Dada la imposibilidad técnica (falta de espacio) para reproducir todos los poemas contenidos en esta antología, transcribiremos sólo algunos fragmentos del mayor número de poetas participantes, a manera de muestra representativa. De los poetas nacidos en los años 20 reproducimos este del cordobés José de Miguel: El libro esculpe, fija, proclama y eterniza / la cálida palabra, / la fecunda palabra, / la creadora palabra, / la Palabra, / quizá el mayor presente / que a los hombres los dioses concedieron. / Al principio fue el verbo», o, este otro del poeta almeriense Julio Alfredo Egea: « No encontrarán los seres / camino de regreso, / ni ya nunca será posible el pájaro, / ni la mano desnuda sobre la mano herida, / ni agarrarse a una rama de paraíso / cuando el Ordenador tenga voz propia, / salga de la oficina y del laboratorio / a decretar la Muerte… / Y Dios… ¿se hará el distraído?; de los nacidos en los años 30 nos quedamos en este del poeta granadino Rafael Guillén: «He venido sin flores y sin luto. / He venido a fumarme este cigarro / delante de tu muerte; / solamente un cigarro, por aquello / que fue una gran borrasca de ternura»; pertenecientes a los años 40 señalamos al poeta gaditano Antonio Hernández: «He entendido por fin / que escribir es amar / sin amor que te bese. / Comprendo que la luz / solamente se enciende / cuando se va apagando»; para los años 50 la voz del poeta malagueño Francisco Ruiz Noguera: «Con tan breve equipaje / trabaja la memoria, / maestra en levantar / -a base de un desorden de retazos- / un retablo de humo / sobre el fondo de sombras / que dominan las piezas del olvido», o, este otro del poeta Rafael de Cózar (Tetuán 1951-2015): «Qué puedo decir de ti si ya no queda / ni un mínimo rescoldo en la penumbra / del fondo acristalado de mi copa…»; de los nacidos en los años 60 destacamos al poeta onubense Manuel Moya: «y saber que la vida, toda vida, cabe en esto, / en una mujer desnuda escribiendo un poema, / en unos dedos que nunca se cansan de ser dedos, / en la harina de estas letras torpes / manchadas de dedos y de vida», y, para cerrar esta muestra, perteneciente a los años 70, estos versos del poeta Vicente Luis Mora: «Arrójate al vacío, crea mundos, / convierte en ser la nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía, / así debiera ser / el último poema: / hacia delante, nada: todo en blanco». Una antología que nos permitirá conocer la poesía emocional de “70 menos uno” poetas andaluces de hoy. Buscar este blog
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70 MENOS UNO. ANTOLOGÍA EMOCIONAL DE POETAS ANDALUCES
Dada la imposibilidad técnica (falta de espacio) para reproducir todos los poemas contenidos en esta antología, transcribiremos sólo algunos fragmentos del mayor número de poetas participantes, a manera de muestra representativa. De los poetas nacidos en los años 20 reproducimos este del cordobés José de Miguel: El libro esculpe, fija, proclama y eterniza / la cálida palabra, / la fecunda palabra, / la creadora palabra, / la Palabra, / quizá el mayor presente / que a los hombres los dioses concedieron. / Al principio fue el verbo», o, este otro del poeta almeriense Julio Alfredo Egea: « No encontrarán los seres / camino de regreso, / ni ya nunca será posible el pájaro, / ni la mano desnuda sobre la mano herida, / ni agarrarse a una rama de paraíso / cuando el Ordenador tenga voz propia, / salga de la oficina y del laboratorio / a decretar la Muerte… / Y Dios… ¿se hará el distraído?; de los nacidos en los años 30 nos quedamos en este del poeta granadino Rafael Guillén: «He venido sin flores y sin luto. / He venido a fumarme este cigarro / delante de tu muerte; / solamente un cigarro, por aquello / que fue una gran borrasca de ternura»; pertenecientes a los años 40 señalamos al poeta gaditano Antonio Hernández: «He entendido por fin / que escribir es amar / sin amor que te bese. / Comprendo que la luz / solamente se enciende / cuando se va apagando»; para los años 50 la voz del poeta malagueño Francisco Ruiz Noguera: «Con tan breve equipaje / trabaja la memoria, / maestra en levantar / -a base de un desorden de retazos- / un retablo de humo / sobre el fondo de sombras / que dominan las piezas del olvido», o, este otro del poeta Rafael de Cózar (Tetuán 1951-2015): «Qué puedo decir de ti si ya no queda / ni un mínimo rescoldo en la penumbra / del fondo acristalado de mi copa…»; de los nacidos en los años 60 destacamos al poeta onubense Manuel Moya: «y saber que la vida, toda vida, cabe en esto, / en una mujer desnuda escribiendo un poema, / en unos dedos que nunca se cansan de ser dedos, / en la harina de estas letras torpes / manchadas de dedos y de vida», y, para cerrar esta muestra, perteneciente a los años 70, estos versos del poeta Vicente Luis Mora: «Arrójate al vacío, crea mundos, / convierte en ser la nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía, / así debiera ser / el último poema: / hacia delante, nada: todo en blanco». Una antología que nos permitirá conocer la poesía emocional de “70 menos uno” poetas andaluces de hoy. 70 MENOS UNO. ANTOLOGÍA EMOCIONAL DE POETAS ANDALUCES
Dada la imposibilidad técnica (falta de espacio) para reproducir
todos los poemas contenidos en esta antología, transcribiremos sólo
algunos fragmentos del mayor número de poetas participantes, a
manera de muestra representativa. De los poetas nacidos en los años
20 reproducimos este del cordobés José de Miguel: El libro esculpe,
fija, proclama y eterniza / la cálida palabra, / la fecunda palabra,
/ la creadora palabra, / la Palabra, / quizá el mayor presente /
que a los hombres los dioses concedieron. / Al principio fue el
verbo», o, este otro del poeta almeriense Julio Alfredo Egea: « No
encontrarán los seres / camino de regreso, / ni ya nunca será
posible el pájaro, / ni la mano desnuda sobre la mano herida, / ni
agarrarse a una rama de paraíso / cuando el Ordenador tenga voz
propia, / salga de la oficina y del laboratorio / a decretar la
Muerte… / Y Dios… ¿se hará el distraído?; de los nacidos en
los años 30 nos quedamos en este del poeta granadino Rafael Guillén:
«He venido sin flores y sin luto. / He venido a fumarme este cigarro
/ delante de tu muerte; / solamente un cigarro, por aquello / que fue
una gran borrasca de ternura»; pertenecientes a los años 40
señalamos al poeta gaditano Antonio Hernández: «He entendido por
fin / que escribir es amar / sin amor que te bese. / Comprendo que la
luz / solamente se enciende / cuando se va apagando»; para los años
50 la voz del poeta malagueño Francisco Ruiz Noguera: «Con tan
breve equipaje / trabaja la memoria, / maestra en levantar / -a base
de un desorden de retazos- / un retablo de humo / sobre el fondo de
sombras / que dominan las piezas del olvido», o, este otro del poeta
Rafael de Cózar (Tetuán 1951-2015): «Qué puedo decir de ti si ya
no queda / ni un mínimo rescoldo en la penumbra / del fondo
acristalado de mi copa…»; de los nacidos en los años 60
destacamos al poeta onubense Manuel Moya: «y saber que la vida, toda
vida, cabe en esto, / en una mujer desnuda escribiendo un poema, / en
unos dedos que nunca se cansan de ser dedos, / en la harina de estas
letras torpes / manchadas de dedos y de vida», y, para cerrar esta
muestra, perteneciente a los años 70, estos versos del poeta Vicente
Luis Mora: «Arrójate al vacío, crea mundos, / convierte en ser la
nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía, / así debiera
