SALÓN DE
LECTURA _ José Antonio Santano
Cómo
explicar lo que se siente cuando te adentras en las entrañas de un
libro. Ese acto primero de asirlo entre las manos, acariciar la
cubierta y leer la palabra escrita que sobre ella se muestra,
embriagarse con el aroma de su piel y dejarse llevar, sin más.
Sentir que los dedos se precipitan y buscan trémulos el vuelo de la
voz contenida en cada letra, en cada sílaba, hasta vivir en la
palabra la vida misma, otras vidas. Sucede que ese es un momento
único y mágico, del que nada ni nadie puede sustraerte. Placer de
dioses hallar entre las páginas de un libro la palabra capaz de
hacerte vibrar, de conmoverte desde el mismo instante y hora que
inicias su lectura. Cuando esa palabra se reviste del oro de la
poesía, algo más intenso e inexplicable acontece.

El rumor del
silencio que habita todo acto de creación se hace grandioso, único,
porque en él la existencia del misterio lo amplifica en su esencia
misma. En el poemario “Ninguna parte”,
de José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956) hallaremos todo eso
y más. Al cuidado del sello editorial “La
Isla de Siltolá”, capitaneado por el
también poeta Javier Sánchez Menéndez, “Ningua
parte” es el resultado de más de un
lustro de trabajo (2006-2013). Será la presencia del tiempo una
constante en su poesía, su influencia sobre lo cotidiano y la
necesaria reflexión de la realidad, algunas de las claves para
comprender su obra poética, este ir y venir, tal vez, hacia “Ninguna
parte”. El poemario contiene cuatro
capítulos bien diferenciados: “Patologías”, “Deshielo”,
“Piedra caliza” y “Y todo lo demás”. Para el poeta la
experiencia de lo vivido es esencia en la herida, en el dolor o la
enfermedad, como así lo refleja desde el primer poema de
“Patologías”, cuando recuerda al padre: «A veces su mirada
resucita. / Posiciona en un mapa / imágenes dispersas. / Su voluntad
es tacto / que gira el picaporte / para abrir desde dentro / la
puerta infranqueable»; el transcurrir de los años, la muerte de los
ahogados o la desmemoria: «Sobrecoge que no sepas quién eres, / que
olvides quiénes somos, / o que mires las cosas / con los ojos / de
una memoria estéril. / Cruzas sola / el dormido país de los
lotófagos. / Estás lejos de ti, / pero nos perteneces»; también
el desaliento, la incertidumbre, el vacío: «Se ha instalado en mis
días / una oquedad que absorbe.[…] Salgo fuera; / respiro el aire
seco del vacío». La segunda parte, “Deshielo”, abre con una
cita de César Vallejo (“Quisiera hoy ser feliz de buena gana…”),
que Morante asume como anhelo también de presente, del hoy,
en esa búsqueda incesante del amor, del yo en ti: «En este andén
fugaz / desando el día / para buscarte al fondo de la noche». Y en
ese continuo devenir, de estar y no estar que nos consume, el poeta
ahonda en su interior hasta hallar su propia voz: «Todos estamos /
bajo la tormenta[…] Nadie enciende la lámpara / porque en casa una
luz / alumbra firme. / Vivo solo. Contigo».
El poeta sabe que vivir
es desentrañar el misterio, descender al infierno mismo y alzar el
vuelo hacia el espacio sideral sin mirar atrás, reafirmándose en el
eco de la palabra escrita sobre el albo papel; sentirse “náufrago”,
verse en los “rostros de Jano” hasta alcanzar y compartir los
sueños; convertir el yo en tú y el tú en nosotros al tiempo que se
intenta elegir un camino, cierto o no: «No sé qué itinerario me
conviene, / si el que deja constancia de huellas conocidas / o el que
la traza por primera vez», porque consciente o inconscientemente
sucede que «la historia se repite. / Somos polvo; la primavera
pasa», en alusión al tiempo y a la vida. Morante interioriza lo
vivido, hasta el punto de convertir lo sencillo en trascendental, en
algo vivo, luciente, necesario. Once epitafios contienen la tercera
parte, titulada “Piedra caliza”, que abre con citas de Stanislaw
J. Lec y de Epicuro. La muerte y sus silencios se incrustan en el ser
del poeta hasta componer una melodía armónica de esa única y
absoluta verdad: «En su artesana construcción del silencio, / la
muerte no reconoce / ninguna otra verdad».

El mundo que le rodea, la
rutina de los días, a veces asfixiante, deja en el poeta una
sensación continua de desazón, de desamparo en este tiempo de
extrañamiento: «No hay respuestas; / la pureza del aire / habita el
desamparo»; la vida es un continuo abismarse en el vacío hasta
formar parte de ese nada: «Ahora vivo debajo, / con vocación de
sima. […] Nada sucede aquí; / nada sucede», si bien un hilo de
esperanza nace siempre para reanudar de nuevo el camino: «En un
reloj sin tiempo, / ensordecido / busco un lugar / para empezar de
nuevo». La última y cuarta parte, de título “Y todo lo
demás”, habría que añadirle “es literatura”,
como reza la cita de Verlaine. La literatura es el refugio del
poeta, su vida, que repasa en el poema “Balance”: «Hoy asalgo a
respirar. No pido mucho: / convivir entre libros y objetos
familiares…[…] con la escueta esperanza / de un porvenir que
llegue / cualquier día». José Luis Morante, poeta de honda mirada
y palabra diamantina.
Título:
Ninguna parte
Autor: José
Luis Morante
Editorial:
La Isla de Siltolá (Sevilla, 2013)