POEMAS EN DIRECTO
Es momento para la poesía descarnada, desnuda y libre de ornato,
raíz de luz primigenia, origen del cosmos y del silencio que brota
únicamente de la palabra, como un temblor que no avisa, que se
precipita hacia el vacío más negro y profundo de la soledad. Nada
existe en su esencia material, todo se imagina, se fantasea creando
otra realidad que remonta su vuelo hacia mundos ignotos, y así hasta
la infinitud misma. El poemario que comentamos en esta ocasión se
titula «Poemas en directo», Marisol Huerta Niembro es su autora y
con él obtuvo, merecidamente, el XXVI Premio de Poesía “Cáceres,
Patrimonio de la Humanidad”. Con anterioridad a este libro, Marisol
Huerta, “asturiana de Madrid”, como gusta definirse ella misma,
ha publicado “Ellas” (If ediciones, 2006) y “Puedo empezar así”
(Renacimiento, 2010). «Poemas en directo» contiene un total de
treinta y cinco poemas en los cuales la poeta expresa, cuenta
(«Escribo porque debo contar mucho, porque la gente sigue rebuscando
en la basura…»), la vida misma sin ningún tipo de disfraz, lo que
sucede todos los días, simple y llanamente. De tal manera que la
poeta viene a ser notaria de lo acontecido en cada instante, de ahí
su necesidad de “contar” de vivir la realidad, de escribir, en el
sentido que lo expresa Valente cuando dice: «Escribir no es hacer,
sino aposentarse, estar». Y esto mismo comprobamos en “Poemas en
directo”, es la vida con sus alegrías y tristezas, con el dolor
que mana como imperiosa necesidad para sentirse vivo, y cercano,
cercano a los que sufren, los desvalidos, los marginados del mundo,
al hombre. Los versos de Marisol Huerta conmueven, emocionan, porque
la mirada de la poeta es limpia y luminosa. No cabe duda que los
temas predominantes en la poesía de Marisol Huerta son el amor, el
tiempo, la soledad y el dolor, y con ellos crea un universo propio
que la distingue. La suya es una poesía dialogada, narrativa, que
trasciende lo banal, que se reconoce en el “otro”, “los otros”,
una poesía crítica, que nace de su experiencia docente y
humanística: «no se pueden romper las fronteras con serrucho, / se
rompen con abrazos de hombres y mujeres / con abrazos de niños y
niñas, / no se pueden romper con disparos ni cuchillos, / todos
iguales, todos diferentes…». También el sentimiento de pérdida
ante la muerte del amigo está presente en los versos de Huerta
Niembro: «No podía olvidar la mirada de sus ojos, / ni aquel dios
que bajó un día del cielo / para hundirle en sus vértebras un
cuchillo / de acordes celestiales, / que nos tiñó de sangre / a
todos sus amigos». Guiños a los poetas “ConVersos”,
a ese tiempo que se escapa o se abisma, ese tiempo grieta y herida de
la propia cotidianidad de la poeta: «Qué se puede decir de la poeta
/ que un día o treinta días / escribe de las cosas que nos pasan /
de las cosas que encuentra por la calle…»; al amor siempre, a la
magia del erotismo: «Como me gusta eso que me hace / con la mano, /
con dedos de su mano / que poseen el tacto del saber, / con dedos que
recorren las montañas / de mis mitades íntimas, / con dedos por la
cima de mis muslos / marcando los contornos / y temblándome todo…».
Huerta Niembro ha construido un poemario sólido en la forma y el
fondo, que batalla por descubrir su verdad –la poética-,
trascendida en los versos más dolientes al mostrarnos el fiel
reflejo de una sociedad decadente y deshumanizada, contra la que se
rebela continuamente, como en el caso de las redes sociales,
propiciadoras de una profunda alienación de las conductas si no se
dosifica bien su uso, y así escribe la poeta estos versos que dedica
al Colegio Legamar: «El Facebook me desgasta el tiempo libre / el
tiempo de leer pacientes libros / que esperan en montón sobre la
mesa: / varios de poesía, / una novela negra, […] Hay tanto que
leer y el poco tiempo / lo gasto en apretar sobre el teclado / el
odiado “me gusta”. ¿Hay alguien que me pueda conseguir / un
desenganche en serio, volver hacia atrás / al tiempo en que leía».
«Aquí está la poesía que necesitamos ahora, cuando hemos perdido
(cuando nos han quitado, qué coño) hasta nuestra necesidad»,
escribe en el prólogo Álvaro Muñoz Robledano. Y añado, poesía
vital y cristalina, poesía del “ser” y “estar”, la de
Marisol Huerta Niembro.
ítulo:
Poemas en directoESPACIOS OBLICUOSLA MESA ITALIANA
SUCESIÓN DE LUNAS
prologuista de Sucesión de lunas: «Se trata de un libro de poesía amorosa en el que Cárdenas demuestra la variedad de registros en que su voz se mueve…En el fondo estamos ante una suerte de libro-poema dividido en dos grandes apartados de distinta factura». Y así es. En el primero de los apartados citados el poeta indaga en el universo mágico de la palabra («Deja que ahora te brote la palabra, / acata su dictado, / su cadena de sílabas secretas / antes de blandirla en el libro impreso. / Déjala que te tiente, que te, / que te ronde obsesivamente, / mucho antes de que el aire la trasiegue.»), unas veces en verso y otras en prosa, se adentra en sus misterios para mostrarnos una voz entregada al amor, su evocación: «Presiento que la luz va a detenerse / justo ahora en el talle desnudo / pare viva / de este prodigio que es tu cuerpo entero. […] En tu cintura casi incorpórea / el aire / esculpiendo presencias en suave balanceo, / reflejo de las mismas formas que te moldean». En el segundo de los apartados Cárdenas el hilo conductor, la construcción poética se cimenta en la “lluvia”, que aparece continuamente tanto en los poemas en verso como en prosa (en mayor proporción que los del primer bloque). La lluvia, como experiencia vital, sirve de guía en la construcción del discurso poético en el cual se abisma el poeta. La lluvia como savia, esencia misma de la vivencia amorosa, de la emoción surgida del amor. El poeta se hace lluvia, explosión de lluvia junto a la amada, en los recuerdos que retornan en vuelo de nubes y silencios: «Sobre tu pelo vi gotas de lluvia, cansadas, pero tú no te movías; la lluvia en ti encontraba su refugio (también llegaba a descifrar tus miedos). Abatida caía en forma de caricias hasta cercarte sin calor alguno. […] Entonces, el eco de la lluvia, solo el eco de la lluvia; hoy, la escarcha en mis pupilas.» El verso en prosa, como ya hemos indicado anteriormente, predomina en esta segunda parte, tal vez con la intención de reflejar la presencia continua de la lluvia, de su latir incesante en el paisaje («Nadie permanece indiferente a los latidos de la lluvia», como el amor que vive en el poeta: «Tú bajo el aguacero de estos versos, / como víctima de lo que atesoro, / entre tanto silencio por deshacer lo intacto. / No me dejes aquí / sin el tacto de tu paraguas / fecundando los pastos». Esta es una breve muestra del contenido de este interesante poemario Sucesión de lunas, y de una voz singular, la del poeta sevillano Jesús Cárdenas.
El
argumento no podía ser otro, la observancia de lo cotidiano en la
más alta cima, en su exacto valor de atesorada heredad, esa que la
vida proclama cada día. Distintos y variados son los registros
poéticos de Francisco Gálvez, como distinta y variada la temática
contenida en este libro. Determinante y núcleo de ese expresionismo
indicado con anterioridad es el poema en versículos del “Prólogo”,
titulado “Tomando el sol después de comer” y en el cual memoria
y palabra se amalgaman y sustentan el discurso poético: “Patio de
una casa de vecinos de antes, con habitaciones / alrededor, cocina y
servicios comunes (…) Con el tiempo todos se marchan a los barrios
modernos / y demasiadas habitaciones para taller (…) Hoy muchas
cosas han oscurecido, sobre todo gente y ruido, pero hay un / poeta
invisible que lee sus primeros versos bajo los arcos”.
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Editorial Pre-Textos |
UNA
MALA VIDA LA TIENE CUALQUIERA
¡Albricias! Aparece en La isla de Siltolá, colección Tierra, el
poemario de Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950) Una mala vida la tiene cualquiera. Avalan la trayectoria poética de
Salvago libros tales como La destrucción
o el humor, En la perfecta edad, Variaciones y reincidencias, Volverlo a
intentar, Los mejores años, Ulises y Nada
importa nada. Dividido en cuatro partes el presente poemario responde a
temáticas variadas y a registros diferentes. Al primero de los poemas “La
poesía”, con acertada cita de Borges, siguen otros en los que el poeta unas
veces mira hacia atrás acometiendo un balance vital (“Ajuste de cuentas”),
otras se reprocha la cobardía en esa búsqueda de la verdad (“La verdadera
verdad”), la impiedad de la juventud (“La fea”) o el canto a la muerte “A la
manera de los poetas tradicionales de hikus…” en “Haikus de la frontera”: “Al
fin, desnudo, / en una caja oscura, / se pudre el traje”, y luego a manera de cierre con “Otro
epitafio”, del que se extrae el título del poemario: “Una mala noche / la tiene
cualquiera, y cien, y doscientas, / y doscientos días, y un año, y ochenta. /
Una mala vida la tiene cualquiera”; en todos se desnuda el poeta, se muestra
tal cual es, escribe su vida, que es poesía “Sin pudor ni vergüenza”: “Otros de
mis errores / fue obstinarme en contar / las cosas como eran, / en mostrarme
tal cual, / desnudo, sin careta, / sin tratar de ocultar / mi cara verdadera”. En
la segunda parte del libro el poeta opta de nuevo por poemas breves
(octasílabos) en “Soleares”, “Coplas de cuatro versos”; retoma el haiku (5-7-5
sílabas) por “soleares”: “Cuánta mentira… / Te cansas de sembrar / y ni una
espiga”, para seguir con una serie de “Epigramas” y unos “Apuntes”, aforísticos
en algunos casos: “Del fracaso se aprende, / pero se aprende tarde”.
