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Sulayr, dame cobijo. Ángel Fábregas.




SULAYR, DAME COBIJO


 “Sulayr es el nombre que dieron los árabes a Sierra Nevada. A su vez es la arabización de Mons Solarius, la montaña del sol de los romanos”, nos aclara Ángel Fábregas en las páginas preliminares de su novela “Sulayr, dame cobijo”, una historia de resistencia y libertad, de supervivencia y heroicidad ante uno de los hechos de la posguerra española más dramáticos también, si se tienen en cuenta las circunstancias que rodearon la insumisión que dio lugar al maquis español. La consecuencia de un golpe de estado, la ascensión al poder de su autor, el dictador Francisco Franco, y la defensa a ultranza de las libertades con la propia vida dio lugar a la sublevación, a la resistencia y lucha armada ante la opresión y la ofensa continua, la humillación a que fueron sometidos los pueblos los habitantes de los pueblos de España, con más inquina los serranos, por la existencia de la guerrilla antifascista. Uno de esos pueblos fue Ugijar, en la alpujarra granadina y limítrofe de la provincia de Almería: “El tiempo en esta aparente Arcadia transcurría despacio al ritmo de las faenas del camo, con el soniquete rítmico y monónoto de los cascos de las bestias de carga repicando sobre las calles empedradas o los gritos de la chiquillería al salir de la escuela jugando al escondite y a la rayuela” (pág. 11). Pero ese ambiente tranquilo y rutinario de este pueblo alpujarreño contrasta con otro bien distinto, el que anida en sus habitantes, nos referimos a ese que se siente y entristece las miradas: “El miedo al vecino, al hambre que acecha en las tormentas de octubre, que a menudo destrozan los cultivos, o a la enfermedad que seguía al hambre, con sus rostro de tisis, d tracoma o de pulmonía, se reflejaba en gestos huidizos, en miradas desconfiadas. Un temor cerval que llevaba a la mayoría del trabajo de sol a sol a sus moradas, sin pasar siquiera un rato por la taberna para echar un vaso de vino y que mantenía a todos cuando conversaban en un tono de permanente voz baja ” (pág. 12). En esta situación vivía Fernando Almazán, el médico del pueblo y protagonista de esta novela primera de Ángel Fábregas.
 El médico luchó en el bando de los vencedores, pero no odia, incluso puede que sienta una cierta empatía con los vencidos e insumisos. Su secuestro por un grupo de maquis cambiará su vida. El discurso narrativo se inicia “ab ovo”, con presencia puntual de diálogos, y de un narrador omnisciente. Una ópera prima donde el lector pasará del intento de fuga del médico secuestrado al reencuentro con el amor, que cambiará su concepción del mundo y hará de él un hombre nuevo. Una novela que rescata dignamente “la memoria histórica”. Una lectura recomendable. 

Sulayr, dame cobijo. Ángel Fábregas.




SULAYR, DAME COBIJO


 “Sulayr es el nombre que dieron los árabes a Sierra Nevada. A su vez es la arabización de Mons Solarius, la montaña del sol de los romanos”, nos aclara Ángel Fábregas en las páginas preliminares de su novela “Sulayr, dame cobijo”, una historia de resistencia y libertad, de supervivencia y heroicidad ante uno de los hechos de la posguerra española más dramáticos también, si se tienen en cuenta las circunstancias que rodearon la insumisión que dio lugar al maquis español. La consecuencia de un golpe de estado, la ascensión al poder de su autor, el dictador Francisco Franco, y la defensa a ultranza de las libertades con la propia vida dio lugar a la sublevación, a la resistencia y lucha armada ante la opresión y la ofensa continua, la humillación a que fueron sometidos los pueblos los habitantes de los pueblos de España, con más inquina los serranos, por la existencia de la guerrilla antifascista. Uno de esos pueblos fue Ugijar, en la alpujarra granadina y limítrofe de la provincia de Almería: “El tiempo en esta aparente Arcadia transcurría despacio al ritmo de las faenas del camo, con el soniquete rítmico y monónoto de los cascos de las bestias de carga repicando sobre las calles empedradas o los gritos de la chiquillería al salir de la escuela jugando al escondite y a la rayuela” (pág. 11). Pero ese ambiente tranquilo y rutinario de este pueblo alpujarreño contrasta con otro bien distinto, el que anida en sus habitantes, nos referimos a ese que se siente y entristece las miradas: “El miedo al vecino, al hambre que acecha en las tormentas de octubre, que a menudo destrozan los cultivos, o a la enfermedad que seguía al hambre, con sus rostro de tisis, d tracoma o de pulmonía, se reflejaba en gestos huidizos, en miradas desconfiadas. Un temor cerval que llevaba a la mayoría del trabajo de sol a sol a sus moradas, sin pasar siquiera un rato por la taberna para echar un vaso de vino y que mantenía a todos cuando conversaban en un tono de permanente voz baja ” (pág. 12). En esta situación vivía Fernando Almazán, el médico del pueblo y protagonista de esta novela primera de Ángel Fábregas.
 El médico luchó en el bando de los vencedores, pero no odia, incluso puede que sienta una cierta empatía con los vencidos e insumisos. Su secuestro por un grupo de maquis cambiará su vida. El discurso narrativo se inicia “ab ovo”, con presencia puntual de diálogos, y de un narrador omnisciente. Una ópera prima donde el lector pasará del intento de fuga del médico secuestrado al reencuentro con el amor, que cambiará su concepción del mundo y hará de él un hombre nuevo. Una novela que rescata dignamente “la memoria histórica”. Una lectura recomendable. 

