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MARISA MARTÍNEZ PÉRSICO |
Marisa
Martínez Pérsico (Lomas de Zamora, 1978) es Doctora en Filología
Hispánica. En 2010 se radicó en Italia; desde entonces ha enseñado
Lengua y Literaturas Hispánicas en diversas universidades italianas.
Con 17 años recibió el Primer Premio Especial en un certamen de
ensayo sobre José Martí, organizado por la UNESCO, que implicó una
estancia en Cuba. Con 18 años escribió su primer poemario, Las
voces de las hojas,
que recibió el Primer Premio en el Certamen “Río de la Plata
II” (1996) auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación y
publicado por Ediciones Baobab (1998). Los dos siguientes, Poética
ambulante (2003) y
Los pliegos obtusos (2004) fueron
editados por el Instituto Cultural del Gobierno de la Provincia de
Buenos Aires. Poética
ambulante obtuvo
el Tercer Premio del concurso “Poeta Revelación” (2008)
organizado por Plebella.
Revista de Poesía Actual. La
única puerta era la tuya resultó
finalista del II Premio Pilar Fernández Labrador, al que se
presentaron 371 manuscritos. Codirige la revista Cuadernos
del Hipogrifo y
desde el año 2013 colabora con La
Nación. Ha
publicado cinco monografías y más de sesenta artículos científicos
sobre lengua española, literatura española e hispanoamericana en
Argentina, Italia, España, Portugal, Francia, Brasil, Hungría,
Estados Unidos, Serbia, Colombia, México, Cuba, Chile, Alemania,
Venezuela y Rumania, entre los que se cuentan colaboraciones en
revistas como Casa
de las Américas e Hispamérica.
Único encuentro
Ne te
verrai-je plus que dans
l'éternité?
I
Baja
de tu boca a mi pecho
hasta posar la trompa
abeja
en la región convexa
de néctar
que te atrajo.
Te escaparás, alada, cuando exhale
la última ronda de suspiros
que se extingue
en la cifra de tres horas.
Por mis piernas abiertas como un plato
quiero ver tu mandíbula de toro
pastar meticulosa
en el vaivén sin prisas del verano.
Entra en el ancla, barco en la bahía
último puerto que encalló en mi pampa.
Puerto apenas fundado
puerto en ruinas.
Fui la puta de un pueblo
donde la única puerta era la tuya.
Hice sonar la aldaba
vacilante
como quien se busca a sí misma:
la palabra secreta era mi sombra.
De par en par trepé las escaleras
sin treguas de café
por tu palacio.
Hoy que esa casa no existe
no sé cómo nombrarte
estoy en un exilio sin paredes
vegeto en los rincones oblicuos del deseo
haciendo agua en todas sus esquinas.
II
Bajo
esta vez
por la espesura vehemente de tu abdomen
recorro tus puntos cardinales
tus cinco dimensiones
suspendida en un escalofrío que no cesa
con los ojos del cuerpo que te miran.
Devasto
caracol
lo que transcurre debajo de mi lengua.
Planto mojones de saliva
me detengo
sigo
silbo
tiemblo
avanzo
por líquenes, medusas, pergaminos
con el hambre en los días de desierto.
Y mientras te acaricio con la palma de la boca
y te mastico con los dientes de las manos
como un ala danzante de cigarra
me surcan las imágenes
de un ave, de un bebé
de un alba fría de invierno en Costanera
la risa luminosa de la infancia
cuando el mundo estaba entero y era bueno.
Por un azar que no busco comprender
tu vientre me devuelve a
esa otra orilla
en ti se acoplan todos mis pedazos
nada duele, por fin
y esta vez la verdad tiene tu nombre.
III
Nuestras manos tropiezan al borde de la cama
se atornillan con ímpetu silvestre
imantadas de moléculas y gotas.
Así duramos
en un plácido goce sin palabras.
Damos vueltas por un carretel imaginario
para ver el paisaje por todas sus costuras
ribetes
canales
ventanas
tragaluces.
La única piel que desconozco
es la que abriga tus cuevas más profundas
esa espina que late
no sé por qué perfume.
De tus derrotas sospecho las cenizas.