por José Antonio Santano para DIARIO DE ALMERÍA
POESÍA COMPLETA
(1940-2008)
El poema
“Resistencia” nos recuerda a Valente cuando dice que la poesía
es “antes que nada y por encima de todo conocimientos, y más
concretamente conocimiento “haciéndose”, coincidente con esta
concepción poemática: «así el poema / se resiste en la página, /
sube y baja en la barra del procesador, / deshaciéndose, haciéndose
/ de nuevo». En la tercera y última de las partes que contiene este
libro “Si algo queda”, el poeta se decanta por el amor fraterno y
filial, el amor a la vida por encima de todas las cosas y que
concreta en Vega, su hija: «Pero la vida tiene lugares más
funestos, / y en sus aguas violentas encontrarás dragones. Entonces
ten en cuenta cómo fuiste engendrada, / cómo entre los primeros
temblores de tus células / ya habitaba el amor. Nunca lo olvides».
Esta nueva entrega poética de López Andrada viene a confirmar su
apego a la tierra, al hogar primigenio en contacto siempre con la
Naturaleza -, alejado de las grandes urbes, aunque sean ambos
territorios escrutados por la mirada del poeta. El también poeta
cordobés Juan Antonio Bernier -sobrino del que fuera fundador del
grupo Cántico, Juan Bernier- tituló uno de sus poemas "La
naturaleza es el país de la lengua", aserto de la
trascendencia referencial de la Naturaleza en la poética de López
Andrada, como así lo confirma también en el prólogo José Manuel
Caballero Bonald, cuando dice: "La identificación de Alejandro
López Andrada con la naturaleza determina una vertiente
significativa de su obra general, por no decir la que más
propiamente la enmarca y define".
EROS EN EL ESPEJO
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EROS EN EL ESPEJO.- PEPE CRIADO Y ANTONIO CARBONELL | | |
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Título: Eros en el espejo
Autores: Pepe Criado / Antonio Carbonell
Editorial: Arma Poética (Sevilla, 2014)
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José Antonio Santanox
La pérdida en su sentido más amplio es en ocasiones la razón para el poeta, la fuerza que le lleva a crear su universo, el motivo capaz de transformarlo todo. La mirada es entonces traspasa lo corpóreo, la materia en sí misma y es el latido de la libertad el que sustenta toda búsqueda. Nada más preciado que la libertad, su aleteo interno derramado en grácil palabra, en lenguaje de rosas y aromas, en desierto de lunas para sentirse vivo. La pérdida se convierte así en canto que no cesa, y el poeta es solo el aire que lo lleva de un lado para otro, incansable. Pero también la poesía es búsqueda de una verdad, la del poeta y su verso trascendido, en este caso de Khalid Kaki (Kirkuk, Iraq, 1971) y en un poemario, “La ceniza del granado”, que, si bien vio la luz en el año 2011 en el sello editorial Alfalfa, mantiene aún su más pura esencia. Kaki pertenece a ese grupo de poetas árabes residentes en España que han hecho del exilio su razón de ser, voz denuncia contra las guerras, la injusticia, la soledad y toda clase de violencia del hombre contra el hombre. En Khalid Kaki, además, concurre su condición de traductor, músico y pintor, que complementan o agregan un valor añadido a su modo de entender el mundo y la poesía. Kaki bebe la mejor tradición de la literatura árabe en general y de la poesía árabe en particular, alejado del ornato y el artificio, sino que se abisma en la propia vida, en la experiencia vivida y sentida, del “ser” y “estar”. De ahí que el destierro, el exilio que vive el poeta desde hace años sea un lugar habitado por los recuerdos, por las pérdidas, por la muerte, las injusticias y la tiranía. Su voz es la voz de los otros, y en ella vive dolorido y solo. La soledad es su reino y desde ella un rumor de versos se eleva sobre la luz de las auroras y quieres ser aquel “Jardín” primero del ciprés y el granado:
«En otro tiempo lejano /
había / en el jardín de mi casa
/ una morera frondosa,
/ un ciprés,
/ y un granado pequeño prometedor.
[…] En un tiempo cercano,
/ en un lugar de este mundo,
/ construiré
/ una casa con jardín.
/ Plantaré
/ una morera,
/ un ciprés /
y un granado».
En la memoria convive la luz y la oscuridad, las visiones del poeta son el escape a la cotidianidad del destierro, en esa búsqueda por la libertad. El poeta a solas consigo mismo va creando otro mundo posible, y son sus versos como faros salvadores de naufragios, y por ello sus “Pequeños deseos”: «Un último deseo; / es poder fundir / en el molde / de una canción de amor / los tanques de todo este mundo»; el amor como receta a tanta desmesura y desvarío, una persecución inagotable hacia el éxtasis y la comunión de los amantes: «El placer de un amante / está en ver cómo / se elabora un beso mental, / mientras los labios / escriben en cursiva». Mas el poeta es hombre también, y siente en su ser, muy adentro, el dolor ajeno, y así lo expresa, en alusión a las madres de las víctimas de las guerras de Yugoslavia: «Ocultad a vuestros hijos. / El buldócer de la muerte asoma, / allanando los puentes con la carne fresca / y llenando los tinteros con la sangre». Kaki conoce bien las sombras del exilio, ese veneno inoculado en la sangre por los verdugos del mundo, sabe de la pesada carga de “Las maletas del exiliado”:
«¡Qué pesadas las maletas del exiliado!
/ Llevan el martillo de la historia,
/ y el yunque del amargo presente.
/ Llevan guerras y derrotas,
/ golpes de estado,
/ solsticios de verano e invierno,
/ remolcadoras de arena y piedra
/ y una mano /
ojeando y revolviendo
/ todo aquello que se pueda golpear,
/ cambiar, /
o remolcar».
Los versos de Kaki recorren la tierra entera, se abisman en la más oscura noche y escudriñan en el fondo del pozo de la verdad, en el recuerdo de otras muertes, la de García Lorca en el poema que da título a este libro:
«Las olas lavan la arena,
/ sin borrar tus rimas tiernas
/ aunque te hayan cortado,
/ pezón de Granada, la morena».
El grito nace de las entrañas de la tierra, de los desiertos, de los ríos que cruzan el paisaje iraquí de sus recuerdos y estalla en versos desnudos, libres, en palabras ardientes para rescatar al hombre, siempre, como única esperanza en el poema “Toma y dame”:
«Borra de las llanuras
/ de mi patria
/ las huellas de las herraduras
/ de los caballos de guerra,
/ y rescata a mi barro
/ de las orugas y los tanques.
/ Llévate la sangre y los muertos
/ de mi telediario, /
y dame los soles /
de la previsión del tiempo.
/ Cámbiame / toda la pólvora que haya
/ por rímel / para los ojos / de todas las mujeres.
/ Llévate / el silbido de las balas
/ y dame el silencio del beso
/ en que se funde
/ Tígris con Éufrates».
Es el rumor de la mejor poesía árabe actual en la voz personalísima y humana de Khalid Kaki.
Título: La ceniza del granado
Autor: Khalid Kaki
Editorial: Alfalfa (Madrid, 2011)
T
Autor:
Marisol Huerta Niembro
Editorial:
Amargord (Madrid, 2015)
La palabra poética en su esencia, desnuda, antagónica, surrealista, descubridora de luces y sombras, sin artificios que distraigan su verdad, alentadora, alada, emotiva y evocadora, son aspectos que distinguen o hacen singular a Paloma Fernández Gomá, poeta nacida en Madrid en la década de los cincuenta y algecireña de adopción. Una larga y fructífera trayectoria avalan su poesía, con más de una decena de libros publicados. En esta última entrega «Espacios oblicuos» se confirma su condición de poeta de las dos orillas, pues en su obra está bien presente toda referencia al universo hispano-marroquí. Esa dualidad, y en consecuencia, ese desdoblamiento poético permiten a Fernández Gomá tener un visión más enriquecedora del mundo en el que vive, y, por supuesto, detentar una mayor capacidad para la solidaridad y fraternidad humanas. En ese juego de intercambio y mestizaje encuentra Paloma Fernández Gomá su voz, libre y desnuda de todo artificio, esencial en su forma y en su fondo, y que podemos comprobar desde el primer poema de los 32 que componen este libro, titulado “Cenital” y del que reproducimos algunos versos: «Súbitamente se desvanecerán todas las incógnitas / y se abrirá la senda del agua / perfilando una ruta interminable / encaminada hacia los altares / donde es anunciada la aventura del reencuentro». Del reencuentro con la vida a través de los tiempos, de los siglos de existencia humana, del viaje de ida y vuelta a nuestras raíces mediterráneas, como así la poeta lo describe en los poemas “Vínculos”, “Las dos orillas” y, cómo no, en “La senda del agua” ya citada: «La otra orilla, camino obligado / que cruza el Estrecho / nos espera con su rellano de luz». Sentimiento y razón para mostrar el camino hacia la libertad y la luz de los silencios, la fuerza del viento para vivir el instante hasta desfallecer si es preciso, y el poder de la palabra para seducirnos con su poesía, simbolizada en unos ángeles poemáticos muy especiales: «del ocaso, de añil, del alba, de la tarde, del encuentro, azul». De «Ángel zul», precisamente seleccionamos estos versos: «Y fue el ángel azul, el que ilumina las distancias / desde el fecundo faro de los espacios». Porque a Fernández Gomá ya no le bastan sólo los espacios verticales u horizontes, no, va más allá, se abisma en las profundidades para crear otros universos, ahora, oblicuos, diagonales, cruzados, transversales para aprehender de ellos lo esencial de la vida. Y para ello, nos conducirá hasta Tetuán o “Las hespérides”, al laberinto colorista del “Zoco” («Múltiples recovecos conducen al centro, / círculos convergentes intuyen el objetivo: / la púrpura extensa, / el cilantro, / brazaletes de color, / plata cincelada, / arte de curtidores y alfareros, / perfumes de jazmín y azahar…», a Fez, “Tánger”, al “Atardecer en Larache” o a “Chauen”, para concluir en el “Puerto de Algeciras” («Este ir y venir de pasajeros, / de equipajes, / de mercancias». La poesía como razón de vida, como espacio de vida compartida, abierta al otro en ese camino hacia el horizonte, convergente con la Naturaleza, pensada en clave de hermandad. Esta es, aunque con elementos surrealistas reiterados, la poética de Paloma Fernández Gomá, y en este sentido, hallamos estos versos del poema “A un roble envejecido”: «A dónde fueron los pájaros que poblaron / de trinos tu sombra. / Qué fue de tu savia fecunda, / aquélla que anegó el viento / de efluvios ancestrales». También el tiempo ocupa un lugar destacado en la poesía de Fernández Gomá, ese transcurrir de la vida ajustada a las manecillas del reloj, al ayer y al mañana, la monotonía de los días y las noches: «Todo se vuelve tiempo transcurrido, holocausto / de nuestros días, desvelando el índice perdido / de la existencia, negándose a sí misma, su origen».
