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SÓLO OLVIDO


Aquella mañana María no supo bien dónde se encontraba. Miró a su alrededor y todo le parecía extraño, ajeno, desconocido. Se levantó y fue al baño. Quedó inmóvil frente al espejo, mirándose a sí misma, sin reconocerse siquiera. El rostro de mujer que veía frente a ella no le decía nada. Era como si el tiempo lo hubiera transformado todo. Aquellos ojos claros, los pronunciados pómulos, la nariz perfilada, los carnosos labios, las arrugas de la cara, los dorados cabellos.

No escuchó las campanas de la iglesia, ni los pasos de Juan, su marido, que la seguía de cerca, observándola preocupado, porque algo no iba bien. Lo sabía, ya había ocurrido otras veces. Pero él no quiso preocuparla. Lo supo entonces y antes que María comenzara a abismarse en un mundo desconocido para ambos. Mas Juan, que siempre estuvo a su lado, ahora no podía abandonarla. Ni siquiera se le había pasado por la imaginación. Toda una vida juntos y así seguiría hasta la extenuación. Juan sabía, había escuchado a otros jubilados como él que quienes caían en el precipicio del olvido, difícilmente se recuperaban. Aun así, él no quería hacerles caso. Seguramente estarían equivocados. Los viejos pierden pronto el sentido de la realidad, chochean con frecuencia –se decía a sí mismo. Y eso no le iba a pasar a María, su esposa, no estaba dispuesto a que ocurriera.

Y luchó con todas sus fuerzas por que así no fuera. Y a su lado estuvo mientras pudo. Observando cómo recorría lentamente el pasillo de la casa, cómo se paraba frente a él y le preguntaba, mirándole a los ojos: ¿papá, qué haces ahí quieto como un poste? ¡Anda, vamos a tu cuarto, que tienes que descansar! Y lo cogía de la mano, y él, Juan, su marido, se dejaba llevar hasta el dormitorio, y se echaba boca arriba sobre la cama, y ella, sentada a su lado, recordaba cosas que sólo ella había vivido y que para Juan, su marido, no existieron nunca. Pero Juan hizo del silencio su vida, y nunca la contrarió, nunca le dijo nada que pudiera molestarla, y ella, María, siempre en la casa, de aquí para allá, una vez y otra, incansable. Hablando para sí. Y Juan siempre tras ella. Cuidando de ella, protegiéndola, para que no se hiciera daño con nada. Juan siempre ahí, a su lado.


Pero un día, María se abismó definitivamente en su extraño mundo de fantasmas y sombras. Y calló. Aquel día, María se detuvo delante de la ventana del dormitorio, fijó la mirada en el infinito de la nada, y sollozó sin saberlo. Juan, su marido, tras ella, observándola desde la puerta, silencioso, vencido.

SÓLO OLVIDO


Aquella mañana María no supo bien dónde se encontraba. Miró a su alrededor y todo le parecía extraño, ajeno, desconocido. Se levantó y fue al baño. Quedó inmóvil frente al espejo, mirándose a sí misma, sin reconocerse siquiera. El rostro de mujer que veía frente a ella no le decía nada. Era como si el tiempo lo hubiera transformado todo. Aquellos ojos claros, los pronunciados pómulos, la nariz perfilada, los carnosos labios, las arrugas de la cara, los dorados cabellos.

No escuchó las campanas de la iglesia, ni los pasos de Juan, su marido, que la seguía de cerca, observándola preocupado, porque algo no iba bien. Lo sabía, ya había ocurrido otras veces. Pero él no quiso preocuparla. Lo supo entonces y antes que María comenzara a abismarse en un mundo desconocido para ambos. Mas Juan, que siempre estuvo a su lado, ahora no podía abandonarla. Ni siquiera se le había pasado por la imaginación. Toda una vida juntos y así seguiría hasta la extenuación. Juan sabía, había escuchado a otros jubilados como él que quienes caían en el precipicio del olvido, difícilmente se recuperaban. Aun así, él no quería hacerles caso. Seguramente estarían equivocados. Los viejos pierden pronto el sentido de la realidad, chochean con frecuencia –se decía a sí mismo. Y eso no le iba a pasar a María, su esposa, no estaba dispuesto a que ocurriera.

Y luchó con todas sus fuerzas por que así no fuera. Y a su lado estuvo mientras pudo. Observando cómo recorría lentamente el pasillo de la casa, cómo se paraba frente a él y le preguntaba, mirándole a los ojos: ¿papá, qué haces ahí quieto como un poste? ¡Anda, vamos a tu cuarto, que tienes que descansar! Y lo cogía de la mano, y él, Juan, su marido, se dejaba llevar hasta el dormitorio, y se echaba boca arriba sobre la cama, y ella, sentada a su lado, recordaba cosas que sólo ella había vivido y que para Juan, su marido, no existieron nunca. Pero Juan hizo del silencio su vida, y nunca la contrarió, nunca le dijo nada que pudiera molestarla, y ella, María, siempre en la casa, de aquí para allá, una vez y otra, incansable. Hablando para sí. Y Juan siempre tras ella. Cuidando de ella, protegiéndola, para que no se hiciera daño con nada. Juan siempre ahí, a su lado.


Pero un día, María se abismó definitivamente en su extraño mundo de fantasmas y sombras. Y calló. Aquel día, María se detuvo delante de la ventana del dormitorio, fijó la mirada en el infinito de la nada, y sollozó sin saberlo. Juan, su marido, tras ella, observándola desde la puerta, silencioso, vencido.

LA PROSTITUTA


Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Ella, Nadia –y el nombre importa poco-, se había levantado a la misma hora de todos los días, casi a la hora del almuerzo, pues como todos los días, llegaba a casa no antes de las cinco de la madrugada, después de atender a los clientes que frecuentan el Club de alterne donde ella trabajaba cada día, desde que llegó de Rusia, su país de nacimiento.
Nadia, luego de darse una ducha de agua fría –era costumbre en ella desde que llegó a estas tierras-, vistió su hermosísima desnudez con un albornoz de color rosa que le había regalado unos meses atrás Antonio, su amante y proxeneta. Después de abrir la puerta del baño para que el vaho del espejo desapareciera, quedó inmóvil frente a su propio rostro. Se miró intensamente a los ojos, como si fuera la primera vez que se veía a sí misma frente a un espejo, como si no se reconociera en aquellos rasgos de su cara, de sus áureos cabellos, de sus carnosos y pálidos labios, de sus pronunciados pómulos, de su tersa piel, de sus largas pestañas…Pero Nadia estaba allí, mirándose en el espejo, como una tonta, como si al hacerlo de aquella forma una paz extraña se apoderara de ella. Pero Nadia, un día más, se hallaba sola. Sólo ella y sus sueños, y sus fantasmas, y el miedo.
Nadia, entonces, como una autómata se maquilló rápidamente: un poco de crema en la cara, el rimel para las pestañas, el lápiz negro para el borde de los párpados y un ligero cogido para el pelo. Ya en la habitación, Nadia escogería el conjunto de lencería más sexy, una minifalda y una camiseta escotada; comería junto a otras compañeras de oficio en el bar de la esquina y de nuevo, a la misma hora de todos los días, al Club, a esperar, como siempre, que llegue la noche y con ella sus vampiros. Y ella, Nadia, se acomodará al placer de los hombres, hasta la extenuación.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadie volvió a su casa acompañada de Antonio, y sin saber por qué, tras pasar la Puerta ocho de la Primera planta del Edificio A, el cuchillo jamonero que escondía entre su ropa su amante y proxeneta, le atravesó el corazón, como un poseso el cuchillo entró y salió del cuerpo de Nadia hasta diez veces. Nadia cayó al suelo y llevándose las manos al pecho sintió que la sangre le quemaba las manos, la vida entera. Luego, un gran silencio, la nada.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadia volvió definitivamente a casa, para siempre, para siempre.

LA PROSTITUTA


Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Ella, Nadia –y el nombre importa poco-, se había levantado a la misma hora de todos los días, casi a la hora del almuerzo, pues como todos los días, llegaba a casa no antes de las cinco de la madrugada, después de atender a los clientes que frecuentan el Club de alterne donde ella trabajaba cada día, desde que llegó de Rusia, su país de nacimiento.
Nadia, luego de darse una ducha de agua fría –era costumbre en ella desde que llegó a estas tierras-, vistió su hermosísima desnudez con un albornoz de color rosa que le había regalado unos meses atrás Antonio, su amante y proxeneta. Después de abrir la puerta del baño para que el vaho del espejo desapareciera, quedó inmóvil frente a su propio rostro. Se miró intensamente a los ojos, como si fuera la primera vez que se veía a sí misma frente a un espejo, como si no se reconociera en aquellos rasgos de su cara, de sus áureos cabellos, de sus carnosos y pálidos labios, de sus pronunciados pómulos, de su tersa piel, de sus largas pestañas…Pero Nadia estaba allí, mirándose en el espejo, como una tonta, como si al hacerlo de aquella forma una paz extraña se apoderara de ella. Pero Nadia, un día más, se hallaba sola. Sólo ella y sus sueños, y sus fantasmas, y el miedo.
Nadia, entonces, como una autómata se maquilló rápidamente: un poco de crema en la cara, el rimel para las pestañas, el lápiz negro para el borde de los párpados y un ligero cogido para el pelo. Ya en la habitación, Nadia escogería el conjunto de lencería más sexy, una minifalda y una camiseta escotada; comería junto a otras compañeras de oficio en el bar de la esquina y de nuevo, a la misma hora de todos los días, al Club, a esperar, como siempre, que llegue la noche y con ella sus vampiros. Y ella, Nadia, se acomodará al placer de los hombres, hasta la extenuación.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadie volvió a su casa acompañada de Antonio, y sin saber por qué, tras pasar la Puerta ocho de la Primera planta del Edificio A, el cuchillo jamonero que escondía entre su ropa su amante y proxeneta, le atravesó el corazón, como un poseso el cuchillo entró y salió del cuerpo de Nadia hasta diez veces. Nadia cayó al suelo y llevándose las manos al pecho sintió que la sangre le quemaba las manos, la vida entera. Luego, un gran silencio, la nada.
Aquel día podría haber sido como otros. Pero no fue así. Nadia volvió definitivamente a casa, para siempre, para siempre.

LA CARA Y LA CRUZ (Human. Palestina y Afganistán)

A veces, tanto la realidad como la más pura fantasía, nos despiertan de un ya duradero e incomprensible letargo. Aquella tarde llevaba un buen rato de un lado para otro, sin rumbo fijo, recorriendo sin prisa las callejas del barrio antiguo de la ciudad, impregnándose de la luz y los aromas marinos. Así, cuando la luz azafranada del crepúsculo comenzaba a retirarse del edificio del antiguo Liceo, sin saber cómo ni por qué, ya había traspasado sus puertas de cristal.


En su interior un patio rectangular rodeado de pórticos formados por arcos y columnas. En unos segundos y de forma incomprensible su mundo se había dividido, separado o convertido, llámese como se quiera, en dos mundos opuestos, antagónicos. En un abrir y cerrar de ojos había quedado atrapado en un callejón de figuras y colores nunca visto hasta entonces. Las paredes se habían convertido en espacios fotográficos surrealistas, donde el color y el pensamiento se mezclaban en una extraña pero sugestiva alquimia. Luego, todo comenzó a ser delirio de anónimas miradas. Los cuerpos, en su propio abandono, se encuentran o se inventan a sí mismos en un juego de color y abstracción única; se visten y se desnudan. Las imágenes se rebelan contra todo y todos, incluido su autor. Miran desde su espacio cautivo, provocadoras, creando un cosmos de fantasía ilimitada, una sinfonía colorista y alegre que lo traspasa todo. La realidad distorsionada o disfrazada, quizá una nueva dramaturgia, un nuevo concepto de las formas, la luz y el color, la vida. Human.



