Del
libro: Las
hijas del Espino
(Medellín, 2006)
Circe
Es
la sombra
lo
que retengo
la
belleza de alejarse
cada
vez más
el
infortunio de haber visto
muchas
islas
muchos
mares
como
a través
de
un espejo roto
la
muerte que representas
el
número de animales muertos
que
representas
negro
polvo que tus pies
han
traído
hasta
mi casa.
***
Yocasta
Si
preguntaras
a
la Piedra
respondería
con tu nombre
el
propio corazón
es
el oráculo.
***
Prisca
No
espero la luz
es
una puerta cerrada
por
mil espejos
a
los que permito reflejar otros rostros
yano eres
la
promesa de tus ángeles
voy
como emperatriz por el valle desolado
y
los sonidos son más profundos ahora
y
las visiones
cuando
la noche caiga y el cuervo
me
cubra los ojos
no
haré caso del rumor sordo de tus trompetas
ni
me levantaré con los muertos
ni
haré una señal sobre mi árbol
para
que me nombres
no
necesito más el arco que cubría mi casa
es
fuego que vi extinguirse
bajo
el pie de los vencidos.
***
Aicha
Otros
han ascendido,
pero
tu deber está
en
la piedra.
Toma
su origen
y
arrójalo al fuego.
Que
la llama
pueda
más que tu nombre.
***
Catherine
Blake
Soy
el pacto de un dios
con
el más terrible de sus ángeles.
Diseñó
para mí un rostro,
el
más puro en medio de la tormenta.
Tuve
que ser fuerte
y
en mi silencio
reservar
la gruta de su descanso.
Del
vínculo con lo oscuro,
abre
puertas, paisajes
que
no me atrevo a mirar.
Turbias
coronas de ángeles caídos
en
el jardín de las delicias,
uniones
monstruosas
en
el corazón de toda inocencia.
Su
oficio le impide
no
entrar, pero antes,
vuelve
la mirada
y
cubre mis ojos.
La
rosa debe mantenerse
aun
si la mano de su dueño
cava
cifras penumbrosas,
el
mapa real de lo impronunciable.
***
Cosima
Wagner
Ofreceré
mis ojos
al
paso de la yegua nocturna,
ofreceré
mi fiebre,
el
arco de la medianoche;
porque
tú estás al fondo,
porque
es tu imagen
la
que se oculta bajo el yelmo.
Una
danza mortal
en
el vientre blanco
de
los sonidos que se cruzan.
Somos
ángeles enraizados
allí
donde nadie sueña.
La
casa está vacía
y
el oído.
Puedes
entrar a galope
en
el reino de los timbales
y
las flautas.
Puedo
morir
para
que la música
siga
en ascenso.
***
Alma
Malher
Yo
también lo prefiero.
Es
más bella la mano
al
pulsar una cuerda invisible.
Cuando
duermes,
reaparecen
las tres mil sombras de tus dedos
tejiendo
filigranas
en
el oscuro cuello del dragón.
Te
miro inquieta
sin
atreverme a respirar.
Es
la hora más alta
del
doble vuelo nocturno.
Escribo
en la seda de tus párpados
mi
temor de perderle,
de
que huya como un gato por los techos,
de
que salte y reviente la cuerda
de
todas las campanas del mundo,
de
que se despeñe con el sonido metálico
de
un arcángel
en
el centro mismo de la orquesta.
Yo
también lo prefiero
cóncavo
y oscuro.
La
clave blanca y negra
de
todo cuanto existe
se
advierte
en
su sinfonía de agujas.
***
Djuna
Pregunto
por el sueño
y
en respuesta
lentos
animales
de
la noche
rodean
mi casa.
***
Remedios
Varo
Alguien
desciende una escalera,
cruza
un puente,
abre
una ventana.
Laberinto
vegetal que recorre mi sangre.
Viento,
sueño
inclinado de las doncellas
que
hilan el rostro de sus amantes.
Y
el mío,
una
sinfonía de seres abiertos,
de
sustancias a punto de reventar.
Reina
de copas,
mi
reflejo en el escudo blanco
de
la noche.
***
June
Miller
Mis
gestos se complacen en la máscara,
en
el viento feroz de no ser para nadie.
Me
adorna el amor que no siento
como
Salomé con todas sus joyas
y
extraños perfumes.
Simulé
olvidarme
frente
a un mundo de puertas cerradas.
Reí
tantas veces y deliré
bajo
la transida Nínive,
acantilado
de ovejas y verdugos.
Pero
luego, sí, pero luego, estatuilla lunar,
mi
cabeza fue arrancada
por
la cruel guillotina del desamparo.
“La
flor está en mis ojos”, dicen las bellas mujeres,
y
el veneno circular en la punta de los dedos
siempre
enrojecidos por el peso de la savia,
fruto
ambulante,
corteza,
fisura hiriente.
Vuelve,
oh tú,
perfecta
cuanto más alevosa,
fija
con alfileres en mi mano
el
nuevo destino.
Escribe,
gitana,
que
viajaré por vastas regiones,
que
la tierra inundará mis pasos,
que
la noche se hará boca de lobo
en
la que pueda entrar y ser la torre imantada
que
busca el rayo
desde
lejos.
***
Clara
Westhoff
Qué
cercanas y distintas
las
hojas de un mismo árbol.
Crecen
silenciosas
en
la contemplación de sí,
de
sus bordes,
en
el trabajo minucioso del insecto
que
las hiere.
Apenas
unidas por un hilo de savia
a
la corteza del mundo,
a
su naturaleza vegetal.
El
viento las obliga a inclinarse
sobre
su propia sombra
y
en el misterio único
de
ser Sauce o Avellano,
se
adhieren, se compenetran
sin
perturbarse.
Así,
recibirán a un tiempo
su
gota de lluvia,
el
beso ígneo del verano.
Caerán
también bajo la misma luz,
rodearán
como sílabas diversas
de
un mismo alfabeto
la
profundidad de las raíces,
la
grieta oscura del tronco
que
las vio levantarse
y
permanecer.
para
María Clemencia Sánchez
***
Zelda
Sayre
Como
no vendrás a la cena de mis muertos,
ni
sabrás para quién cavo esta tumba,
pongo
desde ya
bajo
tu lengua,
la
hostia viva de mis alucinaciones.
Cada
quien tomó su camino,
de
izquierda a derecha
el
más profundo.
Cada
quien siguió atado
a
la cinta mortal de su locura.
Escribe
para que no vuelvan,
que
yo comeré y beberé, como Alicia,
el
rojo resplandor de la fiesta,
mientras
el mundo termina de cerrarse
sobre
mí.
No
te asombre
si
nuestras palabras
no
son las de antes,
si
nuestro destino, tal como se construye,
nos
golpea el rostro y nos hiere
y
nos deja completamente ciegos.
¿Qué
hacer cuando ellos nos empujan?
Esa
legión de ángeles ebrios,
terribles
como el rostro
que
se refleja por última vez.
No
tardes.
Ya
nadie nos espera.
***
María
Dmitrievna Isaiev
Escucho
el canto rojo de la tormenta
venir
por las calles.
Es
el crimen y la enfermedad
recorriendo
las horas,
los
minutos,
justamente
sobre nuestra mesa.
Hoy
he descubierto mi temor a la locura.
Hoy
he comprendido el temblor
de
tu mano al encender la lámpara.
Está
entre nosotros
y
tú lo sabes.
Su
risa gotea en las paredes,
su
respiración empaña el espejo
en
el que sueles escribir
para
conjurar el espanto.
Alguien
más le sigue,
come
con nosotros,
piensa
en su miseria
y
se compadece de mi silencio.
Su
nombre danza como la serpiente,
se
oculta tras la roca
que
podría aplastarla,
pero
confía su destino
a
esas iniciales misteriosas
que
nada pueden responderle.
Un
demonio guarda su bastón tras la puerta.
Entro
e
incluso en mí,
todo
lo han robado.
¿Son
estas las huellas de tus pies?
¿Eres
tú quien me llama
o
tu ángel de exterminio?
¿Son
estas mis palabras o las de su abandono?
Dime
que la furia
de
los pasos allá afuera
no
se dirigen hacia nosotros.
Dime
que no es a ti
a
quien buscan, que antiguo
ese
no era tu nombre.
Dime
que antes de todo
cerrarás
el libro
y
con él
la
pesadilla.
***
Camille
Claudel
Ella
imaginó una cárcel,
la
flor de locura
convertida
en piedra.
Se
reconoció en desventaja,
se
afiló las manos,
el
rostro,
el
vacío
y
los restos de su sombra
devorada
por las hormigas.
En
un viejo cuadro
de
la estancia,
su
figura
se
disuelve.
***
Sylvia
Plath
Todo
lo ha devorado el invierno
y
el jardín de rojos tulipanes en el que ocupé mis manos
ha
iniciado su descenso definitivo.
La
casa es un viejo sarcófago de vigilias
y
pergaminos desechos.
En
ella duermen las ruinas de mi corazón.
A
través de la bruma
sólo
puedo distinguir el rencoroso brillo
de
las abejas.
No
hay perfección.
Mi
cuerpo es un camino cerrado, reflejo de una luz marchita.
Nunca
se bastó a sí mismo. Nunca.
Detrás
de los muros, por entre las grietas,
vuelve
a mí el eco de la fiebre
palabras
que revientan bajo la escarcha
como
pequeños ríos de mercurio.
El
invierno ha perdido mis pasos en la nieve.
Sangra
en el aire
su
condena.
***
Del
libro: La
Noche en el Espejo
(Bogotá, 2010)
***
El
aire se abrió lentamente con el sonido de las campanas,
y en
los cuartos, cada cosa ocupó su lugar y su nombre.
Todo era
posible bajo esa luz de invierno en la que
señalaste un jardín
cerrado,
un estanque vacío esperando por mis ojos. Era
preciso
mirarlo con atención antes de que se diluyera en la
sombra.
Estábamos inmersos en el paisaje, y las voces del
jardín
venían desde adentro,
y las formas encontraban
entre sí su correspondencia.
Algo dijiste del vacío, y a lo
lejos,
la fuente brilló en su penumbra.
Esto es lo que
soñamos. Hundirnos en la transparencia
y en el movimiento de la
luz. Ella recorre paciente
lo que para nosotros ha perdido su
misterio. Aquí
están todas las cosas recién descubiertas,
y
el mundo, cada vez más pleno de sí mismo,
cada vez más
verdadero.
Puedo escuchar el rumor de las puertas que se
abren
para conducirnos a otro silencio, y cómo cavamos en
él
aunque las cuerdas de la voz se hayan debilitado.
El
estanque se cubrirá de agua. Puedo presentirla.
Es oscura y
asciende hasta tus ojos llenándote de extrañeza.
Pero delante
de ti nada perderá su claridad.
Deja que tu corazón entable
cercanía con la muerte,
que allí también encontrarás
presencias luminosas.
Será entonces como si nunca
te
hubieras apartado del camino: "El
resistir lo es todo".
***
¿Quién
me habla con las voces del viento?
¿Quién a través del polvo,
bajo la herrumbre,
en la fría superficie de las cosas?
Todo
cuanto he olvidado se resiste a la muerte
y abre con suavidad
los pliegues del aire para rozarme
con sus dedos.
¿Qué
silencio me rescata en esa orilla?
¿Qué pequeño aguijón me
descubre lo invisible?
Secreto laberinto que despierta en
la palma de la mano.
***
Ahora
que tu cuerpo se dispone a cruzar la frontera
más solitaria,
dime:
¿a qué grito, a qué palabra te aferras?
¿Qué
silencio abres en la semilla que mañana
será tu
sustento?
Las piedras que guardas en tu memoria
son
las ruinas de un altar construido
para que alguien más
ofreciera en él su corazón.
Pero ya nadie se detiene bajo los
árboles
que se han despojado de su sombra.
Sin amor, el
paisaje incierto de otras tierras
los arrebata definitivamente
de nosotros.
Queda entonces el vacío donde resuenan mejor
nuestros pasos,
oscuro rumor que nos obliga a permanecer
despiertos.
Quién vigila más allá de ti mismo el
movimiento
de tu sangre?
Cada noche te prepara un
abismo
en el que te dejas caer sin espanto
pues en ti
llevas tu lámpara,
esa que también te ha descubierto la
intemperie
y el esquivo secreto de su nombre.
Un
canto de sirenas te guía en el blanco laberinto de la rosa.
¿En
qué antiguo reino se apoya tu mirada?
***
Todas
las voces están huérfanas de sí,
y en esa orfandad se
asisten, se acompañan.
Ahí está el misterio. El que no
podemos tocar,
para el que no existen las manos.
Las
manos,
esa región desconocida que nos acerca y nos aleja al
mismo tiempo.
Me pierdo en la penumbra de lo que quisiera
gritar
y no puede.
El deseo nos rescata del
abismo,
pero también se yergue lo que no admite
consuelo.
Palabras como pájaros en la soledad del aire.
***
Nos
han dejado verdaderamente solos en medio del agua,
de su noche
grave y espesa.
No en la superficie,
no en el
fondo,
entre los pliegues.
Y allí soñamos las
formas,
peces que se devoran entre sí,
sustancias y sales
y fuego
en su primera altura.
Pero hay un arriba y un
abajo, decimos,
y somos parte del secreto.
Lo que nos
mantiene es no saberlo con certeza,
intuir que somos las
columnas y el corazón único
de ambos reinos.