Todo el dolor del viento. Salón de lectura





 
Nadie podrá callar la voz de los poetas, esa que vuela en alas de mariposa o ave por el firmamento y que es luz y sombra al mismo tiempo, alegría y llanto, silencio y grito. Bien lo saben los poetas nacidos en la vega o las sierras de Granada, en la infinitud de los atardeceres de la Alhambra, en el Paseo de los Tristes o a orillas del Darro, en la magia del Albaicín, cuando todo parece extinguirse en el fuego de los días. Muchos son los poetas granadinos que han hecho de la palabra poética su verdadera patria, también de la amistad su bandera, el verbo como único horizonte. Entre esos grandes poetas granadinos se encuentra, sin ningún género de duda, Enrique Morón (Cádiar, 1942) y del que comentamos su última obra “Todo el dolor del viento”. Toda la verdad poética de Enrique Morón, desnuda, “A la intemperie”, porque el poeta sabe de la herida y el silencio, de las huellas que deja el tiempo en la carne y en la piedra, la soledad vivida, las noches con sus muertes: “Estas tres muerte, digo, / lejanas en el tiempo, / han dejado una marca en este cuerpo / que no han podido ni borrar los años: / la amarga soledad”.

De esta forma, Morón se adentra en los misterios de la vida, y se refugia donde siempre lo hizo, en la Naturaleza, y con ella entabla un diálogo de igual a igual ante el asombro siempre del vuelo de los sueños y los años. Nada escapa a su declarado existencialismo, a la hondura de su conocimiento y a su voz de aurora en los nogales, alejado de los hombres: “Busco refugio en la sombra / de los viejos nogales. / No espero demasiado de los hombres, / mas quizás el paisaje / humanice mis párpados”. La fuerza de la tradición clásica se hace verbo y luz en sus versos, que brotan, al tiempo de los años, como “Breve asombro” de campanas en la levedad de las tardes infantiles: “Todo queda tan lejos / como las lontananzas / y por instantes, / cual suspiro de azúcar en el agua, / me voy inexistiendo / en cada golpe de campana”. Morón es un poeta de serena mirada, enraizado a la tierra y a los nombres: “Este es mi orgullo y estas son / pulcras mis credenciales: soy Enrique / Morón. Hijo de Antonio / y Trinidad. Alpujarreño”, unido a la vida por el don de la palabra: “Nunca sabemos donde / encontrar la verdad. / Las palabras son como / una música ciega / con sus ecos perdidos y aventados / al asombro del cosmos”. Camina Morón por los senderos de una luz amorosa, por el interior de una balada que no cesa nunca. De la vida aprendió a ser silencio y bruma en otoño, a contener la tristeza, a ser soledad: ”De tanta soledad se me ha caído / mi corazón al suelo”, todo el dolor del viento en las noches del valle. 

Todo el dolor del viento. Salón de lectura





 
Nadie podrá callar la voz de los poetas, esa que vuela en alas de mariposa o ave por el firmamento y que es luz y sombra al mismo tiempo, alegría y llanto, silencio y grito. Bien lo saben los poetas nacidos en la vega o las sierras de Granada, en la infinitud de los atardeceres de la Alhambra, en el Paseo de los Tristes o a orillas del Darro, en la magia del Albaicín, cuando todo parece extinguirse en el fuego de los días. Muchos son los poetas granadinos que han hecho de la palabra poética su verdadera patria, también de la amistad su bandera, el verbo como único horizonte. Entre esos grandes poetas granadinos se encuentra, sin ningún género de duda, Enrique Morón (Cádiar, 1942) y del que comentamos su última obra “Todo el dolor del viento”. Toda la verdad poética de Enrique Morón, desnuda, “A la intemperie”, porque el poeta sabe de la herida y el silencio, de las huellas que deja el tiempo en la carne y en la piedra, la soledad vivida, las noches con sus muertes: “Estas tres muerte, digo, / lejanas en el tiempo, / han dejado una marca en este cuerpo / que no han podido ni borrar los años: / la amarga soledad”.