Pero si a un lado del patio halló la fantasía y la recreación más sugestiva, al otro, la realidad de un tiempo y un espacio en el que la muerte y el sufrimiento humanos gritan a través de la mirada.
Donde toda la negritud del universo espejea en la pálida desnudez de unos rostros de mujer, en la terrible soledad de los ancianos, en los muros de cemento levantados, en los fusiles kalashnikov, en las ondas lanzadas por adolescentes, en los entierros de hombres, en el estertor del grito, en las inmolaciones… Allí donde la piedra, otras vidas resurgen de las cenizas y el fuego; la mirada de un niño ante el Corán, la flagelación de la Ashura, las cárceles, azules ríos de burkas, el doloroso clamor de los silencios anidando en las esquinas o en los templos…Palestina y Afganistán vestidas de luto. 


Y así, sin darse cuenta, se vio a sí mismo traspasar de nuevo las puertas de cristal del antiguo Liceo. De nuevo, la vida y la muerte, la cara y la cruz de una misma moneda.

LA CARA Y LA CRUZ (Human. Palestina y Afganistán)

A veces, tanto la realidad como la más pura fantasía, nos despiertan de un ya duradero e incomprensible letargo. Aquella tarde llevaba un buen rato de un lado para otro, sin rumbo fijo, recorriendo sin prisa las callejas del barrio antiguo de la ciudad, impregnándose de la luz y los aromas marinos. Así, cuando la luz azafranada del crepúsculo comenzaba a retirarse del edificio del antiguo Liceo, sin saber cómo ni por qué, ya había traspasado sus puertas de cristal.


En su interior un patio rectangular rodeado de pórticos formados por arcos y columnas. En unos segundos y de forma incomprensible su mundo se había dividido, separado o convertido, llámese como se quiera, en dos mundos opuestos, antagónicos. En un abrir y cerrar de ojos había quedado atrapado en un callejón de figuras y colores nunca visto hasta entonces. Las paredes se habían convertido en espacios fotográficos surrealistas, donde el color y el pensamiento se mezclaban en una extraña pero sugestiva alquimia. Luego, todo comenzó a ser delirio de anónimas miradas. Los cuerpos, en su propio abandono, se encuentran o se inventan a sí mismos en un juego de color y abstracción única; se visten y se desnudan. Las imágenes se rebelan contra todo y todos, incluido su autor. Miran desde su espacio cautivo, provocadoras, creando un cosmos de fantasía ilimitada, una sinfonía colorista y alegre que lo traspasa todo. La realidad distorsionada o disfrazada, quizá una nueva dramaturgia, un nuevo concepto de las formas, la luz y el color, la vida. Human.



Pero si a un lado del patio halló la fantasía y la recreación más sugestiva, al otro, la realidad de un tiempo y un espacio en el que la muerte y el sufrimiento humanos gritan a través de la mirada.
Donde toda la negritud del universo espejea en la pálida desnudez de unos rostros de mujer, en la terrible soledad de los ancianos, en los muros de cemento levantados, en los fusiles kalashnikov, en las ondas lanzadas por adolescentes, en los entierros de hombres, en el estertor del grito, en las inmolaciones… Allí donde la piedra, otras vidas resurgen de las cenizas y el fuego; la mirada de un niño ante el Corán, la flagelación de la Ashura, las cárceles, azules ríos de burkas, el doloroso clamor de los silencios anidando en las esquinas o en los templos…Palestina y Afganistán vestidas de luto. 


Y así, sin darse cuenta, se vio a sí mismo traspasar de nuevo las puertas de cristal del antiguo Liceo. De nuevo, la vida y la muerte, la cara y la cruz de una misma moneda.

ANTONIO SERRANO: ALMA Y LUZ DEL TEATRO CLÁSICO EN ALMERÍA


Sean bienvenidas vuesas mercedes y a buena hora hállense en este corral de comedias donde la realidad y los sueños se entrecruzan, se amalgaman y funden como si de una sola cosa se tratare. Tomen ansí asiento que en siendo a poco comenzare el espectáculo, pues a fe que en estando con los ojos bien abiertos y bien francos los oídos no lamentaren nunca aqueste instante, que en viniendo como ansí fuere, mente y cuerpo disfrutaren de lo que en tan grande escenario representar quisieren los hombres y mujeres que por oficio y vida tuvieren el más noble de cuantos fueren y que al nombre de actores unas veces responden y otras por comediantes se conocieren.

Sean vuesas mercedes muchas y una, y miren y escuchen con atención cuanto en la tarima desde agora y hasta en llegando el fin se diga, pues fuere el caso de una grande burla o por el contrario el de un terrible drama, a fe que de entrambos casos enseñanza sacaren, que en siendo el teatro simulación o fingimiento, representación, farsa o cuento, de la mesma vida espejo fuere, al fin y al cabo, de la realidad se tomaren y en el proscenio vida los actores dieren.



En estando la mar tan serena y el desierto alegre, como el oro reluciere aquesta villa de Marina en llegando las Jornadas y en viniendo como vienen caravanas de cómicos, comediantes, actores, farándula toda a dar vida a nobles señores, monjes, mendigos, trajinantes, putas y mesoneros, a fe que del todo y la nada la culpa alguien tuviere y aqueste por decir verdad y agora al nombre de Antonio de Serrano respondiere, pues que en siendo 25 luengos años son ya los que aquesta villa gozare de aquestas y tan magnas Jornadas de Teatro del Siglo de Oro.

¡Ábrase el telón!, y, ¡Cúmplanse siempre los sueños de vuesas mercedes!

ANTONIO SERRANO: ALMA Y LUZ DEL TEATRO CLÁSICO EN ALMERÍA


Sean bienvenidas vuesas mercedes y a buena hora hállense en este corral de comedias donde la realidad y los sueños se entrecruzan, se amalgaman y funden como si de una sola cosa se tratare. Tomen ansí asiento que en siendo a poco comenzare el espectáculo, pues a fe que en estando con los ojos bien abiertos y bien francos los oídos no lamentaren nunca aqueste instante, que en viniendo como ansí fuere, mente y cuerpo disfrutaren de lo que en tan grande escenario representar quisieren los hombres y mujeres que por oficio y vida tuvieren el más noble de cuantos fueren y que al nombre de actores unas veces responden y otras por comediantes se conocieren.

Sean vuesas mercedes muchas y una, y miren y escuchen con atención cuanto en la tarima desde agora y hasta en llegando el fin se diga, pues fuere el caso de una grande burla o por el contrario el de un terrible drama, a fe que de entrambos casos enseñanza sacaren, que en siendo el teatro simulación o fingimiento, representación, farsa o cuento, de la mesma vida espejo fuere, al fin y al cabo, de la realidad se tomaren y en el proscenio vida los actores dieren.



En estando la mar tan serena y el desierto alegre, como el oro reluciere aquesta villa de Marina en llegando las Jornadas y en viniendo como vienen caravanas de cómicos, comediantes, actores, farándula toda a dar vida a nobles señores, monjes, mendigos, trajinantes, putas y mesoneros, a fe que del todo y la nada la culpa alguien tuviere y aqueste por decir verdad y agora al nombre de Antonio de Serrano respondiere, pues que en siendo 25 luengos años son ya los que aquesta villa gozare de aquestas y tan magnas Jornadas de Teatro del Siglo de Oro.

¡Ábrase el telón!, y, ¡Cúmplanse siempre los sueños de vuesas mercedes!

NICOLÁS SALMERÓN Y ALONSO O EL HONOR DE LA PALABRA



La luz crepuscular dora las solariegas casas de la burguesía en la Puerta de Purchena, otrora Puerta de Pechina. Han pasado los años y este lugar, en el mismo centro de la ciudad, se ha transformado, mudado su antigua y decadente fisonomía. Un nuevo paisaje urbano frío y aséptico se nos muestra ante los ojos, indiferente, lejano. No existe arboleda alguna. Los edificios más notables, como la Casa de las Mariposas: vencida y olvidada de todos, casi en ruinas, desmembrándose poco a poco sus cornisas… Ahora, en sus entrañas, un aparcamiento. Altas e inclinadas farolas modernistas iluminan la noche, al igual que los escaparates que se ubican en su entorno. Y entre el desierto de las veteadas losas de mármol que adornan este nostálgico rincón almeriense, esculpido en bronce, don Nicolás. Don Nicolás Salmerón y Alonso, ilustre pensador, político, humanista, republicano, orador e intelectual de talla, que allá por el año de 1837 naciera en Alhama la Seca –hoy Alhama de Almería-, hijo de don Francisco Salmerón, médico, y de doña Rosalía, hija de un maestro de escuela. Brilla el bronce en la figura de don Nicolás. Brilla la tarde mientras, solo en su andadura, parece caminar junto a las gentes que pasan una y otra vez a su lado, diferentes, de colorista vestimenta en contraste con la suya, austera y broncínea. Camina con la cabeza alta y la mirada al frente, seguro de sí mismo, feliz de sentirse entre los suyos, en su tierra, dignamente vivo en el metal que lo abriga. Se adorna el rostro con una espesa y cuidada barba, viste terno, al cuello de la camisa anuda una pajarita y calza botines; en la mano izquierda, un libro; desnuda, la derecha. Brillan sus ojos cuando me acerco hasta su altura, y en ellos encuentro la expresión de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, y al mirarlo veo al niño que aprende latín en el despacho de su padre y disfruta del juego en las estrechas calles de Alhama, y crece retraído y tímido; al adolescente que camina hacia el Instituto, junto a sus compañeros González Garbín, Federico de Castro y Rafael María de Labra y Cadrana; al muchacho estudiante de Filosofía y Derecho en Granada, siempre caminante por los entresijos del arte y la cultura de su Alhambra y el Generalife, del laberinto de calles del Albaicín, tejedor de la amistad inseparable con don Francisco Giner de los Ríos, en aquellos días ya lejanos. Don Nicolás, en su bronce de vida, camina hacia el amor de Catalina, y luego hacia Madrid, y en su Ateneo y el Café Universal nace una nace a la luz el fraternal abrazo con aquellos sus entrañables Pi y Margall y Castelar.

Se suceden los años, y don Nicolás camina como siempre: la vista al frente, el cuerpo erguido, seguro, esperanzado. Y convencido, funda el Círculo o Academia de Oradores, y el Colegio El Internacional donde “no se usaban palmetas, ni otras disciplinas que las científicas, ni se injuriaba a los niños llamándoles brutos cuando no se sabían la lección, ni se les obligaba a repetir de memoria rezos, la tabla de multiplicar, los ríos de España, las capitales de Europa, la historia de los reyes Godos y las fábulas de Samaniego. Era un colegio que no hacía odioso al maestro ni cargante el estudio”.


Don Nicolás camina hacia el fondo de sí mismo, y se pregunta y se responde en esa dualidad antagónica que la vida nos enseña. Pero don Nicolás no se arredra, y vuelve el amigo que se rebela contra lo injusto, y dimite de su cátedra y es expedientado, y en los silencios de la solidaridad vive por Castelar, y, a pesar de todo, empedernido y noctámbulo soñador de un mundo mejor y más ecuánime. No huye de nada ni de nadie. Don Nicolás camina, se aferra a sus orígenes para saberse vivo, y fiel a sus ideas recorre los caminos del pensamiento y la libertad, aun siendo preso en la cárcel de Saladero.

Anochece en la Puerta de Purchena. El denso amarillo de las luminarias lo envuelve todo. Don Nicolás, en su bronce, luce cálidos destellos de paz y sabiduría. Don Nicolás camina con su soledad de bronce a su Alhama del alma, y de Alhama a Madrid, y cansado, exhausto de incomprensión y vanos enfrentamientos cruza la frontera hasta Francia, y allí, en Pau, un 20 de septiembre del año 1908, muere, lejos de su patria, de su Alhama, de Almería. En Pau se extingue el hombre, el intelectual, el más grande orador y político de su tiempo. Desaparece quien fuera Diputado, Ministro, Presidente de las Cortes y del Gobierno de la I República. Muere quien Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte. Pero, vive su obra y su recuerdo en el de todos los hombres de bien, y así lo deja escrito el poeta y republicano Antonio Machado: Recuerdo haber llorado de entusiasmo en medio de un pueblo que cantaba La Marsellesa y vitoreaba a Salmerón que volvía de Barcelona. El pueblo hablaba de una idea republicana, y esta idea era, por lo menos, una emoción, y muy noble.

