El poeta José Hierro, en sus “Reflexiones sobre su
poesía”(1983), dejó escrito: «la poesía verdadera,
sea cual sea el adjetivo que la matice, no puede prescindir de la
belleza de la palabra. Pero no entendemos por belleza recargamiento,
énfasis, imaginería, empleo de materias verbales preciosas, sino
precisión poética, adecuación de la forma al fondo». Y es
exactamente la claridad poética lo que habría que subrayar del
presente poemario, “La fatalidad”, cuyo autor es el poeta
berciano Fermín López Costero que, si bien no cuenta con una obra
extensa –este es su segundo poemario-, sí de calidad –su
anterior libro “Memorial de las piedras”, obtuvo en 2009
el premio Joaquín Benito de Lucas-. López Costero dedica este libro
a su madre, y tal vez en la figura materna confluyen algunas de sus
claves, aunque el tiempo juegue un papel importante en ese constante
ir y venir de las percepciones y la experiencia vital del poeta, y en
la cual ahonda y profundiza hasta hallar –hallarse- en la penumbra
de los días que ejercen sobre él esa constante sensación de
desgracia o desdicha. El poemario está estructurado en tres partes
bien diferenciadas, aunque sin título que nos advierta de su
temática. Es precisamente la primera parte la que contiene el poema
que da título al libro “La fatalidad”, pero sorprende que
sea “El indigente” el que abre el libro; aquí compromiso
y estética se complementan para, desde el silencio y la soledad,
rebelarse por entender que hasta lo cotidiano representa en el
momento actual un nuevo holocausto: «Perseguí quimeras / que luego
se volvieron contra mí / y me devoraron las entrañas […] Y ahora
estoy aquí, / al otro lado de las alambradas, / como único
superviviente y testigo / del holocausto diario». Es la mirada del
poeta que traspasa los silencios y nos alerta de ellos, porque «Nadie
aguarda ya la resurrección / de las voces», y nos llama la atención
sobre esos extraños seres que «No son conscientes de que entre la
inmundicia / sólo germinan las palabras inservibles, / y que en ella
fermentan las ideas caducas». López Costero construye así, desde
el principio un espacio de la memoria en la que habitan aquellos
sueños de antaño en “La casa deshabitada” cuando
escribe: «Sopesar el silencio / que colma los recipientes. / Y
acariciar la crin del caballo de cartón / que galopa entre mis
sienes». La infancia en el poeta, ese mundo onírico que le hace
volver sobre sus pasos y detener el tiempo en “El desván de la
memoria”: «Oculta tras los visillos del tiempo / entreveo aún
tu sonrisa de seda… / Quién sabe si con nuestros silencios /
podremos reconstruir el desván de la memoria». La sonrisa de seda
de la madre, el desván, como también ese jardín abandonado,
decadente, habitado por la soledad, la ruina, quizá el fracaso
figurado, la no vida: «Los escombros habían obstruido el estanque /
en el que ya no habitan los peces / ni chapotean –como ángeles
heridos- / las aves acuáticas». Es la infancia que regresa como voz
poética a López Costero, es esa fatalidad que dice los visita todas
las noches, pero sobre todo es la manera de sentirla: «La fatalidad
también es mi sombra / y la sombra de mis actos». En la segunda
parte aflora el amor, y por eso declara el poeta: «…los besos y
las caricias son únicos / y morirán conmigo. Aliento de mi aliento,
/ ceniza de mis cenizas serán», para nunca ya la ausencia, sino el
latido amoroso: «La ausencia ya no es ausencia, / sino aleteo de
ángeles que se aman […] Juntos recibimos la luz de las estrellas.
/ Nunca más como ausentes». Pero al cabo vuelve la melancolía, la
tristeza del alma: «La tristeza es una nube de cieno, / una
pesadilla camuflada en un pastel de cumpleaños, / el imperdible
mohoso que fija el alma a mi cuerpo», y todo acaba (tercera parte),
tal vez, en la esperanza de hallar la luz: «Y a menudo sueño con
el pincel alado / de Fra’ Angelico, impregnado de luz», o al
menos, en la luminosa poética de su autor.
Título: La fatalidad
Autor: Fermín López Costero
Edita: Nazarí (Granada, 2014)