La proliferación del gerundio y el predominio de sustantivos y adjetivos proporcionan una adecuada solidez constructiva al poemario, tanto en su aspecto sintáctico como semántico. Para concluir diremos que la clave tal vez resida íntegramente en el poema titulado “Plegaria de Fuego”, concretamente en los siguientes versos: «Existe una razón que dirime todos los espacios oblicuos, / socavando las estrías convergentes que el viento / hace ondear desde las costas más lejanas / hasta la orilla temprana del salitre, / ventana diáfana, / tras las huellas invictas de las aves / o el clmaro de los hijos de Gea». El cosmos en toda su grandeza y la poeta frente a frente, como espacio oblicuo, vivo, como lo es el verso de Paloma Fernández Gomá.
Título: Espacios oblicuos
Autor: Paloma Fernández Gomá
Editorial: Devenir (Madrid, 2015)
El poeta necesita del desdoblamiento, de la mutación para enriquecerse con los otros yos, vivir cada uno de ellos con la misma intensidad, esa que nos abrasa en la pérdida de lo cercano. Dice el gran poeta Rafael Guillén que el buen escritor es aquel que anda por el borde del abismo, y añado, el que se abisma en el vacío de la nada, de la oscuridad o el fulgor de lo inexistente o desconocido para crear una realidad distinta y quizá única, pero no menos verdadera que la realidad misma. La prestigiosa editorial Renacimiento nos propone una nueva aventura poética de Víctor Jiménez (Sevilla, 1957): «La mesa italiana», que es, «en teatro y por extensión en cine y televisión, una lectura conjunta con todo el reparto de un guión», como así aclara al inicio del libro su autor. Y, ciertamente, el poeta es uno y todos los actores del reparto a la vez, y así lo manifiesta desde el primer poema, un certero y magnífico soneto, del que reproducimos el último terceto: «Sólo el reparto, apenas unos pocos, / para leer, sin cámaras ni focos, / el guión inacabado de tu vida». No hay duda de que Víctor Jiménez es un gran sonetista y que su dominio del endecasílabo es extraordinario, hecho podrá comprobarse a lo largo de la lectura este poemario. Su celo y cuidado en mantener a buen recaudo la mejor tradición poética española es un garante de su particular modo de entender la vida, esa vida inacabada a la que hace referencia en el poema que da título al libro. El poeta es actor de actores, y esta circunstancia nos llevará a comprender mejor el universo poético –vital- que nos muestra. Lo hará en cuatro actos o secuencias carentes de título o marbete, pero bien definidas y diferenciadas, en las que la infancia, los trenes, las películas y el amor conformarán la temática de este gran guión llamado vida. Se adentrará el poeta en el territorio de la infancia en el poema «Niebla en el pasado» y buceará en el recuerdo de los inviernos, en esa niebla de la magia e ilusión de la epifanía: «Y mira y pasa entre la niebla y va, / en esa tarde mágica de enero, / en busca de Tres Magos que le traen, / desde Oriente, regalos, caramelos… / Más vuelve el frío y sigo solo y sigue / el niño aquel perdiéndose a lo lejos». El tiempo que nos aleja, que rememora la soledad en la que vive , que siente el poeta en una estación de tren cualquiera, a la espera de un tren que nunca llega: «Siempre nos clava el tiempo sus agujas. / Y aquí te ves, te ves al fin tan solo / como el que espera en el andén vacío / de otra vieja estación abandonada / el tren aquel que nunca ha de llegar». El soneto como metro distintivo de la personalidad poética de Víctor Jiménez, la contundencia del endecasílabo en la pantalla del cine de la vida, un rosario de imágenes que marcarán cada instante vivido, y el amor como fulgor siempre: «La que conmigo va, viene a mi encuentro. / Contigo va quien quiero, / quien por mi corazón quema sus naves. / La que comprende lo que no le digo / y me lee en los labios que la espero. / La que tú llevas dentro y en el fondo ya sabes / que una noche de luz vendrá conmigo». En «Un grito en la oscuridad» el poeta vacía todo el dolor por la ausencia del recuerdo que el Alzheimer provoca en la madre: «Se ha perdido una niña, / desvalida y desnuda, / en su mundo de niebla, / en las calles del tiempo, / como si llevara, / arrasándolo todo, / un vendaval terrible / de regreso a la nada. / Se ha perdido una niña / de más de ochenta años…» No ajeno a la realidad de las redes sociales, se adentra en sus soledades, en su incomunicación; recordará al amigo poeta en la figura del tristemente desaparecido Rafael de Cózar, como reclamo de una poética que ronda también la muerte: «Por distintas razones del alma y los latidos, / andando llevo un tiempo a vueltas con la muerte. […] Porque hay vidas que duran lo que quiere la muerte / y muertes hay que duran lo que quiere la vida». Vida y pura poesía la que hallamos en este poemario de Víctor Jiménez, que puede resumirse en el último de los poemas, “Pregúntale al viento” y estos versos: «Me preguntas, amigo, de quién hablo. / Si soy el personaje que va y viene, / con más nubes que claros, y más dudas, / de poema en poema, por el libro…Y no sé qué decirte…porque, a veces, / tampoco sé quién soy ni quién he sido». Lo dicho, pura poesía.
Título: La mesa italiana
Autor: Víctor Jiménez
Editorial: Renacimiento (Sevilla, 2015)
Cada vez que se inicia la lectura de un nuevo libro de poesía uno tiene la sensación de bordear un precipicio, de caer al vacío (de sus páginas) sin saber cuál será el resultado final, si de emoción, temblor, indiferencia, extrañamiento o asombro. Nunca se sabe, a priori, el final de la apasionante aventura que es leer, en su más amplio sentido. La verdad puede ser más de una, tantas como lectores y esta es, justamente, la esencia, la importancia de la literatura (de la poesía) como acto vital. En esta ocasión nos acercamos, por vez primera, a la obra del poeta Jesús Cárdenas (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1973) y a su último poemario Sucesión de lunas, quinto libro en su trayectoria, siendo anteriores a este los siguientes títulos Algunos arraigos me vienen (2005), La luz de entre los cipreses (2012), Mudanzas de lo azul (2013) y Después de la música (2014).
Con prólogo de Manuel Rico, el poemario se divide en dos bloques: Un prodigio en la palabra y Promesas de espejo. Viene a decir el
Título: Sucesión de lunas
Autora: Jesús Cárdenas
Editorial: Anantes
EL
ORO FUNDIDO
Después
de un paréntesis de nueve años, el poeta Francisco
Gálvez (Córdoba, 1945)
nos presenta su nueva obra “El oro fundido”, al cuidado de la
prestigiosa editorial valenciana “Pre-Textos”. En esta ocasión
el poeta se abisma en el expresionismo, en esa búsqueda de la
oralidad que cimenta el texto de principio a fin, y dividido en nueve
partes o secciones. La primera de ellas, “Argumento”, recoge el
poema que da título al libro y que nos confirma el buen oficio de su
autor, la calidez de la palabra y sus variadas formas expresivas, la
madurez con la que el transcurso del tiempo ha dotado al poeta: “Has
aprendido que el vitriolo / puede blanquear los metales / del óxido
del fuego / y las cosas fundidas / heredan mayor importancia”.
