holocausto nazi y que viene a confirmar el pulso de un poeta grande e indiscutible, capaz conmover al lector: «las osas en embudo cubiertas por la hierba en primavera / ondulaban la tierra elevaciones breves / los gases de los cuerpos al pudrirse». Con independencia del tema elegido por Hernández Molina, “174517” es un libro que sin llegar al dramatismo refleja la necesidad del poeta en transmitir todo lo vivido y sentido después de haberse metamorfoseado en número. Un libro, “174517 [El corazón del pájaro]” y un poeta, Tomás Hernández Molina que restituye el verdadero valor de la poesía, su esencialidad, con un lenguaje vivaz y certero. Un libro, en definitiva, de ineludible lectura.
Título: 174517 [El corazón del pájaro]
Autor: Tomás Hernández Molina
Editorial: Cénlit (Navarra, 2016)

174517 [EL CORAZÓN DEL PÁJARO]



Cada tiempo es único. A veces pasamos por la vida sin más recuerdo que un vacío terrible arañando nuestra piel y nuestra alma. De ese tiempo, el olvido es la peor de las muertes, como dijo el filósofo. “Cuando un pueblo olvida su historia -se dice-, está condenado a repetirla”. Y si esto no es así exactamente en todos los casos, digamos que hay un alto porcentaje de probabilidades de que lo sea. Con asombro y estupefacción miramos en determinadas ocasiones a nuestro alrededor, al mundo que habitamos para hallar hechos, lugares, situaciones que el hombre, por desmedida ambición, ha convertido en verdadero infierno, en holocausto innecesario. El libro que proponemos en esta sección tiene algo que ver con lo dicho en líneas anteriores. La poesía, una vez más, sirve como elemento dinamizador de la conciencia colectiva. El poeta y el hombre responden al unísono al horror y la ignominia, a los crímenes contra la humanidad que se sucedieron durante el holocausto nazi.

 El libro en cuestión, “174517 [El corazón del pájaro]”, de Tomás Hernández Molina (Alcalá la Real, Jaén, 1946), constituye en sí mismo un grito, una llamada de atención ante los hechos que se vienen sucediendo en nuestra Europa actual, donde el crecimiento de la extrema derecha y su concepción del mundo puede hacer que se repita la historia. Quizá la poesía, y por ende, el poeta consciente del peligro de esa posible realidad haya querido ser como la luz en la oscuridad, como el oasis en el desierto. Desde la coherencia, la racionalidad y el compromiso ético, el poeta bucea en la historia del holocausto nazi trascendido a esencia poética. Bástese el poeta con la palabra, con su diamantina luz para desempolvar del olvido, para recuperar la dignidad de miles o millones de seres humanos enterrados en fosas, gaseados o simplemente fusilados en nombre de una raza única y un desmesurado odio. El número que da título a este poemario no es otro que el que tatuaron en la piel de Primo Levi, escritor de origen judío sefardí y superviviente del holocausto. Es “174517” un canto a la libertad, una llamada a la sensatez y la concordia humanas: «Soy un Häftling, una forma infrahumana, / me llamo 174517 / y la ignominia de este nombre de res / vivirá con vosotros tatuado en mi brazo». Luego de este habrá más números y el horror, instalado en los campos de concentración, irá creciendo día a día; ni siquiera Dios es capaz de detener esta locura: «¿Dónde miraba Dios cuando los niños / entraban divertidos en las cámaras?». El poemario de Tomás Hernández se estructura en cuatro partes: “174517”, “Abraham”, “Sara” y “Oratorio”, y en todas y cada una de ellas se describe el dolor humano. Así nada escapa a la mirada del poeta. Abraham: «Fui profesor en Dresde y hablaba a mis alumnos / del Siglo de las Luces, de Voltaire, de su Tratado / sobre la tolerancia. […] Conozco a mucha gente en la ciudad / y a todos en el pueblo donde tengo mi casa. / Son pocos los que ahora me saludan, / han prohibido venir a visitarme, / la estrella de seis puntas amarilla / advierte del contacto del judío», representa a todos los hombres judíos, y Sara: «Entraron en el Gertner, en Varsovia. / Buscaban las mujeres en la calle, / polacas o judías. De rodillas, / arrastradas al centro de la sala, / allí sin desnudarse entre las mesas, / sin mirarlas siquiera con deseo, / fregaron las baldosas con sus ropas / más íntimas. De nuevo las vistieron / y humilladas volvieron a sus casas / con los ojos clavados en el suelo» a todas las mujeres. La contención en el verso de Hernández Molina determina el oficio del buen poeta que es, que toma de la tradición lo mejor y de la realidad y la experiencia propias los recursos necesarios para construir un discurso poético riguroso, coherente y sensorial. Es incomprensible que este libro no haya tenido un recorrido más largo, que haya sido silenciado durante tanto tiempo aún después de que obtuviera en su día el X Premio Internacional de Poesía Ciudad de Pamplona. Por esta y otras razones era de justicia traer a este escaparate y a este “Salón de Lectura” un libro de tan grande hechura. Finalmente, en “Oratorio”, los versos, breves y espaciados a manera de pausa, como golpes secos van creando la atmósfera idónea del horror vivido a causa del holocausto nazi y que viene a confirmar el pulso de un poeta grande e indiscutible, capaz conmover al lector: «las osas en embudo cubiertas por la hierba en primavera / ondulaban la tierra elevaciones breves / los gases de los cuerpos al pudrirse». Con independencia del tema elegido por Hernández Molina, “174517” es un libro que sin llegar al dramatismo refleja la necesidad del poeta en transmitir todo lo vivido y sentido después de haberse metamorfoseado en número. Un libro, “174517 [El corazón del pájaro]” y un poeta, Tomás Hernández Molina que restituye el verdadero valor de la poesía, su esencialidad, con un lenguaje vivaz y certero. Un libro, en definitiva, de ineludible lectura.
Título: 174517 [El corazón del pájaro]
Autor: Tomás Hernández Molina
Editorial: Cénlit (Navarra, 2016)

PUERTA CARMONA. DE FRANCISCO MORALES LOMAS por JOSÉ ANTONIO SANTANO




Si en la España actual existen conspiraciones, corrupción, felonías, etc, etc., no lo fue menos en otras épocas, pongamos por caso, como podríamos poner otros, el reinado de Felipe II. Quiere decir esto, entre otras muchas cosas, que pocos son los avances alcanzados en esto de la política y la ética no solo en la administración del común, sino también en otros ámbitos, incluso en el literario como se pone de manifiesto en nuestros días por algunos escritores y analistas. Dicho lo cual y, dadas las circunstancias ya indicadas, el mejor antídoto posible en los tiempos que nos ha tocado vivir no es otro que zambullirse en el gozo mar de la literatura, navegar por las páginas de un buen libro y dejarse arrastrar por las corrientes marinas hasta fondear en una playa de blanca arena y aguas cristalinas para placer del cuerpo y de la mente. 