IV
De nuevo frente a frente
como recién nacidos
que aprenden a mirar
en la mirada lúcida del otro
infringes la aduana de mi cuerpo
con el hábito límpido del aire
eludes el confín
sin pausas de gendarmes ni requisas
corzas
blancas que expulsan las colinas
y este doble retozar para eximirnos
de una deuda arcaica
estás conmigo en mí estoy contigo en ti no existe
otra certeza más pura que este instante
Lo que dura es la arena
el sótano de savia de las hojas.
Con un reloj te irás como llegaste
a
esta batalla de fábulas perdidas.
En la última estación
me embiste el autobús de los adioses.
Los líquidos se empiezan a enjugar. Las horas
acaban de cumplirse. Empiezo
a
recoger mis pétalos caídos por el cuarto
una hebilla
un zapato
el recato partido en seis mitades
la vista, el olfato y sus contornos.
El rito de la higiene en un salón contiguo.
Dulce y violenta intersección
Único encuentro
Te acompaño, no, no te preocupes,
la puerta que se cierra.
Tan lejos de nosotras
Las manos de mi hermana
ya tuvieron dos hijos.
Todavía juegan con las mías
en fotos,
porque están a kilómetros de casa.
Sus manos nacieron jardineras
para ordenar
el blanco y el azul, el rojo y el celeste.
Contará una jauría de cruces cada noche
una vida sonora y transparente.
Nuestro patio amaneció cargado de retamas
donde ayer le dibujé
una casa gris de tejas rojas en el margen
de un río. Mis primeras letras
mis últimas palabras.
A veces, antes de dormir, en la penumbra
imagino que aún está, tendida
en la otra cama. Que de pronto
sonará el despertador y mientras ella lo apaga
abrazaré mi conejo
sin apuro
niña náufraga
en la isla sin tiempo de la infancia.
Ahora se despierta a kilómetros de acá
quién sabe qué paisaje
vestirá su ojos negros, su sonrisa apacible.
Ella y yo
tan lejos de nosotras
que nos unen la ruta y un verano.
Donde haya todavía
Padre,
a vos.
A ti.
I
Las cosas regresan a su cauce
resucitan en manos intrusas de su origen
se acomodan de a
poco
en otros hábitos.
Tu peine
tus monedas tendidas en un vaso de lata
se traducen de gozo en un café
mientras la tarde llueve a través de mi
Publicado
por Ediciones Baobab, Buenos Aires, 1998.
Farewell
dos
Adiós
a la poesía burda aquella absurda
maravilla
inescrutable
maremágnum
sintagmático del siglo
metástasis
de versos troquelados
La
vanguardia del erizo y del carpincho
alegrémonos
que no entendemos qué bárbaro
te
quiero pero estoy bien light alone
qué
oprobio ese vestido de la abuela.
Marketin’
del verso adiós
adiós.
XXXIII
dame
de
besar el germen de tu sombra dame
de
tocar el borde de tu sueño dame
de
beber el cuerpo de tu copa dame
de
buscar tu vientre entre tus huesos dame
la
prudencia de esperarte un poco y dime
que
vendrás aunque no te hayas ido.
Se
hace
Puedo
refaccionar la casa para cuando vengas.
Relinchar
en Yiddish como un profeta
para
alcanzar la Tierra Prometida.
Comprar
viscosa de seda
y
confeccionar unas cortinas sugestivas
hasta
eróticas si me propongo un buen corte
un
buen cortejo.
Puedo
escribir los versos más pusilánimes la noche
en
que te diga que me basto
que
me acuchillo como un as por tus proezas
que
tengo un rey de oros. Yo, una reina.
Y
una buena copa.
Y un
mejor trepac.
Puedo
improvisar las bastardillas más procaces
para
el término
con
la gramatología impecable de los literatos absurdos
no
sólo kantianos, como advertía Tuñón.
Puedo
investir un retazo de una isla preciosa
como
esa bella carroza por travestido el zapallo
(sin
arrastrar un zapato,
sin
madrastra, sin madrina)
Y
amenizar las cosas que retuercen el lazo.
Pero
una casa
no
se fabrica.
IX
Este
amor desdibujado
que
me aborda en esta calle
en
esta esquina
se
equivoca
como
falsa Celestina
y
entre lápiz y papel pide mi mano.
Perniciosa
posesiona mi armonía
sin
respeto al ser mortal
ni
al ser humano
de
endiablada condición, se desatina
si
no acepto su ansiedad
y la
desgrano.
