El Parnaso_________________________________________
Por José Antonio Santano
Francisco Javier
Irazoki
La mirada que
despierta a la conciencia
En el breve comentario del escritor Fernando Aramburu, que sirve a manera de proemio o prólogo, se dice: «El presente libro ha sido concebido por su autor como una casa definitiva. Contiene la que él considera su obra poética completa», y más adelante afirma: «Conozco a Irazoki lo suficiente como para estar seguro de que ha dado por concluida su labor creativa, al menos en lo que se refiere a libros de poemas». Contiene este libro, como ya se ha dicho la poesía completa de Irazoki, casi 500 páginas trenzadas con el hilo de un lenguaje que nos conduce hacia el misterio y los asombros de realidades que el poeta transfigura en otras y donde la luz más íntima del silencio se abisma en la magia de los días. Los poemas contenidos en este libro, sean breves como un haiku, un aforismo o sean versos en prosa, iluminan cada una de sus páginas. Es la suya una poesía testimonial, de una hondura desconcertante, alienada con un surrealismo de naturaleza humanística que recorre la cotidianidad de los días y el pensamiento que entronca con las ideas y las artes, así como de una sencillez poco frecuente en la poesía española actual. Una poesía que tiene como elementos clave el paso del tiempo, el dolor, las desapariciones, la honda reflexión de lo vivido, la compasión y la libertad, lo autobiográfico, siempre presente, en esa búsqueda de una poesía trascendente, abierta al mundo en cualquiera de sus experiencias, realzando así una ética infrecuente hoy por hoy, donde lo humano se convierte en el centro de su universo poético. En este itinerario poético que se inicia con su primer libro ‘Árgoma’, al que suceden otros como ‘Desierto para Hades’, ‘La miniatura infinita’, ‘Retrato de un hilo’, ‘Los hombres intermitentes’, ‘Orquesta de desaparecidos’, ‘Ciento noventa espejos’, ‘El contador de gotas’, hasta concluir con ‘Música incinerada’, Irazoki se muestra como el extraordinario poeta que es, desde sus primeros textos de juventud a los últimos poemas en prosa que constituyen, básicamente, su manera de entender el mundo, pero sobre todo de comprender al ser humano en cualquiera de sus experiencias vitales, bajo una concepción donde no tiene cabida alguna la intolerancia o el odio. Difícilmente podemos reproducir aquí todos los destellos poéticos de Irazoki, pero sí algunos que me parecen claves para entender el universo íntimo del poeta, como pueden serlo los poemas Habitación 305, dedicado a su hermana Nica («no entiendo como no han prohibido morir a los 25 años / y han dejado al hombre mudo ante el eco impenetrable / de los días, / con el fondo de la vida atafagándole las sienes…» o Palabra de árbol, que dedica a la muerte del hermano («No conocí al que murió en el vientre de mi madre. La abuela lo recogió, dijo que grande como un guía y los puso en el hoy que el padre había cavado entre las raíces de mi higuera preferida. // Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos»); el eco constante del paso del tiempo («…Mi juventud fue la de un anciano sin amargura. La contemplación temprana de la muerte me había apartado del lujo de las lágrimas. Quise exprimir el tiempo…»; la presencia del dolor («Al igual que el topo y la astilla, conocí el dolor, me aparté y fui a hablar a una piedra. //El niño que fui se transformó en sus viajes a la piedra» que deriva en la celebración de la vida («La gratitud es el tamiz que me separa de lo oscuro. Y con las humillaciones del dolor he moldeado mi respuesta: celebrar la vida contra las amenazas de su sufrimiento». Además, tanto el paisaje urbano (Nueva York, Pamplona, Benarés y París, sobre todo), como el rural (fundamentalmente Lesaka), permiten al poeta expresar un hondo sentimiento y una pureza reflexiva singular («En mis visitas a Lesaka, compruebo que los terrenos se han encogido. Las púas de los alambres que delimitaban las praderas sujetan ahora unos retales blancos, y el viento bate esos jirones de las ropas de los ausentes. Otras llamadas siguen despegando las calles del pueblo, y aumenta el grupo de hombres y mujeres que pasean en mi memoria al despedirse de una patria de huecos. Pronto seré el viejo que lleva en un bolsillo toda la extensión de su tierra».
El yo poético surge y resurge para descubrirnos los acontecimientos de la vida diaria, en los que la literatura, la música (culta o callejera), lo autobiográfico, y siempre los olvidados y ausentes conforman un corpus poético extraordinario, donde ética y estética se perfeccionan. Porque para Irazoki: «la poesía no es una delicadeza decorativa, sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia».