LA GRUTA Y LA LUZ
La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos
mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de
las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía
entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este
poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de
Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz
Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro
partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería
imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz
Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía
como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta
abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del
todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la
soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia
invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga
vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin
embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se
halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo
de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: /
los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo
[…] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la
ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el
comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es
su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en
las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de
vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de
unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué
del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en
su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente
para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su
invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de
las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de
grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos,
también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las
aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera
nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos
versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer /
-sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero
mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde».
Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»;
nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor
del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta:
¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo
y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale
el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar
en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que
en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para
convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que
fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal,
en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del
paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la
contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra
realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con
la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía
chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que
configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de
individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia
la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el
paseante alcanzar algún día».
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Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)
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De la tercera parte,
“Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma
loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más
que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese
otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al
pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y
lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de
oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas
de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a
Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se
esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada
joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas
abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la
palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque
le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en
la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la
vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La
gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera
como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.