Pronta
irrumpe
en mi atención amable
esquiva
marioneta desleal
dibuja
el llanto
a mi
semblante pertinaz
tras
la sonrisa que resurge
sobreviene
o se
hace canto.
Cuando
etérea cuerpo y alma amarraría
es
la más bella concepción de lo pagano.
Se
está yendo… Va despacio…
Qué
mujer ingobernable, la Poesía.
Al
amor
Dime
en qué rincón no estás que no lo encuentro
y
qué silencio callas, que no puedo escucharlo.
Cómo
atrapar al viento, fugaz ente fugitivo
si
no puedo atraparte amor, constante esquivo.
Cuál
es el color que no te pinta
la
canción que no te canta
la
pasión que no te invoca.
Qué
infeliz destino se niega a conocerte
por
la amarga desazón de la derrota.
Y
qué mortal se atreve a perderse en tu delirio
sabiendo
que es de fuego la huella de tus labios.
Detén
esa latente ley que te gobierna
y
déjame, amor, que te conozca.
Dignidad
De
todos los oficios de la rosa
Elogio
su homenaje de la muerte.
Empecinada por trepar la tierra, ávida
De gloria
Se endereza majestuosa contra el viento
Coronada por un séquito de plumas
A esperar
La recompensa
De que algún caminante
Aplauda su belleza
Y la destruya.
II
El
mar es una línea quebrada por un barco
Varado
entre las rocas de un faro
Sin
bujías. El viento me refugia
Contra
mis propias manos
Tanto
frío en la piel que no las siento mías.
Apartados
del mundo que moja nuestras playas
Este
mar intruso de tus
Ojos.
La mutua soledad
Desconocida.
El viento helado.
Nombraré
cada cosa
Entre
la última tarde y esta tarde
Para
que nada empiece
A
separarnos.
Expedición doméstica.
Son las siete en Reichsgau
Y en otro punto equidistante
Del planeta.
(Cuando iba a la escuela me gustaba
abrazar el planisferio y calcular
la simetría de los
husos. Siempre supe
que
Japón era el revés de Buenos Aires.)
A la tarde me arrojo a la humedad
De la bruma y acaricio
El crepúsculo violeta. Mi cuota de orfandad
Se debilita si recorro las calles
De Carintia.
Ni siquiera me aleja un
hemisferio
del espacio que tu cuerpo
ocupa.
Pero anoche llovió y
Cómo extrañé tus pasteles de membrillo
El fragor de la cuchara contra
El plato, tu puñado de bucles.
Pinceladas reflejas de sentirte
En casa.
Acá se ve la auriga
Y en los bares se respira olor a Maxim´s.
Es molesto adecuarse a otra rutina.
Nunca acaba por ser del todo tuya y la nostalgia
Persiste.
El té de enebro
Tus cruces y estampitas
Enredar palabras por hablar de golpe
La manera de hacer
un dobladillo.
Golpean
A la puerta. Me levanto a abrirte.
Dejo paso a tu inercia
Y apoyás dos bolsas
En el piso.
¿Qué te pasa?
Te miro como si te desconociera,
Como si un terremoto nos hubiera
Partido, y por la puerta entreabierta
Florecen las clemátides.
Nada. Qué bueno que viniste.
IV
El
aire se transforma en un ladrillo
Para
que nuestros cuerpos aprendan
El
oficio
De
encontrarse
En
una casa de puertas abiertas.
Tu
cabello
Una
camelia desplegada
Hacia
la tierra tendida
De
mi cuerpo
Golpe y grito
Martillar
la piedra
Antes
de que otro muro imaginario
Cimiente
nuestra casa
Sin
puertas ni
paredes.
Noche
La tarde se hundirá en las ruinas de mis ojos
Y antes de volver te traerá a mí
Para que pintes
Mis paredes blancas
Tus
pinceles rojos
Casa
hipocresía
No me importa
Que rompas el peldaño que te vuelve
Que quieras
Que te escondan.
Me interesa
No sepas dominar esta importancia
Ni con dos de tus manos
Ni con todas las flores
De tu nombre.
Poética
ambulante
Volver
Siempre
venir de alguna parte
Invocar
el ritual
De
la mudanza.
Cicatriz
Entre
la muñeca y los nudillos
Una
mácula rosa que acompaña la mano
Se
desplaza
Sin
saber que la miro mira el mundo
Impasible
Con
sus ojos de coágulo.