Don Nicolás Salmerón y Alonso camina en su bronce de vida por la Puerta de Purchena, y el eco del tiempo nos devuelve el honor de su palabra:…Cread centros de ilustración y cultura, leed el periódico, el libro, que éste es el único medio de elaborar la civilización. Constituid centros y casinos, en los que el que sepa enseñe y el que no que aprenda.

NICOLÁS SALMERÓN Y ALONSO O EL HONOR DE LA PALABRA



La luz crepuscular dora las solariegas casas de la burguesía en la Puerta de Purchena, otrora Puerta de Pechina. Han pasado los años y este lugar, en el mismo centro de la ciudad, se ha transformado, mudado su antigua y decadente fisonomía. Un nuevo paisaje urbano frío y aséptico se nos muestra ante los ojos, indiferente, lejano. No existe arboleda alguna. Los edificios más notables, como la Casa de las Mariposas: vencida y olvidada de todos, casi en ruinas, desmembrándose poco a poco sus cornisas… Ahora, en sus entrañas, un aparcamiento. Altas e inclinadas farolas modernistas iluminan la noche, al igual que los escaparates que se ubican en su entorno. Y entre el desierto de las veteadas losas de mármol que adornan este nostálgico rincón almeriense, esculpido en bronce, don Nicolás. Don Nicolás Salmerón y Alonso, ilustre pensador, político, humanista, republicano, orador e intelectual de talla, que allá por el año de 1837 naciera en Alhama la Seca –hoy Alhama de Almería-, hijo de don Francisco Salmerón, médico, y de doña Rosalía, hija de un maestro de escuela. Brilla el bronce en la figura de don Nicolás. Brilla la tarde mientras, solo en su andadura, parece caminar junto a las gentes que pasan una y otra vez a su lado, diferentes, de colorista vestimenta en contraste con la suya, austera y broncínea. Camina con la cabeza alta y la mirada al frente, seguro de sí mismo, feliz de sentirse entre los suyos, en su tierra, dignamente vivo en el metal que lo abriga. Se adorna el rostro con una espesa y cuidada barba, viste terno, al cuello de la camisa anuda una pajarita y calza botines; en la mano izquierda, un libro; desnuda, la derecha. Brillan sus ojos cuando me acerco hasta su altura, y en ellos encuentro la expresión de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, y al mirarlo veo al niño que aprende latín en el despacho de su padre y disfruta del juego en las estrechas calles de Alhama, y crece retraído y tímido; al adolescente que camina hacia el Instituto, junto a sus compañeros González Garbín, Federico de Castro y Rafael María de Labra y Cadrana; al muchacho estudiante de Filosofía y Derecho en Granada, siempre caminante por los entresijos del arte y la cultura de su Alhambra y el Generalife, del laberinto de calles del Albaicín, tejedor de la amistad inseparable con don Francisco Giner de los Ríos, en aquellos días ya lejanos. Don Nicolás, en su bronce de vida, camina hacia el amor de Catalina, y luego hacia Madrid, y en su Ateneo y el Café Universal nace una nace a la luz el fraternal abrazo con aquellos sus entrañables Pi y Margall y Castelar.

Se suceden los años, y don Nicolás camina como siempre: la vista al frente, el cuerpo erguido, seguro, esperanzado. Y convencido, funda el Círculo o Academia de Oradores, y el Colegio El Internacional donde “no se usaban palmetas, ni otras disciplinas que las científicas, ni se injuriaba a los niños llamándoles brutos cuando no se sabían la lección, ni se les obligaba a repetir de memoria rezos, la tabla de multiplicar, los ríos de España, las capitales de Europa, la historia de los reyes Godos y las fábulas de Samaniego. Era un colegio que no hacía odioso al maestro ni cargante el estudio”.


Don Nicolás camina hacia el fondo de sí mismo, y se pregunta y se responde en esa dualidad antagónica que la vida nos enseña. Pero don Nicolás no se arredra, y vuelve el amigo que se rebela contra lo injusto, y dimite de su cátedra y es expedientado, y en los silencios de la solidaridad vive por Castelar, y, a pesar de todo, empedernido y noctámbulo soñador de un mundo mejor y más ecuánime. No huye de nada ni de nadie. Don Nicolás camina, se aferra a sus orígenes para saberse vivo, y fiel a sus ideas recorre los caminos del pensamiento y la libertad, aun siendo preso en la cárcel de Saladero.

Anochece en la Puerta de Purchena. El denso amarillo de las luminarias lo envuelve todo. Don Nicolás, en su bronce, luce cálidos destellos de paz y sabiduría. Don Nicolás camina con su soledad de bronce a su Alhama del alma, y de Alhama a Madrid, y cansado, exhausto de incomprensión y vanos enfrentamientos cruza la frontera hasta Francia, y allí, en Pau, un 20 de septiembre del año 1908, muere, lejos de su patria, de su Alhama, de Almería. En Pau se extingue el hombre, el intelectual, el más grande orador y político de su tiempo. Desaparece quien fuera Diputado, Ministro, Presidente de las Cortes y del Gobierno de la I República. Muere quien Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte. Pero, vive su obra y su recuerdo en el de todos los hombres de bien, y así lo deja escrito el poeta y republicano Antonio Machado: Recuerdo haber llorado de entusiasmo en medio de un pueblo que cantaba La Marsellesa y vitoreaba a Salmerón que volvía de Barcelona. El pueblo hablaba de una idea republicana, y esta idea era, por lo menos, una emoción, y muy noble.

Don Nicolás Salmerón y Alonso camina en su bronce de vida por la Puerta de Purchena, y el eco del tiempo nos devuelve el honor de su palabra:…Cread centros de ilustración y cultura, leed el periódico, el libro, que éste es el único medio de elaborar la civilización. Constituid centros y casinos, en los que el que sepa enseñe y el que no que aprenda.

ÚLTIMAS EPÍSTOLAS DE KALINKA


Retomo para esta ocasión aquel verso de Rafael Alberti que decía “Nunca fui a Granada”. Hoy, lamentablemente, yo también escribo: “Nunca fui a Toulouse”. Nunca estuve en la Rue General Faidherbe de Toulouse, donde vivió Kalinka Pradal. Sin embargo, desde que inicié mi relación epistolar con ella y en muchos momentos, me he imaginado cómo sería su calle, su casa y, cómo no, cómo sería realmente esta mujer almeriense, víctima de un tiempo incivil que la llevó, siendo una niña, al más cruel de los exilios.
A veces, en la vida, un cúmulo de circunstancias por impensables y extrañas nos acercan a la vida y obra de otros seres. Es mi caso. Allá por el año 98 llegaba a este paraíso de mar, desierto y cine. Al poco tiempo descubrí a uno de los personajes almerienses más interesantes y extraordinarios –también más desconocidos para sus propios paisanos- de la historia reciente de Almería: Gabriel Pradal. En los libros que leí: Gabriel Pradal o el honor político, con prólogo de Felipe González y de autores varios; Gabriel Pradal (1891-1965), de Gemma Pradal Ballester y Comentarios de Pericles García, por Gabriel Pradal, en sus ediciones de Toulouse 1967 y Almería 1991, hallé la honestidad política, el humanismo y la generosidad de un ser extraordinariamente comprometido con su tiempo y sus principios. La lección aprendida por aquellos días fue la verdadera lección de una vida entregada al conocimiento, la libertad y a los desheredados del mundo.


Tuve entonces la sensación, y aún hoy la tengo, que estaría unido a los Pradal el resto de mis días. Luego conocí a Gemma Pradal. Muchas fueron las horas y los días que tuve la oportunidad de hablar con ella de su tío-abuelo Gabriel Pradal. Gemma hablaba y hablaba con pasión de la vida y obra de Gabriel. Yo, que sólo había sido un ferviente lector, reconocía en su voz, quizá también en sus gestos y expresiones, al político honesto, al intelectual, al escritor, pero sobre todo, al hombre en su más extenso y valioso significado. En todas esas ocasiones veía al hombre que de pie, sereno y atento, con cabello cano, gafas de concha, traje negro y a rayas, lee un periódico que sostiene en su antebrazo izquierdo y en la mano un sombrero de fieltro, mientras que los dedos de la mano derecha acarician levemente el bigote y la barbilla. Creo que fue por aquellos días cuando decidí escribir sobre su vida. Durante algún tiempo estuve dándole vueltas y vueltas a esta idea. Un capítulo del libro de Gemma titulado “Salida de España” y concretamente este pasaje: “…el día 23 del pasado trasladamos la Comandancia de Obras Militares desde Barcelona a un pueblecito cercano a Figueras, llamado Villanant. Fue un día de preocupación. Al anochecer salí en el coche con los niños” (refiriéndose a sus dos hijos mayores, Gabriel y Mercedes), fue el detonante. A partir de entonces el nombre de Mercedes ocupó los días y las noches, las horas y los minutos que dedicaba al noble arte de la escritura. No había otra salida, tenía que contactar con Mercedes Pradal, aquella niña que en aquel frío día de febrero de 1939 cruzó la frontera francesa camino del exilio. Y así fue como comencé mi relación epistolar con Mercedes Pradal, desde entonces Kalinka. En la primera carta le hablaba de mi interés por conocer detalles de la vida de su padre, Gabriel Pradal, de cómo fue el exilio, de sus sentimientos, de sus deseos, en definitiva, de todo aquello que afectó a su vida. Kalinka me acusó recibo a los pocos días. Yo estaba entusiasmado y agradecido a su pronta respuesta. Luego volví a escribirle, le insistía para que me abasteciera del material necesario para iniciar la narración. Recuerdo que en aquella carta le envié, también, un poema dedicado a ella:
COMO TUS OJOSYo quiero ser la voz tan alta que mereces,
definitivamente.
Arturo Serrano Plaja


a Kalinka Pradal, hija de la guerra y el exilio.

En sus ojos de oscuras soledades
los tuyos reclamaban la luz, vuelos
de mariposas tiñendo los días
de esta triste y extraña primavera.
En sus labios de encajes y silencios
los tuyos emergían como un trueno
de límpida mirada que recorre
la tierra cincelada de cenizas.
En sus manos de mármol veteado
las tuyas derramadas en latidos
de agrestes despertares y de asedios
clavándose en la carne como un llanto.
En sus pechos de ninfa vegetal
los tuyos abiertos en honda herida
rebelándose tras saberse noche
de aquel tiempo incivil y tenebroso.
En la memoria, lejanos los días,
el viento acuna voces de una infancia
cualquiera, como luces emergentes,
como azules desbordando el ocaso.

Estallan los silencios esta noche.

De nuevo el invierno en las calles, su luz
cegadora, su plateadas manos


sobre la estatua marmórea del parque,
sobre la mar, el aire, los cantiles.
Esta noche, estallidos de silencios
en la estancia, golpes de frío y lluvias
galopan sobre la mesa y los dedos,
amargos, como nunca antes lo fueran.

Estallan esta noche los silencios,
el universo entero en mis pupilas,
la doliente presencia de la espera
junto al triste ciprés de los vencidos.

Estallan los silencios esta noche...

Han pasado los años y aún te veo
clavar los ojos en la noche negra
de aquel febrero negro que imponía
el horror de la sangre y las trincheras.
Aún te veo, con el cuerpo entumecido
de miedo y soledades, recorrer
el silencioso túnel del espanto
en el trémulo asiento de la huida.
Te veo tras los cristales de un viejo tren
en la gélida estación de Cerbère;
veo la triste y desolada mirada
de un hombre abismándose en el fracaso.
Veo el dolor del exilio en la Bretaña
marina y distante de los sin patria
y unas cartas de amor que llegan siempre
al mismo destino y destinatario.

