Autor: Pedro Juan Gomila Martorell
Edita: La Lucerna (Palma de Mallorca, 2013)

Me acerco por vez primera a la obra del poeta mallorquín Pedro Juan
Gomila y he de decir que quedo gratamente sorprendido. No es
frecuente hallar una concepción poética como la suya, tanto desde
el punto de vista estético como ético. Gomila es un poeta que bebe
de la más pura tradición cultural greco-latina, y por ello, en su
poesía está muy presente la mitología, la épica y el simbolismo,
además de la experiencia que viene a ser el eje central, el ser
mismo como ente primigenio, lo vivido trascendido en emoción
siempre, arrebato, asombro continuo.
El poeta es un buscador de
palabras, un loco rebelde que se enfrenta al sistema, porque el
sistema oprime y humilla, reduciendo al hombre a mercancía. El poeta
nos hablará entonces de sus miedos, certezas y dudas, será su voz
un grito contra una sociedad hipócrita y falaz. Mas Gomila se opone
a todo tipo de privación, y busca su paraíso, el edén, la soñada
Arcadia, tal vez un refugio donde solo habitan los libros, la palabra
escrita como única salvación, fulgor entre tanta mediocridad y
sombras. “Arcadia desolada”, del
poeta mallorquín Pedro Juan Gomila es todo eso y más. Dedica este
poemario «A todos los que, tentados por la voz del miedo, no
sucumben» -¿ha sido el poeta una víctima más de ese miedo que se
adentra en las entrañas?-; preceden a los poemas tres citas
esclarecedoras y premonitorias de lo que será el contenido, de
autores tales como Javier Sologuren, Alberto Escobar y Rimbaud, y que
nos hablan del dolor, el amor y el sexo. La palabra fluye y el poeta
bucea en sus orígenes y siente al niño que respira sueños en
«algunos cromos de parejas célebres / de la Historia Antigua y la
Literatura; / masculino, femenino, azul y rosa, / dinosaurios de
cartón o bien muñecas, / el patrón original para los niños, /
desde aquel Adán primero y su Costilla», los libros como continuada
referencia de lo vivido y amado en la fantasía de Julio Verne o el
descubrimiento de una sexualidad distinta y oculta:«la beligerancia
creciente y alarmante / de mis tensas relaciones escolares / está a
punto de prender la de Verdún: / ¿tal vez porque intuyen mi placer
oculto, / o acaso perciben de algún modo extraño / cómo el grano
de mostaza va creciendo, / penetrando en la ternura de mi corazón, /
aunque nunca me han llamado maricón / todavía como burla en plena
cara?». El poeta se desnuda ante sí mismo y el mundo en el amor, la
única verdad –su verdad-, y así escribe: «Ábreme las puertas,
Amor, y no consientas / que usurpe esa calima la cálida morada, /
potencia que se place en encarnarse / según la apariencia que invoca
el deseo».

Llama la atención de este poemario su estructura, en la
que el tiempo irrumpe a manera de interludio, en un juego de espejos
que propician el recuerdo mostrado en las horas del día, dolorosas
en el insulto y las vejaciones: «mediodía, la costumbre fija la
hora / del paseo por el patio de la cárcel; / se acerca el momento
de lapidaciones / con balones de cemento y el milagro / cotidiano,
tanto que pierde su misterio, / de los salivazos en mi bocadillo / de
jamón, tortilla, mas bien untado / con la miel amarga de las
vejaciones».
Luego, el poeta vuelve al hilo de su discurso
poético, a su particular Arcadia, y siente el dolor de nuevo en las
risas de sus verdugos, y el miedo vuelve como vuelven los fantasmas
en la idea del suicidio: «ni las dagas afiladas contra el César, /
ni tampoco la bañera de Petronio; / si no tienes las agallas, o las
alas, / de quien salta con desprecio a los vacíos, / no mereces más
castigo que el severo / cumplimiento de la dura penitencia / del
seguir con esta vida…»; Gomila recupera la dolorosa experiencia de
la milicia en los años tempranos: «¡Cien flexiones ininterrumpidas
/ por cargar, bulto sin nombre, / sobre el hombro equivocado tu
fusil! […] ¿De qué te lamentas, pedazo de animal? / ¿Tal vez
porque no encuentras en los patios / del Todo por la Patria,
placenta de varones, / algún bardaje hambriento que comparta /
contigo íntimamente la manta y el jergón?», ese nefasto lugar,
casa de locos habitada por la crueldad humana: «me travisto con la
piel de los civiles, / y cruzo las puertas de los bedlamitas». Mas
el poeta, en su solitario camino, halla siempre esa luz
resplandeciente aun a pesar de la desolación, la libertad al fin, la
verdad de la existencia –su existencia-, la razón del ser. Sin
duda, Pedro Juan Gomila, nos convoca en la verdadera poesía, la que
nace del silencio y fluye viva por sus venas.