Irreparable
rosa,
Herida
silenciosa.
XI
Le
han robado la piel a los caballos
Para
que la noche homicida se refugie
En
tu pelo. Deambulan las estrellas
Bajo
el cielo nublado
Golpeadas
por un látigo oblicuo
Tu
cabello
Es
una catedral vacante de palomas
Vacío
de color, prendido en el espacio
Ceguera
que me empapa hasta volverme
Silencio
Refugio
de la gloria
Que
se acerca a mi mano.
Cuando
el tiempo de blanco devuelva a las estrellas
Su
morada de luto, su cárcel
Soberana
Y
otros hombres hereden la savia
De
tu pelo, yo me iré
Hacia
la sombra, más allá de la nieve
A
recobrar el dolor inmortal
De los caballos.
XII
Te
rodeaba una cofia de marfiles
Como
flores o túnicas
Inútiles
Yo
quería despojarte de esas mantas
Verte
bailar liviana y cadenciosa
Sí
Era
ese traje incómodo
Te
hacía lucir de porcelana.
Yo a
tu lado
Estatua
viva de mármol en la fuente
Dedicando
su elogio de Narciso
A
una réplica de labios
Indefensos.
Allá
hay un vaso que siente como yo
Una
prolongación vidriada
De
mi cuerpo.
Qué
lástima verme en ese vaso
Compartiendo
su ser
De
recipiente.
Viaje en espiral
Arrodillada bajo el lento proceder del clima inhóspito
Deslizo
la mano susceptible
Un
mundo nace detrás de una cortina
El
sol se pone al horizonte
El
viento dobla cortaderas amarillas
Tanto ir, volver, quedarse
en una escuela, un patio, la playa, un desayuno
por probar la verdad
de
una semilla
Estoy
amando tu contorno de cuerpo a mi costado
Estoy
pensando en decir que te conozco
Estoy
pensando para qué pensar si el viento sopla estéril
Que
salgan las estrellas de una vez
Abandonadas
a la luz
De
sus hermanas.
El silencio de Dios me deja hablar.
Sin su mudez, yo no habría aprendido
a decir nada.
Roberto
Juárroz
Suspensión
El
tiempo-daga
El
tiempo de la flor o del discurso
Florido,
o de la roca.
Todo
es tiempo es nada
Una
leyenda profana en la Escritura
Que
mantiene las ansias
En
remojo
.
Con los ojos cerrados
Cualquier signo sirve para reposar
La vista
una
corbata
un perro
.
la bóveda de un templo en Bratislava.
De mi alma a los ojos las latitudes mueren
Para que vos usurpes la luz
Del escenario.
Subo un puente de piedra que atraviesa
El Danubio. Con los ojos cerrados
Cada peldaño equivale a un lunar tuyo.
Repaso tu silueta y cruzo
Al otro lado.
(El
sentido de la
ausencia
es someter a la ausencia
nuestros propios sentidos.)
Esqueletos de flores
Se bañan en la espuma y acaricio
Por ellas
Un bosque solitario.
En cada cuarto, en cada espejo
localizo la pieza que me falta.
Estás tatuado a mí
Como los árboles
Que ocultan un jardín
Entre las hojas.
Viaje exquisito
En
algún lugar, debajo
De
la noche
Bajo
el pálpito de ver la misma luna
Alguien
se entristece por mí
Sin
conocerme.
Ninguna otra señal de lo posible
como
si no ser
fuera
el reverso de mi sombra.
Es
hora
De
cerrar ventanas y postigos. El sueño
Es
mejor profesor que las estrellas.
Hay
que dormir deprisa.
Hay
que iniciar el viaje.
Adiós
Extranjero
de tierras
Melancólicas.
La Aurora
Aproxima
su carruaje.
Viejo poema II
Te amo empapada de un efímero
Infinito. Sin medida
De tiempo y aguardando
Los detalles banales
Del adiós.
XX
Cuántas veces esperé una carta
De mí misma
Enviada del futuro para la niña
Olvidada. Con el sol
En los ojos y una pierna
A cada lado del caballo
Sigo yo
Conmigo en brazos
Crecida para alimentar el recuerdo
De mi propia esperanza.