De esta forma, Morón se adentra en los misterios de la vida, y se refugia donde siempre lo hizo, en la Naturaleza, y con ella entabla un diálogo de igual a igual ante el asombro siempre del vuelo de los sueños y los años. Nada escapa a su declarado existencialismo, a la hondura de su conocimiento y a su voz de aurora en los nogales, alejado de los hombres: “Busco refugio en la sombra / de los viejos nogales. / No espero demasiado de los hombres, / mas quizás el paisaje / humanice mis párpados”. La fuerza de la tradición clásica se hace verbo y luz en sus versos, que brotan, al tiempo de los años, como “Breve asombro” de campanas en la levedad de las tardes infantiles: “Todo queda tan lejos / como las lontananzas / y por instantes, / cual suspiro de azúcar en el agua, / me voy inexistiendo / en cada golpe de campana”. Morón es un poeta de serena mirada, enraizado a la tierra y a los nombres: “Este es mi orgullo y estas son / pulcras mis credenciales: soy Enrique / Morón. Hijo de Antonio / y Trinidad. Alpujarreño”, unido a la vida por el don de la palabra: “Nunca sabemos donde / encontrar la verdad. / Las palabras son como / una música ciega / con sus ecos perdidos y aventados / al asombro del cosmos”. Camina Morón por los senderos de una luz amorosa, por el interior de una balada que no cesa nunca. De la vida aprendió a ser silencio y bruma en otoño, a contener la tristeza, a ser soledad: ”De tanta soledad se me ha caído / mi corazón al suelo”, todo el dolor del viento en las noches del valle. 

José Antonio Santano. "Todo el dolor del viento" de Enrique Morón


TODO EL DOLOR DEL VIENTO


 
Nadie podrá callar la voz de los poetas, esa que vuela en alas de mariposa o ave por el firmamento y que es luz y sombra al mismo tiempo, alegría y llanto, silencio y grito. Bien lo saben los poetas nacidos en la vega o las sierras de Granada, en la infinitud de los atardeceres de la Alhambra, en el Paseo de los Tristes o a orillas del Darro, en la magia del Albaicín, cuando todo parece extinguirse en el fuego de los días. Muchos son los poetas granadinos que han hecho de la palabra poética su verdadera patria, también de la amistad su bandera, el verbo como único horizonte. Entre esos grandes poetas granadinos se encuentra, sin ningún género de duda, Enrique Morón (Cádiar, 1942) y del que comentamos su última obra “Todo el dolor del viento”. Toda la verdad poética de Enrique Morón, desnuda, “A la intemperie”, porque el poeta sabe de la herida y el silencio, de las huellas que deja el tiempo en la carne y en la piedra, la soledad vivida, las noches con sus muertes: “Estas tres muerte, digo, / lejanas en el tiempo, / han dejado una marca en este cuerpo / que no han podido ni borrar los años: / la amarga soledad”.

De esta forma, Morón se adentra en los misterios de la vida, y se refugia donde siempre lo hizo, en la Naturaleza, y con ella entabla un diálogo de igual a igual ante el asombro siempre del vuelo de los sueños y los años. Nada escapa a su declarado existencialismo, a la hondura de su conocimiento y a su voz de aurora en los nogales, alejado de los hombres: “Busco refugio en la sombra / de los viejos nogales. / No espero demasiado de los hombres, / mas quizás el paisaje / humanice mis párpados”. La fuerza de la tradición clásica se hace verbo y luz en sus versos, que brotan, al tiempo de los años, como “Breve asombro” de campanas en la levedad de las tardes infantiles: “Todo queda tan lejos / como las lontananzas / y por instantes, / cual suspiro de azúcar en el agua, / me voy inexistiendo / en cada golpe de campana”. Morón es un poeta de serena mirada, enraizado a la tierra y a los nombres: “Este es mi orgullo y estas son / pulcras mis credenciales: soy Enrique / Morón. Hijo de Antonio / y Trinidad. Alpujarreño”, unido a la vida por el don de la palabra: “Nunca sabemos donde / encontrar la verdad. / Las palabras son como / una música ciega / con sus ecos perdidos y aventados / al asombro del cosmos”. Camina Morón por los senderos de una luz amorosa, por el interior de una balada que no cesa nunca. De la vida aprendió a ser silencio y bruma en otoño, a contener la tristeza, a ser soledad: ”De tanta soledad se me ha caído / mi corazón al suelo”, todo el dolor del viento en las noches del valle. 