En esta ocasión mi propuesta es un viaje al Siglo de Oro, finales del reinado de Felipe II, a la ciudad Sevilla concretamente para dejarse seducir por la clarividencia de un libro, “Puerta Carmona”, que junto a otros dos: “Bajo el signo de los dioses” y “Cautivo” constituyen una trilogía difícil de olvidar: “Imperio del sol”. Su autor es Francisco Morales Lomas (Campillo de Arenas, Jaén, 1957), una de las personalidades más destacadas del panorama literario e intelectual de la España actual. Así lo constatamos en palabras de otro gran escritor y poeta granadino, Fernando de Villena: «Francisco Morales Lomas es uno de los autores más fecundos de las Letras españoles de hoy, cultivador de todos los géneros: narrativa, dramaturgia, poesía y ensayo». La novela objeto de este comentario, “Puerta Carmona”, contiene los elementos esenciales para constituir, sin temor a equivocarme, una narrativa de extraordinario valor. El autor es buen conocedor de la sociedad áurea española, la ha estudiado concienzudamente no solo su historia política, sino social, económica y cultural, de tal manera que su construcción narrativa es el resultado de ese conocimiento previo.

 La viveza en la descripción de los personajes, la recreación del ambiente propio de la época (finales del siglo XVI) en la sociedad sevillana: «En la gran explanada del Arenal y a sus faldas, bajo los puentes o en las orillas del río, corros diversos de fisgones se citaban: bizarros y entonados espadachines llegados de los tercios, hombre bragados en la guerra… », así como la expresión de todos los entresijos (conspiraciones, traiciones, secuestros, espionaje) propios del reinado de Felipe II son la materia prima de la que se vale Morales Lomas para construir una narración lúcida y al mismo tiempo fácil de comprender. De ahí que el elemento primordial para que todo lo indicado anteriormente funcione es el lenguaje que, aún siendo fiel a su época, es perfectamente inteligible para el lector actual: «Estando un día en una de aquellas partidas interminables, alguien con el semblante blanquecino y buenas maneras, que llevaba un sombrero con plumas en la mano, amplio cuello con pelendengues así como grandes gregüescos en los brazos y en las calzas, se acercó a don Diego y le sopló una confidencia al oído». No obstante, hallamos en “Puerta Carmona”, además de los personajes secundarios como pueden ser el mismo Cervantes:«Por aquellos días, en la Cárcel Real había conocido a un manco infeliz que fue encarcelado por unas deudas con la Hacienda Real, aunque él decía que era un error de cuentas de su criado y producto de la mala ventura, y con el tiempo se sabría de su inocencia», Mateo Alemán, Francisco Pacheco, el duque de Lerma, Cristóbal de Moura y otros actores de la política de aquel momento:«De celo incansable, perspicaz, gran juicio y rara prontitud, de Moura era para Lerma el enemigo a batir, cuando aquel se inventó al duque de Osuna, al que había favorecido casi veinte años antes…», con algunos guiños a otros como el caso del tristemente desaparecido profesor y poeta Rafael de Cózar, “Fito”: «Nunca agradecieron tanto al poeta amatorio Fito de Cózar su llegada como en esta ocasión. De bigote alargado hasta las patillas que se le estiraban con incertidumbre, sonrisa socarrona y maliciosos ojillos…», como así lo hizo también en otra de sus novelas incluyendo en la Academia de Valencia al escritor Ricardo Bellveser. Pero si hay un personaje destacado en la figura de una mujer es el de Catalina Salgado, que protagoniza los pasajes más interesantes de esta narración por su doble papel de espía y mujer. En su persona se muestra a la mujer adelantada a su tiempo, con formación y pensamiento propio, que se expresa libremente cuando tiene que hacerlo: «Y lanzó un discurso que los dejó aturdidos: Estamos, dijo, en un mundo concertado por los hombres, ellos prescriben y mandan, hacen las guerras, establecen la paz, aderezan nuestra existencia. […] ¿Y si una mujer nos ha gobernado –en referencia a Isabel de Castilla- por qué una mujer no puede ser escritora como Teresa de Jesús, por qué una mujer no puede ser cirujana, por qué una mujer no puede ser capitana?» No es ésta una cuestión baladí porque es la voz de una mujer la que habla en una sociedad fundamentalmente machista. Con todo, “Puerta Carmona” es, sin duda alguna, una novela extraordinaria, con la que su autor Francisco Morales Lomas se reafirma como un destacado escritor de la literatura andaluza y española. Una lectura muy recomendable para comprender también la sociedad en la que vivimos hoy.



Título: Puerta Carmona
Autor: Francisco Morales Lomas
Editorial: Quadrivium (Girona, 2016)

PUERTA CARMONA. DE FRANCISCO MORALES LOMAS por JOSÉ ANTONIO SANTANO




Si en la España actual existen conspiraciones, corrupción, felonías, etc, etc., no lo fue menos en otras épocas, pongamos por caso, como podríamos poner otros, el reinado de Felipe II. Quiere decir esto, entre otras muchas cosas, que pocos son los avances alcanzados en esto de la política y la ética no solo en la administración del común, sino también en otros ámbitos, incluso en el literario como se pone de manifiesto en nuestros días por algunos escritores y analistas. Dicho lo cual y, dadas las circunstancias ya indicadas, el mejor antídoto posible en los tiempos que nos ha tocado vivir no es otro que zambullirse en el gozo mar de la literatura, navegar por las páginas de un buen libro y dejarse arrastrar por las corrientes marinas hasta fondear en una playa de blanca arena y aguas cristalinas para placer del cuerpo y de la mente. 

En esta ocasión mi propuesta es un viaje al Siglo de Oro, finales del reinado de Felipe II, a la ciudad Sevilla concretamente para dejarse seducir por la clarividencia de un libro, “Puerta Carmona”, que junto a otros dos: “Bajo el signo de los dioses” y “Cautivo” constituyen una trilogía difícil de olvidar: “Imperio del sol”. Su autor es Francisco Morales Lomas (Campillo de Arenas, Jaén, 1957), una de las personalidades más destacadas del panorama literario e intelectual de la España actual. Así lo constatamos en palabras de otro gran escritor y poeta granadino, Fernando de Villena: «Francisco Morales Lomas es uno de los autores más fecundos de las Letras españoles de hoy, cultivador de todos los géneros: narrativa, dramaturgia, poesía y ensayo». La novela objeto de este comentario, “Puerta Carmona”, contiene los elementos esenciales para constituir, sin temor a equivocarme, una narrativa de extraordinario valor. El autor es buen conocedor de la sociedad áurea española, la ha estudiado concienzudamente no solo su historia política, sino social, económica y cultural, de tal manera que su construcción narrativa es el resultado de ese conocimiento previo.