Regreso
de Vorarlberg
Desde
esta celda oscura
Que
encadena mi cuerpo a un azulejo
Toco
un pájaro de vidrio
Que
se rompe
Y se
vuelve a remendar.
Esperaba
ver llegar
Tus
dos maletas de cabra
El
sobretodo azul un poco triste
Que
zurcí el día anterior a tu
Partida
¿Ves?
Yo
no quería privarte de la nieve
Ni
de los labios de Anne que te besaban
En
lo peor de mis sueños.
Ya no importa.
Las
agujas
Acarician
las diez y no viniste.
Quiero
escuchar la llave rodar
Del
otro lado. La oscuridad
Prospera
y me confunde. Me convierte
En
Crimilda
disfrazada
de luto por Sigfrido.
Tengo
ganas de escuchar tu voz, de ver
Postales
y explorar qué traés
En
las valijas.
Pero
las horas son pájaros
De
vidrio
Que
se rompen
Y se
multiplican
Interminablemente.
XXII
Es
preciso causar algún desorden
Desinflarse
en su atenta
Vigilancia.
No
divulgar ni al viento
Aunque
él se muera
también
De
mediodía
Esos
remilgos de hacerse
Vulnerable.
Retorno
diferente.
Quiero
llegar de visita a nuestra casa.
Transitar
el camino clausurado de escombros
Dibujando
mi pie en su galería.
Entrar
Por
las ventanas
Como
cabe un asalto. Ver con ojos
Ajenos
Lo
que el viento cifró en el calendario.
Escuchar
la agonía de la tarde
Al
pintarse de azul
Entre
las olas
Siempre
dije
Que
tu voz era un océano indeciso
Duplicarme
en las piedras
De
tu cuerpo
los
platos
los
acrílicos
las
piedras traídas de los viajes
Mirar
de qué manera reinventan su contorno
Nuestros
labios gastados
Como
si fueran de otros.
Una
poeta, Montevideo de 1914.
Esperaré
llegar un mediodía hasta caerme
De
un último latido
Anticipado.
Con la sangre
Caliente.
La definitiva.
Solamente
la frente y vertical
Entre
la tierra
Y el
cielo.
XXVI
Por
las ventanas puedo ver lo que antes no veía
La
tierra pintada por abajo
Caída
Las
pieles azules y verdes
Que
la noche y el campo se dibujan
Las
texturas prestadas por el aire
Todas
las pieles que las cosas se dejan
Mutuamente
mirar de una ventana
Desniveles
dispersos
Cabelleras
Una
mano que corre una cortina
Un
ángulo oblicuo
En
un cuadrado.
XXVII
Lo
más triste
Lo
más contradictorio
No
es amarte
Sino
reconocernos.
I
Hay
amores que duermen en un nido
sin
que nadie cobije
los
delfines que habitan en el fondo.
Hay
amores que viven de la muerte,
que
respiran
y
crujen sin reposo.
II
Tengo
miedo del río y de las puertas,
son
veredas que cruzan a otra parte.
Tengo
miedo de partir y no encontrarte,
de
volver a sembrar
orillas
muertas.
Tengo
miedo de la roca silenciosa
que
aglomera su núcleo de virutas;
tengo
miedo del himno de los perros
contra
el cerco violeta de la luna.
¿Para
qué? Si ya perdí la cuenta
de
las mantas que tejió el olvido
para
abrigo de noches inconclusas.
III
Amanece.
El
día sube y los minutos caen.
IV
¿Sabrá
tu sombra que le beso el alma
esta
mañana en que no estás conmigo?
¿Sabrá
tu cuerpo que olvidé la calma
arañando
un papel como testigo?
V
Hay
amores que reanudan el camino
sin
que nadie perciba
su
retorno;
hay
amores que riñen con la brisa
y
arlequines que celebran sus despojos.
Las
estrellas se agotan de alumbrar a los ciegos.
Las
caricias se extinguen con un velo de sal.
VI
Quiero
un río de peces
que
flotan en la espuma;
depilar
la nostalgia sin piedad
ni
rencor;
como
el sol a las nubes,
como
el muro a la piedra,
sobre
todas las cosas: quiero amar sin dolor.
VIII
Somos
un vegetal que nace en dos sentidos
atorados
de cuajo a la semilla.
Siempre
firme,
aferrada
al borde inverso
que
confina indeleble nuestra forma.
