EL FUEGO EN LA PALABRA
DE RAFAEL DE CÓZAR
Cuando disponía este espacio para el comentario y la reflexión de
una singular obra poética de un poeta mallorquín, me llega la
triste y desoladora noticia de la inesperada muerte del amigo,
profesor de literatura, pintor, escritor y poeta andaluz Rafael de
Cózar, propicia, como no podía ser de otra manera que, “Salón
de lectura”, venga a ser el lugar esencial para recordar su
extensa obra.
Rafael de Cózar (Tetuán, 1951), era doctor en
Filología Hispánica y catedrático de Literatura Española en la
Universidad de Sevilla. Fue Presidente de la Sección Andaluza
de la Asociación Colegial de Escritores y
Predidente de Honor de ACE-Andalucía. Traducido al francés,
portugués, inglés, polaco, ruso, alemán e italiano. Fue miembro
asesor del Centro Andaluz de las letras (Junta de Andalucía), y lo
fue de la Comisión de Ayudas a la Edición de la Consejería de
Cultura desde su creación, y colaborador semanal del programa El
Público de Canal Sur radio. Ha sido Premio Vargas Llosa de
Novela en 1996 con “El Corazón de los trapos”. Entre
otras obras destacan: “El Motín de la Residencia”,
(novela, l978), Bocetos de los sueños. (Relatos, en
2001) y los poemarios: “Entre Chinatown y River Side”:
(New York (1987), “Ojos de uva” (1988),
“Con-cierto visual sentido” (Antología,
2006), “Piel Iluminada” (2008), “Los
huecos de la memoria” (2011) y “Cronopoética”
(2013).

No se me ocurre otra forma más emotiva y certera para recordar al
hombre y al poeta comprometido siempre con el tiempo que le tocó
vivir que acercarnos a su obra, al fuego –un incendio ha acabado
con su vida- de la palabra, la que surge de los orígenes y va
creciendo en el alma del poeta, la que ahonda en los silencios y
pregona su luz por los confines del mundo, la que recorre las venas y
es sangre en la voz del aire, la que cubre de amapolas los campos del
mundo, esa que clama al Hombre que oficia de Hombre, nunca jamás
acallada porque existirá por siempre impresa en el papel, en la
memoria, en el tiempo, eternizada en las calles de todas las ciudades
del planeta Tierra: «
Entre Chinatown y River Side / los ángeles
guardianes del subway / colectarán mis sueños esta noche / hasta el
borde de la calle 42, / Theater district, / prostitutas iluminadas de
neón / o el carro blindado de los turistas / en las húmedas sendas
de Harlem, / salamandras de cartón ateridas / en la hoguera
eléctrica de la ciudad sin fin, / aquel pequeño bar de Chinatown,
/ los vientres abiertos de las tiendas chinas / derramando las
aceras, Little Italy, / blancas corbatas de las familias /
embutidas en extensas limousines, / un vino blanco vendido en español
/ con impuesto de inmigrante y la tristeza colgando de los labios...»; en los mares y ríos, los
bosques y las montañas. El sueño es siempre un viaje hacia la Nada
de la propia existencia y en él el poeta se aferra para seguir
siendo: «Ya no espero esta noche que la nada / se reencuentre de
nuevo con su dueño. / Si la vida, como dicen, es sueño, / tengo
entonces perdida otra jornada. / En mi agenda me apunto las heridas /
de las noches que llevo y que me quedan / aguardando las sombras del
demonio. / Ya sabes que es inútil que lo pidas / pues los sueños
que sueñas que te esperan / son los sueños de amor: este es tu
insomnio».

La palabra siempre sobrevolando el sol, la luna, la
soledad de la noche, los nombres y las cosas que sus labios
pronunciaron con la emoción de su ser entero. Hace unos meses me
llegaba su palabra de seda y agua en un texto que expresamente
elaborara para una antología sobre el yacimiento arqueológico de
Torreparedones, inédito, del que ahora y para esta ocasión
luctuosa, en su recuerdo, reproduzco unos fragmentos: «Los montes
grises abotonados de olivos, el cielo entreverado de
nubes en aquel día lluvioso en que fuimos camino de la historia: La
torre de la vírgenes Nunilo y Alodia en la Pompeya andaluza.
[…]Estaba yo ensimismado en estas reflexiones cuando un aguacero
vino a sacarme de golpe al mundo real: Nuestro guía, arqueólogo y
responsable del recinto, nos confirma que no podremos realizar la
visita del yacimiento por la lluvia, y que intentaría explicarnos
con fotos, planos y videos lo que fue antiguamente
Torreparedones. Al volver a Baena, en el autobús, pensé en el
maestro autor del “Cancionero” la primera de nuestras grandes
antología poéticas. Me curé la decepción de Torreparedones a base
de cancionero, un gran vino de la zona». Quizá sean estas palabras
de las últimas que escribiera, tal vez no, lo cierto es que todas
ellas en su voz pervivirán en la memoria y la historia de la
literatura española para siempre.