Te veo en las índigas y claras aguas
del Mediterráneo, ahora que la luz
del día comienza a lucir el ímpetu
vivo y ardiente de tu voz en las olas.

Kalinka tardó en contestarme, pero su carta fechada el 8 de julio de 2002 en Toulouse, me llegó unos días después. En ella me pedía disculpas por la tardanza en contestar debido a su mal estado de salud: “El corazón acusa, a mi edad, los sufrimientos de toda una vida, que no fue particularmente dichosa” –decía-, y continuaba agradeciéndome el poema dedicado “que me emociona y me sorprende. No sé por qué mis ojos. Usted no me conoce, ni sé cómo puede evocar ciertos recuerdos que están en el fondo de mi alma. El horror de la guerra, ese tren oscuro en Cerbère, la Bretaña…”. Concluía su carta Kalinka con una invitación para que visitara Toulouse. Volví a escribirle para darle las gracias por sus cálidas palabras, por su comprensión y generosidad. Kalinka respondía de nuevo con una postal fechada el 3 de agosto de 2002 desde un lugar llamado La Franqui, donde veraneaba aquellos días: ”Mis hermanos y mi padre escogimos este lugar pues, contrariamente al resto de Francia, que es un país verde y risueño, esta región, que es árida y seca, nos recordaba a nuestra Andalucía y a Aguadulce, donde pasábamos los veranos en nuestra infancia. A mí me apasiona este “Mare Nostrum” que es toda nuestra cultura”.
Después de aquella bella postal, que ciertamente recuerda las playas de Aguadulce, paraje conocido en vida de su padre como “El barranco de las adelfas”, no recibí carta alguna. Pasaron los meses. Alguna vez en encuentros casuales con Gemma pregunté por ella, pero ya su estado de salud empeoraba aceleradamente. Hasta hace unos días, que al leer el periódico, me encontré con la triste noticia de su muerte. De inmediato llamé por teléfono a Gemma para darle el pésame, y volvimos a hablar de Kalinka con el corazón estremecido. Gemma, con un hilo de voz emocionada, caminaba de la mano de Kalinka por las calles de Almería, observando el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos y escuchando los versos de Federico García Lorca en la voz de Kalinka; luego ha viajado con ella hasta Collioure para homenajear a Antonio Machado y a la rue del Toro, en Toulouse, donde se reunían los socialistas españoles exiliados.
Ahora sé y lo sabré siempre que Kalinka vive y vivará eternamente entre nosotros. Que vive como viven sus ojos en mi memoria.

ÚLTIMAS EPÍSTOLAS DE KALINKA


Retomo para esta ocasión aquel verso de Rafael Alberti que decía “Nunca fui a Granada”. Hoy, lamentablemente, yo también escribo: “Nunca fui a Toulouse”. Nunca estuve en la Rue General Faidherbe de Toulouse, donde vivió Kalinka Pradal. Sin embargo, desde que inicié mi relación epistolar con ella y en muchos momentos, me he imaginado cómo sería su calle, su casa y, cómo no, cómo sería realmente esta mujer almeriense, víctima de un tiempo incivil que la llevó, siendo una niña, al más cruel de los exilios.
A veces, en la vida, un cúmulo de circunstancias por impensables y extrañas nos acercan a la vida y obra de otros seres. Es mi caso. Allá por el año 98 llegaba a este paraíso de mar, desierto y cine. Al poco tiempo descubrí a uno de los personajes almerienses más interesantes y extraordinarios –también más desconocidos para sus propios paisanos- de la historia reciente de Almería: Gabriel Pradal. En los libros que leí: Gabriel Pradal o el honor político, con prólogo de Felipe González y de autores varios; Gabriel Pradal (1891-1965), de Gemma Pradal Ballester y Comentarios de Pericles García, por Gabriel Pradal, en sus ediciones de Toulouse 1967 y Almería 1991, hallé la honestidad política, el humanismo y la generosidad de un ser extraordinariamente comprometido con su tiempo y sus principios. La lección aprendida por aquellos días fue la verdadera lección de una vida entregada al conocimiento, la libertad y a los desheredados del mundo.


Tuve entonces la sensación, y aún hoy la tengo, que estaría unido a los Pradal el resto de mis días. Luego conocí a Gemma Pradal. Muchas fueron las horas y los días que tuve la oportunidad de hablar con ella de su tío-abuelo Gabriel Pradal. Gemma hablaba y hablaba con pasión de la vida y obra de Gabriel. Yo, que sólo había sido un ferviente lector, reconocía en su voz, quizá también en sus gestos y expresiones, al político honesto, al intelectual, al escritor, pero sobre todo, al hombre en su más extenso y valioso significado. En todas esas ocasiones veía al hombre que de pie, sereno y atento, con cabello cano, gafas de concha, traje negro y a rayas, lee un periódico que sostiene en su antebrazo izquierdo y en la mano un sombrero de fieltro, mientras que los dedos de la mano derecha acarician levemente el bigote y la barbilla. Creo que fue por aquellos días cuando decidí escribir sobre su vida. Durante algún tiempo estuve dándole vueltas y vueltas a esta idea. Un capítulo del libro de Gemma titulado “Salida de España” y concretamente este pasaje: “…el día 23 del pasado trasladamos la Comandancia de Obras Militares desde Barcelona a un pueblecito cercano a Figueras, llamado Villanant. Fue un día de preocupación. Al anochecer salí en el coche con los niños” (refiriéndose a sus dos hijos mayores, Gabriel y Mercedes), fue el detonante. A partir de entonces el nombre de Mercedes ocupó los días y las noches, las horas y los minutos que dedicaba al noble arte de la escritura. No había otra salida, tenía que contactar con Mercedes Pradal, aquella niña que en aquel frío día de febrero de 1939 cruzó la frontera francesa camino del exilio. Y así fue como comencé mi relación epistolar con Mercedes Pradal, desde entonces Kalinka. En la primera carta le hablaba de mi interés por conocer detalles de la vida de su padre, Gabriel Pradal, de cómo fue el exilio, de sus sentimientos, de sus deseos, en definitiva, de todo aquello que afectó a su vida. Kalinka me acusó recibo a los pocos días. Yo estaba entusiasmado y agradecido a su pronta respuesta. Luego volví a escribirle, le insistía para que me abasteciera del material necesario para iniciar la narración. Recuerdo que en aquella carta le envié, también, un poema dedicado a ella:
COMO TUS OJOSYo quiero ser la voz tan alta que mereces,
definitivamente.
Arturo Serrano Plaja


a Kalinka Pradal, hija de la guerra y el exilio.

En sus ojos de oscuras soledades
los tuyos reclamaban la luz, vuelos
de mariposas tiñendo los días
de esta triste y extraña primavera.
En sus labios de encajes y silencios
los tuyos emergían como un trueno
de límpida mirada que recorre
la tierra cincelada de cenizas.
En sus manos de mármol veteado
las tuyas derramadas en latidos
de agrestes despertares y de asedios
clavándose en la carne como un llanto.
En sus pechos de ninfa vegetal
los tuyos abiertos en honda herida
rebelándose tras saberse noche
de aquel tiempo incivil y tenebroso.
En la memoria, lejanos los días,
el viento acuna voces de una infancia
cualquiera, como luces emergentes,
como azules desbordando el ocaso.

Estallan los silencios esta noche.

De nuevo el invierno en las calles, su luz
cegadora, su plateadas manos


sobre la estatua marmórea del parque,
sobre la mar, el aire, los cantiles.
Esta noche, estallidos de silencios
en la estancia, golpes de frío y lluvias
galopan sobre la mesa y los dedos,
amargos, como nunca antes lo fueran.

Estallan esta noche los silencios,
el universo entero en mis pupilas,
la doliente presencia de la espera
junto al triste ciprés de los vencidos.

Estallan los silencios esta noche...

Han pasado los años y aún te veo
clavar los ojos en la noche negra
de aquel febrero negro que imponía
el horror de la sangre y las trincheras.
Aún te veo, con el cuerpo entumecido
de miedo y soledades, recorrer
el silencioso túnel del espanto
en el trémulo asiento de la huida.
Te veo tras los cristales de un viejo tren
en la gélida estación de Cerbère;
veo la triste y desolada mirada
de un hombre abismándose en el fracaso.
Veo el dolor del exilio en la Bretaña
marina y distante de los sin patria
y unas cartas de amor que llegan siempre
al mismo destino y destinatario.

Te veo en las índigas y claras aguas
del Mediterráneo, ahora que la luz
del día comienza a lucir el ímpetu
vivo y ardiente de tu voz en las olas.

Kalinka tardó en contestarme, pero su carta fechada el 8 de julio de 2002 en Toulouse, me llegó unos días después. En ella me pedía disculpas por la tardanza en contestar debido a su mal estado de salud: “El corazón acusa, a mi edad, los sufrimientos de toda una vida, que no fue particularmente dichosa” –decía-, y continuaba agradeciéndome el poema dedicado “que me emociona y me sorprende. No sé por qué mis ojos. Usted no me conoce, ni sé cómo puede evocar ciertos recuerdos que están en el fondo de mi alma. El horror de la guerra, ese tren oscuro en Cerbère, la Bretaña…”. Concluía su carta Kalinka con una invitación para que visitara Toulouse. Volví a escribirle para darle las gracias por sus cálidas palabras, por su comprensión y generosidad. Kalinka respondía de nuevo con una postal fechada el 3 de agosto de 2002 desde un lugar llamado La Franqui, donde veraneaba aquellos días: ”Mis hermanos y mi padre escogimos este lugar pues, contrariamente al resto de Francia, que es un país verde y risueño, esta región, que es árida y seca, nos recordaba a nuestra Andalucía y a Aguadulce, donde pasábamos los veranos en nuestra infancia. A mí me apasiona este “Mare Nostrum” que es toda nuestra cultura”.
Después de aquella bella postal, que ciertamente recuerda las playas de Aguadulce, paraje conocido en vida de su padre como “El barranco de las adelfas”, no recibí carta alguna. Pasaron los meses. Alguna vez en encuentros casuales con Gemma pregunté por ella, pero ya su estado de salud empeoraba aceleradamente. Hasta hace unos días, que al leer el periódico, me encontré con la triste noticia de su muerte. De inmediato llamé por teléfono a Gemma para darle el pésame, y volvimos a hablar de Kalinka con el corazón estremecido. Gemma, con un hilo de voz emocionada, caminaba de la mano de Kalinka por las calles de Almería, observando el espectáculo de los Gigantes y Cabezudos y escuchando los versos de Federico García Lorca en la voz de Kalinka; luego ha viajado con ella hasta Collioure para homenajear a Antonio Machado y a la rue del Toro, en Toulouse, donde se reunían los socialistas españoles exiliados.
Ahora sé y lo sabré siempre que Kalinka vive y vivará eternamente entre nosotros. Que vive como viven sus ojos en mi memoria.

LA FUERZA DE EXISTIR (I)


No tengo nada contra nadie. Más bien, compadezco a todas esas marionetas sobre un escenario demasiado grande para sus pequeños destinos. Pobres diablos, víctimas convertidas en verdugos en su intento de no creerse juguetes del destino. El orfanato, bien lo sé, mató a algunos que nunca pudieron recuperarse, degradados, quebrados, destruidos… También fabricó engranajes dóciles para la maquinaria social, buenos maridos, buenos padres, buenos trabajadores, buenos ciudadanos y, tal vez, buenos creyentes…
Para no morir a causa de los hombres y su negatividad, para mí existieron los libros, luego la música, en una palabra, el arte, y sobre todo, la filosofía. La escritura le puso el broche de oro a ese conjunto.


Selecciono estos párrafos del prefacio del libro La fuerza de existir, de Michel Onfray. Son estas primeras páginas del libro un recorrido agrio por los recuerdos del niño que fue Onfray. En ellas descubrimos la vida del orfanato en el que estuvo interno durante cuatro años. Periodo que marcará la vida posterior de Onfray. El orfanato, regido por los padres salesianos, no es sino un patético lugar en el que la violencia, los abusos sexuales, el miedo y las humillaciones, estuvieron a la orden del día. Cualquier momento era idóneo para practicar tan improcedentes conductas.