José Antonio Santano. "Todo el dolor del viento" de Enrique Morón


TODO EL DOLOR DEL VIENTO


 
Nadie podrá callar la voz de los poetas, esa que vuela en alas de mariposa o ave por el firmamento y que es luz y sombra al mismo tiempo, alegría y llanto, silencio y grito. Bien lo saben los poetas nacidos en la vega o las sierras de Granada, en la infinitud de los atardeceres de la Alhambra, en el Paseo de los Tristes o a orillas del Darro, en la magia del Albaicín, cuando todo parece extinguirse en el fuego de los días. Muchos son los poetas granadinos que han hecho de la palabra poética su verdadera patria, también de la amistad su bandera, el verbo como único horizonte. Entre esos grandes poetas granadinos se encuentra, sin ningún género de duda, Enrique Morón (Cádiar, 1942) y del que comentamos su última obra “Todo el dolor del viento”. Toda la verdad poética de Enrique Morón, desnuda, “A la intemperie”, porque el poeta sabe de la herida y el silencio, de las huellas que deja el tiempo en la carne y en la piedra, la soledad vivida, las noches con sus muertes: “Estas tres muerte, digo, / lejanas en el tiempo, / han dejado una marca en este cuerpo / que no han podido ni borrar los años: / la amarga soledad”.

De esta forma, Morón se adentra en los misterios de la vida, y se refugia donde siempre lo hizo, en la Naturaleza, y con ella entabla un diálogo de igual a igual ante el asombro siempre del vuelo de los sueños y los años. Nada escapa a su declarado existencialismo, a la hondura de su conocimiento y a su voz de aurora en los nogales, alejado de los hombres: “Busco refugio en la sombra / de los viejos nogales. / No espero demasiado de los hombres, / mas quizás el paisaje / humanice mis párpados”. La fuerza de la tradición clásica se hace verbo y luz en sus versos, que brotan, al tiempo de los años, como “Breve asombro” de campanas en la levedad de las tardes infantiles: “Todo queda tan lejos / como las lontananzas / y por instantes, / cual suspiro de azúcar en el agua, / me voy inexistiendo / en cada golpe de campana”. Morón es un poeta de serena mirada, enraizado a la tierra y a los nombres: “Este es mi orgullo y estas son / pulcras mis credenciales: soy Enrique / Morón. Hijo de Antonio / y Trinidad. Alpujarreño”, unido a la vida por el don de la palabra: “Nunca sabemos donde / encontrar la verdad. / Las palabras son como / una música ciega / con sus ecos perdidos y aventados / al asombro del cosmos”. Camina Morón por los senderos de una luz amorosa, por el interior de una balada que no cesa nunca. De la vida aprendió a ser silencio y bruma en otoño, a contener la tristeza, a ser soledad: ”De tanta soledad se me ha caído / mi corazón al suelo”, todo el dolor del viento en las noches del valle. 

Siete caminos para Beatriz.




SIETE CAMINOS PARA BEATRIZ


 El poeta aspira a construir su propio universo. Es un viaje necesario, imprescindible si se quiere alcanzar el objetivo final. La palabra es el instrumento más valioso, la piedra filosofal, el núcleo, la esencia del viaje. A veces, el poeta prefiere recorrerlo solo, y otras, se hace preciso de un acompañamiento real o ficticio, porque a fin de cuentas lo importante es la creación en sí misma, el proceso por el cual se deja ser y se es en otro, ayudado por la soledad y el silencio que impera en el propio proceso creativo. A “Siete caminos para Beatriz”, de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) le sucede algo así. Bebe de la tradición clásica enteramente, “La divina comedia”, de Dante y por ende, la figura de Beatriz es el origen, y en su intertextualidad, los versos contenidos en ”Siente camino para Beatriz”, un texto complejo, que precisa de una lectura muy atenta para comprender el universo al que nos traslada, en pleno siglo XXI, su autor. Pérez Zúñiga se vale de la obra de Dante, y en la figura de la amada, Beatriz, fantasía o realidad no importa, para sugerirnos el latido del mundo real, el de hoy, el de la globalización. Y por eso mismo el poeta se abisma hasta el Infierno de Dante, toma prestado el primer verso del Canto I: “Nel mezzo del cammin di nostra vita” (A mitad del camino de la vida), para iniciar este viaje al mundo de los sueños, y lo hará en compañía de Beatriz , guía de esos “Siete caminos” (como siete son los pecados capitales), reflejo del viaje de Dante y Virgilio por el Infierno, Purgatorio y Paraíso, pero escrito desde la modernidad y la viveza del lenguaje.

En “Beatriz”, primera parte del libro, leemos: “Yo te escribo Beatriz cartas oscuras / en el visor de mis prismáticos / mientras desciendo círculos del valle / en el cráter de la Isla de los muertos / allá arriba radiantes cordilleras que llaman Purgatorio / donde dicen que aludes de nieve te sepultan…”. La brevedad de los versos unas veces y su generosa extensión otras se alternan en los poemas que muestra el poeta “La Isla de los muertos”, “Parque de atracciones”, “La noche” y “Paraíso”. Pérez Zúñiga se deja llevar por el eco de la palabra, por su el sonido metálico de los nombres y adjetivos que fluyen sin parar, como así también la noche en sus sombras o la luz contenida en los sonetos finales del “Paraíso”, y de los que extraemos los dos tercetos del poema “Las manos de Beatriz”: “Recogieron las piedras de mi vida / y las sembraron por el bosque oscuro. / Cuando llegué de mí, fuiste la casa. // Déjalas pues conmigo, que las pida, / y déjame a tu lado el tiempo puro, / el tiempo que nos quiere y que nos pasa”. El poeta en su hondura. 