ser / el último poema: / hacia delante, nada: todo en blanco». Una
antología que nos permitirá conocer la poesía emocional de “70
menos uno” poetas andaluces de hoy. La insistencia del daño. Fernando Valverde
LA INSISTENCIA DEL DAÑO
Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma. Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el cual se había convertido en los últimos años, fría como un témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida, rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado. Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive, separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea, sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte): «Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él, / fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»; poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”, el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia” (incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”), sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades. Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones / pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana” destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos: «Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo / como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino Fernando Valverde. Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
La insistencia del daño. Fernando Valverde
LA INSISTENCIA DEL DAÑO
Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma.
Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el
cual se había convertido en los últimos años, fría como un
témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada
de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje
continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un
viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de
producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos
hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida,
rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los
silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado.
Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un
camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal
manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive,
separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética
como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En
este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar
del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que
son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa
concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de
vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una
incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación
de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético
que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar
emoción y pensamiento. Su último poemario “La insistencia del
daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el
mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de
Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos
polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El
poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea,
sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno
puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir
unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es
asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los
versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán
aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y
la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que
camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo
tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco
amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el
camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de
la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también
cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte):
«Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él,
/ fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando
camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven
atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien
busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los
ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro
poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una
puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un
jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él
sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»;
poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y
sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de
Otero: “Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se
va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”,
el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia”
(incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo
Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”),
sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el
barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un
río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza
en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita
del poeta Luis Rosales, “La tristeza es anterior al hombre, es
la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario
poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa
tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades.
Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé
que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este
otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones /
pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura
la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana”
destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a
ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos:
«Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo /
como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del
daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades
con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino
Fernando Valverde.
Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Duermevela. Eduardo García
Duermevela. Eduardo García
La gruta y la luz. Francisco Ruiz Noguera
LA GRUTA Y LA LUZ

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Título: La gruta y la luz Autor: Francisco Ruiz Noguera Edita: Visor (Madrid, 2014) |
La gruta y la luz. Francisco Ruiz Noguera
LA GRUTA Y LA LUZ

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Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)
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Ahora que amaneces. Felipe Sérvulo
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SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
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TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014
ISBN: 13: 978-84-942992-3-0
Clasificación: Poesía.
Tamaño: 14x21 cm
Idioma de publicación: Castellano
Edición: 1ª Ed.1ª Impr.
Fecha de impresión: Noviembre 2014
Encuadernación: Rústica con solapa
Páginas: 104
PVP: 12€
Colección: Daraxa
José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.
Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.
José Cabrera Martos
Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.
El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.