La
descripción de lo vivido se hace luz y verbo en “Contenedores”,
cuando la mirada vuelve a los orígenes y todo se sucede en el ciclo
de la vida: “LA MIRADA, como la punta de un diamante rasga el
pasado / y en la ventana del tiempo se mueven las imágenes”,
porque ella –la mirada- busca en el paisaje (el río y sus orillas,
la calle de los juegos infantiles, el taller de los orfebres,
la iglesia, la plaza del mercado, las noches de verano a las puertas
de las casas…) la palabra en su esencia, como ocurre en poemas
tales como “Economía” o “Dinero”, o incide en el paso del
tiempo, en la cohabitación de filosofía y poesía, hasta concluir
en esas otras “Palabras mudas”, en ese juego de preguntas sin
respuesta, de un mundo que se abisma al vacío, a la nada. Gálvez es
un poeta con oficio y su poesía vital y luminosa:“Cuando / la
poesía que quieres escribir está escrita en tu poema / preferido,
sólo tienes que seguirla, vivir su música, su gloria de / todos, en
voz baja o alta se sienta a tu lado y permanece; tras / ese rastro
sereno, desde tu camino sigue el camino”.
“Sulayr
es el nombre que dieron los árabes a Sierra Nevada. A su vez es la
arabización de Mons Solarius, la montaña del sol de los romanos”,
nos aclara Ángel Fábregas en las páginas preliminares de su novela
“Sulayr, dame cobijo”, una historia de resistencia y libertad, de
supervivencia y heroicidad ante uno de los hechos de la posguerra
española más dramáticos también, si se tienen en cuenta las
circunstancias que rodearon la insumisión que dio lugar al maquis
español. La consecuencia de un golpe de estado, la ascensión al
poder de su autor, el dictador Francisco Franco, y la defensa a
ultranza de las libertades con la propia vida dio lugar a la
sublevación, a la resistencia y lucha armada ante la opresión y la
ofensa continua, la humillación a que fueron sometidos los pueblos
los habitantes de los pueblos de España, con más inquina los
serranos, por la existencia de la guerrilla antifascista. Uno de esos
pueblos fue Ugijar, en la alpujarra granadina y limítrofe de la
provincia de Almería: “El tiempo en esta aparente Arcadia
transcurría despacio al ritmo de las faenas del camo, con el
soniquete rítmico y monónoto de los cascos de las bestias de carga
repicando sobre las calles empedradas o los gritos de la chiquillería
al salir de la escuela jugando al escondite y a la rayuela” (pág.
11). Pero ese ambiente tranquilo y rutinario de este pueblo
alpujarreño contrasta con otro bien distinto, el que anida en sus
habitantes, nos referimos a ese que se siente y entristece las
miradas: “El miedo al vecino, al hambre que acecha en las tormentas
de octubre, que a menudo destrozan los cultivos, o a la enfermedad
que seguía al hambre, con sus rostro de tisis, d tracoma o de
pulmonía, se reflejaba en gestos huidizos, en miradas desconfiadas.
Un temor cerval que llevaba a la mayoría del trabajo de sol a sol a
sus moradas, sin pasar siquiera un rato por la taberna para echar un
vaso de vino y que mantenía a todos cuando conversaban en un tono de
permanente voz baja ” (pág. 12). En esta situación vivía
Fernando Almazán, el médico del pueblo y protagonista de esta
novela primera de Ángel Fábregas.
El médico luchó en el bando de
los vencedores, pero no odia, incluso puede que sienta una cierta
empatía con los vencidos e insumisos. Su secuestro por un grupo de
maquis cambiará su vida. El discurso narrativo se inicia “ab ovo”,
con presencia puntual de diálogos, y de un narrador omnisciente.
Una ópera prima donde el lector pasará del intento de fuga del
médico secuestrado al reencuentro con el amor, que cambiará su
concepción del mundo y hará de él un hombre nuevo. Una novela que
rescata dignamente “la memoria histórica”. Una lectura
recomendable.
Nadie
podrá callar la voz de los poetas, esa que vuela en alas de mariposa
o ave por el firmamento y que es luz y sombra al mismo tiempo,
alegría y llanto, silencio y grito. Bien lo saben los poetas nacidos
en la vega o las sierras de Granada, en la infinitud de los
atardeceres de la Alhambra, en el Paseo de los Tristes o a orillas
del Darro, en la magia del Albaicín, cuando todo parece extinguirse
en el fuego de los días. Muchos son los poetas granadinos que han
hecho de la palabra poética su verdadera patria, también de la
amistad su bandera, el verbo como único horizonte. Entre esos
grandes poetas granadinos se encuentra, sin ningún género de duda,
Enrique Morón (Cádiar, 1942) y del que comentamos su última obra
“Todo el dolor del viento”. Toda la verdad poética de Enrique Morón, desnuda, “A la intemperie”, porque el poeta sabe de la
herida y el silencio, de las huellas que deja el tiempo en la carne y
en la piedra, la soledad vivida, las noches con sus muertes: “Estas
tres muerte, digo, / lejanas en el tiempo, / han dejado una marca en
este cuerpo / que no han podido ni borrar los años: / la amarga
soledad”.
De esta forma, Morón se adentra en los misterios de la
vida, y se refugia donde siempre lo hizo, en la Naturaleza, y con
ella entabla un diálogo de igual a igual ante el asombro siempre del
vuelo de los sueños y los años. Nada escapa a su declarado
existencialismo, a la hondura de su conocimiento y a su voz de aurora
en los nogales, alejado de los hombres: “Busco refugio en la sombra
/ de los viejos nogales. / No espero demasiado de los hombres, / mas
quizás el paisaje / humanice mis párpados”. La fuerza de la
tradición clásica se hace verbo y luz en sus versos, que brotan, al
tiempo de los años, como “Breve asombro” de campanas en la
levedad de las tardes infantiles: “Todo queda tan lejos / como las
lontananzas / y por instantes, / cual suspiro de azúcar en el agua,
/ me voy inexistiendo / en cada golpe de campana”. Morón es un
poeta de serena mirada, enraizado a la tierra y a los nombres: “Este
es mi orgullo y estas son / pulcras mis credenciales: soy Enrique /
Morón. Hijo de Antonio / y Trinidad. Alpujarreño”, unido a la
vida por el don de la palabra: “Nunca sabemos donde / encontrar la
verdad. / Las palabras son como / una música ciega / con sus ecos
perdidos y aventados / al asombro del cosmos”. Camina Morón por
los senderos de una luz amorosa, por el interior de una balada que no
cesa nunca. De la vida aprendió a ser silencio y bruma en otoño, a
contener la tristeza, a ser soledad: ”De tanta soledad se me ha
caído / mi corazón al suelo”, todo el dolor del viento en las
noches del valle.
SIETE CAMINOS PARA BEATRIZ
El
poeta aspira a construir su propio universo. Es un viaje necesario,
imprescindible si se quiere alcanzar el objetivo final. La palabra es
el instrumento más valioso, la piedra filosofal, el núcleo, la
esencia del viaje. A veces, el poeta prefiere recorrerlo solo, y
otras, se hace preciso de un acompañamiento real o ficticio, porque
a fin de cuentas lo importante es la creación en sí misma, el
proceso por el cual se deja ser y se es en otro, ayudado por la
soledad y el silencio que impera en el propio proceso creativo. A
“Siete caminos para Beatriz”, de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid,
1971) le sucede algo así. Bebe de la tradición clásica
enteramente, “La divina comedia”, de Dante y por ende, la figura
de Beatriz es el origen, y en su intertextualidad, los versos
contenidos en ”Siente camino para Beatriz”, un texto complejo,
que precisa de una lectura muy atenta para comprender el universo al
que nos traslada, en pleno siglo XXI, su autor. Pérez Zúñiga se
vale de la obra de Dante, y en la figura de la amada, Beatriz,
fantasía o realidad no importa, para sugerirnos el latido del mundo
real, el de hoy, el de la globalización. Y por eso mismo el poeta se
abisma hasta el Infierno de Dante, toma prestado el primer verso del
Canto I: “Nel mezzo del cammin di nostra vita” (A
mitad del camino de la vida),
para iniciar este viaje al mundo de los sueños, y lo hará en
compañía de Beatriz , guía de esos “Siete caminos” (como siete
son los pecados capitales), reflejo del viaje de Dante y Virgilio por
el Infierno, Purgatorio y Paraíso, pero escrito desde la modernidad
y la viveza del lenguaje.
En “Beatriz”, primera parte del libro,
leemos: “Yo te escribo Beatriz cartas oscuras / en el visor de mis
prismáticos / mientras desciendo círculos del valle / en el cráter
de la Isla de los muertos / allá arriba radiantes cordilleras que
llaman Purgatorio / donde dicen que aludes de nieve te sepultan…”.
La brevedad de los versos unas veces y su generosa extensión otras
se alternan en los poemas que muestra el poeta “La Isla de los
muertos”, “Parque de atracciones”, “La noche” y “Paraíso”.
Pérez Zúñiga se deja llevar por el eco de la palabra, por su el
sonido metálico de los nombres y adjetivos que fluyen sin parar,
como así también la noche en sus sombras o la luz contenida en los
sonetos finales del “Paraíso”, y de los que extraemos los dos
tercetos del poema “Las manos de Beatriz”: “Recogieron las
piedras de mi vida / y las sembraron por el bosque oscuro. / Cuando
llegué de mí, fuiste la casa. // Déjalas pues conmigo, que las
pida, / y déjame a tu lado el tiempo puro, / el tiempo que nos
quiere y que nos pasa”. El poeta en su hondura.
Abrir
un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso,
mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta
lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo
que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en
asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad
misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones
y penumbras,
última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955).
Búsqueda
de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus
sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar
desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el
que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y
propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que
prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta
acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus
pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he
de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera
consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”.
Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las
“Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual
hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros
sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un
naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el
mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su
etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no
tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida,
en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y
esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé
que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a
Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o
el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria
recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y
quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar
plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre,
abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!
Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al
continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, /
desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos
hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el
vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez.
La tercera
parte contiene un solo poema titulado “En la infinita calma de Dios”, precedido
por una cita de Walt Whitman (“Yo soy inmenso y contengo multitudes”), de metro
endecasílabo y dividido, a su vez, en tres apartados: un viaje a la creación del
universo, de la farsa y la magia por un Dios en su infinita calma. Cierra el
poemario “Epílogo”; rutina, cotidianidad, algún equívoco y unos versos al poeta
fenecido Fernando Ortíz: “Te imagino vagando en la infinita / región donde el
voraz reloj del tiempo / se para porque tú ya eres eterno / -eterno cada
instante de tus días-“. En “Una mala vida la tiene cualquiera” hallamos al poeta
en su esencia, versátil en los matices y registros, capaz de contagiarnos con
la sonoridad de la poesía vital, auténtica.
Al cuidado de la poeta y profesora Noelia Illán Conesa nace esta
antología poética que toma prestado el título de un poema de Jorge
Luis Borges: El oro de los tigres y que contiene algo más de
medio centenar de poemas de José María Álvarez (Cartagena, 1942),
de unidad temática: las ciudades que han sido luz y verbo en la
mirada del poeta, sin olvidar los elementos que se aglutinan en
ella: el arte mismo en su ruinosa realidad, la literatura que
contagia y nos hace temblar y el amor como esencia vital, como único
argumento en el seguro camino hacia la nada y el todo. Pensamiento,
tradición clásica, pureza del lenguaje, elegancia poética la que
late en cada uno de los poemas que integran El oro de los tigres.
Las ciudades amadas, sentidas, inolvidables. Dice el novelista
Antonio Muñoz Molina que “La escritura de un libro siempre es
el fruto y el testimonio de una posesión…También para escribir
sobre una ciudad hace falta haber sido previamente poseído por
ella”. Seguramente algo de esto le pasa al poeta cuando escribe
sobre ciudades tales como Roma, Istambul, Budapest, Barcelona,
Sevilla, París o Venezia –entre otras-, que en su decadencia o en
su ruina se hacen más bellas y vitales. Nada se escapa a la mirada
atenta del poeta en esa especie de espiral discursiva
poético-narrativa, hasta llegar a la concreción de la idea, al alma
y la esencia de la palabra para emocionar al lector, para producir en
él una sacudida certera, un temblor, para ser poseído, sin más. canto de amor, ciudad que resplandece, Istambul
es la ciudad deseada; Budapest será un ensueño anonadador
y fantástico, Roma la felicidad, como también lo era para
Gohete; Venezia será la decadencia, el sonido de las campanas, la
sombra de Ezra Pound, los silencios del Adriático en el Canal o la
nostalgia palaciega; Sevilla la sacra y enjoyada luz, la furia del
Mito, o, París, cómo no, envolvente, profundo, mágico y secreto.
La presente antología poética, con acertada selección de poemas de
Noelia Illán es un viaje hacia el conocimiento tras haber bebido de
la más pura tradición literaria clásica, pero con la mirada
luminosa, el asombro que habita en el poeta, que es la magia que
descubre en lo desconocido, en las calles y plazas, en los edificios
y el arte, la literatura clásica. En los poemas que integran esta
antología hallamos eso y algo más, la pureza, la luz, los sentidos
en absoluta armonía, el vuelo de las palabras que anidan en el
silencio de la estancia y se hacen mariposa o pájaro en el albo
papel, trascendidas. He aquí el final del viaje, escribe José
María Álvarez, y yo añado, un hermoso viaje al corazón, a la
esencia misma de la verdadera poesía.
Editorial: Balduque
Tal
vez se trate de tomar aire, almacenarlo en los pulmones y expulsarlo
luego lenta y serenamente. Posiblemente todo sea cuestión de
respirar, de saber respirar para afrontar la vida. Ocurre así con la
poesía, que es pura respiración, hálito que nos habita en todo
momento, en cada calle o esquina, en la soledad de la casa o el
silencio de la noche. “Mediodía
en Kensington Park”
es el cuarto libro del proyecto poético de Javier Sánchez Menéndez
por nombre “Fábula”.
Aunque
diría que es mucho más que eso. Una vez la poesía se nos muestra
en toda su esencia. No es casual que todo transcurra mediado el día
y en un parque, más aún, en el centro del parque. ¿Por qué el
parque, qué nos quiere transmitir el poeta y que representa
exactamente el parque, un símbolo, un deseo, la verdad, el amor…?
¿Es el parque trasunto del viaje iniciático al interior de uno
mismo, hacia la luz de la palabra?: «Con las palabras se busca la
verdad, ese veneno que diferencia al hombre de sí mismo» Esto y
algo más se advierte en este poemario. El parque es el lugar donde
el poeta percibe la realidad, lo externo, pero no basta con la
observación, por encima de todo está la mirada que ahonda hasta
desangrarse, hasta extinguirse. El poeta ha elegido una hora y un
lugar: el mediodía y el Kensington Park, y ahí sucede todo, en ese
tiempo detenido, en el centro del parque:«En el centro del parque,
sin levantar el vuelo, la letra del dolor acaricia la hierba», «En
el centro del parque hay una fuente», «Mañana nos veremos en el
centro del parque». Un parque y su centro que es un bosque o un
jardín, quizá la poesía: «Para ser un poeta debes dejarlo todo,
enterrar tus manos y tus pies justo en el medio, donde la tierra es
húmeda». Poesía en prosa que es latido, sacudida, escalofrío,
temblor que nos devuelve a la vida. Y en este sentido se reafirma el
poeta cuando dice: «Para mí la poesía es lo más importante de la
vida, se vive por ella y para ella». El compromiso vital de Sánchez
Menéndez es con la poesía, y ésta su patria, sin duda alguna.
Pero
también la idealización del parque es trasunto de ensueño, de ese
vuelo a lo desconocido, a la magia de los silencios y la soledad que
surge del milagro poético, de la esencia misma de la palabra justa:
«Es la palabra justa la que conduce al poeta por el camino de la
esencia. Desde el centro del parque aprendemos a respirar». Como
aire limpio es la poesía en prosa de Javier Sánchez Menéndez, un
oasis en el desierto de la impostura poética de nuestros días,
resplandor y vida, siempre vida.
(Un panorama de la poesía española)
El profesor, poeta y crítico
literario Juan Carlos Abril (Los Villares, Jaén, 1974) nos invita a conocer la
última poesía española, referida a autores nacidos entre 1965 y 1988, y con
libros publicados entre 2002 y 2014. Su trabajo ensayístico toma por título
“Lecturas de oro. Un panorama de la poesía española”, con el que no sólo da a
conocer sus últimas lecturas poéticas, sino que nos acerca a los entresijos de
la crítica literaria. Frente a determinados
críticos y sus reseñas, que mantienen una posición oportunista (de
halago o desprecio), muestra su total rechazo, al entender que las funciones
del crítico se deben en exclusiva al texto en sí y no a intereses espurios. El
reseñista o crítico, según el autor de este libro, debe destacar aquellos
aspectos del poemario que merecen la pena destacar, con independencia de
tendencias, grupos o cercanías. Lo trascendental es el texto, porque disímiles
son las voces; cada poeta es un universo en sí mismo, y sólo cabe destacar de
él las características que lo diferencian de otro u otros poetas. Juan Carlos
Abril, primero como lector y luego como crítico, se adentra en el universo
poético de cada uno de los autores seleccionados y sus correspondientes
poemarios; nos da luz acerca de las poéticas actuales, desde una postura
neutra, imparcial, no sometida, de tal manera que abre las puertas y deja que
el aire novedoso de la joven poesía española entre y salga libremente.
Cuarenta
y cinco textos poéticos son los que analiza Juan Carlos Abril, no sin antes
recorrer los hechos historiográficos más significativos respecto a las poéticas
generacionales y a alguno de los movimientos o corrientes literarias, en
referencia clara a la poesía “de la experiencia” y “de la diferencia”, y que para el autor de este libro sólo
consistió en “una simple lucha por el poder que por un lado presentaba
propuestas estéticas poderosas y por otro unas cuantas quejas, como quien
quiere abrirse paso a codazos”. Lo importante, pues, para Abril es el “análisis
pormenorizado y textual”, algo que ha sido descuidado en demasía. Cada una de
las reseñas que componen este libro referidas a jóvenes poetas contiene el
rigor y la coherencia analítica de los textos seleccionados. Y en este sentido,
Juan Carlos Abril no solo es un ilusionado explorador de nuevas vías de
comunicación poética, sino un incansable estudioso de esa realidad. Sin duda alguna, “Lecturas de oro” es una acertada propuesta para comprobar el estado actual de la poesía
española.
Uno
de los grandes poetas del siglo XX es sin duda el cordobés Pablo
García Baena, cuya obra completa traemos a este espacio de lectura
(por gentileza de la librería Metáfora), con motivo de un
nuevo reconocimiento a su obra y trayectoria: el premio “Elio
Antonio de Nebrija de las Letras Andaluzas”, que concede anualmente
la Asociación Colegial de Escritores de España, sección autónoma
de Andalucía. Sirvan de introducción estas palabras del también
poeta Luis Antonio de Villena sobre Pablo García Baena: «He aquí
un poeta puro. Un poeta entregado intelectualmente tan sólo a
su misión. Un poeta que concibe clásicamente la poesía como rapto.
Como exaltación. Un poeta exquisito, alto y raro, con quien
(hasta no hace mucho) circunstancias y tiempo no fueron generosos.
