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SALÓN DE LECTURA

FRANCISCO LÓPEZ BARRIOS
Título:
El violinista imposible
Autor:
Francisco López Barrios
Editorial:
Dauro (Granada, 2019)
JOSÉ ANTONIO SANTANO

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EL VIOLINISTA IMPOSIBLE
Poco
antes del abismo todo se transforma y lo desconocido hace acto de
presencia. Recordamos entonces el devenir de las cosas sencillas.
Desciende el cuerpo a los infiernos que es como regresar a la vida,
al origen de la voz y la palabra, dones supremos. Caminar sobre el
agua, recorrer las paredes bocabajo, flotar en el aire hasta
sumergirnos en el inmenso firmamento o el ajardinado solar de las
estrellas. Sólo hay que dejarse llevar por su música interior.
Remover las entrañas mismas, buscarse en el vuelo del águila o la
corriente de un río, en la copa de un árbol o en el silencio
absoluto de un desierto sin nombre. Todo esto y más puede sentir el
lector que se adentre en el último libro del granadino Francisco
López Barrios, “El violinista imposible”. Con anterioridad ya
disfrutamos de la lectura de “Yo soy todos los besos que nunca pude
darte”, Premio Andalucía de la Crítica 2016 o de “Amado pulpo”,
una narración tan original como transgresora. En López Barrios es
de suma importancia su capacidad creadora, el poder de fabulación
con el que nos sorprende siempre, tan diferente de un libro a otro,
tan sugestivo y al mismo tiempo complejo en la estructuración y
desarrollo de los relatos, como así sucede en este magnífico libro.
No es casual que López Barrios tome del desván de la memoria
aquellos momentos o instantes que marcaron un tiempo y que a la hora
de transformarlos en narración vivan de ese inmenso poder del buen
escritor: la fabulación, que no es otra cosa que esa capacidad para
trascender la realidad y crear otra distinta. Francisco López
Barrios trabaja desde el silencio y la soledad, sin encorsetamiento
alguno, libre y consciente de que la única manera de vivir pasa por
vivir en otras vidas, asumiendo el riesgo que ello conlleva. Cuatro
son los relatos contenidos en este libro: “Rashid”, “El
violinista imposible”, que da título al libro; “Papaloco” y
“Plano corto de moros y cristianos. Memoria, pasión y muerte del
morisco Aben Farax”. En el primer relato, el juego sucesivo de
imágenes aporta originalidad y oficio en un claro discurso narrativo
que crece y crece, elevándose en su descenso, en esa contradicción
o anverso y reverso de una misma moneda, como la vida y la muerte,
una frente a la otra. Así, López Barrios, en el primer párrafo,
nos presenta la realidad premonitoria, la semilla de lo que será
luego el fruto, y escribe: «Pocos segundos antes de estrellarse
contra el suelo, Martín se sintió como un fardo pesado y ligero.