 El orfanato deja en Onfray una huella imborrable. La experiencia vivida será determinante, y en ese juego de las luces y las sombras, crecerá día a día, sabiendo que en la observación y el análisis de cuanto sucede a su alrededor estará, en buena medida, el futuro. En el orfanato y con los padres salesianos aprendió el verdadero significado del placer, aunque fuera por omisión u ocultamiento. Era tal -es tal aún- la ceguera de los padres salesianos que, nadie está a salvo de sus particulares sistemas inquisitoriales. El miedo, como garante de la buena educación, ha sido y es su baluarte más preciado, la doctrina más eficaz y la contundente razón para condenar a los débiles a vivir discriminados y al margen de todo.


Dice Michel Onfray en el prefacio de este libro que A los catorce años, tengo mil años…y la eternidad a mis espaldas. Sólo el arte codificado de esa “fuerza de existir” cura los dolores pasados, presentes y por venir.Comprobémoslo en la lectura de los siguientes capítulos que conforman este interesante ensayo filosófico.

LA FUERZA DE EXISTIR (I)


No tengo nada contra nadie. Más bien, compadezco a todas esas marionetas sobre un escenario demasiado grande para sus pequeños destinos. Pobres diablos, víctimas convertidas en verdugos en su intento de no creerse juguetes del destino. El orfanato, bien lo sé, mató a algunos que nunca pudieron recuperarse, degradados, quebrados, destruidos… También fabricó engranajes dóciles para la maquinaria social, buenos maridos, buenos padres, buenos trabajadores, buenos ciudadanos y, tal vez, buenos creyentes…
Para no morir a causa de los hombres y su negatividad, para mí existieron los libros, luego la música, en una palabra, el arte, y sobre todo, la filosofía. La escritura le puso el broche de oro a ese conjunto.


Selecciono estos párrafos del prefacio del libro La fuerza de existir, de Michel Onfray. Son estas primeras páginas del libro un recorrido agrio por los recuerdos del niño que fue Onfray. En ellas descubrimos la vida del orfanato en el que estuvo interno durante cuatro años. Periodo que marcará la vida posterior de Onfray. El orfanato, regido por los padres salesianos, no es sino un patético lugar en el que la violencia, los abusos sexuales, el miedo y las humillaciones, estuvieron a la orden del día. Cualquier momento era idóneo para practicar tan improcedentes conductas.

 El orfanato deja en Onfray una huella imborrable. La experiencia vivida será determinante, y en ese juego de las luces y las sombras, crecerá día a día, sabiendo que en la observación y el análisis de cuanto sucede a su alrededor estará, en buena medida, el futuro. En el orfanato y con los padres salesianos aprendió el verdadero significado del placer, aunque fuera por omisión u ocultamiento. Era tal -es tal aún- la ceguera de los padres salesianos que, nadie está a salvo de sus particulares sistemas inquisitoriales. El miedo, como garante de la buena educación, ha sido y es su baluarte más preciado, la doctrina más eficaz y la contundente razón para condenar a los débiles a vivir discriminados y al margen de todo.


Dice Michel Onfray en el prefacio de este libro que A los catorce años, tengo mil años…y la eternidad a mis espaldas. Sólo el arte codificado de esa “fuerza de existir” cura los dolores pasados, presentes y por venir.Comprobémoslo en la lectura de los siguientes capítulos que conforman este interesante ensayo filosófico.

LA FUERZA CROMÁTICA DE ÁNGEL F. SAURA


Acercarnos a la obra de Ángel F. Saura (Murcia, 1953) supone descubrir la verdadera imagen de una realidad existente y que su autor ha querido fragmentar. Y es precisamente esa acotación consciente la que enriquece su obra hasta límites insospechados. Ángel F. Saura se convierte así en un creador de lo creado, transformando los principios que originan las imágenes en su génesis y elevando a categoría de arte cuantos elementos cotidianos intervienen en su posterior desarrollo creativo. Utilizando la tecnología digital nos seduce con claros estallidos de luz y color. Cada parte es un todo. Sus fotografías son un tratado de la cotidianidad, de lo cercano no aprehendido, del pensamiento y la reflexión serena. Todo un compendio de sabiduría y oficio.

En cada obra nos descubre su propia complicidad con la vida, con las cosas pequeñas, con los detalles nimios pero impactantes. Nos sugiere nuevas formas de mirar y aprender. Su mirada es la nuestra, pero desde el otro lado. Él está en la otra orilla viviendo y desviviéndose por todo lo que le rodea. Componiendo, a partir de las miles o millones de partículas que conforman el cosmos, un nuevo cosmos, un planeta distinto, más humano.

Las texturas, el color o la luz, los diferentes matices que encierran cada una de sus fotografías sacuden al espectador con una fuerza indescriptible. Quien haya tenido la oportunidad de acercarse a la obra de Ángel F. Saura podrá comprobar y constatar el creciente aleteo de las formas y de sus elementos cromáticos. Nadie queda impasible. Es como mirar al mar que sutilmente ondula sus aguas hasta devolvernos la calma deseada.

LA FUERZA CROMÁTICA DE ÁNGEL F. SAURA


Acercarnos a la obra de Ángel F. Saura (Murcia, 1953) supone descubrir la verdadera imagen de una realidad existente y que su autor ha querido fragmentar. Y es precisamente esa acotación consciente la que enriquece su obra hasta límites insospechados. Ángel F. Saura se convierte así en un creador de lo creado, transformando los principios que originan las imágenes en su génesis y elevando a categoría de arte cuantos elementos cotidianos intervienen en su posterior desarrollo creativo. Utilizando la tecnología digital nos seduce con claros estallidos de luz y color. Cada parte es un todo. Sus fotografías son un tratado de la cotidianidad, de lo cercano no aprehendido, del pensamiento y la reflexión serena. Todo un compendio de sabiduría y oficio.

En cada obra nos descubre su propia complicidad con la vida, con las cosas pequeñas, con los detalles nimios pero impactantes. Nos sugiere nuevas formas de mirar y aprender. Su mirada es la nuestra, pero desde el otro lado. Él está en la otra orilla viviendo y desviviéndose por todo lo que le rodea. Componiendo, a partir de las miles o millones de partículas que conforman el cosmos, un nuevo cosmos, un planeta distinto, más humano.

Las texturas, el color o la luz, los diferentes matices que encierran cada una de sus fotografías sacuden al espectador con una fuerza indescriptible. Quien haya tenido la oportunidad de acercarse a la obra de Ángel F. Saura podrá comprobar y constatar el creciente aleteo de las formas y de sus elementos cromáticos. Nadie queda impasible. Es como mirar al mar que sutilmente ondula sus aguas hasta devolvernos la calma deseada.

CELIA VIÑAS, ECO DE VOCES SINFÓNICAS




Es invierno, ¿tal vez una premonición? Las calles, húmedas por la lluvia caída, parecen centelleantes espejos. Los escaparates comienzan a iluminarse y un bullicio de gentes recorre el Paseo arriba y abajo, una y otra vez. Atardece en la ciudad, que se viste con sedas de anaranjados colores. No es la primera vez que, sin querer, uno se siente atrapado por un tiempo huido, que ya no pertenece a este tiempo, que dejó de ser, pero que la nostalgia y la tristeza del invierno nos devuelve de nuevo, en este instante.

La ciudad, vigilada por su altanera Alcazaba, muestra al visitante sus recoletas calles, sus solariegas casas en ruinas, los nuevos e impersonales edificios de la Rambla, su remozada plaza de la Catedral, la casa del Obispo, el laberinto de la Almedina, el cúbico caserío de La Chanca y todo parece detenido en el tiempo. Y con esta sensación el viajero camina lentamente, sin prisas, y en silencio observa su entorno como si de una pintura se tratara, de tal manera que todo parece sobredimensionarse, sin más.


La ciudad no ha cambiado mucho de aquella que describiera con elegancia la pluma de la escritora catalana –almeriense de adopción-, cuando dejó escrito: una ciudad abúlica y tediosa… de actividad muerta…que media la moral con una vara de tendero y la especifica con un bando municipal. Era la sociedad almeriense de los años cuarenta tal la describe Celia Viñas Olivella, joven profesora nacida en Lérida y que el Instituto de Enseñanza Media tuvo el honor de tener como Catedrática de Lengua y Literatura desde el 1 de marzo de 1943 hasta su muerte allá por junio del año 1954.


Hoy, la Plaza de Bendicho, muestra su busto en un decadente jardín. En lugar tan solitario, el busto broncíneo de Celia Viñas es como un eco de voces sinfónicas, un oasis en el desierto, la luz que encandila los deseos o un creciente rumor de olas en los acantilados. Celia está ahí, dejándose mirar por los escasos paseantes que frecuentan este solar de soledades. En su mirada, el milagro de la vida. Celia esta ahí, sobre un pedestal de cal y silencios, esperando volver al paraíso de sus aulas y alumnos; esperando reescribir Viento Levante y Tierra del Sur, con las mismas y abrasadoras palabras de siempre. Está ahí, sí, como si nunca se hubiese ido, esperando el reencuentro con todos y todo.


Celia entre nosotros, con su eterna sonrisa, con su cabello recogido en un moño bajo, con su rebeca abierta y cruzada al pecho por franjas de color indeterminado, con sus brazos en jarra, con su falda clara y su camisa con cuello de picos vueltos, de perfil, mirando al infinito del misterio y la fantasía. Celia viva, como la mar y las montañas.


Quienes la conocieron y aún viven, con ella y en ella viven. La huella de Celia es como una llama, como los manantiales o los astros. En ellos, Gabriel, Julia, Rafaela, Tadea, Eugenio y tantos otros que tuvieron la suerte de ser sus queridos discípulos y amigos, siempre Celia, con la palabra encendida, el verbo ágil y certero.

Celia de los silencios que sólo la mirada delata, pues la pobreza cultural, la represión y la censura campan a sus anchas por todos lados. Celia la creadora de mitos y cotidianos paisajes. Celia la viajera, la que vive intensamente cada minuto, cada segundo de vida, al límite siempre de la pasión y el sentimiento.
Hoy, en la Plaza de Bendicho, extramuros de la catedral: <>, Celia se cobija al abrigo de la arboleda de palmeras y acacias; se abraza a los edificios cercanos de la oficina municipal de Medio Ambiente, Casa de la Música, sede del Patronato de Turismo; Casa de los Puche o el Centro de Arte MECA, y parece que volviera a darse un chapuzón lejos de la orilla, en su mar, a caminar descalza por la playa o a pasear en bicicleta. Ahora, en esta plaza, junto a su busto en bronce, Celia vive en el recuerdo, y en la memoria vive su devoción por la naturaleza, por el azul del cielo, por las tardes en el campo, el deleite de los días de lluvia escondida entre las sábanas o su apasionada curiosidad de coleccionista.

Hoy, también, Celia Viñas Olivella, en la poesía de siempre, la que se escribe con el entendimiento y el corazón, la que aún puede leerse en esta ajardinada plazuela de Bendicho, la de los versos de fuego y aire, la que siempre vive y vivirá entre nosotros:

Te cantaré, Señor, alegremente
en la paz serenísima del alma
llena de frutas, islas y guirnaldas
por el pan que me ganan estas manos
amasando la arcilla de tus niños,
haciéndote muñecos porque quieres

pastorcillos de barro en tus belenes
y me has hecho artesana en tus escuelas
donde el polvo es más noble que el artista.
1952


Hoy, Celia Viñas, en la calles y plazuelas de Almería, en los fondos marinos o en la playa, en las montañas, el desierto y los ríos, siempre eterna junto al olivo de la paz y la luz que crece lentamente a su lado en esta plaza.