Siete caminos para Beatriz.




SIETE CAMINOS PARA BEATRIZ


 El poeta aspira a construir su propio universo. Es un viaje necesario, imprescindible si se quiere alcanzar el objetivo final. La palabra es el instrumento más valioso, la piedra filosofal, el núcleo, la esencia del viaje. A veces, el poeta prefiere recorrerlo solo, y otras, se hace preciso de un acompañamiento real o ficticio, porque a fin de cuentas lo importante es la creación en sí misma, el proceso por el cual se deja ser y se es en otro, ayudado por la soledad y el silencio que impera en el propio proceso creativo. A “Siete caminos para Beatriz”, de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) le sucede algo así. Bebe de la tradición clásica enteramente, “La divina comedia”, de Dante y por ende, la figura de Beatriz es el origen, y en su intertextualidad, los versos contenidos en ”Siente camino para Beatriz”, un texto complejo, que precisa de una lectura muy atenta para comprender el universo al que nos traslada, en pleno siglo XXI, su autor. Pérez Zúñiga se vale de la obra de Dante, y en la figura de la amada, Beatriz, fantasía o realidad no importa, para sugerirnos el latido del mundo real, el de hoy, el de la globalización. Y por eso mismo el poeta se abisma hasta el Infierno de Dante, toma prestado el primer verso del Canto I: “Nel mezzo del cammin di nostra vita” (A mitad del camino de la vida), para iniciar este viaje al mundo de los sueños, y lo hará en compañía de Beatriz , guía de esos “Siete caminos” (como siete son los pecados capitales), reflejo del viaje de Dante y Virgilio por el Infierno, Purgatorio y Paraíso, pero escrito desde la modernidad y la viveza del lenguaje.

En “Beatriz”, primera parte del libro, leemos: “Yo te escribo Beatriz cartas oscuras / en el visor de mis prismáticos / mientras desciendo círculos del valle / en el cráter de la Isla de los muertos / allá arriba radiantes cordilleras que llaman Purgatorio / donde dicen que aludes de nieve te sepultan…”. La brevedad de los versos unas veces y su generosa extensión otras se alternan en los poemas que muestra el poeta “La Isla de los muertos”, “Parque de atracciones”, “La noche” y “Paraíso”. Pérez Zúñiga se deja llevar por el eco de la palabra, por su el sonido metálico de los nombres y adjetivos que fluyen sin parar, como así también la noche en sus sombras o la luz contenida en los sonetos finales del “Paraíso”, y de los que extraemos los dos tercetos del poema “Las manos de Beatriz”: “Recogieron las piedras de mi vida / y las sembraron por el bosque oscuro. / Cuando llegué de mí, fuiste la casa. // Déjalas pues conmigo, que las pida, / y déjame a tu lado el tiempo puro, / el tiempo que nos quiere y que nos pasa”. El poeta en su hondura. 

Siete caminos para Beatriz




SIETE CAMINOS PARA BEATRIZ


 El poeta aspira a construir su propio universo. Es un viaje necesario, imprescindible si se quiere alcanzar el objetivo final. La palabra es el instrumento más valioso, la piedra filosofal, el núcleo, la esencia del viaje. A veces, el poeta prefiere recorrerlo solo, y otras, se hace preciso de un acompañamiento real o ficticio, porque a fin de cuentas lo importante es la creación en sí misma, el proceso por el cual se deja ser y se es en otro, ayudado por la soledad y el silencio que impera en el propio proceso creativo. A “Siete caminos para Beatriz”, de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) le sucede algo así. Bebe de la tradición clásica enteramente, “La divina comedia”, de Dante y por ende, la figura de Beatriz es el origen, y en su intertextualidad, los versos contenidos en ”Siente camino para Beatriz”, un texto complejo, que precisa de una lectura muy atenta para comprender el universo al que nos traslada, en pleno siglo XXI, su autor. Pérez Zúñiga se vale de la obra de Dante, y en la figura de la amada, Beatriz, fantasía o realidad no importa, para sugerirnos el latido del mundo real, el de hoy, el de la globalización. Y por eso mismo el poeta se abisma hasta el Infierno de Dante, toma prestado el primer verso del Canto I: “Nel mezzo del cammin di nostra vita” (A mitad del camino de la vida), para iniciar este viaje al mundo de los sueños, y lo hará en compañía de Beatriz , guía de esos “Siete caminos” (como siete son los pecados capitales), reflejo del viaje de Dante y Virgilio por el Infierno, Purgatorio y Paraíso, pero escrito desde la modernidad y la viveza del lenguaje.

