de una alberca cualquiera
y desesperadamente
bebes hasta sentirte exhausto
de olvido, como al principio
de todo, en los orígenes del silencio.
Vuelves serena hasta mi alcoba
y en ella te refugias
y entre la seda de las sábanas
ocultas tu pequeño corazón de fénix,
... después de resurgir de las cenizas.
Vuelves a mi lado, una vez más,
y me confortas y hablas
de las pequeñas cosas del mundo,
y yo te escucho absorto,
al filo de la madrugada,
eternizándome contigo,
una vez más,
y para siempre.