LA FUGA DEL MAESTRO TARTINI

No es fácil hallar, en los
tiempos que corren, una obra literaria tan cargada de sabiduría y oficio, de
tan extraordinaria creatividad como la concebida por el escritor madrileño
Ernesto Pérez Zúñiga con “La fuga del maestro Tartini”. En esta novela, tan
bien documentada como escrita, Pérez Zúñiga ha sabido reunir todos los
elementos necesarios para plasmar no solo una historia y una trama admirable, sino
algo a mi parecer mucho más importante, cual es el hecho de aguijonear,
provocar e incitar al lector a entregarse al texto en cuerpo y alma desde la
primera página, como si en ello le fuera la vida. En ella hallamos
multiplicidad de matices que uniéndolos o interrelacionándolos –historia,
aventura, voces narrativas, lenguaje, conocimiento, humanismo, etc- consiguen
mantener la curiosidad y la intensidad lectora hasta el final del texto. Pérez
Zúñiga, por tanto, no solo nos brinda la oportunidad de conocer la vida del
excelente y desconocido músico del siglo XVIII Giuseppe Tartini, a través de
una estructura narrativa sólida y fluida en su construcción lingüística, con la
alternancia de dos voces narrativas y una exquisita prosa, sino que además nos
adentra en la sociedad de la época, en sus vicios y virtudes y nos hace
cómplices de los sentimientos y la pasión creadora de Tartini, de su sentido de
la libertad o la amistad, del bien y del mal en ese vital encuentro con el
diablo en un sueño de eternidad y que servirá para seguir sus dictados hasta
componer la célebre Sonata del Diablo, conocida también como “El trino del
Diablo”. Estética y ética se dan la mano en esta magnífica novela, y recorren
los caminos y las ciudades (Venecia, Ancona, Pirano, Capodistria, Venecia,
Praga y Padua), y nos muestran las miserias del hombre y la pasión creadora
como razón de ser primera y última. Todo se entrelaza y funde en este
inolvidable texto, en el que no podemos olvidar el latido feroz en la búsqueda
siempre de la belleza a través de los sonidos, de la música en su estado puro.
Ni el dolor insoportable de su brazo
le
restará fuerza a Tartini para escribir, en sus últimos días, su biografía:
«Será porque después de varias décadas suena nítida la sonata que compuse en Ancona,
también después de un sueño. Serán estas causas las que me determinan a dejar
por escrito los hechos de mi vida antes de que se nublen definitivamente y los
arrastre una última tormenta». También hallamos al Tartini inconformista, que
se enfrenta al poder: «Repugna ver tanta felicidad humillada ante el poder.
Siempre lo he detestado, lo prueban cuantas invitaciones he rechazado para ser
músico de corte. Si tenía que tocar ante alguien, he preferido hacerlo ante el
Dios de la Basílica». Tartini no solo es un genio, un virtuoso del violín, un
creador nato, sino un hombre, un ser humano que siente y, sobre todo, ama la
libertad: «La estancia, situada en lo más alto del edificio, apenas tendría
diez metros cuadrados […]. En esas dimensiones sentía la dicha de la libertad
por primera vez en mi vida. Por primera vez, atesoraba el tiempo, el tiempo
azul del ventanuco». La música será, después de haber empuñado la espada y conocer
la vida monacal, su salvación, gracias a su amigo Vandini, su única pasión, su vida
entera: «Antes de Praga, amaba la música en mí; después, aprendí a amar la
música en los demás. Esto influyó en mi admiración por la voz humana, que hoy
considero el fenómeno musical por excelencia y al que he dedicado mis últimas
composiciones». Tartini –el músico y el hombre- es ya otredad, vive en los
demás de tal manera que llega a afirmar: «La música más hermosa está en el ser
humano, no necesitas mirar a otra parte, Giuseppe Tartini, infierno o cielo,
ningún lugar eterno; nada es tan poderoso como nuestra fragilidad; en ningún
lugar hay mayor intensidad concentrada; y se hace mucho más grandiosa cuando
somos generosos que cuando tratamos de desahogar nuestra desesperación». Ocupa
un lugar destacado en Tartini, el sentido de la amistad: «Aquel Vandini de
treinta años ya nunca dejó de acompañarme. Él es el mejor violonchelista que
haya conocido el mundo», incluso aquella nacida del desencuentro y la
rivalidad, caso de Veracini:«Hablamos como antiguos compañeros de las orquestas
de Praga y ambos nos reímos de aquella rivalidades a las que hoy no
encontrábamos sentido. Brindamos por la serenidad de la madurez y por la
autenticidad de la música, el único estandarte que vale la pena levantar». No
menos importante es para el personaje principal de esta novela la naturaleza:
«En la naturaleza encontré la medida de mi renuncia y una profunda libertad».
Tartini camina por la plaza San Marcos, en esa búsqueda por la belleza de sus
atardeceres.

En su cabeza remolinean las palabras:«Los intervalos musicales se corresponden
con las pasiones humanas. El modo mayor, ya se sabe, transmite fuerza, alegría,
ardor; el menor, dulzura, languidez, melancolía. La semilla de las pasiones
está en todos los hombres. Las diferencias las establecen la educación y las
costumbres». Pero sobre todo, Tartini es hombre solidario y generoso con los
desfavorecidos, y por esta y muchas razones más se pregunta: ¿Hay mayor dicha
que poder compartir día a día los pequeños naufragios de la vida, la
conversación, el vino, los amores, los conflictos, los rencores, la risa, la
música, con alguien con quien uno tiene extrema confianza, una lealtad que dura
más que el amor, un amor que suena en un tono menor pero alcanza las costas más
lejanas, no se queda en el camino? Estoy seguro de ello, aunque sea este un
tiempo de adoración al dios dinero. Mas nuestro personaje es hombre, y como
hombre, mortal: «La pluma de Burney vuelve al tintero y después escribe, suena
sobre el papel: La belleza de la música nos salva de la muerte. Se detiene
sobre la línea que ha escrito. Tacha: salva. Sobrescribe: alivia». Y,
ciertamente a Tartini nadie pudo librarlo de la muerte, y por eso, aún después
de su muerte, nos hacemos eco de sus palabras: «Solamente un poquito más de
música, por favor, su vuelo desde el aire al oído, desde el oído hacia la
alegría interna, hacia el agradecido asombro, solamente un poco más de música».
A lo que cabría añadir, respecto a la creación literaria: un poco más de buena
literatura, la de esta novela sin fin y de las que están por venir de la pluma
de Ernesto Pérez Zúñiga, sin duda una voz sobresaliente en el panorama de las
letras españolas.
Título:
La fuga del maestro Tartini
Autor:
Ernesto Pérez Zúñiga
Edita: Alianza (Madrid, 2013)