En “Beatriz”, primera parte del libro, leemos: “Yo te escribo Beatriz cartas oscuras / en el visor de mis prismáticos / mientras desciendo círculos del valle / en el cráter de la Isla de los muertos / allá arriba radiantes cordilleras que llaman Purgatorio / donde dicen que aludes de nieve te sepultan…”. La brevedad de los versos unas veces y su generosa extensión otras se alternan en los poemas que muestra el poeta “La Isla de los muertos”, “Parque de atracciones”, “La noche” y “Paraíso”. Pérez Zúñiga se deja llevar por el eco de la palabra, por su el sonido metálico de los nombres y adjetivos que fluyen sin parar, como así también la noche en sus sombras o la luz contenida en los sonetos finales del “Paraíso”, y de los que extraemos los dos tercetos del poema “Las manos de Beatriz”: “Recogieron las piedras de mi vida / y las sembraron por el bosque oscuro. / Cuando llegué de mí, fuiste la casa. // Déjalas pues conmigo, que las pida, / y déjame a tu lado el tiempo puro, / el tiempo que nos quiere y que nos pasa”. El poeta en su hondura. 

Siete caminos para Beatriz




SIETE CAMINOS PARA BEATRIZ


 El poeta aspira a construir su propio universo. Es un viaje necesario, imprescindible si se quiere alcanzar el objetivo final. La palabra es el instrumento más valioso, la piedra filosofal, el núcleo, la esencia del viaje. A veces, el poeta prefiere recorrerlo solo, y otras, se hace preciso de un acompañamiento real o ficticio, porque a fin de cuentas lo importante es la creación en sí misma, el proceso por el cual se deja ser y se es en otro, ayudado por la soledad y el silencio que impera en el propio proceso creativo. A “Siete caminos para Beatriz”, de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) le sucede algo así. Bebe de la tradición clásica enteramente, “La divina comedia”, de Dante y por ende, la figura de Beatriz es el origen, y en su intertextualidad, los versos contenidos en ”Siente camino para Beatriz”, un texto complejo, que precisa de una lectura muy atenta para comprender el universo al que nos traslada, en pleno siglo XXI, su autor. Pérez Zúñiga se vale de la obra de Dante, y en la figura de la amada, Beatriz, fantasía o realidad no importa, para sugerirnos el latido del mundo real, el de hoy, el de la globalización. Y por eso mismo el poeta se abisma hasta el Infierno de Dante, toma prestado el primer verso del Canto I: “Nel mezzo del cammin di nostra vita” (A mitad del camino de la vida), para iniciar este viaje al mundo de los sueños, y lo hará en compañía de Beatriz , guía de esos “Siete caminos” (como siete son los pecados capitales), reflejo del viaje de Dante y Virgilio por el Infierno, Purgatorio y Paraíso, pero escrito desde la modernidad y la viveza del lenguaje.

En “Beatriz”, primera parte del libro, leemos: “Yo te escribo Beatriz cartas oscuras / en el visor de mis prismáticos / mientras desciendo círculos del valle / en el cráter de la Isla de los muertos / allá arriba radiantes cordilleras que llaman Purgatorio / donde dicen que aludes de nieve te sepultan…”. La brevedad de los versos unas veces y su generosa extensión otras se alternan en los poemas que muestra el poeta “La Isla de los muertos”, “Parque de atracciones”, “La noche” y “Paraíso”. Pérez Zúñiga se deja llevar por el eco de la palabra, por su el sonido metálico de los nombres y adjetivos que fluyen sin parar, como así también la noche en sus sombras o la luz contenida en los sonetos finales del “Paraíso”, y de los que extraemos los dos tercetos del poema “Las manos de Beatriz”: “Recogieron las piedras de mi vida / y las sembraron por el bosque oscuro. / Cuando llegué de mí, fuiste la casa. // Déjalas pues conmigo, que las pida, / y déjame a tu lado el tiempo puro, / el tiempo que nos quiere y que nos pasa”. El poeta en su hondura. 

Pasiones y penumbras. Salón de lectura



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez. 

Pasiones y penumbras. Salón de lectura



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez. 

Pasiones y penumbras. José Lupiáñez



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez. 