 La viveza en la descripción de los personajes, la recreación del ambiente propio de la época (finales del siglo XVI) en la sociedad sevillana: «En la gran explanada del Arenal y a sus faldas, bajo los puentes o en las orillas del río, corros diversos de fisgones se citaban: bizarros y entonados espadachines llegados de los tercios, hombre bragados en la guerra… », así como la expresión de todos los entresijos (conspiraciones, traiciones, secuestros, espionaje) propios del reinado de Felipe II son la materia prima de la que se vale Morales Lomas para construir una narración lúcida y al mismo tiempo fácil de comprender. De ahí que el elemento primordial para que todo lo indicado anteriormente funcione es el lenguaje que, aún siendo fiel a su época, es perfectamente inteligible para el lector actual: «Estando un día en una de aquellas partidas interminables, alguien con el semblante blanquecino y buenas maneras, que llevaba un sombrero con plumas en la mano, amplio cuello con pelendengues así como grandes gregüescos en los brazos y en las calzas, se acercó a don Diego y le sopló una confidencia al oído». No obstante, hallamos en “Puerta Carmona”, además de los personajes secundarios como pueden ser el mismo Cervantes:«Por aquellos días, en la Cárcel Real había conocido a un manco infeliz que fue encarcelado por unas deudas con la Hacienda Real, aunque él decía que era un error de cuentas de su criado y producto de la mala ventura, y con el tiempo se sabría de su inocencia», Mateo Alemán, Francisco Pacheco, el duque de Lerma, Cristóbal de Moura y otros actores de la política de aquel momento:«De celo incansable, perspicaz, gran juicio y rara prontitud, de Moura era para Lerma el enemigo a batir, cuando aquel se inventó al duque de Osuna, al que había favorecido casi veinte años antes…», con algunos guiños a otros como el caso del tristemente desaparecido profesor y poeta Rafael de Cózar, “Fito”: «Nunca agradecieron tanto al poeta amatorio Fito de Cózar su llegada como en esta ocasión. De bigote alargado hasta las patillas que se le estiraban con incertidumbre, sonrisa socarrona y maliciosos ojillos…», como así lo hizo también en otra de sus novelas incluyendo en la Academia de Valencia al escritor Ricardo Bellveser. Pero si hay un personaje destacado en la figura de una mujer es el de Catalina Salgado, que protagoniza los pasajes más interesantes de esta narración por su doble papel de espía y mujer. En su persona se muestra a la mujer adelantada a su tiempo, con formación y pensamiento propio, que se expresa libremente cuando tiene que hacerlo: «Y lanzó un discurso que los dejó aturdidos: Estamos, dijo, en un mundo concertado por los hombres, ellos prescriben y mandan, hacen las guerras, establecen la paz, aderezan nuestra existencia. […] ¿Y si una mujer nos ha gobernado –en referencia a Isabel de Castilla- por qué una mujer no puede ser escritora como Teresa de Jesús, por qué una mujer no puede ser cirujana, por qué una mujer no puede ser capitana?» No es ésta una cuestión baladí porque es la voz de una mujer la que habla en una sociedad fundamentalmente machista. Con todo, “Puerta Carmona” es, sin duda alguna, una novela extraordinaria, con la que su autor Francisco Morales Lomas se reafirma como un destacado escritor de la literatura andaluza y española. Una lectura muy recomendable para comprender también la sociedad en la que vivimos hoy.



Título: Puerta Carmona
Autor: Francisco Morales Lomas
Editorial: Quadrivium (Girona, 2016)

LA VOZ AUSENTE DE JOSÉ ANTONIO SANTANO por F. MORALES LOMAS.


F. MORALES LOMAS


Desde hace muchos años conozco la poesía de José Antonio Santano y su prosa poética. Cuando hace ya trece años me eligieron presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, tuve la oportunidad de entregar a José Antonio Santano, en el Museo Picasso de Málaga, el premio de la Crítica Ópera Prima por su obra Trasmar. Entonces destacaba en Trasmar los apósitos en la memoria envueltos en la nebulosa lírica, su lenguaje reflexivo y su sinceridad bucólica. En La voz ausente está presente esa voz que persigue el pasado y lo reconstruye, recompone o remienda, a través de la fortaleza del corazón y sus penurias. La recuperación siempre es un ejercicio extraordinariamente complejo y, a veces, doloroso (como sucede aquí) para el que trata de redimirse de algo. Son paisajes para la exoneración, para la redención, para la emancipación y la reconquista del ser, incluso en algunos casos ajustes pendientes con la memoria, con uno mismo, con ese espejo en el que nos miramos, como recuerda Muñoz Quirós en el prólogo y La carta al padre de Kafka.
La voz ausente lo es. Un contemplarse en el silencio, un contemplarse en el infierno. Decía Sartre que l´enfer son les autres. Aquí no. El título ya anuncia esa voz recuperada, la casa, la luz que necesita su presencia, el espacio de la tristeza y el encuentro con la muerte para resucitar cadáveres, espacios, singladuras, el tañer de las campanas, el tiempo entre los sueños, el padre, esa enorme ausencia, y siempre un paraíso extrañado, transitado, hecho origen a la espera de que el poeta acabe por cincelar sobre la lápida las palabras de amor que siempre quiso escribir. Hay mucho de elegía, de autocompasión, de camino recorrido y tiempo vivido en el que se mezclan sensaciones antitéticas y desoladores encuentros. Como elegía que transcurre por el camino de la ausencia, se puede permitir encontrar la vida en la muerte, siguiendo el verso de Antonio Enrique, y alcanzar la voz de esa casa muda, el encuentro con un tiempo recobrado, À la recherche du temps perdu que dijera Proust.