Aguadulce, 28.11.2007


 

CELIA VIÑAS, ECO DE VOCES SINFÓNICAS




Es invierno, ¿tal vez una premonición? Las calles, húmedas por la lluvia caída, parecen centelleantes espejos. Los escaparates comienzan a iluminarse y un bullicio de gentes recorre el Paseo arriba y abajo, una y otra vez. Atardece en la ciudad, que se viste con sedas de anaranjados colores. No es la primera vez que, sin querer, uno se siente atrapado por un tiempo huido, que ya no pertenece a este tiempo, que dejó de ser, pero que la nostalgia y la tristeza del invierno nos devuelve de nuevo, en este instante.

La ciudad, vigilada por su altanera Alcazaba, muestra al visitante sus recoletas calles, sus solariegas casas en ruinas, los nuevos e impersonales edificios de la Rambla, su remozada plaza de la Catedral, la casa del Obispo, el laberinto de la Almedina, el cúbico caserío de La Chanca y todo parece detenido en el tiempo. Y con esta sensación el viajero camina lentamente, sin prisas, y en silencio observa su entorno como si de una pintura se tratara, de tal manera que todo parece sobredimensionarse, sin más.


La ciudad no ha cambiado mucho de aquella que describiera con elegancia la pluma de la escritora catalana –almeriense de adopción-, cuando dejó escrito: una ciudad abúlica y tediosa… de actividad muerta…que media la moral con una vara de tendero y la especifica con un bando municipal. Era la sociedad almeriense de los años cuarenta tal la describe Celia Viñas Olivella, joven profesora nacida en Lérida y que el Instituto de Enseñanza Media tuvo el honor de tener como Catedrática de Lengua y Literatura desde el 1 de marzo de 1943 hasta su muerte allá por junio del año 1954.


Hoy, la Plaza de Bendicho, muestra su busto en un decadente jardín. En lugar tan solitario, el busto broncíneo de Celia Viñas es como un eco de voces sinfónicas, un oasis en el desierto, la luz que encandila los deseos o un creciente rumor de olas en los acantilados. Celia está ahí, dejándose mirar por los escasos paseantes que frecuentan este solar de soledades. En su mirada, el milagro de la vida. Celia esta ahí, sobre un pedestal de cal y silencios, esperando volver al paraíso de sus aulas y alumnos; esperando reescribir Viento Levante y Tierra del Sur, con las mismas y abrasadoras palabras de siempre. Está ahí, sí, como si nunca se hubiese ido, esperando el reencuentro con todos y todo.


Celia entre nosotros, con su eterna sonrisa, con su cabello recogido en un moño bajo, con su rebeca abierta y cruzada al pecho por franjas de color indeterminado, con sus brazos en jarra, con su falda clara y su camisa con cuello de picos vueltos, de perfil, mirando al infinito del misterio y la fantasía. Celia viva, como la mar y las montañas.


Quienes la conocieron y aún viven, con ella y en ella viven. La huella de Celia es como una llama, como los manantiales o los astros. En ellos, Gabriel, Julia, Rafaela, Tadea, Eugenio y tantos otros que tuvieron la suerte de ser sus queridos discípulos y amigos, siempre Celia, con la palabra encendida, el verbo ágil y certero.

Celia de los silencios que sólo la mirada delata, pues la pobreza cultural, la represión y la censura campan a sus anchas por todos lados. Celia la creadora de mitos y cotidianos paisajes. Celia la viajera, la que vive intensamente cada minuto, cada segundo de vida, al límite siempre de la pasión y el sentimiento.
Hoy, en la Plaza de Bendicho, extramuros de la catedral: <>, Celia se cobija al abrigo de la arboleda de palmeras y acacias; se abraza a los edificios cercanos de la oficina municipal de Medio Ambiente, Casa de la Música, sede del Patronato de Turismo; Casa de los Puche o el Centro de Arte MECA, y parece que volviera a darse un chapuzón lejos de la orilla, en su mar, a caminar descalza por la playa o a pasear en bicicleta. Ahora, en esta plaza, junto a su busto en bronce, Celia vive en el recuerdo, y en la memoria vive su devoción por la naturaleza, por el azul del cielo, por las tardes en el campo, el deleite de los días de lluvia escondida entre las sábanas o su apasionada curiosidad de coleccionista.

Hoy, también, Celia Viñas Olivella, en la poesía de siempre, la que se escribe con el entendimiento y el corazón, la que aún puede leerse en esta ajardinada plazuela de Bendicho, la de los versos de fuego y aire, la que siempre vive y vivirá entre nosotros:

Te cantaré, Señor, alegremente
en la paz serenísima del alma
llena de frutas, islas y guirnaldas
por el pan que me ganan estas manos
amasando la arcilla de tus niños,
haciéndote muñecos porque quieres

pastorcillos de barro en tus belenes
y me has hecho artesana en tus escuelas
donde el polvo es más noble que el artista.
1952


Hoy, Celia Viñas, en la calles y plazuelas de Almería, en los fondos marinos o en la playa, en las montañas, el desierto y los ríos, siempre eterna junto al olivo de la paz y la luz que crece lentamente a su lado en esta plaza.



Aguadulce, 28.11.2007


 

LA PARRA


Fueron sus lágrimas como el crepúsculo
y el vino que derramó el bodeguero
sobre el blanco cristal de la memoria.

Cuando niño jugaba bajo sombras
de parras retorcidas y gigantes,
saltaba hasta prender entre mis dedos
sus verdosas y arracimadas ubres,
y mecía en los labios su dulce néctar.


Tras la ventana, cuando yo era niño,
los campesinos detenían la tarde
en el estanque, y en las viejas tabernas,
apoyados sobre el frío y gastado
mármol, el áureo líquido libaban,
y el tiempo, y la vida, y hasta el olvido.

Cuando niño me adornaban la noche
de cuentos tristes y mágicas hadas,
y dentro de mí galopaba el sueño
de unos hombres sin rostro, derrotados,
que escanciaban su vida en un vaso
de vino que el bodeguero vertía
sobre el blanco cristal de los recuerdos.

LA PARRA



LA PARRA


Fueron sus lágrimas como el crepúsculo
y el vino que derramó el bodeguero
sobre el blanco cristal de la memoria.

Cuando niño jugaba bajo sombras
de parras retorcidas y gigantes,
saltaba hasta prender entre mis dedos
sus verdosas y arracimadas ubres,
y mecía en los labios su dulce néctar.


Tras la ventana, cuando yo era niño,
los campesinos detenían la tarde
en el estanque, y en las viejas tabernas,
apoyados sobre el frío y gastado
mármol, el áureo líquido libaban,
y el tiempo, y la vida, y hasta el olvido.

Cuando niño me adornaban la noche
de cuentos tristes y mágicas hadas,
y dentro de mí galopaba el sueño
de unos hombres sin rostro, derrotados,
que escanciaban su vida en un vaso
de vino que el bodeguero vertía
sobre el blanco cristal de los recuerdos.

JOSÉ ANTONIO SANTANO


EXALTACIÓN DEL FINO "CANCIONERO"



Ven que no quiero más odre que el tuyo
para apagar la sed que me proclama
un vinolento amor exacerbado.
Manuel Gahete



Derrama el rocío sobre las vides
cristales de soledad y silencio,
el húmedo rumor de las caricias,
el tiempo convertido en fiel amante.

Hallan las manos verdosos racimos
y en su mudez hasta los labios trepan
y ofrecen carne y sangre de sus ubres
como dulce ambrosía de los dioses.

Dora el ocaso aromas de bodega
y en las entrañas del barril el vino
duerme, sueña, vive, es flor bautizada
por el áureo esplendor de la venencia.

Es tu almendrado sabor una sonata
que hiende el aire de rimas y misterio,
un volcán de placeres inconclusos,
añejo cancionero de palacio.

Es el brillo de tu piel en la copa
y el silencio de tu boca en la mía,
el más dulce de los besos, la vida
en espaciados tragos trasegada.

Es tu sangre en mi sangre el universo
que alimenta la espera más doliente.

VINO Y CREPÚSCULOS



Una tarde serena, la pasamos bebiendo vino.
...Gorjean las aves, languidecen los ramos,
y la tiniebla se bebe el rojo licor del crepúsculo.
Muhammad Ben Galib Al-Rusafi


Aprendí del apenado tañer de campanas
que las tardes son vasos
de vino, tragos de silencio y soledades
en oscuras tabernas.
Bajé a los infiernos del sufrimiento y la queja
para verlos de cerca:
subidos al lomo de las bestias, de la noche
perfumada de otoño;
perdidos tras la lluvia agonizante de la voz
que bebe del olvido
gris memoria de pámpanos dulces y aviejados;
frágiles tal cristal.

En mis labios se deshizo el secreto del vino
igual que la amada
con su amor desvanece los fantasmas del miedo.

En la copa el copero
deposita cuantos sueños el hombre precisa
para luego callarlos
el tiempo que la muerte generosa concede.

VINO Y CREPÚSCULOS



Una tarde serena, la pasamos bebiendo vino.
...Gorjean las aves, languidecen los ramos,
y la tiniebla se bebe el rojo licor del crepúsculo.
Muhammad Ben Galib Al-Rusafi


Aprendí del apenado tañer de campanas
que las tardes son vasos
de vino, tragos de silencio y soledades
en oscuras tabernas.
Bajé a los infiernos del sufrimiento y la queja
para verlos de cerca:
subidos al lomo de las bestias, de la noche
perfumada de otoño;
perdidos tras la lluvia agonizante de la voz
que bebe del olvido
gris memoria de pámpanos dulces y aviejados;
frágiles tal cristal.

En mis labios se deshizo el secreto del vino
igual que la amada
con su amor desvanece los fantasmas del miedo.

En la copa el copero
deposita cuantos sueños el hombre precisa
para luego callarlos
el tiempo que la muerte generosa concede.

LUZ DE ATARDECER


La luz dorada del atardecer
estalla en las azules manos del mar,
mas nada se oye ni nada se siente
en el camino que asciende al corazón
de la tierra y sus edades de arcilla.

El hombre se acompaña de nostalgias,
de voces dormidas en la memoria,
de silencios cayendo en el estuario
de una noche cualquiera, abisal,
génesis y destierro, fuego y luna.

La luz dorada del atardecer
prende en mis pupilas hasta incendiarlas.

LUZ DE ATARDECER


La luz dorada del atardecer
estalla en las azules manos del mar,
mas nada se oye ni nada se siente
en el camino que asciende al corazón
de la tierra y sus edades de arcilla.

El hombre se acompaña de nostalgias,
de voces dormidas en la memoria,
de silencios cayendo en el estuario
de una noche cualquiera, abisal,
génesis y destierro, fuego y luna.

La luz dorada del atardecer
prende en mis pupilas hasta incendiarlas.

EL OLIVO EN LA POESÍA

La historia del hombre es, sin duda alguna, la del olivo, y viceversa. Se afirma que el origen del olivo, según vestigios de hojas fósiles, se remonta al período del Paleolítico (35.000 a. C.) y que en España los restos más antiguos se hallaron en un paraje cercano a la población de Antas (Almería) denominado El Garcel, correspondientes al Neolítico (5.000 a.C.). Sin embargo, para mí, el verdadero origen del olivo se halla en el corazón del hombre; confieso que, en mi caso, desde el preciso instante de mi alumbramiento en aquella humilde y enjalbegada casa de un pueblo, Baena, que enclavado en la extensa y luminosa campiña cordobesa me obsequiara con el indescriptible paisaje de sus lomas colmadas de olivos, el trasiego de campesinos y mulas cargadas de aceitunas, la meriendas de pan con aceite -joyos-, el denso e inconfundible aroma del alpechín o la visión de aquellos reducidos ejércitos de vareadores y aceituneras de vuelta a los hogares cuando el crepúsculo incendiaba mi inolvidable calle Alta.


Sin lugar a duda alguna la historia del hombre, y fundamentalmente, de aquellos pobladores de la zona mediterránea, ha estado ligada a este bendito árbol: el olivo. Primero se conoció en su forma silvestre, luego, con el paso del tiempo, el hombre aprendería a cultivarlo y obtener de su fruto el más preciado y áureo líquido. Alrededor de este árbol milenario, el hombre ha desarrollado un cúmulo infinito de percepciones y sentimientos. De ahí que el olivo y su entorno haya estado y esté presente aún como elemento imprescindible de la cultura mediterránea.