Una sensación extraña, contradictoria. Y oyó mientras volaba,
sabiendo que caía irremisiblemente y que muy pronto sería un
amasijo de fluidos derramados y vísceras esparcidas, tinta sobre
papel de periódico, crujir de huesos quebrados y asombro de
transeúntes; oyó, o creyó oír, como en un sueño, el repique de
campanas del cercano convento de las Clarisas». ¿Por qué las
campanas como recurso, su sonido anunciador de vida o muerte? Esa
tensión desde el inicio con la que nos sorprende López Barrios es
razón suficiente, la clave de su magisterio narrativo, y que para mí
culmina no cuando finaliza el relato sino cuando se inicia: «Martín
solo derramó una lágrima en su postrer viaje, y la vio partir hacia
el cielo mientras él se desplomaba sobre la tierra». ¿No es
sublime? López Barrios ha sabido contener todo lo que una lágrima,
una sola lágrima puede ser, principio y fin a la vez: ver cómo la
lágrima asciende mientras el cuerpo se precipita, todo un acierto
narrativo, una imagen que difícil será que olvide el lector. Pura
sugerencia, transparencia y rigor narrativo en quien es un cuentista
de raza. En el segundo relato se advierte la necesidad de arbitrar un
modelo de narración que intercambie futuro y pasado, presente y
futuro, en una especie de alquimia narrativa muy interesante y
dinámica. El protagonista de este relato, Israel Cendón, marca el
ritmo y la armonía, desde su inicio con la Alhambra al frente:
«Porque a Israel Cendón la Alhambra le pareció desde siempre una
feminidad densa e intensa por la sensualidad que le sugería el
aspaviento de sus torres y cipreses y el aire de zambra de sus
ventanas y alféizares» -nos dice el narrador-, hasta el final, que
convierte en descubrimiento. La pasión de Israel por la literatura
contendrá los espacios y tiempos por los que transcurre el relato, y
todo desarrollándose en un ir, hacia el futuro (cuando construye su
propio relato, el de una sociedad futura donde los rebeldes y
ancianos no tienen cabida, y enfrentada a los revolucionarios
literarios a través de sus enormes pompas de jabón de contenido
poético), y un venir, hacia el presente del pasado. De ahí que
Israel nos muestre a personajes como Alfredo Lombardo, “visionario
de barbas luengas y delgadez extrema”, inventor del holograma,
estudiante y rico terrateniente de Jáen en la realidad; o como Don
Ramón Aparicio, “hombre de paz y coleccionista de tinteros de
época, y que obsequiará a Israel con “un tintero de tinta
Montblanc, acompañado de una pluma Meisterstück 149 de la misma
marca”. Es verano y hace mucha calor, exactamente son las 14:30
horas del día 18 de julio de 1936, y el único lugar donde poder
aliviarse de ese calor es el carmen, “paraíso en el que el frescor
y la umbría serenaban el espíritu y refrescaban la piel, las venas
y el corazón”. Allí en el carmen conoció el niño Israel a
“Manuel de Falla, Rusiñol o Ángel Barrios, el joven músico
formado en París con Debussy…”. Allí la música como el más
grande tesoro, luego el Real Conservatorio de Madrid, concierto de
violín con Albeniz en el Escorial, hasta su total consagración como
músico. Estamos en Granada, es verano y el calor es sofocante.
Israel necesita tocar el violín, quiere que sea aquel himno que
descubriera en París, compuesto por Pedro Degeuter y escrito por el
poeta Eugenio Pottier. Aquel día de extremado calor Granada
enlutaría. Un disparo enfrentaría a un violín con un fusil hasta
silenciar la última nota de La Internacional y también la vida de
Israel Cendón. Son las 14:30 horas del día 18 de julio de 1936. Con
este relato que da título al libro “El violinista imposible”,
López Barrios ha sabido componer una verdadera sinfonía y ha
devuelto al violinista olvidado, a su carmen, al paraíso, al alma de
Granada, y lo ha hecho con el rigor de su escritura y su palabra
iluminada. El tercer relato “Papaloco” es una propuesta narrativa
distinta, donde el humor y la ironía cabalgan por sus páginas con
el oficio del ingenioso narrador que es López Barrios. El Vaticano,
la Sierra de Granada, El Grove e Israel, un asno y otros personajes
configuran una historia de mafias y espías, de traiciones, y donde
el azar es la última pieza que encaja al final de la partida. En el
cuarto y último relato nos sitúa en la última batalla acaecida en
las Alpujarras entre moros y cristianos. Para este relato, que titula
“Plano corto de moros y cristianos. Memoria, pasión y muerte del
morisco Aben Farax”, el autor ha necesitado de la documentación
necesaria de ese hecho histórico, para luego fabular sobre él y
conseguir una narración verosímil, coherente, donde el lenguaje
juega un papel de gran significación. Conoce bien López Barrios del
hecho social de la convivencia entre culturas y esta consideración
se aprecia en el desarrollo del relato. Con todo, López Barrios ha
creado la ambientación necesaria en cada uno de los relatos,
demostrando así su solvencia y destacada posición en el panorama de
la narrativa andaluza y española actual.