En un lenguaje endecasilábico con un tono altisonante que logra aunar metafóricas esencias de singular fuerza neoexpresionista, Santano avanza por los años, por la amargura “triste entre los álamos “, confrontando esencias, la del padre, la suya, acercando posturas y tratando de recuperar esa mirada “ausente”.
En muchas ocasiones, la historia puede ser revisada desde la mentira. No olvidemos que la literatura es ficción bien escrita, quimera, disimulo, apariencia que nos hace soñar o llorar, sentir que nuestro tiempo no ha sido inútil. Una mentira que es verdad, como decía aquel personaje del poema de Ángel González. El que lee lo entiende como verdadero, como auténtico, como construido desde la esencia, desde la raíz, aunque todo sea palabra en el tiempo.
Y esa herida está ahí, lo habita todo, lo construye todo. Es real: “Sangra por la boca y no es olvido”. Hay una dolorosa incomprensión. Una bajada al infierno para saber si este tiene alguna dilucidación, algún argumento que ofrecernos para calmar nuestro tormento. El poeta la necesita tanto como aquel niño que “ansiaba ver al padre de regreso”. Una poesía que en su dolencia estalla y nace también para la esperanza, porque se está limpiando la herida, se usa el alcohol de los días, el alcohol de la ausencia y el “betadine” de la lírica, de la palabra escrita, que es como un reclamo, como un acto medicinal y vicario. El poema se convierte en una povidona yodada capaz de luchar y vencer los microorganismos y bacterias de la memoria: “¡Qué accesible la herida todavía/ qué dolor tan profundo, qué martirio/ haberte amado solo en la auroras,/ de nuevo ya perdido en los placeres/ del cuerpo y las decrépitas tabernas!”.
Poesía confesional donde las antítesis se conforman en su dureza (“Confieso que te odié luego de amarte”) y no hay calma ni remanso en el que solazarse como no sea en la palabra en sí, que al brotar rauda y sincera enciende el poema de dolorosa solemnidad. Pero no quiere dejarlo todo en el lodazal de la historia, y la esperanza surge. El tiempo parece corregirlo todo y el poeta quiere “creer que aún no es tarde”. Un regreso al origen que es como un encuentro con el abismo y el silencio, la grisura de lo perecedero, el anticlímax de lo desolador mientras en el epitafio de los dos poemas finales surge un recuerdo de Hernández y Ramón Sijé en ese “hundiré mis manos en la tierra para poblar su vientre de versos y palabras”.
En definitiva, una lírica poderosa, sentenciosa, sublime para el corazón y también “cura domine” para el espíritu, espacio para aliviar el sentimiento y los restos del naufragio de la vida.




LA VOZ AUSENTE DE JOSÉ ANTONIO SANTANO por F. MORALES LOMAS.


F. MORALES LOMAS


Desde hace muchos años conozco la poesía de José Antonio Santano y su prosa poética. Cuando hace ya trece años me eligieron presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, tuve la oportunidad de entregar a José Antonio Santano, en el Museo Picasso de Málaga, el premio de la Crítica Ópera Prima por su obra Trasmar. Entonces destacaba en Trasmar los apósitos en la memoria envueltos en la nebulosa lírica, su lenguaje reflexivo y su sinceridad bucólica. En La voz ausente está presente esa voz que persigue el pasado y lo reconstruye, recompone o remienda, a través de la fortaleza del corazón y sus penurias. La recuperación siempre es un ejercicio extraordinariamente complejo y, a veces, doloroso (como sucede aquí) para el que trata de redimirse de algo. Son paisajes para la exoneración, para la redención, para la emancipación y la reconquista del ser, incluso en algunos casos ajustes pendientes con la memoria, con uno mismo, con ese espejo en el que nos miramos, como recuerda Muñoz Quirós en el prólogo y La carta al padre de Kafka.
La voz ausente lo es. Un contemplarse en el silencio, un contemplarse en el infierno. Decía Sartre que l´enfer son les autres. Aquí no. El título ya anuncia esa voz recuperada, la casa, la luz que necesita su presencia, el espacio de la tristeza y el encuentro con la muerte para resucitar cadáveres, espacios, singladuras, el tañer de las campanas, el tiempo entre los sueños, el padre, esa enorme ausencia, y siempre un paraíso extrañado, transitado, hecho origen a la espera de que el poeta acabe por cincelar sobre la lápida las palabras de amor que siempre quiso escribir. Hay mucho de elegía, de autocompasión, de camino recorrido y tiempo vivido en el que se mezclan sensaciones antitéticas y desoladores encuentros. Como elegía que transcurre por el camino de la ausencia, se puede permitir encontrar la vida en la muerte, siguiendo el verso de Antonio Enrique, y alcanzar la voz de esa casa muda, el encuentro con un tiempo recobrado, À la recherche du temps perdu que dijera Proust.



En un lenguaje endecasilábico con un tono altisonante que logra aunar metafóricas esencias de singular fuerza neoexpresionista, Santano avanza por los años, por la amargura “triste entre los álamos “, confrontando esencias, la del padre, la suya, acercando posturas y tratando de recuperar esa mirada “ausente”.
En muchas ocasiones, la historia puede ser revisada desde la mentira. No olvidemos que la literatura es ficción bien escrita, quimera, disimulo, apariencia que nos hace soñar o llorar, sentir que nuestro tiempo no ha sido inútil. Una mentira que es verdad, como decía aquel personaje del poema de Ángel González. El que lee lo entiende como verdadero, como auténtico, como construido desde la esencia, desde la raíz, aunque todo sea palabra en el tiempo.
Y esa herida está ahí, lo habita todo, lo construye todo. Es real: “Sangra por la boca y no es olvido”. Hay una dolorosa incomprensión. Una bajada al infierno para saber si este tiene alguna dilucidación, algún argumento que ofrecernos para calmar nuestro tormento. El poeta la necesita tanto como aquel niño que “ansiaba ver al padre de regreso”. Una poesía que en su dolencia estalla y nace también para la esperanza, porque se está limpiando la herida, se usa el alcohol de los días, el alcohol de la ausencia y el “betadine” de la lírica, de la palabra escrita, que es como un reclamo, como un acto medicinal y vicario. El poema se convierte en una povidona yodada capaz de luchar y vencer los microorganismos y bacterias de la memoria: “¡Qué accesible la herida todavía/ qué dolor tan profundo, qué martirio/ haberte amado solo en la auroras,/ de nuevo ya perdido en los placeres/ del cuerpo y las decrépitas tabernas!”.
Poesía confesional donde las antítesis se conforman en su dureza (“Confieso que te odié luego de amarte”) y no hay calma ni remanso en el que solazarse como no sea en la palabra en sí, que al brotar rauda y sincera enciende el poema de dolorosa solemnidad. Pero no quiere dejarlo todo en el lodazal de la historia, y la esperanza surge. El tiempo parece corregirlo todo y el poeta quiere “creer que aún no es tarde”. Un regreso al origen que es como un encuentro con el abismo y el silencio, la grisura de lo perecedero, el anticlímax de lo desolador mientras en el epitafio de los dos poemas finales surge un recuerdo de Hernández y Ramón Sijé en ese “hundiré mis manos en la tierra para poblar su vientre de versos y palabras”.
En definitiva, una lírica poderosa, sentenciosa, sublime para el corazón y también “cura domine” para el espíritu, espacio para aliviar el sentimiento y los restos del naufragio de la vida.




