EL TREN DE LA LLUVIA
Si la actual crisis económica está planteando el debate
sobre nueva formas de estado, de transformación de una sociedad que
ha basado sus gobiernos en la corrupción y el abuso de poder, en el
ámbito de la literatura, y más concretamente de la poesía, aquella
ha actuado como revulsivo y alegra saber que se vuelve a plantear la
necesidad de «lo social», del «ser» y «estar» del poeta-hombre,
de avivar el fuego de la palabra para soñar la utopía, esa misma
palabra que hallamos en «El tren de la lluvia», acertado y oportuno
poemario del almeriense Martín Torregrosa, en el cual el hombre
vuelve a ser el centro, de tal manera que un nuevo «renacer» campa
por sus páginas, revelándonos lo que nunca debió ser ocultado.
Ya desde el inicio, en el prólogo, Daniel Rodríguez se pregunta:
«¿Cuándo dejó de ser necesaria la poesía con conciencia
social?», para afirmar a continuación que: «La poesía, si no es
social, ni es poesía ni tiene sentido alguno», si bien la clave
habría que buscarla en la cita de Unamuno: «El escritor sólo
puede interesar a la humanidad cuando en sus obras se interesa por la
humanidad». Esta y no otra es la razón de ser, la que el
poeta esgrime como única verdad, porque la poesía es un continuo
viaje y el tren, en esta ocasión, su símbolo, y el poeta su
pasajero. Muchos y variados serán los paisajes, también el
paisanaje y de unos y otros aprenderá lo mejor de cada uno. La
importancia de este viaje está en la palabra, aquella que trasciende
y se interioriza hasta conquistar de nuevo el universo perdido, la
tierra madre, el mar de siempre. Curiosamente, para el poeta «Los
trenes parten siempre del sur», y van siempre hacia el norte. Hay un
cierto aroma machadiano en los versos de Torregrosa cuando habla de
esas «viejas maletas» que le recuerdan a sus antepasados :«Mis
antepasados viajaron de su mano, / inventaron los viajes con
estrellas / y dieron por fortuna la nostalgia / de viajar en un tren
de mercancías», pero también nos alerta el poeta del dolor de la
soledad en la gare (estación): «La gare era un hervidero de
maletas y gente, / un ir y venir a la cantina, pasajeros en espera,
todos con bufanda…Eran los desplazados que decían adiós a la
temporada. / Los italianos esperaban los trenes que venían de Genève
y Lausanne, / los españoles los que llegaban de Sierre y Sion con
destino a Genève», de la realidad de unos seres forzados a emigrar
para ganar el pan de cada día (ahora usan el eufemismo “movilidad
laboral”); el poeta observa, desde su particular atalaya la vida
misma: «Sentado en el andén / veo la vida pasar, / las promesas
incumplidas, / la ilusión, los empeños, / todo cuanto corrí /
desandado lo veo». Precede a la segunda parte del libro, que Martín
Torregrosa titula «Al tacto con la tierra», una cita de Pablo
Neruda, y que es, en sí misma, otra declaración de principios:
«Quiero que a la salida de fábricas y minas / esté mi poesía
adherida a la tierra / al aire, a la victoria del hombre maltratado».
La voz del poeta se transforma en otra voz de solidaria humanidad,
que busca en el hombre la primera y última razón de la existencia;
el “yo” desaparece para convertirse en el “otro” y expresa
así la emoción de sentir por y para los demás, de vivir en los
demás: «Lloro, lloro como lloran las madres / que golpean la tierra
de rodillas en las morgues. / Irremediablemente lloro por los niños
caídos, / y lloro por la aurora que no ha de devolver / la sonrisa
inocente». La humanidad de su pensamiento se engrandece en estos
versos: «Rezar de poco sirve –ha servido de poco, de nada-, /
cuando cruza una bala la luz del horizonte / y el eco del disparo
silencia en la estampida / el vuelo de los sueños». Su particular
manera de entender la religión se muestra en el poema titulado
“Padre nuestro”, en el que pide perdón por su ateísmo y de
“querer arreglar el mundo a su manera”. En esta segunda parte
destacan también los poemas “Preguntas al río Sava en Jasenovac”,
“La luz de la memoria”, “La sombra que nos cubre” o “Rosas
Mustias”. En la tercera parte, titulada «Complicidad en el gesto»,
muestra su oficio de poeta con los poemas “Invitación” y
“Oliviero”, que nos recuerda la elegía de Miguel Hernández a su
“compañero del alma” Ramón Sijé. Concluye Martín Torregrosa
el libro con un epílogo titulado “Polifonía de despedida”, en
el cual se reafirma en su poética existencialista, donde la forma y
el fondo son un solo corpus, una misma luz, la vida que alienta el
humanismo del poeta que es Martín Torregrosa.
Título: El tren de la lluvia
Autor: Martin Torregrosa
Edita: Renacimiento (Sevilla, 2014)