LA INSISTENCIA DEL DAÑO

Otro tiempo y otro espacio es preciso para la poesía, otra alma.
Huir del hermetismo y la ambigüedad, de ese abismo al vacío en el
cual se había convertido en los últimos años, fría como un
témpano de hielo, superficial en su forma y en su fondo, disfrazada
de modernidad, era una cuestión ineludible. La poesía es un viaje
continuo a lo desconocido desde el conocimiento y la emoción, un
viaje que ha de vivirse y sentirse dentro muy adentro, que nos ha de
producir el más grande de los temblores, que ha de desangrarnos
hasta el desfallecimiento. La poesía es la palabra trascendida,
rebelión, ese despertar a la vida después de la oscuridad y los
silencios, y por eso fluye en las venas y late el corazón acelerado.
Nada se le opone, porque es vuelo, profunda ensoñación, otredad, un
camino hacia la nada y el todo, misterio, magia, luz de luz, de tal
manera que el poeta no puede ser ajeno al mundo en que vive,
separarse de él, mirar hacia otra parte. Solo la palabra poética
como arma para transformar el mundo, desde el dolor y la herida. En
este sentido, Ana María Matute escribe: «El escritor, para hablar
del ser humano, tiene que conocer lo que es el dolor, saber lo que
son las lágrimas». Quizá nos hayamos alejado excesivamente de esa
concepción humanista de la escritura, de ese profundo sentimiento de
vivir en el otro, y de ahí que hoy el hombre viva en una
incertidumbre continua. Fernando Valverde pertenece a esa generación
de “poetas de la incertidumbre”, convertida en movimiento poético
que proclama una poesía más cercana de lo humano, capaz de conjugar
emoción y pensamiento. Su último poemario
“La insistencia del
daño” es una nueva aportación a esa manera del entender el
mundo, la poesía, la vida. Para el también poeta Luis Alberto de
Cuenca “alegría y dolor, exaltación y melancolía son los dos
polos sobre los que gira la esfera de la creación poética”. El
poeta, como creador, ha de dirigir la mirada al mundo que le rodea,
sentir y vivir en los demás, ser el otro. Y en este poemario uno
puede apreciar que la palabra se alía con la emoción para construir
unos poemas que aroman y saben a verdadera poesía, esa que es
asombro y mágica luz, y que hallamos ya desde el comienzo, en los
versos contenidos en “Babel”: «Seiscientos mil pulmones serán
aire podrido / en las calles de Delhi, / después serán el fuego y
la ceniza, / ascuas sobre los ríos, / restos de carne y muerte que
camina hacia el mar / en busca de otras bocas. / Todo sucede al mismo
tiempo». El poeta vive en él lo que sucede y su voz es el eco
amplificado del dolor anónimo de la muchedumbre. Ha comenzado el
camino y ya no puede detener su paso, ha de adentrarse en la piel de
la vida y la muerte para sentirlas en toda su plenitud, también
cuando se simboliza en el mal (Ratko Mladić conversa con la muerte):
«Ratko Mladić ya sabe / que tampoco la muerte va a respetarle a él,
/ fiel domador de ejércitos, / general de sus sombras», cuando
camina al encuentro de Ernesto en el hospital de Malta: «un joven
atraviesa la hierba en una silla, / ahora dice tu nombre / como quien
busca alivio en medio del dolor, / allí fuiste a morir / con los
ojos abiertos», y cuando se hace voz en la voz dolorosa de otro
poeta: «Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia / es una
puerta abierta hacia el dolor, / el recuerdo de un nombre o de un
jardín, / una ventana al este que un día fue una casa. […] Él
sabe que está muerto, / nadie conoce aquello que le hace sufrir»;
poemas todos pertenecientes a la primera parte del libro, “Cruces y
sombras” que se inicia con unos versos esclarecedores de Blas de
Otero:
“Madera dulce de la luz: estría / triste del día que se
va. Nos vamos”. En la segunda parte, “El viaje del mundo”,
el poeta vuelve a ser voz y amorosa entrega con el poema “Celia”
(incluido en la recientemente publicada en la antología “Humanismo
Solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea”),
sinfónica obertura, primigenia aurora: «No conoces el mar, ni el
barro, ni los árboles, / pero ya eres un bosque por el que pasa un
río». Pueblan la parte tercera del libro, titulada “La tristeza
en los mapas”, una serie de poemas breves, precedidos por una cita
del poeta Luis Rosales,
“La tristeza es anterior al hombre, es
la tierra del hombre”, que constituyen todo un itinerario
poético por distintas ciudades del mundo, una herida abierta, esa
tristeza que invade los hogares en este tiempo de olvido y soledades.
Y así lo expresa, por ejemplo, en el poema (San Salvador): «Hoy sé
que la esperanza / es el miedo / con los ojos vendados» o en este
otro (Levizzano): «Los tristes nunca llenan de luz las estaciones /
pero miran la luz / con la cadencia lenta del que sabe / lo que dura
la noche». De la última parte, “La luz no llegará viva a mañana”
destacamos el poema “El Daño” –su insistencia-, que viene a
ser corolario de esta singular obra, y de aquél, estos versos:
«Porque tal vez la vida no nos perteneció / y se fue consumiendo /
como todas las cosas que hemos creído nuestras / y son parte del
daño / que dibuja las líneas de la historia / derribando ciudades
con sus muros». Poesía verdadera, sin duda, la del poeta granadino
Fernando Valverde.

Título: La insistencia del daño
Autor: Fernando Valverde
Editorial: Visor (Madrid, 2014)