Pasiones y penumbras. José Lupiáñez



PASIONES Y PENUMBRAS



 Abrir un libro de poesía siempre es un acto apasionante y misterioso, mágico diría, porque no se sabe nunca que nos deparará su atenta lectura. Escudriñar en el interior hasta sentir ese temblor amigo que nos impulsa hacia el vuelo, en un viaje siempre floreciente en asombros, puede ser un valioso segundo de eternidad, la eternidad misma. Y algo de esto ocurre con Pasiones y penumbras, última entrega poética de José Lupiáñez (La Línea, 1955). Búsqueda de la palabra, del fuego de la pasión, también de la soledad y sus sombras. Lupiáñez es un poeta con oficio y así se puede comprobar desde el poema inicial de este libro “Alguien me llama”, en el que una voz -¿la suya?- levita en la oscuridad de la estancia y propicia en el poeta la incertidumbre, la duda o el desasosiego que prende en su mirada infinita ¿al futuro? No se sabe, ni el poeta acierta en la respuesta, no halla el camino, la luz que guíe sus pasos: “No sé qué hacer, no sé si he de asomarme, / no sé si he de trepar hasta esa reja altiva. / Quizá sí esté esta vez y quiera consolarme / con su voz que adormece, con su voz que cautiva…”. Son los primeros versos, el preludio de un viaje al territorio de las “Pasiones” primero y de las “Penumbras” después, y en cual hallaremos el latido de la tradición clásica de los primeros sonetos al amor (“amar es caminar hacia el tormento, / es un naufragio siempre, que despoja / de todo bien que prometiera el mundo”), el recuerdo y la soledad (“…ella sigue adelante con su etílica bruma / y un trago receloso, a veces, la conforta. / Ya no tiene recuerdos, por más que hace la suma; / atrás quedó, perdida, en su paisaje, absorta, / sintiendo cómo el tiempo se le escapa y esfuma”), la poesía en “Voseo Garcilasiano” (“Sin Vos yo sé que soy un desvalido…Ni encuentro paraíso en donde vibre / ajena a Vos mi alma un solo instante. / No lograré romper esta cadena”), o el balance de lo vivido, del tiempo que se escapa y la memoria recupera en un acto casi de salvación:”Atrás quedaron sueños y quimeras, / otros inviernos fueron y veranos, / los que viste marchar plenos o vanos / y otoños portentosos, primaveras…/ Diciembre, abismo, límite, en mi espejo / ¡Tu secreto me deja tan perplejo!

 Pero también la denuncia se hace eco en sus versos, en su mirada al continente africano: “De borrosos países de miseria y de muerte, / desde el fondo más negro del África abismal, / llegan estos hermanos pidiendo algo de suerte, / eso dicen sus ojos, que azotó el vendaval”. Poesía en estado puro la de José Lupiáñez. 

Tormenta de arena. Josefina Niebla

TORMENTA DE ARENA
2 de mayo 2015
Josefina Niebla

 C:\Users\fnm\Desktop\Tsunami_de_arena_Australia2.jpg


Caía la tarde impía,bajo la sombra de las obscuras almas
No había nada, ni dolor, ni alegría,
Solo quietud, vaguedad
Nadie recordaba siquiera el más lejano atisbo de incertidumbre...
Reinaba la nada
De repente el horizonte barruntó una tormenta, una devastadora arenada
Y surgió el miedo, la duda...
El sudor a savia de los árboles heló su curso en la piel
El mañana dejó de ser inhábil
Las miradas comenzaron a dibujarse profundas
Los surcos de la raza surgieron brotando lágrimas
Sólo un presagio de mutación fue suficiente
Sólo aquel velo turbio destapado
Porque  MUERTE y VIDA se abren paso
El tiempo es solo mirar al pasado
Un abismo de mañanas
El vacío es un grito, un ECO
A lo lejos se oye una voz de  mesozoprano, rota en mil añicos...
Y vuelve,  siempre vuelve
El pasajero inesperado, sin valija, sin destino
Prende las manos de tu alma
Y quieres dormir esa pesadilla
Y quieres despertar ese sueño
Anhelas dejarte abrazar por sus latidos
Te lleva la danza de las ramas de tus milenarios árboles
Sientes como brota la savia, curso de vida...
Arrastrando tu canto, tu grito de esperanza, hacia orillas desconocidas, que no  te son ajenas
Y dibujas el calor de su mirada en los troncos de tu árbol
Y sientes el calor de su mano acariciando tu alma de niña
Y despiertas y lamentas el aliento que despide la mañana
Porque solo la noche imaginada desvela tu disfraz
Y deseas ser un jinete derrotado en la arena ardiente
Brotando tu sangre viva
Volviendo tu alma, de muerte herida,a iluminar un incierto día
Y quizás así hallar el imaginario oasis de ocres que antaño dibujabas.