El Tesoro de Juan Morales de Antonio Hernández, por José Antonio Santano


Corren malos tiempos para casi todo. El mundo pasa por una etapa crítica de desaparición de los valores humanos más elementales. La cultura del “todo vale” se ha instalado y la globalización que parecía iba a solventarlo todo no parece sino haber creado más problemas. La solidaridad y fraternidad humanas brillan por su ausencia. Con este retrato solo cabe pensar que la literatura sea ese refugio idóneo para el hombre. En cualquiera de sus géneros la literatura viene a ser entonces un oasis en pleno desierto, un haz de luz ante tanta oscuridad y ultraje. La palabra como único don capaz de conquistar sueños, de abrir ventanas y respirar vida. Y ocurre que ante la realidad, cruda realidad que nos ha tocado vivir, uno busca esa fórmula personal que te haga sentirte libre y medianamente feliz. Para ello acudo indistintamente a la narrativa o la poesía española, andaluza o allende los mares. Leer, así, se convierte en una imperiosa necesidad, alimento primero, como si del pan de cada día se tratara. Por todo lo dicho, la lectura que en esta ocasión recomiendo es, en oposición a la que ocupó este mismo espacio la semana pasada, una novela de tema y autor andaluz: “El tesoro de Juan Morales”, de Antonio Hernández (Arcos, Cádiz, 1943), que obtuvo el I Premio Internacional de Novela “Ciudad de Torremolinos” y editada por Carpe Noctem. Tal vez esto podría llevar a plantearnos la existencia o no de una narrativa netamente andaluza. En este sentido, el profesor y novelista José María Vaz de Soto, en un artículo titulado “Sobre la nueva narrativa andaluza”, escribe:«No existe ni ha existido nunca, a mi juicio, una novela andaluza como corriente o escuela literaria ni con una tradición o unas constantes determinadas», no obstante, añade: «Sí existen, en cambio, novelistas andaluces de mérito que han escrito y escriben novelas en Andalucía, a las que podemos llamar novelas andaluzas sin necesidad alguna de buscar en ellas rasgos costumbristas o diferenciales en relación con las novelas que puedan escribirse en el resto de España e Hispanoamérica. Aquí tenemos que poner el acento: en que se pueda ser escritor en Andalucía». Un matiz importante el que plantea Vaz de Soto: “en Andalucía”. Pero como la industria editorial andaluza no ha despegado aún, los autores andaluces, como es el caso de Antonio Hernández se ven obligados a publicar fuera de su comunidad de origen. Con independencia de esta circunstancia adversa para la narrativa andaluza, lo que sí importa es que existen narradores andaluces de prestigio, como es el caso de Antonio Hernández. En honor a la verdad hay que decir que a Antonio Hernández se le conoce más por su faceta de poeta que de novelista, y es por ello que traemos hoy a nuestro particular “Salón de Lectura”, una obra narrativa como es “El tesoro de Juan Morales”, tal vez silenciada sin motivos que lo justifiquen. Desde el inicio de la novela Hernández nos adelanta las claves que la sustentan, así en el capítulo 1 pone en boca del narrador: «El día en que Mina me miró con el afecto que no da sitio al deseo, comprendí que amor y dinero no siempre pactan, y que cuando éste llueve, el desdichado no dispone de saco para recogerlo. Me lo había advertido mi abuelo, hombre de refranes y de briega con la vida, sentando que el amor es caprichoso como la lluvia, y que, como la lluvia, puede acabar con la siembra más floreciente».

 La construcción de los personajes es otra de los aciertos de Hernández, la descripción de cada uno de ellos no deja lugar a dudas. Cuando lo hace del protagonista Juan Morales escribe: «…Juan Morales mira desde su ojo funeral a un muchacho de unos quinces años (…) el panamá enjaretado como una corona de paja en la cabeza, a la cortinilla de gasa sucia prendida de una ceja con pelos de jabalí ocultando elojo huero, a las uñas roídas por los dientes negros de caries o al pantalón doblado y recogido en uno de sus perniles por un alfiler que le evita mirar horrorizado el muñón de la pierna derecha», la de Don Fernando: «un vasco alto y delgado, taciturno, siempre vestido de negro…» o la don Ronaldo Palomino, teniente de la Guardia Civil: «…era de un carácter más que fuerte, soberbio y violento, el que unido a su impunidad campaba a sus anchas de maltrato y arbitrariedades. Dueño y señor del pueblo, ejercía su tiranía de la forma más cruel…», y otros como el abuelo, la tía Jacinta; así como sus nombres: Yonohesío, Pedroencuero (“porque nació más pobre que las ratas y poco a poco se fue haciendo un capitalito con el trabajo más viejo del mundo”), el tabernero Cañorroto (“por cortar el cañito del barril antes de la cuenta”) o “el Mecano”, dueño de la plaza de toros (“por la variedad de tablas e hierros dispersos que luego encajaban prodigiosamente, constituyen el núcleo narrativo, la esencialidad discursiva que crece a medida que avanza la narración. Otro de los recursos empleados por Hernández, y que tiene que ver mucho con su sentir cervantino, es tanto el divertimento, el humor vertido en sus páginas, como la cantidad de refranes utilizados. Con esta novela Antonio Hernández homenajea también a otra obra inmortal “La isla del tesoro”, de Stevenson, que dejaría una gran huella en él. El manejo de los distintos personajes, del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Antonio Hernández un escritor de valía y destacado mantenedor de la gran tradición literaria española. Sin lugar a duda alguna, Antonio Hernández nos lega una obra narrativa sólida y coherente, digna de ser leída y admirada.


Título: El tesoro de Juan Morales
Autor: Antonio Hernández
Editorial:Carpe Noctem (Madrid, 2016)

