Salón de Lectura, Por José Antonio Santano
El Paso de la Luz
La poesía es de lo
poco verdadero que le queda al mundo; acercarse a ella desde la soledad y el
silencio en este tiempo abominable de reyezuelos y tiranos, señores de la
guerra, al menos te reconforta y serena. Es quizá, un escape necesario, luz entre
tanta oscuridad. De la esencia de la luz trata este comentario, de la luz que
nos salva de los túneles y precipicios, del frío de la noche; de la vuelta y
regreso a los libros que la contienen. Si ya De la luz al olvido. Antología
personal (1960-2013), que reúne la obra de Blas Muñoz Pizarro (Valencia,
1943), venía a ser para Sergio Arlandis “un libro que nos lleva a un debate
mucho más hondo y que nos hace distinguir, lejos de toda polémica sobre
tendencias y modas, la buena poesía de la mala. Y estoy muy de acuerdo,
es reconfortante hallar a poetas como Blas Muñoz, alejado de modas y
tendencias, porque en su propia conformación y concepción de la poesía solo la
esencialidad de la palabra modela su capacidad creadora. Muñoz Pizarro es un
poeta de una autenticidad e intensidad indiscutibles, como acierta a decir
Arlandis. En ese proceso de creación desde la soledad y el silencio al que me
refería al inicio, trasciende la voz del poeta, que vislumbra ya otros
territorios, otros sueños. La mirada de Muñoz Pizarro es, sin duda alguna,
abarcadora y así se muestra en esta antología personal y lumínica, en la quedó
incluido esta que comentamos El paso de la luz, en esta ocasión editada
por los sellos editoriales Isla Negra y Crátera y que añade unas
extraordinarias ilustraciones del artista argentino Pablo Santin; un libro que muestra
multiplicidad de registros, matizaciones o detalles, convirtiendo así a la luz en un misterio por descubrir, y que
necesitaba, de alguna manera, separarse de la edición antológica y transformarse
en un ente independiente. Nace la luz de la necesidad del poeta de interiorizar
todo lo que le rodea, de abismarse en lo desconocido para de esta forma crear
un mundo nuevo, un lugar mágico, capaz de silenciar el dolor de las ausencias. Escribe
Muñoz Pizarro desde adentro de sí, desentrañándose, dejándose llevar por sus
propios miedos e incertidumbres, aferrado al latido de la vida. Es alentador
comprobar que el poemario está dedicado al poeta fallecido recientemente Ricardo
Bellveser, “avizor sagitario, en su luz permanente”. Y con esa luz
permanente sueña aún el poeta con la Naturaleza que debemos celebrar cada
día, con los aromas de las tardes de invierno o los amaneceres marinos; toda
una cosmovisión en la cual la palabra distingue y se distingue como único
instrumento de salvación:
«Porque
decir la vida
es más difícil que vivirla, y porque
nada sé más allá de lo que olvido,
enmudezco otra vez. Y aprendo. Y oigo.
Aquí, al resguardo de la lluvia, en este
ajeno patio de vecinos donde
se oye el trajín de una cocina y vuelve
el olor a manzanas de mi infancia».
¡Ay, la infancia siempre! El
persistente rumor machadiano de la infancia, esa Arcadia a la que se regresa
siempre para beber el néctar de la inocencia y la luz:
«De
la unión de la luz con la inocencia,
¿no nace la verdad, esa certeza
que cada ser inventa en su destierro,
con tanta confusión como esperanza,
para darle calor a su novicio
corazón?»,
se pregunta el poeta, y encadena el final de cada poema al
principio del siguiente —comunión de la palabra. Es la luz y su silencio un
diálogo poético inconmensurable, pues tras la soledad del poeta,
«sólo
queda
oír cómo respira, acompasada,
la fatiga del mundo, mientras llueve», y el
regreso siempre a la luz primigenia.
Título: El paso de la luz
Autor: Blas Muñoz Pizarro
Editorial: Isla
Negra/Crátera, 2021