Tormenta de arena. Josefina Niebla

TORMENTA DE ARENA
2 de mayo 2015
Josefina Niebla

 C:\Users\fnm\Desktop\Tsunami_de_arena_Australia2.jpg


Caía la tarde impía,bajo la sombra de las obscuras almas
No había nada, ni dolor, ni alegría,
Solo quietud, vaguedad
Nadie recordaba siquiera el más lejano atisbo de incertidumbre...
Reinaba la nada
De repente el horizonte barruntó una tormenta, una devastadora arenada
Y surgió el miedo, la duda...
El sudor a savia de los árboles heló su curso en la piel
El mañana dejó de ser inhábil
Las miradas comenzaron a dibujarse profundas
Los surcos de la raza surgieron brotando lágrimas
Sólo un presagio de mutación fue suficiente
Sólo aquel velo turbio destapado
Porque  MUERTE y VIDA se abren paso
El tiempo es solo mirar al pasado
Un abismo de mañanas
El vacío es un grito, un ECO
A lo lejos se oye una voz de  mesozoprano, rota en mil añicos...
Y vuelve,  siempre vuelve
El pasajero inesperado, sin valija, sin destino
Prende las manos de tu alma
Y quieres dormir esa pesadilla
Y quieres despertar ese sueño
Anhelas dejarte abrazar por sus latidos
Te lleva la danza de las ramas de tus milenarios árboles
Sientes como brota la savia, curso de vida...
Arrastrando tu canto, tu grito de esperanza, hacia orillas desconocidas, que no  te son ajenas
Y dibujas el calor de su mirada en los troncos de tu árbol
Y sientes el calor de su mano acariciando tu alma de niña
Y despiertas y lamentas el aliento que despide la mañana
Porque solo la noche imaginada desvela tu disfraz
Y deseas ser un jinete derrotado en la arena ardiente
Brotando tu sangre viva
Volviendo tu alma, de muerte herida,a iluminar un incierto día
Y quizás así hallar el imaginario oasis de ocres que antaño dibujabas.





Una mala vida la tiene cualquiera. José Antonio Santano

 

 

 ¡Albricias! Aparece en La isla de Siltolá, colección Tierra, el poemario de Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950) Una mala vida la tiene cualquiera. Avalan la trayectoria poética de Salvago libros tales como La destrucción o el humor, En la perfecta edad, Variaciones y reincidencias, Volverlo a intentar, Los mejores años, Ulises y Nada importa nada. Dividido en cuatro partes el presente poemario responde a temáticas variadas y a registros diferentes. Al primero de los poemas “La poesía”, con acertada cita de Borges, siguen otros en los que el poeta unas veces mira hacia atrás acometiendo un balance vital (“Ajuste de cuentas”), otras se reprocha la cobardía en esa búsqueda de la verdad (“La verdadera verdad”), la impiedad de la juventud (“La fea”) o el canto a la muerte “A la manera de los poetas tradicionales de hikus…” en “Haikus de la frontera”: “Al fin, desnudo, / en una caja oscura, / se pudre el traje”,  y luego a manera de cierre con “Otro epitafio”, del que se extrae el título del poemario: “Una mala noche / la tiene cualquiera, y cien, y doscientas, / y doscientos días, y un año, y ochenta. / Una mala vida la tiene cualquiera”; en todos se desnuda el poeta, se muestra tal cual es, escribe su vida, que es poesía “Sin pudor ni vergüenza”: “Otros de mis errores / fue obstinarme en contar / las cosas como eran, / en mostrarme tal cual, / desnudo, sin careta, / sin tratar de ocultar / mi cara verdadera”. En la segunda parte del libro el poeta opta de nuevo por poemas breves (octasílabos) en “Soleares”, “Coplas de cuatro versos”; retoma el haiku (5-7-5 sílabas) por “soleares”: “Cuánta mentira… / Te cansas de sembrar / y ni una espiga”, para seguir con una serie de “Epigramas” y unos “Apuntes”, aforísticos en algunos casos: “Del fracaso se aprende, / pero se aprende tarde”. 

La tercera parte contiene un solo poema titulado “En la infinita calma de Dios”, precedido por una cita de Walt Whitman (“Yo soy inmenso y contengo multitudes”), de metro endecasílabo y dividido, a su vez, en tres apartados: un viaje a la creación del universo, de la farsa y la magia por un Dios en su infinita calma. Cierra el poemario “Epílogo”; rutina, cotidianidad, algún equívoco y unos versos al poeta fenecido Fernando Ortíz: “Te imagino vagando en la infinita / región donde el voraz reloj del tiempo / se para porque tú ya eres eterno / -eterno cada instante de tus días-“. En “Una mala vida la tiene cualquiera” hallamos al poeta en su esencia, versátil en los matices y registros, capaz de contagiarnos con la sonoridad de la poesía vital, auténtica.   

SEPULTA PLENITUD 2023

SEPULTA PLENITUD 2023
José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)
José Antonio Santano

ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

ALTA LUCIÉRNAGA.  2021
JOSÉ ANTONIO SANTANO

Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

Dos orillas.2020

Marparaíso.2019

Marparaíso.2019

Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

Antología de poesía.2018
Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986