El Tesoro de Juan Morales de Antonio Hernández, por José Antonio Santano


Corren malos tiempos para casi todo. El mundo pasa por una etapa crítica de desaparición de los valores humanos más elementales. La cultura del “todo vale” se ha instalado y la globalización que parecía iba a solventarlo todo no parece sino haber creado más problemas. La solidaridad y fraternidad humanas brillan por su ausencia. Con este retrato solo cabe pensar que la literatura sea ese refugio idóneo para el hombre. En cualquiera de sus géneros la literatura viene a ser entonces un oasis en pleno desierto, un haz de luz ante tanta oscuridad y ultraje. La palabra como único don capaz de conquistar sueños, de abrir ventanas y respirar vida. Y ocurre que ante la realidad, cruda realidad que nos ha tocado vivir, uno busca esa fórmula personal que te haga sentirte libre y medianamente feliz. Para ello acudo indistintamente a la narrativa o la poesía española, andaluza o allende los mares. Leer, así, se convierte en una imperiosa necesidad, alimento primero, como si del pan de cada día se tratara. Por todo lo dicho, la lectura que en esta ocasión recomiendo es, en oposición a la que ocupó este mismo espacio la semana pasada, una novela de tema y autor andaluz: “El tesoro de Juan Morales”, de Antonio Hernández (Arcos, Cádiz, 1943), que obtuvo el I Premio Internacional de Novela “Ciudad de Torremolinos” y editada por Carpe Noctem. Tal vez esto podría llevar a plantearnos la existencia o no de una narrativa netamente andaluza. En este sentido, el profesor y novelista José María Vaz de Soto, en un artículo titulado “Sobre la nueva narrativa andaluza”, escribe:«No existe ni ha existido nunca, a mi juicio, una novela andaluza como corriente o escuela literaria ni con una tradición o unas constantes determinadas», no obstante, añade: «Sí existen, en cambio, novelistas andaluces de mérito que han escrito y escriben novelas en Andalucía, a las que podemos llamar novelas andaluzas sin necesidad alguna de buscar en ellas rasgos costumbristas o diferenciales en relación con las novelas que puedan escribirse en el resto de España e Hispanoamérica. Aquí tenemos que poner el acento: en que se pueda ser escritor en Andalucía». Un matiz importante el que plantea Vaz de Soto: “en Andalucía”. Pero como la industria editorial andaluza no ha despegado aún, los autores andaluces, como es el caso de Antonio Hernández se ven obligados a publicar fuera de su comunidad de origen. Con independencia de esta circunstancia adversa para la narrativa andaluza, lo que sí importa es que existen narradores andaluces de prestigio, como es el caso de Antonio Hernández. En honor a la verdad hay que decir que a Antonio Hernández se le conoce más por su faceta de poeta que de novelista, y es por ello que traemos hoy a nuestro particular “Salón de Lectura”, una obra narrativa como es “El tesoro de Juan Morales”, tal vez silenciada sin motivos que lo justifiquen. Desde el inicio de la novela Hernández nos adelanta las claves que la sustentan, así en el capítulo 1 pone en boca del narrador: «El día en que Mina me miró con el afecto que no da sitio al deseo, comprendí que amor y dinero no siempre pactan, y que cuando éste llueve, el desdichado no dispone de saco para recogerlo. Me lo había advertido mi abuelo, hombre de refranes y de briega con la vida, sentando que el amor es caprichoso como la lluvia, y que, como la lluvia, puede acabar con la siembra más floreciente».

 La construcción de los personajes es otra de los aciertos de Hernández, la descripción de cada uno de ellos no deja lugar a dudas. Cuando lo hace del protagonista Juan Morales escribe: «…Juan Morales mira desde su ojo funeral a un muchacho de unos quinces años (…) el panamá enjaretado como una corona de paja en la cabeza, a la cortinilla de gasa sucia prendida de una ceja con pelos de jabalí ocultando elojo huero, a las uñas roídas por los dientes negros de caries o al pantalón doblado y recogido en uno de sus perniles por un alfiler que le evita mirar horrorizado el muñón de la pierna derecha», la de Don Fernando: «un vasco alto y delgado, taciturno, siempre vestido de negro…» o la don Ronaldo Palomino, teniente de la Guardia Civil: «…era de un carácter más que fuerte, soberbio y violento, el que unido a su impunidad campaba a sus anchas de maltrato y arbitrariedades. Dueño y señor del pueblo, ejercía su tiranía de la forma más cruel…», y otros como el abuelo, la tía Jacinta; así como sus nombres: Yonohesío, Pedroencuero (“porque nació más pobre que las ratas y poco a poco se fue haciendo un capitalito con el trabajo más viejo del mundo”), el tabernero Cañorroto (“por cortar el cañito del barril antes de la cuenta”) o “el Mecano”, dueño de la plaza de toros (“por la variedad de tablas e hierros dispersos que luego encajaban prodigiosamente, constituyen el núcleo narrativo, la esencialidad discursiva que crece a medida que avanza la narración. Otro de los recursos empleados por Hernández, y que tiene que ver mucho con su sentir cervantino, es tanto el divertimento, el humor vertido en sus páginas, como la cantidad de refranes utilizados. Con esta novela Antonio Hernández homenajea también a otra obra inmortal “La isla del tesoro”, de Stevenson, que dejaría una gran huella en él. El manejo de los distintos personajes, del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Antonio Hernández un escritor de valía y destacado mantenedor de la gran tradición literaria española. Sin lugar a duda alguna, Antonio Hernández nos lega una obra narrativa sólida y coherente, digna de ser leída y admirada.


Título: El tesoro de Juan Morales
Autor: Antonio Hernández
Editorial:Carpe Noctem (Madrid, 2016)

ANTOLOGÍA POÉTICA de RICARDO MOLINA por JOSÉ ANTONIO SANTANO


Para aquellos lectores que disfrutan de la buena literatura, y más concretamente, de la poesía, la noticia de una nueva publicación, en este caso de un clásico, siempre es bienvenida. Necesario se hace recuperar del olvido la poesía de algunos autores que constituyen en sí mismos un referente de la más culta tradición poética en España. Conviene reflexionar aquí sobre el hecho poético, su repercusión en la juventud actual y, por ende, su futuro (¿?). Habría que preguntarse en primer lugar qué leen nuestros jóvenes, si leen mucho o poco y a qué autores, porque no es esta una cuestión baladí. La lectura es el principal pilar del aprendizaje y la formación del futuro poeta. Hoy, con el asentado ya sistema de autoedición, el mercantilismo feroz de algunas editoriales, y algunos ahorros, la publicación de un poemario está garantizada. No hay filtro alguno que aconseje la retirada del manuscrito por carecer de la necesaria calidad literaria y, consecuentemente, una reescritura del mismo. Y así nos va. Por este y otros motivos que serían largos de explicar en este espacio, se agradece, y mucho, que un sello editorial de prestigio como es Hiperión, con una edición del profesor y crítico Pedro Roso, nos devuelva la esperanza en el texto literario de calidad, cual es esta “Antología poética” del poeta y miembro fundador del grupo “Cántico” Ricardo Molina (Puente Genil, 1917-Córdoba, 1968). Es la poesía de Ricardo Molina una lectura imprescindible y necesaria para entender una época trascendental de la Historia y la Literatura española. A veces, y es también una función importante del crítico, conviene actuar de altavoz y recuperar así la obra de autores que, como el pontanés Ricardo Molina, han sido y serán un referente poético de primer orden.  En esta “Antología poética”, publicada en el centenario del nacimiento del poeta Ricardo Molina, el profesor Roso nos aproxima breve pero sustancialmente a su obra. 