IX
Renuncio
a desterrar tus ojos de mis ojos.
Renuncio
a declararte el olvido a mi presencia.
Renuncio
a demandar mi sitio en tus heridas,
mis
cicatrices y heridas al filo
de
tus besos.
Renuncio
a convertirte en una cifra
prendida
a mi amuleto
pues
renunciándote
renaces de pronto ante mi vista
como
el más extraño amado
y
extrañado
en
un lapso fugaz como un gobierno.
Renuncio
a renunciarte entonces,
y
las palabras, que existan.
X
No
éramos objetos ni personas.
Expatriados
los muebles y los vasos,
los
monumentos domésticos,
las
almas,
las
fracturas filosas
del
espacio.
Éramos
un ramo de polvo untado a la madera
Un
ramillete amorfo de sustancia
asilado
en una caja de paredes.
Dos
niños jugando a los felices,
clavándonos
la espada
imposible
del
amor.
XI
Quizás
comparta el mismo
porvenir
de los objetos
designados
al vicio de una forma.
A
veces sospecho que la luz
hace
un enorme esfuerzo,
igual
que el sol
colgado
de una órbita
en
su muda comunión con el absurdo.
XII
Las
catedrales de tus párpados se cierran
los
altares,
promontorios
de velas y floreros esparcidos
la
piel los confesorios
en
la iglesia de mi alma el coro está entre llamas
clausurada
la iglesia y unos ángeles
prendidos
en tu pelo.
XIII
Hoy
miré en mi habitación
y vi
un desierto:
este
domingo es un ojal abierto
que
introduce fantasmas en tu ausencia.
XIV
Con
traerme un pedazo de tu sombra
eso
sirve para hacer la eternidad
al
menos
para
hacer la música de todos los sonidos
también
alcanzaría una palabra tuya
cualquier
pronunciación
puede
servir
para
aplacar esta existencia
y
regalar la visión de ese perfume
de
cuando algo se nombra para siempre.
XV
Soy
la víbora muda que cae en el barranco
escondo
el cascabel
mientras
plancho tu camisa.
Me
siento un pequinés con la correa apretada
¿preparo
el desayuno o llegás tarde al trabajo?
Soy
una carabela sin puerto
ni
bitácora,
un
alfiler aturdido en un concierto de agujas
sollozan
los jilgueros en su cárcel de alambre
la
puerta que se cierra detrás de tu corbata.
Amanece
de rojo
el
agua canta en la canilla
después
la ceremonia de amaestrar las ventanas
¿te
acordarás del 11 de diciembre en el año 2015?
La
tarde y mis papeles
son
dos ojos abiertos
que
ladran como perros cuando escuchan la llave
de
una cerradura que solo vos conocés.
XVI
La
casa respira por la ventana abierta
mientras
compartimos la trinchera
debajo
de las sábanas.
En
la mitad de mi sueño cae de vos una caricia
imprevista,
un billete que rueda
al
fondo de un bolsillo agujereado.
Entonces,
tibiamente, por el hueco vacío
de
la almohada
como
un mendigo piadoso
mi
cuerpo se inclina
para
atajar tu mano.
XVIII
No traigas a casa tu alegría. No me obligues
a vencer
antes de tiempo
este combate
contra la melancolía, ni presumas
que me voy a acostar
plácidamente
con la cara servida de la muerta
al otro lado
de la mesa de luz.
XX
Tengo
una catedral de lamentos en los labios.
Una
continuidad precipitada.
Toda
una tierra de distancia entre llanuras
eternas
de arterias atornilladas.
XXI
Somos
dioses. No somos
dioses.
Somos
lo
primero que oculta la mirada: un brillo
volátil
que se apaga
y se
traduce en una fórmula ajena
a la
palabra
o a la flor.
Vacilación
hasta
tomar la flor
o la
palabra.
XXII
Con
la cresta del aura deslizándose
al
borde de una pista,
Matthew,
nunca
sabrás qué verdaderas son las cosas
que
se dicen
sobreviven
incluso
a
los momentos.
Mientras
duerme a mi lado
Persigo
las pisadas de un ángel que se esconde,
relámpago
en el aire, visión que no responde,
sacudo
los puñales de un amor engañoso
por
ver si con la sangre germina un verso hermoso.
(mi
musa silenciosa tiene un alma de acero:
Talía me
abandona al azar de su tablero)