Porque –y así empiezo contundentemente- Pablo García Baena es uno
de los tres mejores poetas de su generación (académicamente, la
primera de posguerra) y el mejor de su estilo…Un poeta
barroco, sensualista, personalista, esteticista y decadente, ¿entre
los mejores de una generación sellada por el compromiso, el
intimismo, la poesía social, existencialista o religiosa?» Pablo
García Baena es el poeta de “Cántico”, revista que fundara
junto a los poetas, también cordobeses, Juan Bernier y Ricardo
Molina.
Su obra, aunque no extensa, sí de una calidad
extraordinaria. Su primer poemario fue “Rumor oculto” (1946),
luego vendrían “Mientras cantan los pájaros” (1948), “Antiguo
muchacho”(1950), “Junio”(1957), “Óleo”(1958), “Almoneda”
(1971), “Antes que el tiempo acabe”(1978), “Fieles guirnaldas
fugitivas”(1990) y “Los campos elíseos”(2006), último
poemario hasta ahora y con el que obtuvo el “Premio Andalucía de
la Crítica, 2007”, un aval más a su trayectoria, además de los
obtenidos con anterioridad: Premio Príncipe de Asturias de las
Letras, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y Premio
Internacional de Poesía Federico García Lorca. La infancia, ese
espacio al que todo poeta vuelve y que García Baena evoca, desde la
nostalgia y la pasión, en su poemario “Antiguo muchacho”, cuando
escribe: «Alma feliz por siempre, pues lo fuiste un instante, /
vuelve, ligera corza de la dicha pasada, / junto al frío torrente
donde flota el recuerdo, donde la rosa última de fugitivas horas /
aún perfuma suave con su filtro de llanto». Mas los largos
silencios, la espera es un vino sagrado que nos aviva en la eterna
llama de la poesía verdadera, la que habita en Pablo García Baena.
Y EL AIRE DE LOS MAPAS
La
última entrega poética de José Carlos Rosales (Granada, 1952) y
publicada por la Fundación José Manuel Lara, coleccción Vandalia,
lleva por título “Y el aire de los mapas”. Cierra este poemario
un ciclo que comenzara con “El buzo incorregible”. Componen este
libro 45 poemas, curiosamente 15 por cada una de las partes que lo
componen: “El aire”, “Los mapas” “Y el aire de los mapas”.
Habría que preguntarse si los mapas como frontera, límite o
destino, espacio invisible y que el poeta trata como trasunto de
extrañamiento, de huida o exilio, en un viaje iniciático hacia
lugares desconocidos, incluido el viaje a las ideas. “Sin espacio o
sin aire no hay viaje posible”, ha señalado el poeta. La
importancia no estriba en los mapas, en sus señales físicas de
montañas, ríos o mares, sino en el viaje en sí, la ensoñación de
éste, porque al final o al principio –quién puede saberlo- las
huellas, sean del tipo que sean, se desvanecen, son borradas de una u
otra forma, quedando sólo la respiración, el hálito y latido de
los recuerdos, de la memoria que se obstina en devolvernos lo
aprehendido, lo vivido y trascendido. Por eso el poeta sabe que debe
traspasar la línea fronteriza y abismarse en la infinitud de la
nada, sentir el aire en la piel, en los huesos y dejarse llevar por
su azulada música hasta conquistar el único universo posible: la
palabra. Sentir el aire en su desnudez plena: «La tarde rutinaria
acude / y el aire le murmura al aire: / nada será como pensábamos,
/ nadie escoge su mapa, nadie / sale del cerco donde estuvo / una vez
olvidado, huido».
El viaje presente siempre, tal vez la huida como
salida hacia no se sabe dónde; caminar por senderos, navegar los
mares y ríos, crear la esperanza, ese espacio invisible en los
mapas: «Sólo el aire sin mapas, sólo el aire». El tiempo acude
con sabor a derrota, se cuela por las rendijas del ventanal y el
poeta resurge de la oscuridad para adentrarse en la luz del silencio
y la palabra, su frontera: «Siempre estarás inscrito en la aduana,
/ de sitio en sitio sin cambiar de sitio, / la frontera te sigue, no
se cansa». En la búsqueda de la verdad el poeta se abisma. Su viaje
no es producto del azar, y por ello, ansía vivir, descubrir nuevos
horizontes de felicidad individual y colectiva. Con este nuevo
poemario “Y el aire de los mapas”, además de cerrar un ciclo
poético de José Carlos Rosales viene a confirmarnos, también, la
excelencia de su poesía.
LOS SIGNOS DEL DERRUMBE, por José Antonio Santano
“El poeta no tiene más que las palabras: las palabras que
justifican, a veces, una vida”, escribe Pedro Orgambide
en la introducción al libro “Mario Benedetti. Antología
poética”. Y así es. El poeta enfrentado a la pantalla del
ordenador o al folio en blanco no posee sino las palabras, y con
ellas pretende alcanzar sus sueños, contagiarnos de su alegría o
sufrimiento. Muy adentro laten las palabras que poco a poco se
precipitan al vacío del papel hasta conformar un universo tan
complejo como mágico. En ese espacio de los silencios y signos,
brota la voz del poeta. Nada comparable al acto de la creación, ese
instante por el cual el poeta se transforma, se hace a sí mismo y
para el mundo un nuevo ser, una nueva alma.
Las palabras ocupan el tiempo del poeta, la vida entera. Un claro
ejemplo de lo que decimos es este nuevo libro “Los signos del
derrumbe”, de Antonio Rodríguez Jiménez
(Albacete, 1978), con el que obtuvo el XVIII
Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”.
Ya desde el título se nos advierte de la necesidad de cambiar, de
rebelarnos, traspasar la frontera del miedo para recuperar la
verdadera razón del ser, para restituirnos tras la pérdida de los
valores intrínsecos al hombre. Nos advierte el poeta –digo- de la
fragilidad y la inconsistencia de este tiempo que vivimos al
comprobar múltiples “signos del derrumbe”, y donde la lúcida
palabra sirve de acicate ante la individualidad y la codicia, el
abuso de poder, etc., etc. Antonio Rodríguez apela al lenguaje
poético para alertarnos del peligro de este tiempo, y lo hace desde
la elocuencia y la serenidad, con la palabra exacta en cada momento.
Tres partes fundamentales, además de un poema preludio componen “Los
signos del derrumbe”, un poemario coherente, obra de un
verdadero poeta, que no se contenta con el testimonio solo, sino que
se adentra en la oscuridad para luego remontar hasta la luz y
habitar, perpetuarse en ella. En “Descenso” Rodríguez Jiménez
nos advierte en su primer poema de esos “signos del derrumbe”:
«No
intentéis explicarle los signos del derrumbe.
La
libertad prefiere ungir solo a unos pocos
príncipes
de los márgenes.
Solo
los despojados y los dueños de todo
han
probado las mieles del desprecio absoluto».
También nos habla de esos rostros inexpresivos que habitan cada día
la pobreza, del descenso al centro de las ruinas: «Mira cómo se
extiende: / Es el silencio azul de la pobreza», de la tristeza en la
mirada de los vencidos y marginados, de su visión de la gran ciudad,
en la cual el hombre no es nadie ni nada. El poeta siempre alcanza el
otro lado del horizonte, mostrándonos un espacio narrativo poético
que mira más adentro, como en el caso del poema “Modelos
publicitarias”: «Sonriéndole al tráfico desde las marquesinas, /
felices, detenidas en la luz de un instante, / más allá de esta
ropa, / venden una ilusión, venden deseo, / la placidez de un mundo
diseñado a medida / como sus propios cuerpos de fingida belleza».
Marcada rebeldía de la palabra que no quiere volver a la oscuridad
del pasado, a la ciega ignorancia que nos abisma de nuevo a las
cavernas: «En Camerún están matando a un hombre / por declararse a
otro en un mensaje». El odio y la sinrazón regresan y el poeta no
puede sino proclamarse en el amor: «El odio es el refugio de los
desamparados, / y en las estrechas celdas de la fe y la barbarie /
amar alarma siempre mucho más que un cadáver». Observa el poeta el
decurso de la vida, el tiempo se detiene en sus pupilas, el tiempo en
una “Mañana de domingo”: «El niño de la silla, inmóvil,
sonriente; / la mujer encorvada que busca en la basura / y el sol
imperturbable lamiendo los cristales / de la digna miseria. Perro
mundo». En la segunda parte del libro “El signo insuficiente”
el poeta se enfrenta al acto mismo de la escritura, poeta y poema
frente a frente, la metapoesía como meta y objetivo último, el
poema como sujeto. La trascendencia de lo primigenio, de la creación
en sí misma: «Sueño con un mensaje que transcienda los límites /
y sea futura luz, reflejo cierto / para quienes esperan».
Título: Los signos del derrumbe
Autores: Antonio Rodríguez Jiménez
Editorial: Hiperión (Madrid, 2014)
Al buen poeta –la buena poesía- se distingue por un continuo
desangrarse en la palabra, su aroma impregna los sentidos hasta
hacernos desfallecer de alegría o de tristeza, da lo mismo. Lo
importante es ese instante mágico en el que nos adentramos en un
bosque desconocido donde poco a poco el asombro surge de la palabra,
de las palabras que flotan en el aire y surcan el espacio una y mil
veces mil, hasta construir con ellas nuestro propio abismo o paraíso,
la vida en su más pura esencia. La poesía es en sí misma
deslumbramiento, misterio, vértigo, dolor, explosión de colores y
risas. Es la poesía como un eco ensordecedor que se repite
incansablemente. Por eso el poeta vuelve casi siempre a los orígenes,
al principio de todo, porque ese es su territorio natural, y en sus
brazos se refugia hasta adormecerse muy lentamente. Poesía y
conocimiento para indagar en la condición humana, en la naturaleza
brío de lo soñado. Solo el poeta ante la nada, hundiendo la mirada
en el abismo del silencio para descubrir la ardentía de la palabra,
su fuego eterno. La poesía como un eco atronador que se repite hasta
la saciedad, compulsivo y tembloroso, arañando el tiempo en el
espacio añil del cielo, en sus numinosos ángulos. Hasta ellos, "Los
ángulos del cielo", remonta el vuelo el gran poeta
corodobés Alejandro López Andrada (Villanueva de Córdoba, 1957).