Con acertada didáctica Roso nos guía, de forma cronológica por el quehacer poético de nuestro vate, desde su primer libro “El río de los ángeles” (1945), en el cual ya se vislumbra su sensual voz: «Oh qué dulzura, / qué extraña y admirable dulzura, / descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río, / desnudos y abrazados para siempre, / y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas, / en claras ondas plateadas, verdes…», pasando por “Elegías de Sandua” (1948), quizá el texto más conocido, donde el poeta, como dijo el profesor Clementson, «es el cantor inolvidable de la dicha pretérita», y así lo aseveran estos versos de la Elegía XXX, dedicada al siempre amigo Juan Bernier: «En el charco de la Pava, en el Jardín del Alpargate, / en los chozos de barro y de taraje / que azotan las tormentas al lado de la cárcel, / en los tugurios ásperos de riñas y blasfemias, / igual que bajo lámparas de plata / y arcángeles y vírgenes y santos, / pasea Juan Bernier interminablemente; “Corimbo” (1949), discurso poético que aúna y exalta Naturaleza y vida: «Ya no necesitamos las palabras. / Ya basta el sol que besa, basta el río / que nos lleva en sus ondas lentamente, / y el viento que los ojos acaricia, / la verde sombra que en la boca tiembla»;“Elegía de Medina Azahara” (1957) resultará ser, en palabras del profesor Roso, “el símbolo perfecto de su visión del mundo: las ruinas de Medina Azahara son las ruinas del paraíso perdido (…) el correlato objetivo de una honda reflexión sobre el paso del tiempo, la fugacidad de las cosas, la ineludible presencia de la muerte”, como se aprecia en estos versos: «Del alminar, ¿qué queda? Del alcázar / ¿qué queda? Del amor, del poderío, / del deseo, ¿qué queda? Un son de piedra, / un nombre vago y falso, un aire triste». A este seguirían los poemarios “La casa” (1966), “A la luz de cada día”(1967) y los póstumos “Regalo de amante” (1975) y “Psalmos”, “Homenajes” y “Otros poemas” publicados todos en 1982. En todos, la singular voz del poeta destella con luz propia. Para Luis Antonio de Villena «el mejor Molina es ese poeta del júbilo del amor y la sensualidad, tocado de melancolía temporalista y de algunos toques de religiosidad verídica cuanto necesariamente heterodoxa». Sin duda alguna Ricardo Molina representa la voz serena de un tiempo oscuro, solo salvable desde una estética profundamente humana y donde “lo bello”, como él mismo dijo, “es el supremo consuelo que puede ofrecer el poeta a los hombres”. Intimista, sensual, culto y casi místico en ocasiones, Ricardo Molina nos afianza en el convencimiento de que la verdadera poesía se escribe desde el conocimiento y la emoción como hecho singular de lo vivido. Como colofón a este comentario sean estos versos del poema “Invitación al mundo exterior”, homenaje a Pablo García Baena, homenaje a la vida: «Aunque nadie lo diga / muy profunda y hermosa es la vida. // Despierta / al mundo. // Derrámate / en el mundo. // Entrégate / amante. // Sal / de ti. // Sé / feliz».  







Título: Antología poética
Autor: Ricardo Molina  
Edición de Pedro Roso
Editorial: Hiperión (Madrid, 2017)                                                             

ANTOLOGÍA POÉTICA de RICARDO MOLINA por JOSÉ ANTONIO SANTANO


Para aquellos lectores que disfrutan de la buena literatura, y más concretamente, de la poesía, la noticia de una nueva publicación, en este caso de un clásico, siempre es bienvenida. Necesario se hace recuperar del olvido la poesía de algunos autores que constituyen en sí mismos un referente de la más culta tradición poética en España. Conviene reflexionar aquí sobre el hecho poético, su repercusión en la juventud actual y, por ende, su futuro (¿?). Habría que preguntarse en primer lugar qué leen nuestros jóvenes, si leen mucho o poco y a qué autores, porque no es esta una cuestión baladí. La lectura es el principal pilar del aprendizaje y la formación del futuro poeta. Hoy, con el asentado ya sistema de autoedición, el mercantilismo feroz de algunas editoriales, y algunos ahorros, la publicación de un poemario está garantizada. No hay filtro alguno que aconseje la retirada del manuscrito por carecer de la necesaria calidad literaria y, consecuentemente, una reescritura del mismo. Y así nos va. Por este y otros motivos que serían largos de explicar en este espacio, se agradece, y mucho, que un sello editorial de prestigio como es Hiperión, con una edición del profesor y crítico Pedro Roso, nos devuelva la esperanza en el texto literario de calidad, cual es esta “Antología poética” del poeta y miembro fundador del grupo “Cántico” Ricardo Molina (Puente Genil, 1917-Córdoba, 1968). Es la poesía de Ricardo Molina una lectura imprescindible y necesaria para entender una época trascendental de la Historia y la Literatura española. A veces, y es también una función importante del crítico, conviene actuar de altavoz y recuperar así la obra de autores que, como el pontanés Ricardo Molina, han sido y serán un referente poético de primer orden.  En esta “Antología poética”, publicada en el centenario del nacimiento del poeta Ricardo Molina, el profesor Roso nos aproxima breve pero sustancialmente a su obra. 

Con acertada didáctica Roso nos guía, de forma cronológica por el quehacer poético de nuestro vate, desde su primer libro “El río de los ángeles” (1945), en el cual ya se vislumbra su sensual voz: «Oh qué dulzura, / qué extraña y admirable dulzura, / descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río, / desnudos y abrazados para siempre, / y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas, / en claras ondas plateadas, verdes…», pasando por “Elegías de Sandua” (1948), quizá el texto más conocido, donde el poeta, como dijo el profesor Clementson, «es el cantor inolvidable de la dicha pretérita», y así lo aseveran estos versos de la Elegía XXX, dedicada al siempre amigo Juan Bernier: «En el charco de la Pava, en el Jardín del Alpargate, / en los chozos de barro y de taraje / que azotan las tormentas al lado de la cárcel, / en los tugurios ásperos de riñas y blasfemias, / igual que bajo lámparas de plata / y arcángeles y vírgenes y santos, / pasea Juan Bernier interminablemente; “Corimbo” (1949), discurso poético que aúna y exalta Naturaleza y vida: «Ya no necesitamos las palabras. / Ya basta el sol que besa, basta el río / que nos lleva en sus ondas lentamente, / y el viento que los ojos acaricia, / la verde sombra que en la boca tiembla»;“Elegía de Medina Azahara” (1957) resultará ser, en palabras del profesor Roso, “el símbolo perfecto de su visión del mundo: las ruinas de Medina Azahara son las ruinas del paraíso perdido (…) el correlato objetivo de una honda reflexión sobre el paso del tiempo, la fugacidad de las cosas, la ineludible presencia de la muerte”, como se aprecia en estos versos: «Del alminar, ¿qué queda? Del alcázar / ¿qué queda? Del amor, del poderío, / del deseo, ¿qué queda? Un son de piedra, / un nombre vago y falso, un aire triste». A este seguirían los poemarios “La casa” (1966), “A la luz de cada día”(1967) y los póstumos “Regalo de amante” (1975) y “Psalmos”, “Homenajes” y “Otros poemas” publicados todos en 1982. En todos, la singular voz del poeta destella con luz propia. Para Luis Antonio de Villena «el mejor Molina es ese poeta del júbilo del amor y la sensualidad, tocado de melancolía temporalista y de algunos toques de religiosidad verídica cuanto necesariamente heterodoxa». Sin duda alguna Ricardo Molina representa la voz serena de un tiempo oscuro, solo salvable desde una estética profundamente humana y donde “lo bello”, como él mismo dijo, “es el supremo consuelo que puede ofrecer el poeta a los hombres”. Intimista, sensual, culto y casi místico en ocasiones, Ricardo Molina nos afianza en el convencimiento de que la verdadera poesía se escribe desde el conocimiento y la emoción como hecho singular de lo vivido. Como colofón a este comentario sean estos versos del poema “Invitación al mundo exterior”, homenaje a Pablo García Baena, homenaje a la vida: «Aunque nadie lo diga / muy profunda y hermosa es la vida. // Despierta / al mundo. // Derrámate / en el mundo. // Entrégate / amante. // Sal / de ti. // Sé / feliz».  







