Escaparate de Libros Por José Antonio Santano
La Bruma que Apacigua la
Memoria
Sucede en muy pocas
ocasiones. Es entonces cuando el poder de la literatura se visualiza de forma
clara en la pureza y la calidad del texto, dejando para el escaparate y las
alfombras a las personas que detentan ese poder basado en la manipulación
reiterada, el amiguismo u otros extraños manejos que nada tienen que ver con la
excelencia de la literatura y sí con la exclusiva vanagloria, la ambición
desenfrenada en el vacuo camino hacia la fama o la futilidad tan propia del
mediocre. No es el caso que hoy nos trae a este Escaparate de libros, en
el cual la literatura, el verdadero poder de la literatura nos hace creer que
todavía es posible, que hay esperanza para seguir sustanciando todos los
aspectos fundamentales de un texto esencialmente literario. Y como muestra un
botón: la novela La bruma que apacigua la memoria, del profesor,
ensayista y escritor Juan Naveros Sánchez (Castillo de Tajarja, Granada, 1952).
Con anterioridad a ésta, y también perteneciente al género de novela histórica
publicó, con el mismo sello editorial granadino de Nazarí, Barminán. Las
hogueras del inquisidor Lucero (2017), que reseñé en su día. Para esa
ocasión escribí algo así:
«Hay ciertos libros que están destinados a las minorías: lectores de sólida
formación literaria y, en algunos casos, a críticos insobornables, honestos e
intachables…»; hoy, después de adentrarme en las entrañas de esta nueva novela
de Juan Naveros, suscribo en su totalidad lo dicho. Y lo hago porque si la
anterior buceaba en un hecho histórico (la Santa Inquisición) que tuvo gran
repercusión en la historia de España, no lo es menos el que nos presenta su
autor en esta segunda novela, tal es la Guerra Civil española y sus dramáticas
consecuencias, hasta el punto de comprobar que aún hoy perduran («Porque en
todas las personas que sufrieron los desgarros de aquel tachón de sangre
fratricida del fatídico año 1936, el miedo, en todas sus formas extremas,
resecó sus órganos vitales para el resto de su existencia y les selló la boca
para siempre»). Esta no es una novela
más sobre nuestra incivil guerra, no, sino una obra de referencia literaria en
la que importa, sobremanera, el lenguaje, el desentrañamiento de lo vivido, la
visualización del miedo, el extraordinario ensamblaje de los dos personajes
principales: el rehén y el Comisario (hijo y padre), el tiempo y el espacio en
el cual el narrador ahonda hasta límites insospechados, la recreación del
momento histórico sin alarmante estridencia, porque a su autor solo le interesa
construir un edificio literario sólido, coherente y al mismo tiempo conmovedor,
como debe ser todo arte que se precie. Esta novela representa dos mundos
enfrentados, antagónicos y en cada uno de ellos vive, de una manera u otra, el
miedo, el desgarro interior que hace al ser humano miserable, egocéntrico y
tirano, o, de otra, callado y sumiso, resignado y miedoso hasta el punto de
anular la vida misma. No es ésta una novela cómoda en la que el lector pase
página tras página sin más, bien por un lenguaje excesivamente coloquial (nada
literario), bien porque la historia sea incoherente o vaciada de contenido; en La
bruma que apacigua la memoria habrá que dejarse llevar por las imágenes, a
veces por las metáforas y siempre por un lenguaje pleno de vida, en el cual el
uso exacto del léxico, de las palabras trasciende de tal manera que, la propia
existencia de una tensión lingüística y argumental, se apodera del lector hasta
crear en él una verdadera conmoción. La escritura se rebela, es un grito de
atención y debe así servirnos para alertarnos de lo vacuo y efímero, de esa
tendencia actual de la novela en la cual todo es superficial. Naveros ha
buceado en el interior de los personajes principales hasta desfallecer, convirtiéndose
así en parte inseparable de ellos, los ha psicoanalizado hasta hallar las
claves necesarias para ensamblar una historia que, ambientada en una guerra, no
sea la guerra misma el núcleo central, sino sus consecuencias: el miedo («El
miedo es el único que da la medida de la crueldad y la impotencia»), el dolor,
la soledad, el hambre («El hambre absorbe la grasa de las células, ablanda los
huesos, curva las piernas de los niños, consume los músculos y sobre todo,
devora el alma, convirtiendo a las personas en bestias crueles y desesperadas»),
la tiranía eclesiástica y militar, la resignación, el silencio perpetuo o el
espanto, todo a través de lo vivido por sus dos protagonistas. El drama, la
devastación interior de quienes vivieron no solo los años bélicos, sino esa
posguerra de misal y sumisión en que quedó convertida la vida, es lo que se
cuenta aquí. No es La bruma que apacigua la memoria, una novela al uso,
ni el autor ha pretendido que así sea, por cuanto su único reto ha sido valerse
del lenguaje para escribir un texto de extraordinaria calidad literaria, hecho
que a mi modesto entender la hace candidata a ser reconocida por la crítica
española y premiada como tal por quienes tengan a bien acercarse a sus páginas,
en la seguridad que quedarán atrapados irremisiblemente en ellas. Lo dije en
otra ocasión y lo reitero ahora para La bruma que apacigua la memoria, una novela singular que nos aporta solidez y
excelencia literaria, y su autor, Juan Naveros Sánchez, un escritor de amplios
registros y estilo brillante al que no hay que perder de vista.
Título:
La bruma que apacigua la memoria
Autor:
Juan Naveros Sánchez
Editorial:
Nazarí (Granada, 2022)