El mágico mundo del olivo aparece en la historia a muy temprana edad. Las primeras noticias de su cultivo se encuentran en las tablillas de Ebla, en la costa Siria y desde el III milenio a.C. El hallazgo en el palacio de Cnossos (Creta) de enormes ánforas destinadas al transporte y almacenamiento de aceite y de las tablillas en las que quedó registrada la administración de olivares y la gestión y movimiento de aceite, constata también la importancia del olivo y su cultivo.

En Egipto, los vestigios más antiguos del olivo datan de la Dinastía XVIII al hallarse una rama de olivo en la tumba de Tutankhamon, y se sabe que Ramsés III ofreció a Ra, dios del sol, la producción de aceite de 2.750 hectáreas de olivar plantadas en la ciudad de Heliópolis, en el Bajo Egipto.

En la mitología griega encontramos la primera referencia a este árbol, cuando la hija predilecta de Zeus, Palas Atenea, en conflicto con Poseidón, dios del mar, por dar nombre a la ciudad que en su día fundara Cecrops, primer rey del Atica, ha de crear la cosa más útil para el hombre. Así, la diosa Palas, al hincar su lanza en la tierra hizo que naciera el olivo, capaz de dar luz y alimento, curar enfermedades y aliviar los males del hombre. Un olivo como símbolo de la paz, la luz y la vida, en contraposición al caballo de Poseidón, símbolo de la fuerza, del poder y de la guerra.

Las referencias al olivo y su cultivo son innumerables, pues las diferentes culturas que pasaron por España, desde la fenicia a la árabe nos dejaron un inestimable legado al respecto. Los fenicios, posiblemente, el mejoramiento de la técnica del cultivo y de la extracción del aceite; los romanos, aumentando las plantaciones de olivos, comercializando y exportando los mejores aceites de la Bética no sólo a Roma, sino también a lugares tales como Ginebra, Utrech, Londres, Heidelberg, e incluso, hasta la misma Pompeya; y los árabes porque dedicaron especial atención a su cultivo, con estudios pormenorizados del suelo propicio, la plantación, cultivo y recolección, así como de su “corta y limpia”, su estercolado y longevidad.

La influencia oriental, pues, es patente y notoria. Pero no sólo en cuanto a la olivicultura se refiere, sino también con relación a la gramática. Respecto al “aceite” porque es una palabra de origen semita, derivada del hebreo zeit o sait; en árabe es zait, y olivo en persa es seitum, y zaitu en árabe. Sin embargo, para el nombre del árbol, “olivo”, la raíz que se mantiene en toda España deriva de la palabra romana “oleum”.

El olivo es mencionado en el Génesis (la rama de olivo en el pico de la paloma representa el final del Diluvio), en la Biblia a partir del libro del Éxodo, y en El Corán: Dios es la luz de los cielos y de la tierra...se enciende, (la luz), gracias a un árbol bendito, el olivo. Teofrasto, Plinio y Estrabón lo mencionan también como uno de los cultivos del Alto Egipto. Está presente en muchas páginas de la Odisea, de Homero; en las Geórgicas, de Virgilio, donde se canta al olivo y sus frutos o en las Metamorfosis, de Ovidio. De igual forma Horacio, Lucrecio, Marcial (que dejó escritos estos hermosos versos: Guadalquivir, de cabellera ceñida por corona de olivo, que con tus nítidas aguas tiñes los dorados vellones, amado de Baco y de Palas...) y la mayoría de los poetas (Pausanias Luciano, Silio Itálico, Justino, Vegecio...) evocaron, también, el árbol de los reflejos plateados. Plutarco en César, Catón en su Tratado de la Agricultura y Columela en su De re rustica expresan, igualmente, los muchos beneficios de este sagrado árbol. Del mismo modo para la cultura árabe el olivo es árbol bendito y su aceite símbolo de luz. Y así, Abu Zacaria, en su Libro de Agricultura nos dice: “...el olivo que es un árbol de bendición” y en referencia a los olivares del Aljarafe sevillano, tanto al-Bakri como al-Idrisi escriben: Sus olivares son tan espesos y tienen unas ramas tan entrelazadas que el sol apenas puede filtrar sus rayos a través de ellos, y, La zona del Aljarafe es la más fértil y rica de Al-Andalus, plantada de olivos siempre verdes.

Genios de la literatura universal de todos los tiempos como Dante, Cervantes, Shakespeare, Milton, Byron, Lope de Rueda, Tirso de Molina, Lope de Vega, Lamartine, La Fontaine, Mistral, Huxley o Lawrance Durrell, entre otros, han citado al olivo, las aceitunas o el aceite en sus obras.

Destaquemos en la literatura española, la poesía culta de Gonzalo de Berceo. Durante los siglos XIV y XV no faltan menciones al singular paisaje del olivar. Así se puede constatar en una de las serranillas del marqués de Santillana: ...e pasaba al Olivar / por coger e varear / las olivas de Ximena”. También en la lírica popular del siglo XV hallamos algunas canciones alusivas al tema que nos ocupa: Tres morillas tan garridas / iban a coger olivas / y hallábanlas cogidas / en Jaén, / Axa, Fátima y Marién / y hallábanlas cogidas / y tornaban desmaídas / y las colores perdidas /en Jaén.

Muchos son los poetas españoles que han cantado al olivo. En el libro Árbol de bendición. Antología literaria al olivo, Federico García Lorca es cita obligada y así se lee: La oscura noche se cierne sobre Granada, sobre el mundo entero. Granada, la Tierra toda es llanto. Federico es silencio, soledad, angustia y agonía. Federico camina hacia la muerte. La luna se oculta. Su cuerpo yace entre olivares. La sangre del poeta es su alimento. Federico vive y aún nos habla. Su palabra es un grito que surge de una tierra preñada de olivos, de los olivos testigos de su muerte. Federico escribe: Arbolé arbolé / seco y verdé./ La niña del bello rostro/ está cogiendo aceituna. / El viento, galán de torres, / la prende por la cintura. Arbolé arbolé / seco y verdé. También, y no podía ser de otra forma, está presente el poeta de Orihuela, Miguel Hernández, que como nadie cantó a las tierras de Jaén y a sus aceituneros: Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / decidme en el alma: ¿quién, / quién levantó los olivos? Y como colofón a estas primeras referencias del olivo en la poesía, el gran maestro y poeta sevillano que cantara a los Campos de Castilla y de Andalucía. En su poema Los Olivos nos muestra, al mismo tiempo, la sencillez del verso y su profunda emoción: ¡Viejos olivos sedientos / bajo el claro sol del día, / olivares polvorientos / del campo de Andalucía!...¡Venga Dios a los hogares / y a las almas de esta tierra / de olivares y olivares!

Poetas, ya desaparecidos, de la talla de Rafael Alberti, José Hierro o Mario López no olvidaron cantar al olivar en el caso del gaditano Alberti, siempre en eterna simbiosis con la mar: Sobre el olivar, / sangrando, el amigo / que se fue a la mar ; Hierro lo hace a los andaluces y a su singular forma de vida: Decían: “Ojú, qué frío”… En donde habrán dejado / sus jacas; en dónde habrían / dejado su sol / su vino, / sus olivos, sus salinas…Un grano de trigo. Una / oliva verde…y el poeta de Cántico, Mario López, cuya lírica, enraizada en el paisaje campesino de su tierra andaluza, no olvida al olivo y su entorno: … Los olivos / con su mágica fronda entre la niebla, / apenas eco, pulso en lejanía… La aceituna, su sangre, en atarjeas / de espumeante, turbio, caudal denso / hacia añejas tinajas soterradas / en que el óleo se asienta y esclarece… Amor de tierra dulce con sus gentes / sencillas y sus asnos transitando / por tu pecho, entregado a la Campiña…

Pero no acaba aquí la nómina de poetas que, repartidos a lo largo y ancho de nuestra geografía y aún vivos han dedicado sus versos a cantar la cultura del olivo, aunque justo sería decir que la gran mayoría de estos poetas son andaluces. No obstante, y en el caso de Cataluña, la voz de José Luís García Herrera, con su poema Tierra de olivares (1949), lo confirma: Habrá una tierra dura para hombres de hollín / mordidos por la viruela y las despedidas; / tierra dura de inviernos y olivares, de sangre prieta…; desde Murcia, en las voces poéticas de Domingo Nicolás y de Joaquín Ortega Parra; de éste último en su Olipoema: Olivo, cuando crezcas, y sientas por tus ramas / un negror que te humille, y lleves tu cosecha / como una carga de hijos, yo estaré reposando / de este viaje; las penas ocultaré en las sombras… Que te saludo, olivo, con este olipoema. De Extremadura nos llega la poesía de los cacereños Basilio Sánchez y Antonio A. Gómez Yebra, y de éste, su poema Olivos, del que extraemos la siguiente estrofa: Mirad los olivos / cargados de frutos morados y verdes / pendientes de un hilo, o la del poeta nacido en Badajoz, José Antonio Ramírez Lozano cuando escribe con aparente ligereza: hasta que la le / hasta que la le / hasta que la le/ ¡chu! / za estornuda / y pone blanca de luna / la noche del olivar.