Título: Antología poética
Autor: Ricardo Molina  
Edición de Pedro Roso
Editorial: Hiperión (Madrid, 2017)                                                             

LA PALABRA MUDA de ANTONIO ENRIQUE por JOSÉ ANTONIO SANTANO


La Palabra Muda  

Después de tan huera poesía actual y tantos presuntuosos poetas como existen en este país uno se siente aliviado cuando alguien, desde adentro, en comunión perfecta con el alma o el espíritu, la emoción o la substancia, la esencia o los orígenes, el corazón y la inteligencia, es capaz de transformar todas las visiones posibles que del hombre se puedan tener con solo la palabra, “La palabra muda” que no es ni está, porque el poeta, abducido por la palabra trascendida “la palabra sin palabras” ha sido capaz de crear y recrear cuanto acontece y es no siendo, y viceversa, el ser humano, constructor de un verdadero universo de la conciencia , tan impropia en estos tiempos que corren. La mirada del poeta es tan amplia, tan abarcadora que no hay ser en el mundo que llegue donde llega él. 

Nadie que sienta como siente él la sangre y la piel del otro, los huesos y el dolor del otro, la muerte de todos los muertos de la tierra, los otros todos en su alma toda. Casi transfigurado, mudado de su yo y convertido en otredad, el poeta socava en la naturaleza humana. Detenido el tiempo, huérfano entre tanto desamor, la rutina de los días se propaga y nos apresa, sutil y silenciosa. Pero nunca el olvido, bien lo sabe el poeta que regresa una vez y otra a los recuerdos, a la memoria de un tiempo gris, desvaído. El último poemario de Antonio Enrique (Granada, 1953), “La palabra muda”, en una bellísima edición de “El Gallo de Oro” es, por definirlo en una sola palabra, estremecedor, verdaderamente de una conmoción inusitada, de principio a fin. No hay un solo poema, de los 22 que integran el libro, un solo verso que no nos haga pensar y emocionar hasta el punto de producir en nuestro interior un estertor, una convulsión tan exageradamente humana como poética. Veintidós poemas como veintidós son las letras del abecedario hebreo y un epílogo componen este texto difícil de olvidar después de su lectura. Poesía en estado puro, casi dictada verso a verso en una suerte de éxtasis, de levitación interna. Visiones de un realismo tal que nos aproximan al verdadero ser del hecho poético, sin maquillaje alguno que distraiga de su esencia como tal, sin impostura. 


Aleph, la primera letra del abecedario hebreo, resume lo que podría o puede ser el final de todo, el holocausto, el horror: «El horror es lo que no se cansa, / lo que nunca deseperaq ni se entretiene. / El ruido vayas donde vayas / y el zumbido que queda cuando cesa. / Los muros del mar recorriendo el mundo. / Un espejo que te mira / y te sigue mirando / cuando ya te has ido. / Lo que nunca muere pero mata. / Lo que mata sin que mueras». En esa mirada a la Historia el poeta es todos los hombres del mundo, porque como dice el filósofo Emilio Lledó «Más duro que la muerte es el olvido. Éste podría ser el lema que sobrevuela los orígenes de la cultura europea. […] Ser inmortal era parar el río de la vida,  cuyo ser es, precisamente, fluir». Es precisamente la poesía lo que fluye por las páginas de “La palabra muda”, la voz de los que no fueron sino muerte en las aguas del Danubio a su paso por Budapest: «Quedaron así, como los dejaron / cuantos hubieron de descalzarse:/ de cualquier manera, / a la orilla del río de la muerte. / Quienes los calzaron ya no están. / Los obligaron a arrojarse. / Habitaron el horror». El poeta se desnuda, se convierte en esqueleto, en sangre y piel, en despojo humano para sentirse humano y vivo ante la devastación y la muerte: «Y la carbonilla cayendo del cielo, / la del tren no, la de los hornos […] Llueve sobre la luna carbonilla / de los calcinados. / Se posa sobre los hombros la ceniza / y se respira las almas que ya no vuelve». Todo se ha convertido en vacío, la tierra toda grita después de silenciar el gas la humanidad entera: «Grito como este no lo hay / desde el comienzo del mundo. Se abrazaron, no sabemos más; nadie hubo nunca que lo supiera. Que llovía gas. Que el agua lo era de muerte». La guerra, el hambre y la usura, el poder enloquecido, alimaña que oscurece el día, la piel y los cabellos de las mujeres; el terror y el miedo, una escalera por posesión: «No tengo yo padre ni madre. / Esa escalera es lo único que tengo, / ya sólo queda arrojarme al vacío». Nadie como el poeta, el verdadero poeta que abrigan estos versos para hablar en nombre del amor, de ese que parece no cabe ya en la tierra: «Lo que yo amo de ti / son tus huesos. / Es tu cuerpo y lo más interno / de tu cuerpo, / allí donde nace tu saliva, / tu sangre, la luz con que miras / el mundo, la vida y hasta mí mismo […] porque tú y yo vamos a morir, / pero tus huesos y los míos / seguirán amándose / y propagándose / más allá del humo y del mundo / y de la nada». Y después del amor, más amarga la vida que acontece en el campo de exterminio: «Los crematorios estaban allí… Un diluvio de lágrimas sin sal, / para que no chisporroteen. / Para extinguir tanto fuego / como asaba las almas». 

El poeta ha querido dejar aquí su testimonio de un tiempo atroz para que nunca sea olvido, porque este es un canto del horror humano (recordando a Blas de Otero que dejó escrito: “Esto es ser hombre: horror a manos llenas”) y en é la poesía es el vuelo necesario hacia la luz y el alma: «Horror es la palabra muda / porque nada puede definirla. / Excede a lo que dice. / Pues lo que dice es el regreso / a la nada, el maldito descenso / a lo que es, sin que pueda serlo. / Horror es la palabra sin palabras». Un gran poemario, “La palabra muda”, y un gran poeta, Antonio Enrique, que renueva la fe en la verdadera poesía, capaz de conmover y  perturbar. 


Título: La palabra muda
Autor: Antonio Enrique  
Editorial: El Gallo de Oro (Bilbao, 2018)                                                            

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986