Entronca este libro con lo señalado anteriormente respecto al concepto de poesía de Valente, porque en sí mismo el poemario es un único metapoema dividido en trece capítulos, además del introito o proemio y la coda, cada uno dividido a su vez en dos poemas o partes. La metapoesía, si nos atenemos a la definición que Guillermo Carnero da sobre ella, no es sino «el discurso poético cuyo asunto, o uno de cuyos asuntos, es el hecho mismo de escribir poesía y la relación entre autor, texto y público», de tal manera es así que esta y no otra es la propuesta de Villagrasa, hecho que podemos constatar desde el introito, en el poema titulado “En el quehacer demiurgo”, cuando escribe: «La única poesía es el silencio / revelador, / el espacio ignoto y el tiempo / suspendido» y “En el poema”, al decir: «La memoria del verso / es la voz de la poesía. / A ella le es dada la palabra». La relación autor, texto y público de la que nos hablaba Carnero al referirse a la metapoesía es una constante, es el núcleo, la savia de este poemario, en el cual el poeta creará para crearse y recrearse en la construcción del poema, para ofrecer –ofrecerse- al lector entero a través del poema en sí mismo: «Explicar el poema / no se puede: / es volver a escribir. / Es el lector quien / reescribe, da fe / y el poema es». Pero el poeta indaga, reflexiona sobre el poema en sí, se pregunta y se responde en un soliloquio intenso y filosófico por el cómo o qué es poema: «¿Hasta qué punto es poema el poema, / si el verso es sometido, / a su vez, por la necesidad / poética que tiene de ser verso?». En la búsqueda por la verdad poética el poeta entra y sale en el universo de la palabra, pues es esta la que fundamenta la creación, y juega y niega y afirma en un caos previo a la construcción de su propio universo poético, que no es otro, en este caso que el metapoema. Y vuelve una vez y otra a la poesía, a su alma: «Tal vez la poesía no es geografía / y sí geología que arroja luz, / a lo enterrado y olvidado», apostando así por un tiempo distinto, en ese camino de encuentro hacia “una cuarta persona gramatical”, que señala Siles. Hay, tiene que haber algo más que conocimiento, como dijera Valente, y este “hacerse” quizá debería llamarse, ensoñación, extrañamiento, emoción, deseo: «El poeta escribe y va al encuentro del verso: / deseo y conocimiento; / pues sin la página en blanco, abierta, no hay nada». Traza el poeta Villagrasa un camino real del tiempo presente y futuro, en el cual la palabra es la única verdad existente, como lo es también esa vuelta atrás a la memoria o el recuerdo del pasado, al origen del cosmos, al reencuentro con la tierra: «Muerte y vida: origen / infancia en Burbáguena, camino de la viña. / ¡Todo es un juego! Balbuceo del ser / en la página no escrita. ¡Vuelo a ser niño! El poeta se ha convertido ya en esa “cuarta persona” que mira desde fuera y siente muy adentro, como alguien que está en ti pero que te habla del otro lado, como un narrador omnisciente: «No eres de aquí y marchaste de Burbáguena. / Sin pasado, ni presente, ni futuro alguno. / Tan solo un desconocido por descubrir. / La palabra otra leo. Espero que germine». Y ya lo creo que germina, la palabra es la vida del poeta Enrique Villagrasa, y a ella se debe y por ella vive, desangrándose en cada letra que la constituye y abrasa hasta crear un mundo propio, pues «La poesía siempre será lectura del mundo». Sin duda, un poemario para la reflexión y el disfrute de la auténtica poesía.
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Lectura del mundo. Salón de lectura.
Entronca este libro con lo señalado anteriormente respecto al concepto de poesía de Valente, porque en sí mismo el poemario es un único metapoema dividido en trece capítulos, además del introito o proemio y la coda, cada uno dividido a su vez en dos poemas o partes. La metapoesía, si nos atenemos a la definición que Guillermo Carnero da sobre ella, no es sino «el discurso poético cuyo asunto, o uno de cuyos asuntos, es el hecho mismo de escribir poesía y la relación entre autor, texto y público», de tal manera es así que esta y no otra es la propuesta de Villagrasa, hecho que podemos constatar desde el introito, en el poema titulado “En el quehacer demiurgo”, cuando escribe: «La única poesía es el silencio / revelador, / el espacio ignoto y el tiempo / suspendido» y “En el poema”, al decir: «La memoria del verso / es la voz de la poesía. / A ella le es dada la palabra». La relación autor, texto y público de la que nos hablaba Carnero al referirse a la metapoesía es una constante, es el núcleo, la savia de este poemario, en el cual el poeta creará para crearse y recrearse en la construcción del poema, para ofrecer –ofrecerse- al lector entero a través del poema en sí mismo: «Explicar el poema / no se puede: / es volver a escribir. / Es el lector quien / reescribe, da fe / y el poema es». Pero el poeta indaga, reflexiona sobre el poema en sí, se pregunta y se responde en un soliloquio intenso y filosófico por el cómo o qué es poema: «¿Hasta qué punto es poema el poema, / si el verso es sometido, / a su vez, por la necesidad / poética que tiene de ser verso?». En la búsqueda por la verdad poética el poeta entra y sale en el universo de la palabra, pues es esta la que fundamenta la creación, y juega y niega y afirma en un caos previo a la construcción de su propio universo poético, que no es otro, en este caso que el metapoema. Y vuelve una vez y otra a la poesía, a su alma: «Tal vez la poesía no es geografía / y sí geología que arroja luz, / a lo enterrado y olvidado», apostando así por un tiempo distinto, en ese camino de encuentro hacia “una cuarta persona gramatical”, que señala Siles. Hay, tiene que haber algo más que conocimiento, como dijera Valente, y este “hacerse” quizá debería llamarse, ensoñación, extrañamiento, emoción, deseo: «El poeta escribe y va al encuentro del verso: / deseo y conocimiento; / pues sin la página en blanco, abierta, no hay nada». Traza el poeta Villagrasa un camino real del tiempo presente y futuro, en el cual la palabra es la única verdad existente, como lo es también esa vuelta atrás a la memoria o el recuerdo del pasado, al origen del cosmos, al reencuentro con la tierra: «Muerte y vida: origen / infancia en Burbáguena, camino de la viña. / ¡Todo es un juego! Balbuceo del ser / en la página no escrita. ¡Vuelo a ser niño! El poeta se ha convertido ya en esa “cuarta persona” que mira desde fuera y siente muy adentro, como alguien que está en ti pero que te habla del otro lado, como un narrador omnisciente: «No eres de aquí y marchaste de Burbáguena. / Sin pasado, ni presente, ni futuro alguno. / Tan solo un desconocido por descubrir. / La palabra otra leo. Espero que germine». Y ya lo creo que germina, la palabra es la vida del poeta Enrique Villagrasa, y a ella se debe y por ella vive, desangrándose en cada letra que la constituye y abrasa hasta crear un mundo propio, pues «La poesía siempre será lectura del mundo». Sin duda, un poemario para la reflexión y el disfrute de la auténtica poesía.
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SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
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TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014
ISBN: 13: 978-84-942992-3-0
Clasificación: Poesía.
Tamaño: 14x21 cm
Idioma de publicación: Castellano
Edición: 1ª Ed.1ª Impr.
Fecha de impresión: Noviembre 2014
Encuadernación: Rústica con solapa
Páginas: 104
PVP: 12€
Colección: Daraxa
José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.
Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.
José Cabrera Martos