Y así es, la Naturaleza en
estado puro, el hecho diferencial y al mismo tiempo convergente de su
razón poética, de su mirada serena, el aval, la garantía cuando
surgen como truenos las palabras, las que poco a poco se quedan, y
anidan en el albo papel, alumbrando oscuridades o precipitándose al
vacío, la cara y la cruz, el latir de la vida al desnudo. "Los
ángulos del cielo" es un libro de madurez, equilibrado en su
construcción, acertado en la forma y el fondo, que huele a hierba
fresca y sabe a vino de bodega, explosión de los sentidos, también
un viaje al corazón de la naturaleza humana, un canto grito que
despierta del letargo en que vivimos, tan ajenos y lejanos. Con
"Lejanías", precisamente, se inicia este periplo de idas y
venidas, aglutinador de percepciones y visiones en un tiempo gris que
gravita en el aire y el asfalto de las ciudades, en las cuales el
hombre una sombra, un vencido más: «Ahora ya formo parte del dolor,
/ de la desolación / de una ciudad / que grita insomne en medio de
los parques, / donde no anidan ya las golondrinas». En “Claridades”,
el poeta mira hacia adentro, al fondo de sí mismo, en esa
búsqueda inagotable del amor: «Dentro de mí, / el silencio
escribe, a solas, / la lenta claridad de una mujer: / la única luz /
que me hace amar el mundo», y en ese errar por el mundo halla una
luz que le devuelve a la nostalgia, a la emoción de lo vivido, como
es el caso del poema “Parque del retiro”: «…en ese azul
dorado, / coloquial, de un parque de Madrid, / siento la vida, / la
lejanía exacta de aquel cielo / que sólo vi en los días de mi
infancia / y ahora regresa limpio…», correspondiente a la tercera
parte del libro “Huecos del cielo”. Mas el poeta escribe
desde su soledad de hombre y pájaro que asciende hasta las nubes, y
desciende luego de descubrir de nuevo esos “Horizontes”
ocultos tras la niebla de los días, en el óxido de las
vías de una estación cualquiera: «Llevo en mis pies / sin rumbo el
lento óxido / de los ferrocarriles, / la tristeza / del que no tiene
un sitio para huir / y avanza solo y ciego en el crepúsculo». El
poeta ante sí, desde “Interiores, proclama su singular
concepción de lo divino, para concluir con la mirada fija en “Los
ángulos del cielo”, que cierra el libro, en un prodigioso
“Contraluz” que devuelve al poeta a los orígenes, a la tierra
madre:«Al contraluz del cielo, veo los chopos […] mi tierra, mi
memoria, esa orfandad / de espacio / donde escribo lo que soy, / lo
que seré mañana y lo que he sido». Este libro, de bella y cuidada
edición, viene a confirmar, una vez más, la excelencia lírica de
Alejandro López Andrada, su sólida trayectoria, situándolo en un
lugar destacado del panorama poético español.
Título: Los ángulos del cielo
Autores: Alejandro López Andrada
Editorial: Valparaíso (Granada, 2014)
Con esta cita: «Que
la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde», de uno de los
grandes poetas de la Generación del 50, Jaime Gil de Biedma, se sirve el poeta
almeriense Aníbal García para mostrarnos sus “Pequeños desnudos”, el libro que mereció ser Premio Andaluz “Villa
de Peligros”, en su edición
de 2013. Y de la vida trata este poemario, tal vez de esas pequeñas cosas, pero
que no por ello dejan de ser importantes. La vida se nos escapa casi sin darnos
cuenta, por eso el poeta siempre está vigilante, fija su mirada en lo profundo,
en la hondura del tiempo para arrancarle la esencia misma del ser, como si se
tratara de vivir intensa y dignamente hasta el último segundo. Está compuesto
el libro por un total de dieciocho poemas de temática variada y en los cuales
hallamos la influencia de otros poetas, como es el caso de Luis García Montero,
Claudio Rodríguez, Joan Margarit o Ángel González, entre otros. Quizá la más
predominante sea la de Luis García Montero, del que toma unos versos para
iniciar el primero de los poemas que contiene el libro, de título “Que
la vida te trate dignamente” y
del que extraemos algunos versos: «Por si ya no nos vemos / que la vida te
trate dignamente. / Que un mar sin
nombre bañe tus pupilas / en las noches de luna / y que todos los sueños, / uno
a uno, / se te vayan cumpliendo». Es el deseo de vivir cada segundo como si
fuera el último. Así nos recuerda ese instante del adiós definitivo al padre,
en su particular elegía “Despedida”, que dedica a sus hermanos, donde puede
vislumbrarse el fuego de la casa y los enseres que son recuerdos de lo vivido
en la imagen del padre perpetuándose en los objetos, en las paredes, en todas y
cada una de cosas que fueron un día parte de la vida: «Las paredes se quitan a
jirones / la pintura marrón / para mostrar el blanco de su alma / y el verde de
sus orlas / a los cinco herederos / que han llegado con él a mediodía / para
decir adiós y recoger / las pertenencias últimas». Lo vivido como reclamo de la
luz, de la verdad poética, las secuencias progresivas que la contienen, al
igual que sucede con los fotogramas de las películas en color o en blanco y
negro, y en la cual las descripciones conforman un submundo en la voz del
poeta, como ocurre con el poema “1978”, que rememora los primeros días de la transición política
española, vista con los ojos de la infancia: «Aquel año murieron / Blas de
Otero y Santiago Bernabeu / y fue ratificada nuestra Constitución. / El miedo
era un cuchillo que segaba las calles / detrás de las banderas, / pero soñaba
el sol una luz diminuta / en los barrios obreros». En ella, la infancia, otra
tierra, Cataluña, una madre que minaba sus ojos remendando trajes de payeses o
un padre que transportaba turistas; la infancia en blanco y negro.
Pero también
existe en el poeta un cierto, cabría decir, voyerismo poético, cuando quiere
ver a través de las paredes cuanto sucede en otros hogares, o al menos,
imaginarlo, en los vecinos del quinto piso,
del tercero o del ático, hasta despertar por los gritos de la mujer del
cuarto: «Algunos han notado el terremoto / que hubo a las cuatro y media de la
noche / y todos despertaron con los gritos / de la mujer del cuarto / después
de recibir otra paliza. / Las calles, a pesar de su silencio, / lo saben hace
años: / detrás de las paredes / las historias son siempre más reales». En “Pequeños
desnudos” el poeta retrata
la vida misma, lo cotidiano es expresión de la realidad trascendida, caso del
poema “Soledad”: «Debo
reconocer / que me gusta estar solo / en la quietud ardida de mi casa. […] Me
gusta disfrutar la soledad. / Porque la
soledad lleva en su sombra / la desnudez del cuerpo que nos vive / sin aristas,
/ sin esquinas, / sin tiniebla, y nos ofrece la oportunidad /de conocernos a
nosotros mismos». De la experiencia el poeta recibe el don de la palabra y con
ella vuela hacia lugares emblemáticos, míticos, a ciudades que se exponen a ser
diseccionadas en su semblanza tal es Granada, así el verso fluye por las calles
del Albaicín o el Generalife, la Alhambra o el Paseo de los Tristes. La mirada
del poeta se transforma entonces para mostrarnos la urbe y sus habitantes, a esos
“pequeños desnudos” de la vida diaria que nos hacen, quizá, más humanos y
solidarios, y en ese tránsito hacia las esencias se escribe el último poema “Diciembre”: «…quizá el próximo año / diciembre duela
menos, / quizá nosotros, hijos de las luces, / nos sintamos distintos, quizá
otro año diciembre amanezca con nieve / en todas las ciudades». Ánibal García
ha mezclado en su alambique conocimiento, palabra y emoción, tres ingredientes
imprescindibles para alcanzar esa pócima o brebaje mágico llamado poesía.
Título: Pequeños desnudos
Autores: Aníbal García Rodríguez
Editorial: Diputación de Granada (Granada, 2014)
El amor es un bien escaso, aunque pueda dar la sensación de todo lo
contrario debido, fundamentalmente, a la frecuencia con la cual se
pronuncia esa palabra. Existen aún demasiadas barreras y
limitaciones para el amor pleno, ese que nace sin condiciones, el que
se entrega al otro sin pedir nada a cambio, libre y libres el alma y
la piel, dejando que los labios besen cada palmo de carne, el que es
un solo cuerpo y espíritu, una sola voz y un único deseo, el mismo
sueño repetido hasta la saciedad, perpetuándose en el tiempo, como
si nada ni nadie existiera, solos los amantes y el leve y ardiente
rumor de sus besos. Nada iguala ese momento que acelera el latido
hasta alcanzar el éxtasis o la culminación del amor. Hallar la
compenetración de los sentidos y el tacto de las sílabas sobre el
amado, vaciarse en el otro hasta el paroxismo después del ciego
resplandor de los cuerpos sobre el lecho, uno frente al otro, como si
fuera el último segundo de vida. De este Amor, con mayúscula, trata
el poemario “Eros en el espejo”, concebido y escrito por
los poetas Pepe Criado y Antonio Carbonell en un acto de absoluta
pasión, despojándose de toda vestidura para presentarse libres ante
el mundo, libres ante el espejo, en un canto a dos voces único, que
desvela la verdadera naturaleza del ser humano, esa que nace y crece
del conocimiento y la tolerancia, también de la bondad y el amor.