Justo es reconocer, como ya se ha dicho, que la mayor aportación poética al mágico y milenario árbol procede de Andalucía. Almería, identificada casi siempre con el desierto, ha hecho también suyo el legado recibido de la diosa Palas Atenea y así destacamos, de entre los poemas dedicados al olivo por vates de la talla de Diego Granados, Julio Alfredo Egea, Pura López Cortés, Concha Castro, Ana María Romero Yebra, Pilar Quirosa, Ginés Reche o José Antonio Sáez, el que Aureliano Cañadas escribiera con el título de Crecimiento: Con qué cuidado te planté en la tierra húmeda; / con qué impaciencia esperé que rebrotases / para guardarte del viento, la nieve, el sol de agosto; / qué hábilmente podé alguna de tus ramas; / con qué lento orgullo te vi crecer. / Hoy puedo contemplar tus olivas / brillantes cono nombres recordados; / hoy puedo abrazarme a tu tronco / y sentir como corre tu savia / y dormir a tu sombra, / frondosa soledad, / ya para siempre. De Cádiz marinera y de sus muchos y grandes poetas –Alberti, Baldrich, Ángel García López, Caballero Bonald, Juan José Téllez, Dolors Alberola, Soto Vergés, Fernando Quiñones, sea la voz de Paloma Fernández Gomá, poeta afincada en Gibraltar y alma de la revista internacional Las tres orillas, que nos obsequia con estos versos: Un horizonte aceituno labra sus edades / más allá de la mirada, / imantando todos los acentos / que, de los olivos, emergieron… Es oxidada la voz del viento, cuando / secunda el vareo desde Baena al Rif… En la almazara es vertido el líquido acento / de olivares que derramaron su eco perpetuo / de secuencia no culminada / hasta que el tiempo reverberase / su más atávica esencia. De la Córdoba del mestizaje cultural y tierra de olivos, grande es la herencia que nos dejan poetas como Carlos Rivera, Pablo García Baena, Manuel de César, Carlos Clemenston, Leonor Barrón, Juana Castro, Jesús García Solano, Alfredo Jurado, Leopoldo de Luís, José de Miguel, José María Molina Caballero, Balbina Prior, Pilar Sanabria, Lola Salinas, Fernando Serrano, Antonio Varo, Soledad Zurera, Diego Martínez Torrón o Manuel Gahete, de quien seleccionamos estos versos que aúnan el sentir de todos hacia el sagrado árbol del olivo: …Llevo impreso en la piel / el oro oscuro / de tu sangre en verdor / y de tu aroma / impregnado en mis labios y en mi carne. / Soy aceite, aceituna, miel, madera, / triturada materia en tus raíces / que después de anegarse y triturarse, / eclosión en la luz, / nace a tu sombra / fiero dios inmortal, árbol y olivo. De la Granada del agua y los jardines, de la Alhambra única, de la Sierra Nevada y de Federico, otros tantos poetas han hecho suyo también al olivo como símbolo de la luz y la vida, de la paz: Miguel Ávila Cabezas, Antonio Enrique, Custodio Tejada, Encarna León, Belén Juárez, Fernando de Villena, Francisco Domene o de Enrique Morón. De éste último sea este fragmento de su Canción de las aceituneras: ¡Qué garbo tiene la sombra / del olivo, siempre verde!... Por los peldaños del monte / crujen varas inclementes, / como látigos que humillan / a los negros ramilletes. / Una nube de aceitunas / ensombrece la pendiente / y acaba su declinar / entre la albahaca y el césped. / ¡Qué garbo tiene la sombra / del olivo, siempre verde, / con su dureza de siglos / y su collar de mujeres! De Huelva, la del universal Juan Ramón Jiménez, la colombina, otro ramillete de poetas: Francisco Carrasco, Juan Delgado, Manuel Moya, Juan Drago, Rafael Vargas o María del Valle Rubio, autora de estos versos: Vibrante el olivar, entumecido, / bajo sus prietas redes prisionero, / contempla eternidad, resiste enero / y se viste de sol, enardecido. / No le vence la siesta, ni ha podido / matarle el horizonte traicionero, / sino que sigue fiel hacia el alero / de un cielo que se tiene merecido. / Y en arrebol escapa, se mantiene / bajo la misma sombra que sostiene / su bóveda plural estremecida. / Y entre peces de plata se despierta / soñando el mar que le negó la vida, / volviendo a sus raíces, siempre alerta. De tierras onubenses a las de Jaén: inmenso mar de olivos. Poetas como Antonio Navarrete, Manuel Urbano, Tomás Hernández, Francisco Morales Lomas o Domingo F. Faílde han celebrado la existencia de tan bendito árbol. Sirvan como muestra estos versos de Faílde: Yo vengo de una tierra donde el árbol / es el olivo y manan ríos de aceite / los montes y el perfume / de aquellos campos sube hasta las casas, / trepa por las paredes / y anida en los objetos con su pátina antigua. / Traje conmigo una pequeña rama / que fue arraigando en mi melancolía. / Hoy tengo el alma llena de aceitunas / que muele en su almazara la memoria / para mojar el pan de la infancia perdida. / Lo riego, sin embargo, con agua de noviembre, / pues sé que, en su ramaje, la lechuza de Palas / ilumina mis noches con sus ojos / y me conforta con su sabiduría. Málaga nos ofrece también a través de sus muchos y buenos poetas su sentir hacia este símbolo de la cultura mediterránea tal es el olivo. Citemos a Francisco Peralto, José Sarria, Carlos Benítez Villodres, María Victoria Atencia, Francisco Ruiz Noguera, José Antonio Muñoz Rojas o José María Lopera, que así canta al olivo: Yo nací en las raíces del olivo, / ascendí por la savia de su tronco, / me hice hombre de trama en su ramaje, / y me ungí con su bálsamo purísimo / hasta quedar lucerna en luz de alma. / Ahora voy por su savia retorcido, / anudado en inviernos por las ramas, / con muchas cicatrices dolorosas / que el hacha cercenó de mi albedrío. / Como un olivo más puesto en hilera. / Y me siento fecundo, sol de soles, / hecho de tierra y agua en mi estructura, / puro soplo del cosmos nebuloso / por la esencia creativa que derramo / en el óleo divino de mis genes. Por último, sea la Sevilla de Machado y Cernuda, la del Guadalquivir sereno y los olivos del Aljarafe la que cierre esta ineludible cita con el olivo en la poesía andaluza. Entre los poetas que unieron su voz a la de tantos y tantos otros mencionemos a Manuel Mantero, Rosa Díaz, Pilar Marcos, Onofre Rojano, Enrique Soria, Víctor Jiménez, Francisco Vélez Nieto o Francisco Mena, del que rescatamos estos versos de su soneto Rumor de la aceituna: Es posible la luz y es la agonía / del olivo aguantando su estatura / en el límite astral de la llanura, / pues ser mar no se atreve todavía. / Desde la fértil tierra un mediodía / asciende por el tronco, gana altura / y se le enciende el tiempo en hermosura / y el corazón en soledad se enfría.

Allende nuestras fronteras hallamos no pocas referencias poéticas al olivo. En este sentido, el verso fresco y profundo de uno de los poetas más universales: Pablo Neruda, que compuso la “Oda al aceite”, de la que extraemos algunos de sus versos más significativos:…el olivo / de volumen plateado, / en su torcido / corazón terrestre...Allí / el prodigio, / la cápsula / perfecta / de la oliva / llenando / con sus constelaciones el follaje; / más tarde / las vasijas, / el milagro, / el aceite”. Es obvio que el olivo y el mundo conceptual que rodea a éste ha sido loado en multitud de ocasiones y a lo largo de toda la historia de la humanidad. Este hecho, se sigue dando aún en nuestros días. Como prueba de ello sean este ramillete de poetas de todo el mundo que a pesar de la distancia que nos separa han querido homenajear a tan generoso y bendito árbol. Como muestra de la poesía italiana actual sean los poetas Lucio Zinna (Mazzara del Vallo, 1938), Vicenzo Anania (1932), Lino Angiuli (Valenzano,1946) y Emilio Coco (San Marco in Lamis, 1940) hispanista, traductor y editor, que dice así en su poema Addolciva la fame (Nos endulzaba el hambre): Quelli della mia età sono cresciuti / a pane e ulive chiusi nello stipo / e trovarne la chiave era estenuarmi / in inutili cerche e appostamenti … / di tanto in tanto e solo come premio / addolciva la fame un filo d’olio / ringraziavamo sempre il Padreterno / per l’abbondanza che ci aveva dato. (Los que tienen mis años han crecido / entre hogazas de pan y las olivas / de una despensa cuyas llaves eran / inalcanzables a nuestros deseos …/ de vez en cuando y sólo como premio / un hilillo de aceite iba endulzándonos / el hambre mientras dábamos las gracias / a un Padre Eterno harto generoso). Las poetas Gloria Joyce Ascher (New York City, EE.UU. 1939) dice: Bendicho sos, mi arvolé, ermozo azitunero! / Tus frutas, tu alzete, tus ojikas – komo los kero! / Sos árvol de mate Asher, de mi famiya antika; Beatriz Mazliah (Buenos Aires, Argentina, 1941) , hija y nieta de inmigrantes de Izmir y Estambul, escribe : Kanta su kante el olivo / i le aresponde la higuera. / Kon el higo i kon la oliva / s`engrandesio la mi abuela; y Margalit Matitiahu (Tel Aviv, Israel), con estos versos: Hombres acompaniados de sus solombras / salen a los campos onde biven los olivos, / onde eternamente a dios van ocasionando, lo hacen en ladino o sefardí. Y ya más cercanos a España, los poetas Ahmed Mohamed Mgara y Driss Elgabouri. De éste, y como deseo para todos los habitantes de la tierra, estos versos de su Canción de paz: Desde tiempos lejanos / Desde la tierra de la alegría / La alegría verde / Viene el árbol / Que canta a los niños / La canción de la paz. // Azul y verde / El tiempo pasa sin parar / Porque el olivo de mi tierra / sienta en la silla de la eternidad / Mirando al mundo, con ojos de sus hojas / Cantando la paz, azul y verde.

Es obvio que el olivo representa la luz, la savia, la plenitud, la vida. Que como ya se ha dicho es, también, símbolo de la paz, y por ello han sido muchos y grandes poetas de todos los tiempos los que se acercaron hasta él para beber de su inagotable sabiduría. No por ello queda definitivamente escrita su historia, pues muchos serán aún los que, presumiblemente, canten a este sagrado árbol en el futuro.

Ahora los recuerdos se agolpan en mi mente. Viajo hasta una calle y una casa de un blanco radiante. Escucho el sonido de los cascos de las mulas cargadas con sacos de aceituna y un aroma de alpechín inunda la estancia en la que escribo estos versos que laten en mi corazón desde tiempos remotos :

Hoy, en la triste soledad de esta casa,
aún noto su enhiesto cuerpo leñoso,
su piel mestiza y horadada de siglos,
sus largos brazos de auroras en brasas,
sus claros ojos huyendo a la fuente
donde el fruto destella como el oro.

Aún hoy, cuando una lágrima se abisma
en la tierra del fuego y de la lluvia,
desciendo lentamente hasta los sueños
de una noche cualquiera en sus cenizas
y escribo nuevamente en su corteza,
en la árida comarca de sus venas,
los nombres y signos que siempre quise:

Eterno seas, árbol y olivo, humano dios.

¡El Olivo, árbol de bendición, símbolo de la paz, la luz y la vida, por y para siempre !

Baena-Aguadulce, julio del 2007

SEPULTA PLENITUD 2023

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José Antonio Santano

SILENCIO [Poesía 1994-2021] (2021)

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ALTA LUCIÉRNAGA. 2021

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Madre lluvia. 2021

Dos orillas.2020

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Marparaíso.2019

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Tierra madre.2019

Cielo y Chanca.2019

Antología de poesía.2018

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Iberoamericana actual. 2018

Lunas de oriente.2018

La voz ausente. 2017

Humanismo Solidario.2015

Los silencios de La Cava. 2015

Tiempo gris de Cosmos.2014

TIEMPO GRIS DE COSMOS 2014


JOSÉ ANTONIO SANTANO

ISBN: 13: 978-84-942992-3-0

Clasificación: Poesía.

Tamaño: 14x21 cm

Idioma de publicación: Castellano

Edición: 1ª Ed.1ª Impr.

Fecha de impresión: Noviembre 2014

Encuadernación: Rústica con solapa

Páginas: 104

PVP: 12€

Colección: Daraxa












José Antonio Santano, en Tiempo gris de cosmos, articula un canto para “todos los habitantes del planeta”, una poetización de la realidad actual, de “abisales conductas, de feroces decretos / y sentencias, de gritos que enmudecen / en las paredes de las casas / […] / Pienso en la estricta ley del poderoso / clavándose en la carne como lanza, / en sus manos manchadas de sangre, / en sus actos inmorales, / en su oratoria de muerte”.

Por eso se adentra en la libertad de los fondos marinos de los sueños, de la fraternidad, de los bosques, para hospedarse junto al hombre marginado y ser el otro, el padre de los desheredados en un lorquiano romance sonámbulo donde, intertextualizando al granadino, afirma, superando el egocentrismo y derramándose en la otredad, “y yo que no soy yo”, ni su casa, la Tierra, es ya su casa.

José Cabrera Martos

Memorial de silencios. 2014

Memorial de silencios. 2014
He vuelto, como cada día he vuelto para enterrar los chopos bajo el rostro de los sueños, la estela del pasado, el vuelo de las manos en otoño. He vuelto para hundierme en el sonido desgarrado y monótono de teclas que en el blanco papel se precipitan, o en las horas perdidas, en despachos misteriosos de pálidos sillones. He vuelto como siempre, como siempre, para contar silencios de ultratumba -como siempre- que manchan la memoria de sangre y soledades, como siempre. He vuelto como siempre, como siempre, exhausto, con el drama en las pupilas, borracho de naufragios y derrotas.

Estación Sur. 2012

Caleidoscopio.2010

Razón de Ser.2008

El oro líquido.2008

El oro líquido.2008
El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. 2008 VVAA. El oro líquido. El aceite de oliva en la cultura. Edición de José Antonio Santano. Epílogo de Miguel Naveros. Diputación de Jaén. 2008.

Il volo degli Anni.2007

Trasmar.2005

Las edades de arcilla.2005

Quella strana quiete.2004

La cortaera.2004

Suerte de alquimia. 2004

Árbol de bendición.2001

La piedra escrita.2000

Exilio en Caridemo.1998

Íntima Heredad.1998

Grafías de pasión.1998

Profecía de otoño.1994

Canción popular.1986