
Ya desde el título de este poemario “Ártico”, su
autor, el poeta cartagenero Juan de Dios García nos convoca a la
reflexión, a indagar en su significado, que viene a ser como ahondar
en las particularidades de su poética. Para adentrarnos en ella, la
primera pista nos la sugiere Víctor Hugo, cuando dice: «La
desgracia educa la inteligencia», cita que precede a los poemas que
integran “Ártico”. Ya desde el primer poema
“Instrucciones”, el poeta nos invita a dejarnos llevar por el
sonido y la fuerza de la palabra, su colorido y aroma penetrante,
libre y desnuda: «No tiene que buscar sentido a nada. / Mate la
mariposa que ha escondido / dentro de su cabeza», esta es la
propuesta al lector, como si se tratara de un simple manual de
instrucciones. Pero “Ártico” es mucho más, quizá la
solución a todos los fracasos y a las adversidades de la vida, por
ello el poeta nos golpea primero con versos contundentes y seguidos
del punto y aparte, en un afán descriptivo que se repite a lo largo
del poemario una y otra vez, como una leve descarga eléctrica que
nos alerta ante las vicisitudes del tiempo que nos ha tocado vivir.
Quizá pueda que se trate de una huida, de escapar de la realidad
para atender solo a los sueños, porque nada nos ata ya a este mundo
que huele a podredumbre: «Escapar antes de que la realidad nos
detenga y nos pudra. / Abrir un mapa y comprobar hasta qué punto
mienten los cartógrafos. / Contratar un poeta a sueldo. / Seguir
leyendo, seguir viviendo». El poeta construye un universo propio, en
el cual la memoria de lo vivido y el presente conforman una sola voz,
inconformista, que a veces se rebela: «No sé qué significan las
palabras / religión, academia o general. / Si me das a elegir, /
siempre estaré de lado de los griegos», para culminar el poema con
un «Adoro los mercados populares, / el color de las tardes como miel
de Cerdeña». En ese deambular del poeta del pasado al presente, y
viceversa, el dolor de la muerte también aflora, tal y como ocurre
en el poema “Benjamín”, cuando dice: «Venimos de la nada / y a
la nada llegamos, / eso dijo mi madre en el entierro. / No lo leí en
Albert Camus ni en Sastre, / lo dijo madre, negro riguroso, / mirando
un crucifijo tachonado / en el ataúd blanco de mi hermano».

Escritores y poetas, cineastas, escultores, forjadores de la voz del
poeta se reparten por las páginas de “Ártico”, como
cuando alude a Valente: «Escribiré un poema después de Auschwitz»,
a Theo Angelopoulus: «Era extranjero, pero entonces supo: / la
guerra está tan cerca que parece estar lejos», a Nancy Spungen:
«Sobre el televisor / papel plata, cucharas calcinadas / y comida
podrida. / «¿Morirías por mí?», preguntó Nancy», a Jan Arp: «Y
de repente para el viento afuera. / Todo esto sucedía terminando /
estatuas de mujer. / La casa está encendida, el vino derramado», o
al matemático Quételet: «El licenciado Quételet cabalga /
definitivamente enamorado». Todos, de una manera u otra forman parte
de la experiencia vital del poeta, como lo es también el temblor
salvaje y natural del paisaje en el Cabo de Gata: «Coge esa
caracola, escucha este equilibrio, / cómo se derrumba un acantilado,
/ cada piedra ocupando su lugar, / cómo muerde la música del sur, /
la conquista de la naturaleza / despeinando las olas y las dunas…».
No obstante, destaca el poema narrativo “Proceso”, cuando
el dolor por la muerte de su padre oprime el alma del poeta:
«Entonces estalló en su plenitud / el dolor comprimido. / Nuestro
corazón ártico volvió / a latir con el fuego de su muerte», y
cómo no, el que titula “Autorretrato”, que viene a ser
definitivo respecto a la comprensión de la poética de Juan de Dios
García: «¿Soy real o estoy escrito? / A veces, caminando por la
acera / de cualquier ciudad, paro e imagino / convertirme en poema
entre la multitud». El poeta ya no es “yo”, sino otredad,
afortunadamente.
Título: Ártico
Autor: Juan de Dios García
Edita: Germanía (Valencia, 2014)
SALÓN DE LECTURA // José Antonio Santano