“Eros en el espejo” es una experiencia vivencial que nos
acerca al amor pleno, íntegro, sentido como solo saben hacerlo los
amantes, en la esplendente desnudez de los cuerpos y ante todos,
mostrándosenos tal es, sin disfraces o artificios, sin engaño
alguno.
Y así leemos, precediendo al poema una cita de Valente,“Y
yo lato en ti”: «Magmática quietud, / me desnudan, en la
mañana, / tus olas. / A la tarde, / eres tú marejada, / pericia de
oleaje / en mi soledad». El espejo refleja los cuerpos sobre el
lecho y los amantes abismándose el uno en los ojos del otro,
sintiéndose en la plenitud y en ese temblor indescriptible que sube
y acaricia la piel. El poemario recuerda algunos versos del
“Cancionero andalusí”, de Ibn Quzmān: «Bebe vino, besa
a quien amas y deja reventar a los que te envidian», en alusión a
esos advenedizos que nada entienden del amor porque nunca amaron. No
hay frontera o muro insalvable cuando se trata del Amor. No existe
fuerza capaz de destruirlo cuando está cimentado en la entrega
absoluta y en la pasión; vuele hacia las más altas torres o
descienda a la sima más oscura e impenetrable, de todos estos lances
saldrá airoso. Y esto ocurre entre estos poetas y amantes que al
unísono han bebido del Amor y la palabra, que han sentido en sus
entrañas su sacudida y gemido, su luz cegadora:«Sí a los gemidos,
/ al compromiso de la tierra / en este hombre que me ama. / Sí al
humano calor / en voluntad de luz / cuando mi amor por él / es
sinrazón y bondad». La palabra precisa, la que es capaz de alterar
el curso de los días y las noches amorosas, porque en ella habita el
fuego que abrasa, que destierra la impostura para crear un universo
nuevo y distinto, el de los amantes entregados a la vida: «Él se
busca / y el espejo le llama él. / Él goza / y la piel le nombra
él. / Él y él, apenas dos hombres que se aman». Nada exige el uno
al otro, sólo la complicidad de los gestos y el silencio que recorre
la estancia cuando cae la tarde, y en el aire el misterio, la mística
de la palabra que vuelve a ser regalo en la soledad de la noche,
cuando las manos ateridas buscándose se rozan y se enlazan, en la
eternidad de la alcoba: «No pido nada, / su sombra y su luz, / la
voz oceánica de la marea. / No pido nada, un sol y sus lunas, / la
savia abundante. / No pido nada, sin temor en sus brazos / amo».
Del
mar tenebroso y la oscuridad, de la ignominia y el odio, a la luz de
la palabra hallada en la poesía desnuda y conmovedora de Antonio
Carbonell y Pepe Criado en aras de la verdad –su verdad- amatoria,
libres para el deleite, gozosos y puros. Sincero y bello a la vez
este poemario escrito a cuatro manos, en esa búsqueda de otros
mundos y otras percepciones que compartir con los demás,
socializadora de la pasión y el vértigo amoroso: «Y póstrate para
mí al galope, / enloquecido jinete / en la voracidad del vértigo».
Ciertamente, y como dicen Mar Verdejo y Sensi Falán en el prólogo
“somos testigos de la declaración más pura de Amor, siendo el
Amor el fundamento de la existencia, quedando los amantes al amor
consagrados y Eros en el Espejo”, una obra alentadora, sensual
y valiente, que nos descubre otras maneras de vivir y entender el
mundo, desde una perspectiva conceptual de la poesía como sustancia
sanadora. Un encuentro necesario en un tiempo en el que la libertad
se halla continuamente amenazada.
Cómo
explicar lo que se siente cuando te adentras en las entrañas de un
libro. Ese acto primero de asirlo entre las manos, acariciar la
cubierta y leer la palabra escrita que sobre ella se muestra,
embriagarse con el aroma de su piel y dejarse llevar, sin más.
Sentir que los dedos se precipitan y buscan trémulos el vuelo de la
voz contenida en cada letra, en cada sílaba, hasta vivir en la
palabra la vida misma, otras vidas. Sucede que ese es un momento
único y mágico, del que nada ni nadie puede sustraerte. Placer de
dioses hallar entre las páginas de un libro la palabra capaz de
hacerte vibrar, de conmoverte desde el mismo instante y hora que
inicias su lectura. Cuando esa palabra se reviste del oro de la
poesía, algo más intenso e inexplicable acontece.
El rumor del
silencio que habita todo acto de creación se hace grandioso, único,
porque en él la existencia del misterio lo amplifica en su esencia
misma. En el poemario “Ninguna parte”,
de José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956) hallaremos todo eso
y más. Al cuidado del sello editorial “La
Isla de Siltolá”, capitaneado por el
también poeta Javier Sánchez Menéndez, “Ningua
parte” es el resultado de más de un
lustro de trabajo (2006-2013). Será la presencia del tiempo una
constante en su poesía, su influencia sobre lo cotidiano y la
necesaria reflexión de la realidad, algunas de las claves para
comprender su obra poética, este ir y venir, tal vez, hacia “Ninguna
parte”. El poemario contiene cuatro
capítulos bien diferenciados: “Patologías”, “Deshielo”,
“Piedra caliza” y “Y todo lo demás”. Para el poeta la
experiencia de lo vivido es esencia en la herida, en el dolor o la
enfermedad, como así lo refleja desde el primer poema de
“Patologías”, cuando recuerda al padre: «A veces su mirada
resucita. / Posiciona en un mapa / imágenes dispersas. / Su voluntad
es tacto / que gira el picaporte / para abrir desde dentro / la
puerta infranqueable»; el transcurrir de los años, la muerte de los
ahogados o la desmemoria: «Sobrecoge que no sepas quién eres, / que
olvides quiénes somos, / o que mires las cosas / con los ojos / de
una memoria estéril. / Cruzas sola / el dormido país de los
lotófagos. / Estás lejos de ti, / pero nos perteneces»; también
el desaliento, la incertidumbre, el vacío: «Se ha instalado en mis
días / una oquedad que absorbe.[…] Salgo fuera; / respiro el aire
seco del vacío». La segunda parte, “Deshielo”, abre con una
cita de César Vallejo (“Quisiera hoy ser feliz de buena gana…”),
que Morante asume como anhelo también de presente, del hoy,
en esa búsqueda incesante del amor, del yo en ti: «En este andén
fugaz / desando el día / para buscarte al fondo de la noche». Y en
ese continuo devenir, de estar y no estar que nos consume, el poeta
ahonda en su interior hasta hallar su propia voz: «Todos estamos /
bajo la tormenta[…] Nadie enciende la lámpara / porque en casa una
luz / alumbra firme. / Vivo solo. Contigo».
El poeta sabe que vivir
es desentrañar el misterio, descender al infierno mismo y alzar el
vuelo hacia el espacio sideral sin mirar atrás, reafirmándose en el
eco de la palabra escrita sobre el albo papel; sentirse “náufrago”,
verse en los “rostros de Jano” hasta alcanzar y compartir los
sueños; convertir el yo en tú y el tú en nosotros al tiempo que se
intenta elegir un camino, cierto o no: «No sé qué itinerario me
conviene, / si el que deja constancia de huellas conocidas / o el que
la traza por primera vez», porque consciente o inconscientemente
sucede que «la historia se repite. / Somos polvo; la primavera
pasa», en alusión al tiempo y a la vida. Morante interioriza lo
vivido, hasta el punto de convertir lo sencillo en trascendental, en
algo vivo, luciente, necesario. Once epitafios contienen la tercera
parte, titulada “Piedra caliza”, que abre con citas de Stanislaw
J. Lec y de Epicuro. La muerte y sus silencios se incrustan en el ser
del poeta hasta componer una melodía armónica de esa única y
absoluta verdad: «En su artesana construcción del silencio, / la
muerte no reconoce / ninguna otra verdad».
El mundo que le rodea, la
rutina de los días, a veces asfixiante, deja en el poeta una
sensación continua de desazón, de desamparo en este tiempo de
extrañamiento: «No hay respuestas; / la pureza del aire / habita el
desamparo»; la vida es un continuo abismarse en el vacío hasta
formar parte de ese nada: «Ahora vivo debajo, / con vocación de
sima. […] Nada sucede aquí; / nada sucede», si bien un hilo de
esperanza nace siempre para reanudar de nuevo el camino: «En un
reloj sin tiempo, / ensordecido / busco un lugar / para empezar de
nuevo». La última y cuarta parte, de título “Y todo lo
demás”, habría que añadirle “es literatura”,
como reza la cita de Verlaine. La literatura es el refugio del
poeta, su vida, que repasa en el poema “Balance”: «Hoy asalgo a
respirar. No pido mucho: / convivir entre libros y objetos
familiares…[…] con la escueta esperanza / de un porvenir que
llegue / cualquier día». José Luis Morante, poeta de honda mirada
y palabra diamantina.
Título:
Ninguna parte
Autor: José
Luis Morante
Editorial:
La Isla de Siltolá (Sevilla, 2013)